1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Evidencias

Aventuras con el eslabón perdido o ‘El fósil de homínido en la época de su reproducibilidad tridimensional’

Alain-Paul Mallard 5/07/2015

A.P.M

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Puede que sea nada más impresión mía, pero en los años setenta del siglo pasado —en los que me tocó ser niño—, la expresión 'el eslabón perdido' tenía, en la cultura popular, una prevalencia de uso mayor que hoy.

Divagando por mundos imaginarios, pasaba yo horas tirado sobre la alfombra amarillo-yema de la que había sido recámara de mi hermano mayor. En el librero, con libros que él había dejado atrás, ciertos lomos me estremecían: El hambre, La mente de Hitler, Pantera Negra: después de la prisión, La tortura. Hoy distingo hasta qué punto formaban parte del zeitgeist; en aquellos ayeres, me metían miedo.

Un título, más que infundir temor, sugería un ominoso misterio: Aventuras con el eslabón perdido. Para mí, 'eslabón perdido' remitía al Yeti, al Sasquatch, a un monstruo hirsuto, corpulento, torpe, despiadado. Algo era seguro: el eslabón perdido nunca había sido hallado. Y era, me decía, un enigma que yo estaba llamado a resolver, una de las múltiples aventuras que me aguardaban en el futuro, cuando fuera grande.

Una tarde, me animé a alargar el brazo y tomar del apretado estante el libro en cuestión. En su centro, un cuadernillo con fotografías en blanco y negro. Viejas fotos de huesos y de piedras. Me puse a leer. La luz fue declinando. Alguien entró a ver qué hacía y me encendió la lámpara. Leí tumbado boca abajo sobre el tapete pop durante tardes enteras. Hasta que lo terminé.

Así fue como conocí al Niño Taung, el Australopihtecus africanus.

El eslabón perdido era… ¡un remoto niño africano!, el hueso petrificado de un posible camarada, mitad niño/mitad mono. No una mera astilla de quijada o un ínfimo trozo de falange, no; un rostro entero me miraba desde la página y desde el inicio de los tiempos.

Aventuras con el eslabón perdido de Raymond A. Dart y Dennis Craig fue quizá el primer verdadero 'libro serio' que leí. De inmediato me volqué, en uno de esos raptos de entusiasmo que sólo se experimentan en la infancia, al estudio de primates y homínidos. Llegué a explicar la evolución, la paleontología, los fósiles, con sorprendente aplomo —"el niño catedrático", me apodaba mi abuelo paterno.

Que el Niño Taung fuera un niño lo volvía todo más tangible. Podía identificarme con él. Una vez que tomé su mano peluda ya nunca la solté.

La vida, sin embargo, me condujo al presente eligiendo otras rutas. En los ámbitos en que me muevo hoy día no es mucha la gente con quien puedo conversar sobre el Niño Taung. Y no tengo ya el aplomo suficiente de ponerme a discurrir interminablemente delante de un par de cartulinas con mis torpes dibujos de homínidos…

Pero esquematicemos, casi hasta llevarla a la escala de un cuento infantil, una historia compleja, plena de azares venturosos y agrias controversias científico-ideológicas:

Años veinte.

Minas de toba calcárea en la entonces Provincia de Transvaal, Sudáfrica.

De tanto en tanto, los mineros de Taung descubren, incrustados en el mineral, huesos fosilizados. Cráneos de babuinos que pasan de mano en mano. Alguno termina ornando, durante varios años, el dintel de chimenea en casa de uno de los administradores de la empresa. Una noche viene una joven a cenar. Los fósiles le intrigan. Resulta ser estudiante en la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, y pide llevárselos a su mentor, el anatomista australiano Raymond Dart.

Intrigado a su vez, Dart se moviliza de inmediato: ¿hay acaso más huesos fósiles? Los hay. Le remiten, desde la mina, un cajón de madera. Un cráneo se distingue de inmediato del resto. Posee un rostro relativamente plano, dientes menudos, y el mineral en concreción ha llenado la cavidad craneana formando la pétrea huella tridimensional de un cerebro complejo… Se asemeja más a un cráneo humano —un cráneo humano en miniatura— que a los cráneos de mono volcados en el arcón… La intuición de Dart es inmediata y contundente: tiene entre manos el cráneo infantil de un homínido, de un ancestro del hombre. Lo bautiza como Australopithecus africanus y se precipita a darlo a conocer en la revista Nature con una tesis escandalosa: África es la cuna de la humanidad.

La comunidad científica se enciende. Cuestiona de manera prácticamente unánime la calidad de la evidencia y niega la humanidad del Niño Taung y la competencia de Dart como paleoantropólogo. Sólo el Dr. Robert Broom, un médico escocés sin ninguna autoridad en el medio, se dice convencido y parte a palear sedimentos al lado de Dart.

La discusión durará décadas. Décadas en las que Dart y Broom reacometerán con nuevas mediciones, argumentos, dataciones —el Niño Taung tiene entre seis y tres años y entre 2.8 y 2.5 millones de años—, y nuevos hallazgos fósiles.

De poder observar en la abrasadora lejanía de la sabana a un grupo de australopitecos, las menudas siluetas serían, en la distancia, las de seres humanos… Lo que torna verdaderamente especial el fósil de Taung es la posición que en éste ocupa el foramen magnum, agujero en el cráneo por donde emerge la médula espinal: no está localizado en la parte posterior como sucede en los animales que andan sobre cuatro patas, sino debajo, en la base, lo cual sugiere que los australopitécidos caminaban erectos, la cabeza balanceada sobre el esbelto cuello, la mirada al frente, libres las manos.

Libres para transformar el mundo.

Durante esas combativas décadas Dart y Broom propondrían también nuevas, descabelladas, teorías: los Australopithecus eran carnívoros y sabrían servirse de herramientas de hueso (!), cazar en grupo (!!), y —lo cual coloca la agresión en el origen mismo de lo humano— habrían inventado la guerra... (!!!)

Tarde en la década del cincuenta el Niño Taung sería plenamente aceptado como un proto-humano. Ya para entonces la Segunda Guerra Mundial y algunos hallazgos clave —entre ellos los realizados por los turbulentos esposos Leakey en la garganta de Olduvai (Tanzania)— habían modificado el clima intelectual. El origen asiático-europeo del hombre era ya insostenible.

Dejé, durante lustros, de pensar en el Niño Taung. Por treinta años estuve demasiado ocupado siendo adolescente. Luego, ya ensayando a ser adulto, anduve de paso por Sudáfrica y ¡ni siquiera me cruzó por la mente ir a la Cradle of Humankind —Sterkfontein, Swartkrans, Rising Star— a rascar un poco entre las piedras!

No hace mucho miré con mi mujer —durante su embarazo— los trece episodios de The Ascent of Man, estupenda serie televisiva de 1973 que el Dr. Jacob Bronowski concibió para la BBC. En el primer capítulo, el compacto Bronowski, de incongruente corbata tejida, solo en un calcinado paisaje africano, encara la cámara y con una inteligencia siempre entusiasta, con un entusiasmo siempre conmovedor, discurre sobre el objeto opaco que tiene entre las manos: un vaciado en yeso del cráneo Taung.

Lo muestra, lo analiza, lo sitúa en un contexto. Y, antes de ponerse a filosofar durante trece programas sobre el impulso ascendente del conocimiento humano, cuenta una historia personal:

En 1950, cuando todavía no quedaba plenamente asentada la humanidad del pequeño australopiteco, fue solicitado para realizar un cálculo. ¿Podría, matemáticamente, correlacionar las medidas de los dientes del fósil con sus formas para diferenciarlos de los dientes de los grandes simios?

Bronowski tenía entonces más de cuarenta años y había pasado su vida haciendo matemática pura sobre la forma de las cosas. De pronto, su conocimiento tenía una aplicación práctica, podía alumbrar a través de dos millones de años y ayudar a decirnos de dónde venimos. Fue, cuenta Bronowski, fenomenal. A partir de ese momento todos sus esfuerzos intelectuales se abocaron a pensar, desde distintas disciplinas, lo que hace al Hombre, Hombre.

"Diestro, observador, pensativo, apasionado, capaz de manipular en la mente los símbolos de la matemática y del lenguaje, las visiones del arte y de la geometría, de la poesía y de la ciencia…".

El ascenso desde sus remotos orígenes animales elevó al Hombre en una espiral de interrogaciones acerca de las cosas de la naturaleza, acerca de la naturaleza de las cosas. Un ansia perpetua de conocimiento que inicia con el trepidante impulso de caminar erguido.

El polímata Bronowski se enjuga entonces con el pañuelo la frente perlada de sudor. Hace calor, en Etiopía. "No sé —dice emocionado— cómo el niño Taung comenzó su vida. Pero sigue siendo para mí el bebé primordial a partir del cual comenzó la aventura humana".

Tan emotiva profesión de fe me puso la carne de gallina. Apreté el pie de mi mujer. Ella me miró extrañada por sobre su oronda barriga de seis meses. Se me saltaron las lágrimas. Acaso haya sido la elevadísima concentración de hormonas que flotaba en la habitación... Pero pueden, si prefieren, llamarme cursi.

Y la breve vida del Niño Taung, ¿cómo terminó?

Dart propuso y creyó que lo mataron sus carnívoros congéneres. Su tesis The predatory transition from ape to man, conocida vulgarmente como The Killer Ape Theory —la Teoría del Simio Asesino—, está hoy desacreditada.

Posteriormente se propuso que nuestros frágiles primeros ancestros eran presa fácil de los grandes felinos. En los sedimentos de las cuevas sudafricanas, los huesos fosilizados de los proto-hombres se hallaron, las más de las veces, revueltos con los de otras especies animales que antaño conformaran la dieta del temible dinofelis, un félido gigante hoy extinto. Se daba por sentado que el Niño Taung había corrido tal suerte. Para Bob Brain, que excavaba la cueva de Swartkrans, nuestros ancestros no eran asesinos; eran víctimas. Víctimas que, a partir de cierto estrato en las excavaciones de Swartkrans (los tiempos prehistóricos dan vértigo), se adueñan de la guarida, destierran al bestial enemigo: la doma del fuego, cuya más antigua evidencia fuera constatada por Brain, habría surgido de la necesidad de hacer frente al gato carnicero de dientes de sable…

Tiempo después, el Niño Taung volvió a ser una modesta sensación en la sección científica de los diarios. Pudo también causarla en las páginas de sucesos: Lee Berger, paleonatropólogo de la Universidad de Witwatersrand, resolvió en 1995 el caso de su asesinato, añejo de 2,5 millones de años.

Berger trabajaba sobre el terreno, en una cañada, recogiendo fósiles. Al concluir la jornada, justo ante sus ojos una imponente águila negra (¿Stephanoaetus coronatus?) se dejó caer, certera y letal, sobre su presa: un mono verde (Chlorocebus pygerythrus). Se hizo el silencio en la cañada, y el águila alzó poderosa el vuelo con su cena entre las garras. ¡Eureka!, pensó Berger, y siguió el vuelo del ave la mirada. Sabía adónde se dirigía la rapaz: anidan en peñascos rocosos de difícil acceso. Se puso en marcha y escaló durante un par de horas hasta que alcanzó el nido de varas. Justo debajo, una blanca pila de huesos. Entre ellos, cráneos de babuinos. Recogió varios. Ostentaban rasguños profundos producidos por los acerados talones de las águilas. Febril, Berger condujo entonces hasta su laboratorio en la Universidad de Wits. Es una de las contadas personas que tiene acceso a la caja de seguridad de varias puertas en acero templado que aloja y resguarda el fósil más importante de la Historia. Con el pulso acelerado, tomó el cráneo del Niño Taung, que había examinado en incontables ocasiones, y lo comparó con los de su nuevo botín: compartían exactamente las mismas marcas, peculiarísimas, en el interior de la órbita ocular.

Para nuestros primeros ancestros —al menos para los jóvenes— la muerte caía del cielo. Al Niño Taung lo mató un águila pitéfaga, es decir, un águila comedora de simios. Caso cerrado.

La elipsis más osada en la historia de la gramática cinematográfica es fuera de toda duda aquella en que una tibia de tapir, arrojada a los aires por un frenético y peludo proto-hombre (un killer ape), gira contra el cielo y, en su giro, se empalma con una nave espacial. De fondo musical, un vals vienés. Proviene, claro, de 2001: una odisea del espacio, de Kubrick. En el parpadeo del corte se omite, se sugiere, toda la historia de la civilización. La elipsis abrevia, para decirlo con Bronowski, El Ascenso del Hombre, la odisea de la especie.

Corte a:

La fachada de un despacho de servicios de impresión en el cruce de la calle Muntaner con General Mitre. El letrero en la vitrina propone ‘Impresión 3D’. Empujo la puerta y me recibe un frescor ronroneante de aire acondicionado.

Una muchacha con argollas en las narices y tatuajes en el hombro me atiende e informa. Vamos hasta el aparador. Del muestrario de objetos impresos, mi mano elige una esfera perfecta que contiene una segunda esfera perfecta capaz de girar libremente dentro de la primera, y que a su vez contiene una tercera esfera perfecta. Antaño, un minucioso y paciente artista chino se dejaba la vista tallando sus prodigiosas esferas en un colmillo de marfil. ¿Cuántos años tardaba? Las que ahora sopeso en la palma de la mano son de un material plástico, color azul cerúleo. Aparecieron sin que una mano las labrara. Me traen a la mente los inquietantes objetos de Tlön, objetos de un universo metafísico que, en la ficción de Borges, comienzan a invadir el mundo real.

Existe, en el nuestro, un universo paralelo de existencia virtual llamado Thingiverse —‘Cosiverso’--. No hay en él cosas propiamente dichas, hay datos: archivos —compartidos por una comunidad de usuarios— con sistemas de coordenadas espaciales que permiten a una impresora tridimensional imprimir cosas. Toda clase de cosas: engranajes, sonrientes perritos, extrañas piezas de misteriosos artefactos, un set de cucharas de medir, el barroquísimo alfil de un juego de ajedrez, la rejilla para una trampa de abejas, una pistola…

Mientras sea sólido y quepa en el cubo de la impresora, cualquier objeto puede ser codificado en instrucciones y devuelto una, y otra, y otra vez al mundo.

Podríase, por ejemplo, con las coordenadas adecuadas, conjurar a partir de filamentos plásticos que el cabezal de impresión de un robot computerizado va depositando capa por capa en sucesivas curvas de nivel, un bifaz: el hacha de piedra, anterior incluso al genero Homo, que fuera, por mucho, el instrumento humano más largamente utilizado, el que más demoró en tornarse obsoleto...

Dudo que un hacha-de-sílex-de-plástico tenga gran utilidad práctica en el mundo actual, pero la pasmosa posibilidad de imprimirla sugiere una compactación temporal gemela a la alegoría de Kubrick.

 Ya habrán imaginado adónde quiero llegar…

Traigo en el bolsillo una memoria extraíble —la frase es ya en sí extraña— y en ésta, el sistema de coordenadas para imprimir al Niño Taung. (Al dar a conocer la historia del cold case de asesinato resuelto 2,5 millones de años más tarde, un programa radiofónico de divulgación científica, puso a un par de universidades y empresas en la jugada para que digitalizaran el fósil y generaran el archivo que permite imprimirlo. Y lo subieron al ‘Cosiverso’, para azoro y deleite de gente como yo.)

La chica de las argollas toma mi USB. Lo inserta. Me hace una estimación de costos.

Alzo las cejas.

Ya repuesto del susto, me lo pienso… Es que ¡es el Niño Taung!

—También puede hacerse a escala —sugiere gentilmente—, así el tiempo de cálculo y el consumo de material bajan y puede que le salga más barato…

—No, no, la escala debe ser 1:1, es absolutamente esencial.

Me lo pienso un poco más. ¡Es el Niño Taung!

O.K.  Adelante.

Pide que le deje la cuenta pagada y me dice que vuelva dentro de un par de días.

Sugiero que quisiera ver cómo el cráneo se forma en el vientre del robot. Me explica que no es posible: como el asunto se toma varias horas, el técnico lanza la impresión por la noche y se larga a dormir.

Transcurrido el par de días, estoy de vuelta.

—¡Ah, sí, la calavera ! Quedó muy bien. ¿La quiere para Halloween?

Cómo explicarle…

La chica de las argollas me entrega, sonriente, un sobre. De esos de burbujas protectoras.

Saco del sobre —horror— dos Niños Taung ‘jibarizados’, dos… llaveritos.

—No es posible, ¡ésto no está a escala ! Además, ¿por qué dos si sólo pagué por uno?

—Hicimos dos porque cabían varios en el cubo y se necesita un mínimo de material para lanzar la máquina. Pero pierda cuidado, que sólo se le cobró uno, el que dejó pagado. ¿Dice que no es el tamaño adecuado?

Toma el auricular y le marca al técnico. Al móvil.

Me lo pasa. De inmediato se pone a la defensiva: que si no está al tamaño el error es mío, que siguió los valores indicados en la escala de Repetier y que sí, en efecto, le  extrañó que no midiera los doce, trece centímetros que decía mi post-it, pero no me iba a llamar a las tres de la mañana ya con la máquina corriendo…

No tengo la más mínima idea de qué pueda ser la escala Repetier. Yo no hice otra cosa que apretar el gran botón azul de ‘Download this thing!’ que, en el ‘Cosiverso’, ostenta cada archivo de un objeto virtual.

Cuelgo.

Para aliviar el malentendido y en un gesto comercial, la chica de las argollas propone hacerme una rebaja del 10% si decido volver a imprimir.

Imposible. Será el Niño Taung pero no puedo seguir aventando el dinero familiar en un capricho.

Quiero examinar mis ‘calaveras’, pero ¡no ahí!, ¡no entonces ! Quiero hacerlo con un poco de solemnidad, un poco de calma.

Sintiéndome bastante estúpido, me echo los llaveritos Taung en la bolsa del saco. La muchacha me conduce a la puerta.

Ya una vez en casa, ha llegado mi momento, algo ridículo, de emular a Bronowski. Sostengo en la palma de la mano, a la altura de los ojos, un (pequeño) cráneo de resina y me dispongo a atacar, como Hamlet ante la calavera del bufón, las Grandes Preguntas Celestes…

Puede que sea nada más impresión mía, pero en los años setenta del siglo pasado —en los que me tocó ser niño—, la expresión 'el eslabón perdido' tenía, en la cultura popular, una prevalencia de uso mayor que hoy.

Divagando por mundos imaginarios, pasaba yo horas tirado sobre la...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Alain-Paul Mallard

Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

2 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Francisco Salazar

    Implacable, inteligente y un ritmo que nunca decae... gracias Francisco Godoy por presentarme el trabajo de Mallard

    Hace 8 años 7 meses

  2. francisco godoy

    Excelente! Me ha parecido maravilloso como todo trabajo del señor Mallard. Me encantaría poder leer más.

    Hace 8 años 7 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí