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Ver a Esperanza Aguirre bailando y cantando el chotis en inglés, paseándose con su sofá y su sombrilla por las calles de Madrid, y lanzando exabruptos contra los sin techo y calumnias contra su principal adversaria, la jueza Manuela Carmena, ha convertido la campaña electoral del Foro en un espectáculo apasionante. Aguirre ha igualado, quizá superado, las coloridas campañas del añorado Silvio. Berlusconi. Il Cavaliere. Y se ha ganado por derecho el apodo que debía tener hace tiempo: la Berlusconi chulapa. Con varias ventajas sobre su clon milanés: que se sepa, a Aguirre no le gustan las menores, habla inglés con acento oxoniense y aunque le pega a las mechas con pasión, no se hace implantes ni se pone maquillaje naranja.
La condesa de Bornos, gran dama ultraliberal y ama de cría de la corrupción madrileña (en su regazo se fraguaron los mayores escándalos y pelotazos de la historia reciente: de la Ciudad Deportiva a la Gürtel y la Púnica) se ha convertido en lo mismo que representó Berluska en sus estertores políticos: el símbolo de la podredumbre que ha corroído el sistema político, y el bastión del viejo y asfixiante Régimen (en este caso, el del 78) contra lo nuevo, contra las personas capaces de devolver a los ciudadanos la fe en la limpieza del juego democrático.
Aguirre es, antes que nada, una política sofisticada, a ratos genial, de gran talento natural, seguramente la mejor populista que ha dado España desde José Antonio. Como Berlusconi, es inasequible a la realidad e inmune a la verdad, se cree sus propias mentiras y derrocha simpatía, desparpajo y desfachatez. Como Silvio, interpreta mejor que nadie las tripas del votante medio apolítico –el qualunquista italiano--, y conecta con los pobres igual o mejor que con los ricos, con los ultracatólicos igual que con los ateos –¿acaso alguien ha fotografiado a la lideresa rezando en una Iglesia?--.
Este tipo de animal político, sin más ideología que el dinero y el poder, necesita un hábitat pegajoso para medrar. Este ejemplar de profesional de la política autosuficiente por su casa requiere de abundantes células de propaganda –televisivas mejor que escritas-; utiliza un lenguaje directo y sencillo pensado para el más necio de la tribu, maneja un amplio catálogo de bromas chuscas y clasistas, derrocha falsa camaradería populachera y mezcla un toque de cinismo con grandes dosis de picaresca camuflada por una capa de postiza ingenuidad.
Cada vez que abre la boca, como Berlusconi, la mayor máquina de votos del panorama político español escupe ora falsedades, ora bajezas, ora maldades sin perder jamás la sonrisa de ricachona taimada. Un amigo dice que se dirige a todo el mundo como si estuviera reprendiendo al servicio doméstico; y sí, es justo eso.
En casos clínicos como éste, los hechos y el pasado juegan un papel secundario. La Jefa, como la llaman todos en la Comunidad de Madrid, se perpetuó en el poder gracias al Tamayazo –acto fundador de pura estirpe berlusconiana--, abolió el impuesto de donaciones y el de patrimonio –otra berlusconada que, según Infolibre, ahorró 60.000 euros anuales a su marido--, y luego se rodeó de presidentes, vicepresidentes y alcaldes imputados por todas partes, y nombró y cobijó a parientes de todo pelaje, hasta acabar montando una empresa privada que costó cinco millones de euros de dinero público para promocionar al PP en las redes sociales.
No contenta con ese currículo de legisladora ad personam y 'ad PP', Aguirre quiere hacernos creer que ella es una víctima del sistema. Por más señas, que es una proba civil servant que está en política por puro sacrificio patriótico. Y que por supuesto es la única honrada, no ya de la putrefacta sede de la calle Génova 13 --bajo B-, sino de Europa entera.
A veces, para amasar un puñado de votos y descalificar a sus adversarios, estos berlusconis posmodernos son capaces de cometer cualquier dislate verbal. Son solo provocaciones sin importancia, que sirven para delimitar el marco y el campo de juego, y para recuperar a los extremistas despistados. Cuando las encuestas le sugerían que necesitaba los votos de los postfascistas, Don Silvio defendía a Mussolini y atacaba a la Resistencia. Aguirre, seguramente preocupada por el ascenso de Vox en los barrios más ultras de Madrid, acaba de denigrar en una sola frase a los asesinados abogados de Atocha, a una jueza cabal y honesta, y a la memoria de los años de plomo que desembocaron en esta suerte de democracia tutelada por el sistema financiero.
Su relación con los medios de comunicación es siempre sabia, pero mejora cuanto mayor es la concentración y menor la pluralidad. Berlusconi tenía a su servicio sus propios medios y, cuando ganaba las elecciones, buena parte de las televisiones públicas. Aguirre se apoya, gane o pierda, en los medios públicos y en aquellos privados que controlan los bancos, su partido o ella misma: cuenta con la lealtad de un rosario de editores y directores a los que ha favorecido y que tratan de mantener a flote sus chiringuitos, unos subvencionados directamente por la caja B, otros de forma indirecta por la publicidad --más o menos opaca-- del Ibex 35.
Si se piensa bien, Aguirre se ha presentado a la alcaldía de Madrid por pura necesidad. En realidad, su objetivo y el de Rajoy es muy similar al que siempre persiguió Berlusconi: ganar para mantener la impunidad, el escudo judicial que suelen otorgar los cargos públicos en los países sureños. La cazatalentos más cotizada del país ha sido una ruina eligiendo a sus colaboradores más cercanos. Pero, hasta ahora, los escándalos que surgieron bajo sus barbas y que hemos ido conociendo mientras ella se retiró a la empresa privada no le han salpicado, gracias, entre otras cosas, a su laxa interpretación de la responsabilidad política.
Es sin duda una mujer con suerte, con duende y estrella. Pero además es muy lista, y sabe que la suerte no dura siempre. Sobre todo, si el PP perdiera el poder en la alcaldía y la comunidad. Y especialmente, si lo hiciera ante una jueza. Ése es el sueño húmedo de Berlusconi: ganarle unas elecciones a una magistrada intachable, a una toga roja. Aguirre puede cumplirlo en su nombre.
Y seguramente lo hará, aunque no corren tiempos normales. Bajo el Gobierno del PP, la democracia ha sido demediada por el beneficio rápido, la corrupción de los partidos y los privilegios de los más ricos, mientras la aplicación vil de las políticas de austeridad europea aumentaba la desigualdad hasta cuotas intolerables. España se encuentra en una emergencia social, democrática y política. Hace falta abrir de par en par las puertas –sobre todo las giratorias-- y las ventanas, y que corra el aire. Cuanto antes.
Como pasó en la Italia de Berlusconi (y antes en la de Craxi y Andreotti), en la España de Rajoy, Pujol y Chaves, de Juan Carlos y Cristina, de Aguirre y de Cifuentes, el escándalo se ha convertido en rutina, la libertad de prensa en formalidad -cuando no en mordaza-- y la rendición de cuentas en un chiste. Ya nada sorprende a casi nadie. Pero el reparto del pastel de los fondos electorales, publicado esta semana por La Sexta, debería ser objeto de una investigación muy seria. El PP dispone para su campaña de 20 millones de euros, 13 más que el siguiente, el PSOE, que maneja 7 millones, y casi 20 veces más que Podemos o Ciudadanos.
Las preguntas surgen solas: si el PP, como dicen los jueces y ha confirmado la propia Aguirre, lleva 30 años financiándose con dinero negro, ¿cuánto gastará en A y cuánto en B? ¿No debería alguien fiscalizar hasta el último céntimo? Y otra: ¿Es normal y deseable que unas elecciones se decidan, como casi todo lo demás, por la capacidad de compra / corrupción / control mediático?
Son cuestiones retóricas, claro. La respuesta la dio el otro día Florentino Pérez cuando declaró ante el juez que investiga la Red Púnica. “Me molesta esa pregunta”, protestó el prócer. Y añadió: “300.000 euros no es dinero para el Real Madrid”.
En efecto. 20 millones tampoco es dinero para el PP. Y en esta nueva Berluscolandia hispana todo tiene un precio, todo se compra y se vende. Las elecciones. Los reportajes. Los chotis. Hasta los tuits y la reputación de Bale y del PP. Lo que haga falta.
Si lo miramos con un poco de distancia, no hay nada nuevo bajo el sol.
No pasarán. Esa es hoy la consigna del búnker en estado de pánico. La misma desde hace 500 años.
En eso, Aguirre le lleva mucha ventaja a Berlusconi. Ella es la España eterna. Él no era más que un pobre Cavaliere sin pasado.
Ver a Esperanza Aguirre bailando y cantando el chotis en inglés, paseándose con su sofá y su sombrilla por las calles de Madrid, y lanzando exabruptos contra los sin techo y calumnias contra su principal adversaria, la jueza Manuela Carmena, ha convertido la campaña electoral del Foro en un espectáculo...
Autor >
Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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