Cosmópolis
El efecto colateral
Los tentáculos de un atentado también se enroscan en la vida y en los sueños de gente que no fue testigo directo de la violencia pero acabó sin quererlo mordida por las balas
Barbara Celis 17/11/2015
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Cada vez que hay un ataque terrorista y coincide con mi columna me quedo en blanco. Resulta muy difícil pensar en escribir sobre otra cosa cuando el planeta habla en bucle sobre ello pero ¿quién necesita otra opinión peregrina sobre el terrorismo cuando lo que realmente hace falta es información y análisis firmados por quienes llevan años investigando las complejidades del asunto?
Por eso voy a dejar los opiniones y las explicaciones sesudas sobre la deriva del mundo para los que realmente saben. Prefiero retirarme a un territorio en el que me siento más cómoda, el de los actores secundarios y el de las cosas pequeñas. Porque además de la muerte, del dolor, de la rabia, del miedo y de las reacciones de nuestros gobiernos a lo que ocurrió el viernes en París, los tentáculos de un atentado también se enroscan en la vida y en los sueños de gente que no fue testigo directo de la violencia pero acabó sin quererlo mordida por las balas.
Sin duda lo sabe el mallorquín Miguel Adrover, la antaño joven promesa de la moda neoyorquina, autor de una colección que desfiló por Nueva York bajo el título Utopía el 9 de septiembre de 2001 y que dos días después entraba a formar parte de la primera gran distopía del siglo XXI. Aquella colección estaba llena de motivos islámicos, de mujeres con turbante y de velos sobre la cara. Fue aplaudida con entusiasmo…hasta que dos días después un atentado derribó las Torres Gemelas y la industria de la moda temió que Adrover simpatizara con el terrorismo (¡¿?!), le dio la espalda y truncó de facto su carrera.
Ahí está el caso de Veerender Jubbal, un (casualidad) periodista canadiense de religión sij especializado en videojuegos y cuyo rostro acabó el domingo en la portada de 'La Razón' y en el canal Antena3 como uno de los presuntos autores de la matanza de París
En París esta semana un cineasta llamado Nicolas Boukhrief ha sufrido también los daños colaterales de la matanza. Debió de pasarse más dos años inmerso en la preparación de una película titulada Made in France que finalmente se iba a estrenar el próximo miércoles. El póster de la cinta, en el contexto de estos días, no es muy apetecible: un rifle Ak-47 como silueta de la Torre Eiffel. La trama, tampoco: un periodista francés se infiltra en un grupo yihadista para escribir sobre el tema y acaba evitando un atentado contra la capital francesa. Por razones obvias los distribuidores de la cinta, Pretty Pictures, han decidido suspender su estreno. Ya veremos, cuando vuelva a tener fecha, quién tendrá ganas de ir a ver la película.
Haré un inciso que no está de más ya que estos días la gente devora periódicos. Pregunté en su distribuidora (él no daba entrevistas) si era cierto que es la segunda vez que se suspendía el estreno: en la revista Time y en el diario The Guardian afirman que también estuvo a punto de estrenarse tras los atentados contra Charlie Hebdo y también entonces se suspendió. La respuesta airada de un miembro de la distribuidora, James Velaise, lo dice todo: “!No! Por favor, lea la prensa y no especule! La película se filmó antes de los atentados contra Charlie Hebdo y se terminó en primavera. Es la primera vez que suspendemos el estreno”. Ese “por favor, lea la prensa” me dejó tiesa. ¡La gente realmente cree lo que lee en los periódicos! A mí también me gustaría creerlo pero ya tengo experiencia en el tema así que intento confirmar las cosas que leo en otros sitios antes de escribirlas.
Pero está claro que eso ya no es una práctica habitual ni siquiera ante algo tan delicado como el terrorismo. Ahí está el caso de Veerender Jubbal, un (casualidad) periodista canadiense de religión sij especializado en videojuegos y cuyo rostro acabó el domingo en la portada de La Razón y en el canal Antena3 como uno de los presuntos autores de la matanza de París. Su imagen, photoshopeada por sus detractores, los troles del #gamergate –gente anónima que lleva un año amenazando a las mujeres que trabajan en el mundo de los videojuegos y a sus defensores y aboga por la ‘pureza’ del gamer-- comenzó a multiplicarse por las redes sociales el sábado y tardó poco en llegar a la prensa, aunque, curiosamente, sólo a la española. “Esta acción despreciable empeoró cuando algunos medios internacionales decidieron dar la foto por auténtica” cuenta el propio Jubbal en un comunicado en el que explica su pesadilla y aprovecha no sólo para pedir que se retire su imagen de la prensa sino para que esa misma prensa explique las diferencias entre religión musulmana y sij a sus lectores. Yo espero con interés el artículo en La Razón y el reportaje en Antena 3. O la denuncia por libelo que podría caerles si no lo hacen.
Ellos sí [los refugiados] son, con diferencia, las verdaderas víctimas colaterales de estos atentados. Cientos de miles de historias pequeñas que seguramente nunca llegarán a escribirse
El caso del escritor Houellebecq también es conocido, aunque a él el terrorismo le hizo un favor, o al menos a su cuenta bancaria. Y no porque invirtiera en empresas relacionadas con defensa o seguridad (los activos que más suben en Bolsa tras un atentado). Su libro Sumisión, donde el escritor fantaseaba con una Francia gobernada por un presidente musulmán tras un incremento del terrorismo islámico, acababa de llegar a las librerías cuando atacaron la sede de Charlie Hebdo el pasado enero, que además aquella semana llevaba precisamente su caricatura en la portada. Él optó por suspender la promoción del libro y guardar silencio. Algunos lo interpretan como un libro premonitorio y otros como un libro de ultraderecha. Para él es simplemente ‘ficción’ pero sin duda lo que es real es que el terrorismo lo convirtió en el libro más vendido durante aquel mes en Francia y ahora el fenómeno se repite, y no sólo en ese país.
También hay efectos colaterales bizarros. Por ejemplo, en el Reino Unido un grupo de fans de la banda Eagles of Death Metal se ha empeñado en convertir el tema Save a prayer, una versión de una canción de Duran Duran que cantan los californianos, en el single número uno de la semana para demostrar la solidaridad del país con ellos. Hay quien ha criticado a estos fans por convertir el terrorismo en algo económicamente rentable. La banda, que sobrevivió al ataque aunque perdió a varios miembros de su entourage, de momento no ha reaccionado a la petición. Es más, oficialmente no ha dicho nada de nada desde que les apagaron los micrófonos a balazos. No me sorprende. Ya estamos el resto del planeta para opinar. Mientras, Duran Duran ha aplaudido la iniciativa de los fans y han dicho que donarán los royalties que recauden estos días, aunque sin decir a quien.
Me pregunto si se les ocurrirá donarlo a alguna ONG que trabaje con refugiados. Ellos sí son, con diferencia, las verdaderas víctimas colaterales de estos atentados. Cientos de miles de historias pequeñas que seguramente nunca llegarán a escribirse porque Europa y sus gobernantes parecen querer aprovechar el giro de guión propiciado por la violencia terrorista para evitar que los refugiados puedan cambiar su destino y conseguir un final feliz en Europa para su dramática historia. La película mencionada de Nicolas Boukhrief acaba bien: “Los extremistas pierden. Nunca se nos ocurriría hacer un filme en el que ganaran”, me dice Velaise. En el mundo real aún no sabemos si alguien ganará esta batalla pero parece claro que ya hay claros perdedores por los que nadie llorará estos días en París.
Cada vez que hay un ataque terrorista y coincide con mi columna me quedo en blanco. Resulta muy difícil pensar en escribir sobre otra cosa cuando el planeta habla en bucle sobre ello pero ¿quién necesita otra opinión peregrina sobre el terrorismo cuando lo que realmente hace falta es información y...
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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