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En el verano del dos mil y tantos recuerdo haber leído una entrevista con Martin Amis en la cual el autor de Dinero decía, palabra más palabra menos, que el sabor del mundo, su cosmovisión y aspiraciones se correspondían con la mirada y expectativas de las personas de 35 años.
Yo estaba entonces en Santander, cubriendo una serie de conferencias de la UIMP, y la idea me impactó vivamente. Quizá porque tenía 34 y sentirme, aunque sólo fuera por anclaje generacional, el metro patrón de cualquier cosa me daba un repelús ensordecedor. Tal vez, también, porque 35 es la edad simbólica que marca Europa para el fin de la juventud (todas las becas y subsidios "para jóvenes" la toman como frontera) y me acercaba peligrosamente al callejón sin salida de la adultez.
Recuerdo esa sensación, ahora en Buenos Aires, a raíz de una polémica que ha crecido en la última semana alrededor de declaraciones de algunos escritores locales que promedian la treintena: Enzo Maqueira (Electrónica, Interzona), Gonzalo Unamuno (Que todo se detenga, Galerna), Loyds (Merca, Alto Pogo), Juan Sklar (Los catorce cuadernos, Beatriz Viterbo) y Manuel Megías (Miserias de la abundancia, Alto Pogo).
Forjados en los 90, la década gobernada por el peronismo en su versión neoliberal (Pizza con champán, se llamó un libro de Silvina Walger, que sintetizó el espíritu de la época), se trata de autores con novelas publicadas en editoriales independientes y con buena recepción crítica.
Las tramas avanzan desplegando infinitas formas del hastío y del exceso contemporáneos (quizá el segundo como eco del primero), mientras sus autores despotrican contra César Aira (reciente nominado al premio Man Booker Internacional y autor a quien en su momento Carlos Fuentes le auguró el Premio Nobel para 2020), porque -aseveran- los aburre, no puede ser tomado ya como vanguardia y su plan ficcional de evasión ha sido leído de manera trivial. Esto, mientras reivindican a Fogwill, cuya novela fetiche -Los Pichiciegos- fue escrita, según la leyenda, en una semana inspirada por el tirón de 21 gramos de cocaína.
Entornos urbanos de soledades ahondadas, donde la precarización de lo laboral y la resaca del consumo (de sustancias, de vivencias extremas, de cosas y nociones de estatus) van dejando cicatrices en las costumbres y en los idearios enmarcan relatos que fusionan drogas varias, lecturas, el frenesí de la Red, música electrónica, sexo rápido e irrestricto con altas dosis de fanfarronería.
"Garchamos (follamos) más que nuestros viejos", declaran, como si los 60 no hubieran existido y atesoran un cinismo cáustico, que sus declaraciones subrayan por convicción o pose ("El problema de nuestra generación es que no sabe qué hacer con los deseos cumplidos, aunque tal vez hayamos cumplido los deseos de otros").
Escrito casi siempre en primera persona lo que antes se llamaba "experimentación" ahora se asume como "reviente". Y exporta un desencanto notable, como si no hubiera resto para desear nada más y lo único que quedara por sentir fuera una eterna depresión post "colocón".
Al artículo de Miguel Frías publicado en Viva, la revista dominical de Clarín, siguió un fervoroso intercambio por las redes sociales que involucró a escritores, periodistas y lectores de diversas preferencias. Una de las que causó más escozores fue la de Damián Ríos, poeta y editor, quien dirigiéndose a Maqueira, quizás el más virulento de los entrevistados, insinúa que todo es una búsqueda de prensa fácil y opina en Facebook: Aburrido tempranamente de la literatura, de sus juegos, te dedicás a buscar 'temas': el peronismo o las drogas, etc.
Y sigue, lapidario: Lo poco que leí de Unamuno me espantó, es de una pobreza conceptual, estilística, escrituraria que abruma. Si te juntás con otros y salís a dar notas en manada, más noticia; en fin, todo esto para decirte que tus declaraciones a la prensa me abochornan, me dan vergüenza ajena. (...) Mejor que dar notas es escribir otras novelas o cuentos o poemas, uno aprende cosas del arte haciéndolo. Escribí para lectores de libros, no para lectores de Viva. Dejalo a Aira en paz que no te pide nada y escribí libros mejores.
Todo se plebiscita en la Red. La intervención de Ríos mereció varios cientos de "Me gusta", casi una treintena de comentarios (a favor y en contra) y fogoneó un debate que estaría bien seguir con los libros leídos y sin prejuicios (la cantidad de intervenciones que se dedican a criticar a los periodistas, al medio en el cual el artículo se publicó o a sus lectores son más propias de la apolillada distinción entre alta y baja cultura que de la aspiración de una literatura cada vez más popular).
La polémica está servida y recién empieza. "Matar al padre" es un clásico de la literatura latinoamericana: McOndo, la antología publicada por Sergio Gómez y Alberto Fuguet en 1996, lo sistematizó en relación con el realismo mágico y el boom latinoamericano, y en la Argentina se debatió por años qué escribir después de Borges o si Cortázar es o no un escritor que sólo despierta fervores en lectores adolescentes. Que sea Aira ahora el blanco de las críticas suma otra prueba a su consagración.
Si Martin Amis tenía razón, estos autores quizás estén narrándonos mucho más que la historia de su pequeña aldea; y en cualquier caso, lo sepan o no, también, el final de su propia juventud, el agotamiento de esa experiencia. Tal vez sea esa la "tragedia" que les cueste metabolizar. Es su turno -el de quienes se definen como "el último escupitajo de los 90"- de decir lo suyo y ojalá lo hagan, más allá de las maneras, con más literatura.
Entretanto, eficaces como la gravedad, las peleas a modo de escaparate funcionan: "Nunca nadie me había pedido un libro de Unamuno y esta semana los vendí todos", comentaba un librero de larga experiencia en el mercado.
En el verano del dos mil y tantos recuerdo haber leído una entrevista con Martin Amis en la cual el autor de Dinero decía, palabra más palabra menos, que el sabor del mundo, su cosmovisión y aspiraciones se correspondían con la mirada y expectativas de las personas de 35 años.
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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