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Ocho millones de pesetas costó en El Fenómeno, película de José María Elorrieta, que la estrella rusa Alejandro Pavlosky fichara por el Castellana FC. Los intermediarios Rodríguez y Fernández --con esos nombres no se rompieron la cabeza los guionistas-- le aseguraron al presidente del club que era el mejor delantero del momento (en 1956, con el telón de acero por medio y sin YouTube, no resultaba increíble). Lástima que en el aeropuerto de Fráncfort un atolondrado catedrático de Ética alemán llamado Claudio Enkel (Fernando Fernán-Gómez) cambiara involuntariamente sus billetes con los del astro ruso y, con ello, suplantara su personalidad al ser recibido en Barajas. Después de descubrirse el equívoco, en el filme el profesor acuerda vestirse de corto hasta que el auténtico futbolista llegara a España. Y, claro, pues se le nota que no sabe desde la primera vez que su cuerpo contacta con el balón: “¡Qué difícil es esto! Empiezo a comprender lo de los ocho millones”.
El Club Deportivo Logroñés viste --vestía, porque desgraciadamente la institución dejó de existir como tal en 2009-- camiseta roja y blanca, igual que el imaginario Castellana FC. En el verano de 1994 militaba en Primera. Al final de la campaña anterior se había salvado merced a los 16 goles de Oleg Salenko, que luego se había convertido en el primer jugador de la historia en colar cinco tantos en un mismo partido de un Mundial. Naturalmente, un grande, el Valencia, se llevó al delantero ruso (y de paso a Poyatos y Romero, que también despuntaban por entonces) y a Marcos Eguizábal, el empresario vinícola que presidía el club riojano, le tocó buscar un sustituto de garantías. Merced a sus contactos en la antigua Yugoslavia, Eguizábal había contratado a Blagoje Paunovic, mítico exjugador de Partizan sin ninguna experiencia en los banquillos. El aspecto enfermizo de Paunovic fue síntoma de lo que le esperaba al Logroñés una vez que el verano diera paso al invierno.
Paunovic recomendó a un compatriota. Un matador. Alguien que no sólo haría olvidar a Salenko, sino que también pondría en evidencia a otros delanteros que maravillaron en Las Gaunas en épocas precedentes como Polster o Sarabia. Su nombre ya asustaba: Atila. ¿Sus credenciales? Formar parte de la selección que ganó el Mundial sub-20 de Chile en 1987 junto a futuras estrellas como Suker, Mijatovic, Prosinecki o Boban. Atila, a pesar de que aquella Yugoslavia anotó 17 tantos en el torneo, no metió ninguno. Pero él estuvo allí. “¿Qué hace esa joya aún por los Balcanes? Ya estamos tardando”, debió pensar Eguizábal antes de ponerse a negociar con el Becej, el club en el que teóricamente se inflaba de marcar (20 veces anotó durante la 93-94).
Kasas, tal era su apellido (o Kasac o Kasash, nunca existió uniformidad al respecto en la prensa española) pisó suelo español un 7 de junio. En el Mundo Deportivo del día siguiente avisaban de que había llegado quien llamaban “El azote de Dios”, debido a “su voracidad en el área”. Lo cierto es que aspecto de tener hambre tenía. Muy delgado, desgarbado y con una melena, su look hacía parecer al recién aterrizado el hijo que Rosendo y Joey Tempest nunca tendrían. Pronto llegaron las presentaciones. Atila era carne fresca para los underground del fútbol. Algunos aún recuerdan ese video del Plus en el que los nuevos refuerzos de ese Logroñés 94-95 iban saludando a las cámaras diciendo su posición. Cuando llegó el turno de Kasas, éste apenas acertó a decir que era “goleado”. Sin erre.
“Si aprendió media docena de palabras en castellano, muchas fueron. Le costó muchísimo. En las entrevistas se quedaba el mister Paunovic con él para hacerle de traductor”. Julio Carpintero, veterano periodista de Onda Cero en Logroño, informó sobre Atila esa campaña. Como muchos, confío al principio en ese delantero al que vendieron como “un contrastado delantero centro en su país. Un matador. Vamos, que iba a ser el copón”. Sin embargo, a los pocos amistosos ya empezó a percatarse de que ese chico “con la nariz así como medio rota y pinta de boxeador” no iba a triunfar. ¿Motivos? “Nunca se adaptó. Era un bendito, hacía faltas y pedía perdón (hay una escena de El Fenómeno en la que el supuesto Pavlosky le dice a su rival, el jugador de fútbol profesional, Ángel Castejón: “Hombre, espere, eso no es correcto. Creo que todos podemos jugar sin necesitar de empujarnos. Ande, llévese el balón”). Era, además, según Carpintero, “muy tímido. Majísimo, encantador, buena persona… pero no se puede ser todo en la vida”.
Aún no había comenzado esa 94-95 y otro factor más empujó a aumentar la expectación sobre Atila. Los amantes de los cromos sufrieron un auténtico shock cuando vieron el de Kasas en la colección que Ediciones Este preparó para esa temporada. La cabeza del jugador --con sus mullets a lo MacGyver-- salía sobredimensionada con respecto al cuerpo mirando al espectador mientras el resto de su cuerpo indicaba un sentido contrario en su caminar. Un escorzo imposible. Un corta y pega grosero que luego fue rectificado en versiones posteriores. El aspecto de la estampa era aterrador. Ese verano muchos empezaron a amar a Atila sin ni siquiera haberle visto jugar. En el álbum, por cierto, había que colocarlo en lugar de Paco, que había causado baja.
Aunque cuando llegó septiembre tampoco es que Kasas fuera visto mucho de corto. Su estreno en partido oficial se produjo en la jornada tercera del campeonato. Un 18 de septiembre y en un gran escenario, el Sánchez Pizjuán. Nada. Al narrador de la SER le sorprendieron las maneras del nueve del Logroñés, que no le parecía futbolista profesional. En la crónica del día siguiente del ABC no fueron mucho más generosos. Cero de nota para los 66 minutos que disputó el serbohúngaro.
José Ignacio Sáenz fue la estrella de ese Logroñés con apenas 21 años. Tan buena temporada realizó el centrocampista --luego internacional-- que firmó al acabar el año por el Valencia. No obstante, no obvia en perspectiva que la 94-95 fue “un desastre”. “La inversión fue mínima y así pasó lo que pasó”. Atila era “muy buena gente, muy buen compañero, buen profesional, trabajaba muy bien…”, pero “venía como estrella y cuando le veíamos entrenar nos sorprendía a todos porque no le veíamos ninguna cosa destacable como delantero. Nos sorprendió porque en el verano se fue Salenko y Atila, que iba a ser su sustituto era… (se lo piensa) totalmente diferente. Otro nivel”. Conforme fueron pasando las semanas la desesperación iba llegando a la plantilla de aquel Club Deportivo Logroñés, porque “necesitábamos un hombre que anotara mínimo veinte goles y Atila, pues… igual se había creado una expectación que no le correspondía. Y él –por Kasas- sufrió igualmente”.
Juan Carlos Herrero era junto con el portero Otxotorena el jugador más veterano en ese año de sufrimiento. Al menos él, después de siete años comprometido con la causa, se libró de disputar la temporada completa. Se marchó –y se retiró del fútbol-- tras doce jornadas “en las que siempre fui titular” por desavenencias con la directiva. Explica el vasco que “hubo muchos problemas. Subieron muchos efectivos del filial y se vendieron a jugadores importantes”. Sobre Kasas, coincide con el análisis de José Ignacio: “Le costó adaptarse. Era muy introvertido, buena persona y muy trabajadora”. Pero “igual para el nivel de la Liga española no daba, aunque nosotros no éramos tontos y las estrellas ya sabíamos quiénes eran”. Atila hizo piña con sus compatriotas Gudelj y Markovic, lo cual “le dificultó también el aprendizaje del idioma”. Aparte, “al Logroñés de esos años siempre le costaba mucho hacer, la diferencia era que Salenko era muy hábil y aprovechaba todas las ocasiones que tenía. Y Atila, pues no”.
Tras su debut, diez partidos más vistió la rojiblanca del club riojano el serbio. Sólo en cuatro de ellos como titular --uno fue en el Camp Nou: cero de puntuación en el Mundo Deportivo--. Apenas 399 minutos que no fueron óbice para que muchos le consideren uno de los principales emblemas de aquellos años locos en los que el dinero se movía con generosidad en los mentideros de los comisionistas y todo valía para dar pelotazos (nótese el doble sentido).
El Logroñés bajó sumando apenas 13 puntos (uno de los peores colistas de la historia), pero aún siguió Atila un año más en Logroño, aunque no llegó a jugar nunca en Segunda. Por fin, el 4 de abril del 96 se desvinculó del club para volver a su Serbia natal. “Se acabó la pesadilla”, dijo ese día el delantero antes de añadir que lo mejor que le pasó durante su estancia en La Rioja fue el nacimiento de su hijo Adrián.
Ahora Atila trabaja en el área de deportes de la corporación municipal de su localidad natal, Becej. Ya no luce esas greñas ni ese aspecto famélico que le hizo característico en el fútbol español. El Logroñés volvió a subir al año siguiente a Primera de la mano de Juande Ramos, pero no aprendieron la lección y en la 96-97 bajó de nuevo como colista con una plantilla en la que se encontraban otras ´leyendas´ como el japonés Nobuyuki Zaizen (ni debutó) o un tal Kelly (para ser justos, junto a ellos también se encontraba el Principito Rubén Sosa). Desde entonces, nunca más ha vuelto a ver Logroño un partido de Primera.
Las historias del falso Pavlosky y Atila tienen puntos convergentes, pero finales distintos. El profesor Enkel terminó, a los postres, como un héroe. Kasas se fue por la puerta de atrás y aún hoy en Logroño y en la España friki se le recuerdan sus extrañas maneras. Ambas son, sin embargo, historias de esa invasión “de las kas y las uves dobles” de las que hablaba Delibes en sus artículos en los cincuenta. Eso sí, el profesor fue capaz de meter goles en la película hasta con el culo. Atila Kasas no estuvo ni cerca de hacerlo.
Ocho millones de pesetas costó en El Fenómeno, película de José María Elorrieta, que la estrella rusa Alejandro Pavlosky fichara por el Castellana FC. Los intermediarios Rodríguez y Fernández --con esos nombres no se rompieron la cabeza los guionistas-- le aseguraron al presidente del club que era el...
Autor >
Toni Cruz
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