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Alfonso Armada / Periodista

"La escritura da sentido a la vida"

Alfonso Armada reflexiona sobre los límites del periodismo y la ficción a propósito de su libro 'Sarajevo', hecho de crónicas, diarios y fotografías

22/07/2015

<p>El periodista Alfonso Armada</p>

El periodista Alfonso Armada

Vicente Almazán

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Alfonso Armada acaba de publicar en Malpaso Sarajevo, un libro periodístico acerca de su experiencia en la guerra de Bosnia. Sarajevo no es un libro meramente de crónicas periodísticas, sino que es un libro en el que la crónica se entremezcla con el diario personal, un diario que Armada escribió a lo largo de su estancia, como corresponsal de guerra, en Sarajevo en el año 1992, siendo testigo del que seguramente es el último gran conflicto en territorio europeo. Junto a las crónicas y al diario personal, las fotografías de Gervasio Sánchez trazan el más preciso retrato de lo que supuso, sobre todo para las víctimas, aquel conflicto. Asimismo, Sarajevo es una reflexión en torno al periodismo, en torno a la función del periodista y de los medios ante una situación tan extrema como un conflicto bélico y una constante puesta en cuestión del lenguaje: ¿Cómo contar la barbarie? Esta es sin duda la cuestión que gravita a lo largo de todo el libro. 

“Yo me salvo porque escribo”, se lee en Sarajevo. ¿La escritura como salvación del periodista a la vez que como medio para salvar el conflicto y sus víctimas del olvido?

Es una frase polisémica a la que se le pueden aplicar distintas significaciones. Desde el punto de vista puramente periodístico y, más concretamente, desde el punto de vista de un enviado especial a un conflicto bélico como el que se vivía en Sarajevo, escribir se convierte en un modo de justificación: escribir es la razón de estar ahí, puesto que solamente desde ahí que se puede contar lo que está sucediendo, narrar el sufrimiento de la gente y tratar de dar un sentido a los hechos en tanto que el periodista no es un turista morboso que va a la guerra a ver cómo sufren los demás, que es algo obsceno en sí mismo.

Pero la frase también tiene una connotación personal

Efectivamente, tiene una connotación más vinculada con el significado que tiene la escritura para el periodista en cuanto persona. Muchos, la mayoría, de los fotógrafos suelen decir que para ellos la lente de la cámara se convierte en un objeto de protección: mirar a través de la cámara es mirar desde un lugar seguro. Sin duda no es más que una sensación, pero de lo que no cabe duda es de que la lente te acerca a la vez que te protege: la lente se convierte, metafóricamente hablando, en un chaleco antibalas. Para los plumillas, la escritura se asemeja sólo en parte a un chaleco antibalas, puesto que no implica necesariamente protección; la escritura, sin embargo,  es aquello que da un sentido a lo que se observa, a aquello de lo que se es testigo y, sobre todo, da sentido al hecho de estar ahí. Mientras se escribe, no se está enfocado en tu miedo y, al menos en mi caso, que siempre he escrito, la escritura me permitió intentar dar un sentido a la vida. 

Una de las preguntas que gravita a lo largo de todo el libro es si vale la pena escribir, contar aquello que está sucediendo

En la pregunta de si vale la pena escribir se entremezclan otras preguntas de índole política. Una de las razones de ser del periodismo es el de definirse como un antipoder y, sobre todo, el de dar cuenta de la realidad contando aquello que no se cuenta. Cuando hay una catástrofe o una guerra, el periodista debe tratar de ser un transmisor del testimonio de la gente que no tiene quien le escuche; esto es precisamente aquello que puede dar sentido a la escritura. Pero creo que hay otra cuestión que debe tenerse en cuenta: si lo que escribes tiene efectos en la realidad y consecuencias políticas o no. Evidentemente lo deseable es que sí tenga efectos. Sin embargo, cuando estábamos en Sarajevo nos desazonaba mucho ver que, a pesar de que la guerra de Bosnia era un conflicto muy bien cubierto por los medios internacionales, la comunidad internacional tardó tanto en reaccionar que cuando lo hizo ya era demasiado tarde, pues el país estaba completamente roto en pedazos y era víctima de una brutal política de limpieza étnica.

A esta pregunta se suma una segunda: ¿Cómo escribir la guerra?

Antes de ir a Sarajevo había realizado un viaje muy largo, de unos cuarenta días, alrededor de los Estados Unidos. Cuando regresé a España -era 1992, el año de la Expo de Sevilla y de los Juegos Olímpicos de Barcelona-, el redactor jefe de internacional de El País, Luis Matías, me propuso ir a Bosnia. Ante tal propuesta, de inmediato me surgieron una serie de preguntas, a parte del inevitable miedo a morir que sentí, teniendo en cuenta sobre todo que nunca había cubierto una guerra. Me preguntaba si podría soportar el miedo y si iba a ser capaz de contar la guerra: me interrogaba a mí mismo sobre cómo se cuenta un conflicto armado. Yo no tenía unos particulares conocimientos entorno a la historia de los Balcanes ni tampoco entorno a temas bélicos o de armamento. Sin embargo, tenía curiosidad. Hoy día reconozco que a lo mejor se trataba de una curiosidad un tanto morbosa por ver de primera mano cómo es una guerra, y así ponerme a prueba a mí mismo. Quería saber cómo iba a reaccionar y quería investigar sobre cómo se narra y debe narrarse un conflicto bélico.

Y ante la pregunta acerca de cómo contar, optas por narrar la cotidianidad, es decir, por narrar cómo prosigue la vida en medio de las bombas y la violencia

Creo que una de las tareas fundamentales del periodista es conseguir que el lector se ponga en el lugar del otro, llevarle de la mano para que vea lo que tú ves, para que comparta contigo lo que estás viviendo. En aquel momento pensé que era precisamente la cotidianidad aquello que podría permitiría al lector comprender qué es la guerra; a parte hubo un factor determinante en esta elección: el hecho de que, una vez llegado a Sarajevo, sentí revivir la Guerra Civil Española, una guerra que obviamente yo no viví, pero que vi reflejada en Bosnia. Al estar allí tenía la sensación de haberme introducido en un túnel del tiempo que me había llevado hasta la España de 1936, y esa similitud me hizo comprender que debía recurrir a los nexos en común –de la Guerra Civil todos tenemos un relato y unas referencias-, unos nexos que encontré en la cotidianidad. Y, en parte, lo mismo que sucedió aquí en 1936 sucedía en Bosnia, como en todos los lugares en los que se desarrolla una guerra: todo se suspende; la normalidad de la vida, a la que no solemos dar importancia, se convierte en algo excepcional y el crimen actúa de forma impune. En la guerra sale lo mejor y lo peor de cada uno. Por ello decidí observar cómo se modifica la vida del día a día durante una guerra: ¿La gente sigue celebrando cumpleaños? ¿La gente se enamora? O cuestiones aún más prácticas: ¿Cómo hace la gente para calentarse? Estas preguntas fueron las que me llevaron a ser testigo de cómo un escritor quemaba entera su biblioteca para calentarse o de cómo la gente se jugaba la vida cada mañana para conseguir agua con la que lavarse.

En el relato de la cotidianidad hay un intento de rescatar lo humano que queda y sobrevive en un conflicto tan animal como la guerra

Te diría, sin embargo, que la guerra es algo espantosamente humano. Simone Weil ha escrito mucho acerca de la “humanidad” de la guerra y señala como uno de los rasgos es nuestra pulsión violenta, nuestra pulsión por y para la muerte que, afortunadamente, tiene como contrapeso la pulsión de vida. Son tan extremas las situaciones a las que está expuesto en vida el individuo que es mejor no experimentarlas nunca, a pesar de que en ellas, evidentemente, ves no sólo lo peor del ser humano, sino también lo mejor. La guerra es ese tipo de situación extrema que te permite descubrir lo peor y lo mejor de ti, que te permite descubrir, sin que sea en absoluto un agradable descubrimiento, que dentro de ti puede haber una fiera, esa pulsión violenta de la que hablaba Weil. Descubrirlo te obliga, antes, a aceptarlo y, luego, a domesticar esa pulsión. En la guerra ves a personas con una extraordinaria capacidad de sufrimiento y de compasión, pero también personas de una crueldad espantosa; exponerte a eso es estremecedor.

Han pasado veinte años del conflicto de Sarajevo y da la impresión que se tiene un recuerdo muy vago, sobre todo las nuevas generaciones. Parece que para las nuevas generaciones el conflicto por antonomasia del siglo XX es Auschwitz y poco recuerdo y conocimiento hay de todo lo que vino después

Ante esto coinciden distintos factores. Por un lado, la inmensidad, por lo terrible, del exterminio judío y la envergadura de Auschwitz y de la Segunda Guerra Mundial, que han marcado a distintas generaciones y al mundo tal como lo entendemos hoy. A ello se suma la cantidad de películas y libros que han favorecido que esté muy presente en la memoria de la gente. En relación al conflicto de Bosnia, creo que se cubrió muy bien, seguramente fue uno de los conflictos mejor cubiertos a nivel de prensa, ya sea por los medios españoles o por los medios internacionales, en tanto que siempre había enviados especiales, había una cobertura constante realizada por televisiones y radios, agencias de noticias y periódicos. Creo que en relación al recuerdo del conflicto de Bosnia, depende mucho de la edad: los de mi generación, obviamente los de generaciones anteriores y seguramente los que eran algo más jóvenes recordamos perfectamente el conflicto. En gente todavía más joven imagino que hay ecos.

Pero, comparado con la gravedad de lo que fue, son ecos muy suaves

Esto sucede casi siempre. Pensemos, por ejemplo, en lo que está sucediendo ahora en Siria: sabemos muy poco de lo que ocurre. Cuando regresaba con Gervasio Sánchez de los conflictos nos preguntaban qué habíamos visto, qué estaba sucediendo. Quienes nos lo preguntaban eran gentes que no habían leído las crónicas, que no se habían informado a pesar de tener información disponible. Hay muchas responsabilidades en las guerras: en primer lugar, sin duda, está la responsabilidad de quienes las provocan y las incitan; en segundo lugar, encontramos la responsabilidad de los medios periodísticos de cubrirlas; en tercer lugar, está la responsabilidad del periodista individual de cubrirla con criterio y decentemente, pero en cuarto lugar está la responsabilidad del lector y del resto de la sociedad.

Es decir, reivindicas la responsabilidad individual del lector de informarse o no

El lector, si quiere saber, puede saber, aunque a veces hacerlo requiera esfuerzo. Hay un artículo muy famoso de Ignacio Ramonet, el  actual director de Le monde Diplomatique, en el que decía que informarse cuesta. Sinceramente, creo que si uno quiere informarse posibilidades hay aunque a veces es más fácil y otras menos, indudablemente; en el caso de Bosnia era relativamente fácil obtener información. Debe apelarse a la responsabilidad del lector, a la responsabilidad del querer y del tener que estar informado y, sobre todo, debe apelarse a que hay cuestiones que requieren un determinado esfuerzo y tiempo: no basta, para la gran mayoría de las cuestiones, con unos minutos de telediario y menos todavía si hablamos de un conflicto bélico.

La pregunta es inevitable: ¿La ausencia de profundidad, la brevedad y la ausencia de determinadas informaciones se debe a la ausencia de demanda o a la falta de apuesta de los medios, puesto que sí hay un público interesado?

Es un gran dilema sin fácil respuesta. ¿Cuáles son los programas que más audiencia tienen? ¿Cuáles son las noticias que más se leen en los periódicos? Las noticias más leídas suelen ser las más banales, las más estúpidas, generalmente relacionadas con el sexo, con el deporte o con el famoseo. Ante esto, ¿cuál es la responsabilidad de un periodista o de un director de periódico? Depende de lo que se busque y depende de lo que uno considere importante o no; en mi opinión, un periódico que busque ser relevante y busque influir tiene que tener un código ético impecable. Evidentemente el periodismo es negocio y sin duda no es fácil mantener un equilibrio entre un dispositivo informativo y una respuesta a los intereses de los lectores. Desde siempre, aunque últimamente se ha agudizado, ha existido el debate en torno a aquello que determina la importancia de las cosas: ¿Que una novela tenga mucho éxito y muchos lectores y, por tanto, sea muy comercial, implica que es buena? Evidentemente no. Pues lo mismo con el periodismo. ¿El hecho de que una noticia sea muy leída implica que es relevante? Este es un viejo dilema que se ha agudizado con internet, sobre todo a partir de la cuantificación de lo que se tuitea y lo que no. En mi opinión, hay unos criterios periodísticos que incluso se pueden objetivar y que, sin duda, en ocasiones no responden a lo más visto y lo más leído: esto nos obliga a tener que informar de los lectores. Tenemos que reivindicar el valor noticioso.

Y en esta reivindicación se inscribe, como se observa en el libro, tu constante batalla con el periódico para tener más espacio para las crónicas y los reportajes

En mi caso, la batalla por el espacio ha sido un continuo. A lo mejor porque siempre he escrito y porque siempre he creído que determinados temas necesitan espacio, siempre he tenido que pelear para obtener más espacio en el periódico. La concesión de espacio depende del director que tengas, depende de si es alguien que, antes de dirigir el periódico, ha ejercido también como corresponsal y, por tanto, sabe a lo que tú te enfrentas, o del interés que tenga por la información internacional.

¿Las crónicas diarias no corren el peligro de fomentar la superficialidad de la noticia, es decir, no crees que un conflicto bélico requiere más un reportaje o inscribirse en el denominado slow journalism?

La verdad es que los noticiarios de radio, de televisión o los periódicos tienen un funcionamiento basado en la inmediatez y esto provoca muchas repeticiones, falta de perspectiva y de profundidad; sin duda hay historias, como puede ser una guerra, que requieren espacio y tiempo de elaboración, tiempo para investigar, para contrastar fuentes, para hablar con testigos, y tiempo para la propia escritura. Para mí el género que mejor explica el mundo es el del reportaje largo. El problema es que aquí en España no ha habido muchos sitios donde poder experimentar con este tipo de periodismo porque las revistas tradicionales han desaparecido y los periódicos no han dejado mucho espacio a estos reportajes, que cada vez son más breves. Yo quiero pensar que hay una nueva generación de lectores que quizá se sienta atraída por estos relatos más profundos de la vida.

En más de una ocasión has reivindicado el conocimiento humanista en la formación de los periodistas. ¿Crees que la ausencia de esta formación humanista –filosófica, literaria, artística, histórica- perjudica o deteriora la reflexión, el análisis o la misma escritura en el periodismo?

A los alumnos del Máster ABC/UCM y a quienes entran en el periódico para realizar prácticas les solemos hacer un test en el que les preguntamos cuántos libros leen al año, qué libros les han dejado más huella, qué parte de El Quijote prefieren y les decimos que el Ulises y la Odisea son dos obras esenciales, de lectura casi obligada. Yo creo que los periodistas que quieran ser periodistas de verdad deben leer, leer y leer hasta el último día de su vida porque, a fin de cuentas, la palabra es nuestra herramienta fundamental y creo que uno de los mayores problemas que tienen los alumnos que llegan a la universidad es que no han leído bastante y no dominan todos los resortes del lenguaje. Cuanto mayor es el conocimiento de las posibilidades de la lengua, mayor es la capacidad expresiva, y la lectura es lo que alimenta este conocimiento.

Sarajevo es un libro periodístico impregnado de filosofía: Benjamin, Canetti, Wittgenstein aparecen en la obra y, partir de ellos, elaboras una reflexión en torno a la crueldad y a la barbarie, así como sobre a la necesidad de escribir y sobre cómo escribir

Enumerados así parecen tres referencias demasiado pedantes. Además debo decir que a Wittgenstein no lo he leído de forma exhaustiva puesto que es un autor muy difícil. Yo he leído sobre todo sus Diarios secretos y sus dilemas morales cuando participó en la guerra, consciente del riesgo mortal que corría y, a la vez, consciente de su deber de participar en el conflicto, casi como si tuviera que penar alguna culpa. Canetti es un autor que me gusta mucho, sus memorias son excepcionales y me interesan mucho sus análisis en torno a la lengua; de Benjamin recuerdo sobre todo su Diario de Moscú, que es absolutamente estremecedor. Los tres son autores inagotables y nada fáciles. Me fascinan. En concreto me fascina la capacidad de Benjamin de analizar la realidad con tanta perspicacia y  lucidez.

En La conciencia de las palabras decía Canetti que el orgullo del escritor “debe ser el enfrentarse a los emisarios de la nada”. ¿Lo mismo se puede decir o debería decirse del periodista?

El periodista intenta ser lo más exacto, lo más preciso con las palabras, trata de separar las voces de los ecos, las opiniones de los hechos y trata de que sus prejuicios no oculten el relato de la realidad. La lucha del periodista es una lucha continua por atrapar lo inatrapable y, en circunstancias tan dramáticas como es una guerra, el reto es intentar que las palabras sigan sirviendo para contar lo que vives. ¿Cómo contar la barbarie? Este es el dilema que motiva la lucha por conseguir atrapar la barbarie y expresarla sin caer en el patetismo, expresarla para provocar un desgarro en el lector, pero sin recrearse en el desgarro.

Haces hincapié en la necesidad de aferrarse a la realidad. Esta insistencia dialoga con la crítica que realizabas, en una conferencia acerca periodismo y literatura, a Capote y Kapuscinski por introducir en sus textos elementos de ficción

Hubo un gran debate en Polonia y en el resto de Europa a raíz de la biografía que escribió Domosławski –Kapuscinski non fiction- sobre Kapuscinski en la que reconstruye la vida del periodista y donde pone en evidencia cómo en algún reportaje el periodista se permite algunas licencias poéticas. Para mí el pacto sagrado entre el periodista y el lector se basa en que el periodista no puede inventar nada, puesto que si se comienza a introducir elementos no reales, ¿dónde ponemos el límite? Ante el debate que se abrió con la relectura de Kapuscinski, Arcadi Espada afirmó que la solución residía en trasladar sus libros del apartado de no ficción al apartado de ficción. Es una posibilidad. Yo sin duda seguiré leyendo a Kapuscinski, puesto que sus obras son magníficas y porque era un gran periodista, un periodista que se tomaba su tiempo, que escuchaba, que iba a los lugares cuando ya no quedaba nadie, que se acercaba a la gente y trataba de ponerse en el lugar del otro. Tiene miles de virtudes, pero se tomó licencias poéticas que creo que un periodista no debe tomar. El caso de Capote es todavía más exagerado en cuanto a las licencias poéticas.

Se podría decir que en ocasiones la ficción o la introducción de elementos ficcionales conceden al texto un sustrato de verosimilitud que permite una mayor identificación entre el lector y lo narrado

No lo creo en absoluto. Tanto Martín Caparrós como Leila Guerriero consideran que el periodismo debe estar anclado a la realidad y debe contener ficción puesto que, como dice la propia Guerriero, la realidad es tan rica que ni tan siquiera la necesita. No todo el periodismo es literatura ni toda literatura es periodismo, pero sí es cierto que la literatura ofrece un gran número de ingredientes y de elementos para contar la realidad de la forma más plástica y rica posible. Sin embargo, el uso de estos elementos lingüísticos no debe implicar nunca la invención. Como dice Juan Villoro, “la crónica es el ornitorrinco de la prosa”: se pueden utilizar todo tipo de recursos expresivos, el monólogo interior, el diálogo teatral, la descripción, la poesía…para poder contar hechos reales.

Es decir, recurrir a las herramientas lingüísticas y de género que ofrece la literatura evitando la ficcionalización

Nuestra obligación es contar lo que está sucediendo y contarlo de la forma más rica, más completa y precisa posible. Y hay que contarlo recurriendo a todos los lenguajes disponibles, entre los que se haya la fotografía. Me parece además sumamente interesante que en el relato final el autor del texto sea distinto del autor de las fotografías, porque permite un diálogo y una confrontación que hace del relato un relato mucho más profundo a través del cual el lector puede ponerse en la piel del otro.

Sarajevo juega, en efecto, con tres perspectivas: la perspectiva fotográfica, la perspectiva desde las columnas periodísticas y la perspectiva desde las páginas del diario personal

Las fotos son de Gervasio Sánchez y se añaden a las columnas que se intercalan con el diario. Desde el momento en que uno no escribe de la misma manera una columna o una crónica de un periódico que un diario personal, la combinación de ambos creo que ofrece al lector una visión más completa de lo que sucedía en Bosnia. 

En el diario uno se quita el disfraz de periodista

O quizás es más apropiado decir que se pone otro disfraz. Escribir es ponerse una máscara. Incluso cuando escribes para ti mismo siempre hay un filtro: tu conciencia. 

Se retoma así  la cuestión de inicio: la escritura como algo que protege y distancia

Ante esta cuestión sólo puedo decir que no tengo una respuesta concluyente. Con la escritura estás siempre explorando, te pones a prueba, tratas de apresar la realidad, luchas contra el paso del tiempo y quizás sea precisamente cuando escribes, sólo cuando escribes, cuando crees encontrar un sentido a la vida, aunque este sentido no sea sino su ausencia de sentido. Si no crees en algo después, lo único que se tiene es esto, una vida que, como dijo Albert Camus, aparentemente no tiene sentido y que sin embargo merece ser vivida y merece ser contada.

Alfonso Armada acaba de publicar en Malpaso Sarajevo, un libro periodístico acerca de su experiencia en la guerra de Bosnia. Sarajevo no es un libro meramente de crónicas periodísticas, sino que es un libro en el que la crónica se entremezcla con el diario personal, un diario que Armada escribió...

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