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Reportaje

Los Rohingya, historia de un genocidio

La familia Ammair sueña con emigrar y pertenece a un grupo étnico “maldito” en Birmania, cuyos derechos humanos son violados según Amnistía Internacional desde 1978

Pablo L.Orosa Sittwe (Birmania) , 3/06/2015

Desplazados Rohingya en el estado Rakhine, Birmania.
Desplazados Rohingya en el estado Rakhine, Birmania. Foreign and Commonwealth Office

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Rohima pinta universos con palabras. Son universos lejanos, repletos de nubes blancas que ocultan la fuerza del sol. Hay un mar. Un mar que se parece a la bahía de Bengala. Mas éste no brama ni escupe cuerpos espumosos. A Hussein y a Saddik les gusta vivir en el mundo que su madre dibuja para ellos. Allí la caballa no tiene espinas y los cuencos de arroz no se terminan nunca. Además pueden ir a un colegio con paredes de colores y no temen ponerse enfermos. Hay un hospital con pastillas mágicas. "Por eso nos vamos a subir a ese barco. Para llegar a Malasia". Allí es donde los rohingya sueñan sus universos.

Hussein va a cumplir cinco años en unas semanas. Tiene los ojos cobrizos y la piel tostada. Le gusta corretear por las veredas polvorientas de Thay Chaung capturando graznidos que guarda en un frasco imaginario, junto a los universos de su madre. A Saddik, año y medio mayor, le preocupa su hermano. No le gustan las ronchas ennegrecidas que jaspean sus piernas. Tampoco le gusta esa mirada perdida con la que se ha levantado esta mañana.

Su padre se ha marchado temprano hoy. Ha ido al mercado en busca de trabajo. "Necesitamos el dinero para salir de aquí", explica Rohima. 500 dólares por persona. 2.000 dólares por toda la familia. Los Ammair tratan de reunir el dinero antes del monzón. Rohima hace días que lo tiene todo preparado. Algo de ropa para los niños y algunos recuerdos que apila sobre una valija de cuero. "Sabemos que es peligroso. Hemos escuchado historias sobre las mafias y los secuestros, pero estamos decididos a irnos. Queremos darle un buen futuro a nuestros hijos".

En la bahía de Bengala son más de 140.000 los rohingya que viven confinados en guetos que recuerdan al apartheid sudafricano. Hasta hace pocas semanas, en el que desde destartalados barcos la imagen de miles de miembros de esta etnia abandonados en el mar se disparó en las televisiones internacionales, Occidente desconocía prácticamente su existencia.

Hoy en la bahía patrullas militares controlan las dos entradas a Thay Chaung. "En teoría están aquí para protegernos y evitar nuevos enfrentamientos", explica un joven rohingya. En la práctica, hostigan y acosan a la comunidad musulmana con los temidos spot checks. "Llegan a medianoche. Entran y revisan si hay armas. Arrestan a muchos jóvenes y los amenazan con llevarlos a juicio para que paguen un soborno", asegura Mohamed Idris, quien a sus 37 años es una de las voces más respetadas de la comunidad.

Idris dirige la mezquita de Thay Chaung. Una decena de hombres se agolpan esta mañana en el centro de la modesta construcción de bambú, huyendo de los rayos del sol que se cuelan entre las maderas. Afuera el calor es asfixiante. "Fue el Gobierno el que forzó las diferencias étnicas, el que generó la violencia".

-¿Fue un problema religioso?

-De ninguna manera. La religión fue utilizada como excusa, subraya Idris.

A su alrededor, todos asienten con la cabeza.

"La Dama [la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi] ha decepcionado a mucha gente al evitar posicionarse claramente en algunos temas de derechos humanos, no sólo en el caso de los rohingya".

A medida que remontamos el río Kaladan el agua se va aclarando hasta teñirse de un azul resplandeciente. Entonces comienzan a aparecer los barcos de pescadores en el horizonte. Al llegar a Mrauk-U, los manglares envuelven el paisaje en un abrazo húmedo del que cuelgan las cúpulas doradas de las pagodas. El joven guía se niega a llevarnos a las aldeas que jalonan el cauce del río. El Gobierno tiene prohibida la entrada de turistas a los recintos rohingya. Nadie en la ciudad quiere hablar de las matanzas de octubre. "Es un tema delicado", tercia U Gambira, uno de los líderes de la Revolución del Azafrán. Desde su exilio en la frontera tailandesa, el clérigo es una de las pocas voces que se atreve a defender a los rohingya. Ni siquiera la Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, lo ha hecho. "La Dama ha decepcionado a mucha gente al evitar posicionarse claramente en algunos temas de derechos humanos, no sólo en el caso de los rohingya", apunta Chris Lewa responsable de la organización Arakan Project.

"Si quiere entrar en el Gobierno no puede permitirse apoyarlos. Los militares lo utilizarían contra ella", resume el joven Tu mientras apura un plato de pollo masala.

Las proclamas incendiarias de los radicales budistas han calado en la sociedad birmana. Al igual que la Radio Television Libre des Mille Collines animaba a los Hutus a "exterminar a las cucarachas" tutsis durante el genocidio en Ruanda, los discursos del movimiento 969, liderados por el autoproclamado "Bin Laden Birmano", Ashin Wirathu, están plagados de invitaciones para el exterminio de los rohingya. Los "perros" como prefieren llamarlos. Un proceso de deshumanización imprescindible para justificar el genocidio. "Wirathu está expandiendo la islamofobia en Birmania, intentando que los birmanos odien a los musulmanes. Eso va contra las enseñanzas de Buda", lamenta U Gambira.

La Junta Militar y la élite económica anidada a su alrededor han alimentado este discurso xenófobo durante décadas. Azuzar el odio contra los rohingya es el mejor modo de mantener bajo control a la mayoría arakan para seguir explotando los yacimientos de gas de la costa Arakan.

A Hussein le gusta el arroz mágico de Rohima. Sabe a atún y caballa. Hay días que incluso sabe a pollo. Al menos así es como su madre le ha dicho que sabe el pollo. A Hussein le gustan también las chocolatinas, pero aquí, en Thay Chaung, ha olvidado a qué saben. Los Ammai llegaron a los campos el 23 de junio de 2013. La noche anterior una turba de arakaneses había arrasado su casa en el centro de Sittwe. "Los destrozaron todo", rememora Rohima. Antes de los disturbios, alrededor del 73.000 rohingyas residían en la capital del estado Rakhine. Hoy sólo 5.000 permanecen confinados tras las vallas de bambú y betel en el gueto de Aung Mingalar, junto a la antigua Universidad.

El resto se refugiaron en las campos de Bengala. Llegaron en oleadas de miles, a medida que la violencia calcinaba pueblos y aldeas. Al principio eran registrados y asentados en pequeños bohíos. Al cabo de unos meses la situación se desbordó. Fue entonces cuando surgieron las barriadas de los olvidados. Los que no tienen acceso ni a la ayuda de la ONU. Los barrigas hinchadas.

Los Ammai llegaron a tiempo. Les entregaron una pequeña cabaña de bambú al norte del campo. Es un habitáculo diáfano, sin paredes, iluminado por los rayos que se cuelan por el enrejado del tragaluz. Desde la puerta se distingue en el horizonte la bahía de Bengala. Hace un calor espantoso esta mañana. Rohima se protege la piel con el manto dorado de la tanaka. "En Sittwe teníamos una vida confortable. Mi marido era carpintero y yo era asistente en una clínica", relata sin perder de vista a sus hijos. En los campos los niños no pueden ir a la escuela -apenas hay un centro cuyo coste no pueden permitirse- y temen ponerse enfermos.

Aunque el hospital de Sittwe se encuentra a poco más de un kilómetro del checkpoint, los rohingya no pueden acudir a él. Sólo en casos de extrema gravedad son trasladados a un centro hospitalario. Allí vuelven a ser discriminados: muchos médicos birmanos se niegan a tratarlos. Dentro del campo sólo hay una clínica de atención básica, pero los tratamientos son insuficientes. "La falta de acceso a una adecuada asistencia sanitaria es la mayor amenaza para estos desplazados", subraya Johannes Kaltenbach, responsable de Malteser International.

En Thay Chaung la comida escasea. Los suministros de arroz, pasta, aceite, sal y garbanzos repartidos por ACNUR dos veces al mes –los días 1 y 16– son insuficientes. Según un informe de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA en su acrónimo inglés), en 2013 había ya más de 2.900 niños en un "alto riesgo de mortalidad" por malnutrición. "Yo tenía un barco", relata Aumianthice mientras se acomoda cuidadosamente sobre las tablas desportilladas del zaguán. Uno de sus hijos duerme con la cabeza apoyada sobre una almohada deshilachada. Hoy en el puerto de Thay Chaung apenas una docena de botes permanecen amarrados. Aunque pudieran faenar, los precios en la lonja han caído hasta un 30% desde 2012. Casi ningún comerciante arakan está dispuesto a comerciar con ellos. "Antes no había problemas con los rakhine. Hacíamos negocios juntos. Por las noches íbamos unos a casas de otros", rememora Idris.

Sin comida, asistencia sanitaria ni derechos, a los rohingya sólo les queda escoger entre morir en tierra o hacerlo en alta mar. En la taberna, al otro lado de la vía, los hombres matan el tiempo debatiendo sobre las alternativas para escapar de Thay Chaung. Nadie menciona Birmania. Volar a Yangon, para un rohingya, cuesta 4.000 dólares.

-Yo quiero ir a algún país europeo. Finlandia o Suecia, chapurrea en inglés Salih Roman.

La conversaciones se superponen. Algunos alzan la voz.

-Europa no es para nosotros. No ves que allí no podrás pegar a tu mujer, le replica uno de los jóvenes. Todos ríen. Al fin llegan a un consenso: Malasia

"Aquí la vida es insoportable y por eso hemos decidido marcharnos a Malasia. Queremos darles a nuestros hijos una vida mejor", zanja Rohima.

El barco les esperará a medianoche. El intermediario habrá sobornado a la Policía, así que no deberían tener problemas para alcanzar el muelle que domina el extremo de la ensenada. Entonces ya no habrá marcha atrás. "Sabemos que es peligroso, pero tenemos que hacerlo", insiste Rohima. A su lado, el pequeño Hussein dibuja palomas de humo.

Rohima pinta universos con palabras. Son universos lejanos, repletos de nubes blancas que ocultan la fuerza del sol. Hay un mar. Un mar que se parece a la bahía de Bengala. Mas éste no brama ni escupe cuerpos espumosos. A Hussein y a Saddik les gusta vivir en el mundo que su madre dibuja para ellos. Allí la...

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Pablo L.Orosa

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  1. Gambira

    The Rohingya, history of genocide The Ammair family dreams of emigrating and belongs to a "cursed" ethnic group in Burma, whose human rights are violated according to Amnesty International since 1978 Paul L.Orosa Displaced Rohingya in Rakhine, Myanmar state. Displaced Rohingya in Rakhine, Myanmar state. Foreign and Commonwealth Office Sittwe (Burma) | June 3, 2015 Rohima paints universes with words. They are distant, full of white clouds that hide the sun's power universes. There is a sea. A sea that looks like the Bay of Bengal. But this no roars or spits sparkling bodies. A Hussein and Saddik like to live in the world that her mother drawn to them. There mackerel has no thorns and rice bowls never end. They can go to school with colorful walls and not afraid to get sick. There is a hospital with magic pills. "So we're going to get on that boat. To get to Malaysia." That's where the Rohingya dream their universes. Hussein will serve five years in a few weeks. He has coppery eyes and tanned skin. He likes to run around the dusty paths of Thay Chaung capturing squawks stored in an imaginary bottle, together with the universes of their mother. A Saddik, a year and a half more, concerned about your brother. He does not like blackened welts jaspean his legs. He does not like that lost look that has risen this morning. His father has left early today. He has gone to the market in search of work. "We need the money to get out of here," explains Rohima. $ 500 per person. $ 2,000 for the entire family. The Ammair try to raise the money before the monsoon. Rohima for days has it all prepared. Some clothes for the kids and some memories stacked on a leather pouch. "We know it's dangerous. We've heard stories about the mafia and kidnappings, but we are determined to leave. We want a good future for our children". In the Bay of Bengal are more than 140,000 Rohingya living confined in ghettos reminiscent of South African apartheid. Until a few weeks ago, in which from rickety boats image of thousands of members of this ethnic group left in the sea soared on international television, the West know virtually its existence. Today in the Bay military patrols control the two entrances to Thay Chaung. "Theoretically they are here to protect and prevent further clashes," a young Rohingya. In practice, harass and harass the Muslim community with the dreaded spot checks. "They come at midnight. They come and check if there are guns. Arrested many young people and threaten to take them to court to pay a bribe," said Mohamed Idris, who at 37 is one of the most respected voices in the community. Idris Mosque directs Thay Chaung. A dozen men crowded this morning in the center of the modest building of bamboo, avoiding the sun that slip between the woods. Outside the heat is stifling. "It was the government that forced ethnic differences, which resulted in violence." Was it a religious problem? -no Way. Religion was used as an excuse, Idris underlined. All around, all nod. "Lady [the Aung San Suu Kyi Nobel Peace Prize] has disappointed many people by avoiding clear position on some issues of human rights, not only in the case of the Rohingya". As we went up the Kaladan river water will clear up a glowing blue dye. Then they start fishing boats appear on the horizon. Arriving in Mrauk-U, mangroves envelop the landscape in a wet embrace of hanging the golden domes of the pagodas. The young guide refuses to take us to the villages that dot the river. The government has banned the entry of tourists to the Rohingya enclosures. No one in the city wants to talk about the massacres of October. "It's a sensitive issue," Tierce U Gambira, one of the leaders of the Saffron Revolution. From his exile in the Thai border, the cleric is one of the few voices that dared to defend the Rohingya. Even the Nobel Peace Prize, Aung San Suu Kyi has. "The lady has disappointed many people by avoiding clear position on some issues of human rights, not only in the case of the Rohingyas," said Chris Lewa responsible for organizing Arakan Project. "If you want to enter the government can not afford to support them. The military would use against her," Your young summarizes the rushes while a plate of chicken masala. Incendiary proclamations of radical Buddhists have permeated Burmese society. Like the Radio Television Libre des Mille Collines encouraged the Hutus to "exterminate the cockroaches" Tutsis during the genocide in Rwanda, the speeches of the movement 969, led by self-proclaimed "Bin Laden Burmese" Ashin Wirathu, are plagued by Invitations for the extermination of the Rohingya. "Dogs" as they prefer to call them. A process essential to justify genocide dehumanization. "Islamophobia is expanding Wirathu in Burma, Burmese trying to hate Muslims. That goes against the teachings of Buddha," laments U Gambira. The military junta and the economic elite nested around have fed this xenophobic discourse for decades. Inciting hatred against the Rohingya is the best way to keep under control Arakan to continue exploiting gas fields in Arakan coast to most. A Hussein liked the magic rice Rohima. She tastes like tuna and mackerel. Some days it even tastes like chicken. At least that's how his mother told him he knows chicken. Saddam also likes chocolate, but here in Thay Chaung, you forget what they know. The Ammai came into the country on June 23, 2013. The night before a crowd of Arakanese had destroyed his house in downtown Sittwe. "The destroyed everything," recalls Rohima. Before the riots, about 73,000 Rohingyas residing in the capital of Rakhine state. Today only 5,000 remain confined behind bamboo fences and betel in the ghetto of Aung Mingalar, next to the old University. The rest took refuge in the fields of Bengal. They came in waves of thousands, as violence scorched villages. At first they were registered and settled in small huts. After a few months the situation boiled over. That's when the forgotten slums emerged. Those who do not have access to help from the UN. The distended bellies. The Ammai arrived on time. They were given a small bamboo hut north of the country. It is an open cockpit, without walls, illuminated by the rays that slip through the lattice skylight. From the doorway it stands on the horizon the Bay of Bengal. Heat causes an awful this morning. Rohima skin is protected with the golden mantle of the tanaka. "In Sittwe had a comfortable life. My husband was a carpenter and I was an assistant in a clinic," he says without losing sight of their children. In the camps children can not go to school barely no center whose cost can not permitirse- and fear becoming ill. Although Sittwe hospital is just over a kilometer from the checkpoint, the Rohingya can not go to him. Only in extremely serious cases they are transferred to hospital. There are again discriminated: many Burmese doctors refuse to treat them. Within the field there is only one primary care clinic, but treatments are inadequate. "Lack of access to adequate health care is the greatest threat to the displaced," says Johannes Kaltenbach, head of Malteser International. In Thay Chaung food is scarce. Supplies of rice, pasta, oil, salt and chickpea spread UNHCR twice a month -the 1st and 16- are insufficient. According to a report by the Office for the Coordination of Humanitarian Affairs (OCHA in its English acronym), in 2013 there were more than 2,900 children in a "high risk of death" by malnutrition. "I had a boat," says Aumianthice while carefully chipped accommodated on the hall table. One of his sons sleeping with her head on a pillow frayed. Today in the port of Thay Chaung only a dozen boats remain moored. Although fish could, at auction prices have fallen to 30% since 2012. Almost no Arakan trader is willing to trade them. "Before we had no problems with the Rakhine. We did business together. At night we were each others' houses," recalled Idris. Without food, healthcare or rights, to the Rohingya are left to choose between dying on land or do at sea. In the tavern across the road, men kill time debating on alternatives to escape Thay Chaung. Nobody mentions Burma. Fly to Yangon for a Rohingya, it costs $ 4,000. I want to go to a European country. Finland and Sweden, Roman Salih speaks broken English. The talks overlap. Some raise their voices. -Europe Is not for us. You do not see that there can not beat your wife retorts one of the young. Everyone laughs. Finally they reach a consensus: Malaysia "Here life is unbearable and so we decided to leave Malaysia. We want to give our children a better life," Rohima ditch. The boat will be waiting at midnight. The intermediary will be bribed police, so they should not have problems reaching the pier overlooking the end of the cove. Then there will be no turning back. "We know it's dangerous, but we have to do," insists Rohima. Beside her, the little pigeons Hussein draws smoke. Google Translate for Business:Translator ToolkitWebsite TranslatorGlobal Market Finder

    Hace 8 años 9 meses

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