Primera parte. La thriller movie catalana viene cargada de emociones: 

1. Incertidumbre. La imposibilidad de realizar encuestas fiables en agosto nos ha dejado en ascuas. Esperamos con ansia la llegada de los primeros datos de septiembre.

2. Sorpresa. Viejos partidos con nuevas marcas, confluencias, muchas caras nuevas, un electorado perplejo, una Diada agitprop, una desafortunada “carta a los catalanes”, registros en la fundación de CDC y, seguramente, nuevos giros argumentales y sorprendentes revelaciones finales. Intentar predecir el resultado del 27S será declarado profesión de riesgo.

3. Drama. El PSC va a perder su suelo de medio millón de votos, Unió se encamina hacia la irrelevancia, y el PP retrocedería a posiciones de los años 1991-1992.

4. Romance. ¿Conseguirá Junts Pel Sí los apoyos que necesita? ¿Tendrá un plus el maridaje con organizaciones civiles? ¿Y Catalunya Sí que es pot? ¿Hasta dónde da de sí la confluencia?

5. Emoción. ¿Es posible una mayoría absoluta (inédita desde 1992)? ¿Cómo quedará el proyecto de declaración unilateral en la nueva aritmética parlamentaria? ¿Cómo se digerirá el resultado al otro lado del Ebro? ¿Afectará al ánimo de las generales?

Segunda parte. Ese sistema electoral no es así como te han dicho.

1. Que favorece a los independentistas, que es “antidemocrático”, que es un tongo pujolista, etc. Los que dicen estas cosas del sistema electoral catalán son los mismos que defienden que gobierne la lista más votada o, en su caso, la cuarta. No hagamos demasiado caso.

2. El sistema catalán, eso sí, está obsoleto. En ocasiones da un escaño de más a un partido con menos votos que otro rival. No es un sistema propio u original. Tampoco encaja en el diseño territorial. Pero nada de esto (que también puede predicarse de la mayoría de sistemas empleados en España) lo invalida como sistema abierto e inclusivo. La fragmentación del Parlament es la prueba palpable.

3. Respecto al ventajismo independentista, pongámoslo en su sitio. Es verdad que en la provincia de Barcelona viven, grosso modo, 3 de cada 4 catalanes y que, sin embargo, solo eligen a 2 de cada 3 parlamentarios. Las demás provincias, por tanto, tienen más escaños de los que les corresponden por población (especialmente Lleida). Esto, en teoría, beneficia al independentismo. Correcto. Pero ¿cuánto le beneficia? Pues no mucho.

4. Por ejemplo, en las elecciones de 2012, si hubiésemos eliminado esta ventaja, el independentismo habría retrocedido 2 escaños (de un total de 135). En las de 2010 no existió el presunto “ventajismo”. Si además hubiésemos empleado un distrito único para toda Cataluña el retroceso habría alcanzado los 5 y los 4 escaños, respectivamente. La comparación con otros escenarios ibéricos resulta bochornosa. ¿En serio vamos a seguir hablando de esto?

5. En todo caso, lo de la prensa es vender y, en este caso particular, disparar con lo que sea; y si al público le agradan las naderías, pues tendremos ración doble. Prepárense.