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Hace unas semanas, tres periodistas de CTXT visitamos a un banquero. Fue una charla larga, sin grabadora, y el hombre parecía de lo más razonable. Buen conversador, afable, seductor y a ratos ilustrado, sus palabras sonaban casi progresistas, dadas las circunstancias –varios miles de millones de beneficio y deuda, y un despacho tamaño piso piloto--.
Hasta que salió Grecia y, de repente, nuestro viajado anfitrión perdió el glamour y el oremus y se convirtió en un contable. Ciego y vulgar, por más señas. El Grexit es una posibilidad que no podemos descartar, dijo, esbozando un elegante gesto de condescendencia. Y tampoco es tan preocupante. Al fin y al cabo, se trata solo del 2% del PIB europeo, añadió.
En ese momento, los tres plumillas y la mesa de roble entendimos que el proyecto ordoliberal que domina la Unión Europea desde hace un par de décadas ha decidido soltar lastre y quitarse de en medio a todo el que se atreva a desobedecer las órdenes de la bancocracia.
Cuando salimos del edificio, la compañera más sabia recordó que fue exactamente esa ceguera de tendero cortoplacista, exhibida por los poderes financieros y políticos, la que llevó a Europa a las Guerras Mundiales de 1914 y 1940.
Unas deudas soberanas gigantescas e impagables, unos mercados especulativos y nerviosos; una creciente desigualdad norte-sur y ricos-pobres; millones de parias hambrientos abandonados en el camino; una corrupción moral y económica rampante; continuas campañas racistas y xenófobas contra los judíos y los gitanos; una prensa feroz, inculta y amarilla, convertida en mayordomo del poder para sobrevivir; la socialdemocracia haciendo agua por todas partes, y el fascismo y el comunismo prometiendo falsas soluciones a problemas que unas democracias inmaduras y elitistas no sabían atajar.
Sí, es verdad. El escenario actual recuerda cada vez más al de los años diez y treinta. En Ucrania hay una guerra de la que nadie habla. Estados Unidos está reanudando la guerra fría con Rusia e instalando armamento en las fronteras orientales de la UE. Una Grecia asediada y gobernada por una coalición postcomunista acaba de convertirse en el Vietnam de Europa. Francia está tan desaparecida como en los años treinta. Los partidos de corte fascista avanzan por doquier, mientras Syriza, Podemos y el Sinn Fein amenazan por la izquierda al bipartidismo imperfecto y corrompido –los filonazis les preocupan menos porque culpan de todos los males al inmigrante y no a los capos--.
Pero en fin, tampoco seamos alarmistas. La vieja socialdemocracia todavía puede reaccionar. Le Pen no ganará las presidenciales de 2017 en Francia. Varoufakis será un rojo pero posa para las revistas del papel cuché y ha dado clase en Austin (Texas). Nuestra prensa libre aún se deja colar algunos artículos dignos de ese nombre. Y Alemania está liderada por una mujer pragmática e inteligente que no permitirá que Europa se suicide y la historia se repita…
Ah, un momento. Nuestro banquero ha empezado a hablar –bien-- de Ciudadanos. Tan bien que se diría que Albert Rivera es su candidato para las próximas elecciones. Que él mismo estaría dispuesto a votarle. Y en efecto, ha pasado por este despacho, hace unos años –año 12 o 13--, y le pareció un muchacho muy fresco.
La cita termina con cordialidad. La sensación de calma que desprende este ejecutivo que maneja miles de hipotecas, pisos, empleos, desahucios y voluntades es reconfortante. Grecia saldrá del euro, y no pasará nada. Ciudadanos gobernará España. Todo irá mejor.
Esto era hace un mes. Desde entonces, la prensa del poder ha dedicado un aluvión de páginas y horas de televisión y radio a decapitar a un concejal electo por un tuit de hace cuatro años; y enseguida, ha puesto al servicio de la verdad a un ejército de presuntos informadores que han tratado de linchar al Gobierno de un país desesperado y muerto de hambre por convocar (y encima ganar de calle) un referéndum contra el austericidio y la inmoralidad de la Troika y la tecnocracia europea.
Seguramente han sido dos de las campañas más sucias y feroces desde que los periódicos de los años diez y treinta acusaran a los gitanos de espionaje y a los judíos de contagiar enfermedades y de dominar el sistema financiero internacional, justo antes de que empezaran los pogromos en Alsacia.
Populismo barato
De momento, la industria del miedo y el fango local y continental ha perdido dos batallas. Pero lo mejor está por venir. Y cabe suponer que, antes de recapacitar y dar marcha atrás, el bloque neoliberal, que tan cómodo se sentía hace nada con el espantoso statu quo, va a seguir escupiendo bilis y chantajeando a quienes osen llevarles la contraria o pongan en cuestión su dominio.
Lo más preocupante, sin embargo, es que Angela Merkel --no nos engañemos, ella baila sola-- se deje llevar por el populismo barato de Gabriel, Shulz, Dijsselbloem, Juncker y otros subalternos y piense que su Reich financiero puede seguir adelante sin Grecia.
Si Grecia, que es el bastión de la dignidad y la sabiduría de la vieja Europa, sale del euro, debemos prepararnos para una larga pesadilla. Los griegos son hijos de Heracles y no estarán mucho peor de lo que están o han estado. Pero Europa habrá perdido todo. A Heracles, a Zeus, a Platón, a Aristófanes, la bisexualidad, la poesía, la filosofía, el equilibrio, la ironía, el drama, la comedia…
¿Quién podrá detener entonces a la histérica hidra de Lerna? ¿Quién querrá formar parte de un club en el que fumen puros a sus anchas tipos como Lagarde, Sarkozy, Valls, Schäuble y otros exaltados semejantes? ¿Quién deseará ser aliado de una unión que ha consentido todo a gente como Berlusconi, Rajoy o Viktor Orbán y considera a Alexis Tsipras el demonio?
Lo cierto es que la cleptocracia europea, que pasó décadas haciendo negocios sucios a base de inyectar sobornos en Grecia, sabe que con Tsipras se ha acabado el chollo. Lo que ignora es que, si castiga a Atenas por su rebeldía y se desprende de Grecia calculando que solo estamos hablando del 2% del PIB, nada tendrá sentido en Europa.
El euro se convertirá en una moneda desprestigiada, reversible y frágil, en un nuevo marco con apodo falso, incapaz de cumplir con los valores de unidad, solidaridad y prosperidad que inspiraron su defectuoso y tramposo nacimiento.
Y una vez que todos nos demos cuenta de que el juego de la moneda única era en realidad una estafa, la propia idea de Europa se habrá hecho añicos. No hay nada más desechable que un juguete, un bolígrafo o una idea que funcionó un tiempo y de repente deja de funcionar.
Si Grecia se va, Italia también querrá marcharse en cuanto pueda, y Lampedusa ganará sin duda su merecido Nobel de la Paz –-aprovechemos este momento de despiste para apoyar su candidatura--. Portugal volverá al Atlántico, la saudade, el fado y el escudo. Y la España de la Gürtel, la Púnica, los desahucios, la desnutrición, los trabajos de una hora semanal y los EREs será declarada insolvente y poco fiable –lo que es desde hace mucho, en realidad-- y viajará de vuelta a las futuras pesetas.
Esto es lo que nos jugamos en las próximas semanas. Aunque a veces sucede lo inesperado, y el péndulo da la vuelta en el último segundo, la potra raras veces funciona cuando gobiernan la incompetencia y la mediocridad. Confiemos en que Merkel reaccione, al fin, y evite el tercer suicidio de Europa. Pasar a la historia como la enterradora del proyecto político más admirable –y peor gestionado-- de la historia moderna solo para contentar a un puñado de contables idiotas supondría un epílogo calamitoso a su carrera.
Pero, como decía alguien en Twitter el otro día, Alemania suele montar una gorda cada 50 años. Y ya le va tocando. Así que preparen el diazepam, apaguen la radio y el móvil y pongan a salvo niños, ahorros, enseres y huertos.
Bienvenidos al Titanic. O, si lo prefieren, al Costa Concordia que tan bien profetizó Godard. E la nave va.
Hace unas semanas, tres periodistas de CTXT visitamos a un banquero. Fue una charla larga, sin grabadora, y el hombre parecía de lo más razonable. Buen conversador, afable, seductor y a ratos ilustrado, sus palabras sonaban casi progresistas, dadas las circunstancias –varios miles de millones de beneficio y...
Autor >
Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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