El legado del 'Pechuga'
Es difícil encontrar el caso de un futbolista que habiendo jugado tan poco como Miguel San Román en el Atleti haya terminado siendo una figura tan carismática y tan querida. Eso sólo se consigue siendo muy buena persona
Ricardo Uribarri 18/11/2015
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Es difícil encontrar el caso de un futbolista que habiendo jugado tan poco como Miguel San Román en el Atleti haya terminado siendo una figura tan carismática y tan querida. Eso sólo se consigue siendo muy buena persona. La huella que no pudo dejar sobre el terreno de juego --apenas jugó 70 partidos entre todas las competiciones en los once años que militó en el club-- la impregnó entre los compañeros que tuvieron la oportunidad de compartir vestuario con él y las personas que le trataron en las múltiples facetas que abarcó a lo largo de sus 77 años de vida. Por desgracia ya no está con nosotros, pero el legado que ha dejado hará que se le recuerde por mucho tiempo.
Nacido en la localidad zamorana de Mombuey, El Pechuga, apodo que le puso su compañero Griffa --“decía que era un poco chulito y en vez de llamarme pechito me puso pechuga”--, llegó a Madrid con 13 años y dos después, y animado por sus hermanos, se animó a hacer una prueba en el Atleti. Entonces, el Metropolitano le pillaba cerca de su casa. Se tiró un año entero jugando únicamente amistosos porque no pudieron hacerle ficha hasta que no cumplió los 16. Tuvo que irse cedido en dos ocasiones. Primero al Rayo Vallecano y luego al Murcia, aunque como él prefería ir al Levante, “donde estaba de entrenador mi buen amigo Alfonso Aparicio”, el club le presionó haciéndole ir a entrenar a las 8 de la mañana cuando el resto de compañeros lo hacía a las diez. Dos semanas después de iniciado el 'castigo', aceptó irse al conjunto pimentonero.
En su trayectoria en el Atleti tuvo que lidiar con grandes porteros que le fueron tapando el camino, como Pazos --“uno de mis favoritos, era un espectáculo auténtico”, recordaba--, Madinabeytia, Rodri y Zubiarrain. Sus mejores temporadas fueron la 66-67, en la que jugó 16 partidos y la 67-68, en la que disputó 15, en ambas disputando la titularidad con Rodri. “El entrenador que más confianza me dio fue Otto Gloria. Fue el que más me puso de titular”, llegó a reconocer. Jugó poco, pero pudo presumir de tener un gran palmarés. Estando en la plantilla el equipo ganó dos Ligas, una Copa y una Recopa. Se da la circunstancia de que en aquellos años no se podían hacer cambios. Sólo podía estar de reserva un portero por si se lesionaba el titular. Así que durante varias temporadas se hizo característica la imagen de San Román como único inquilino del banquillo.
Uno de sus compañeros en su etapa de futbolista, el gran Adelardo, le define “como un portero tranquilo, era muy sereno, no se ponía nervioso casi nunca. Su físico le hacía ser un poco pesadote, no era muy ágil, no era de los que volaban de un sitio a otro. Para mí era bastante bueno. Recuerdo que no le gustaba llevar jerséis de colores llamativos, que era la moda en aquel momento. Se conformaba con el juego que le daba el club y no exigía nada especial. Cuando íbamos de viaje la gente se preguntaba quién era el portero. Era muy discreto”.
Famosa fue la anécdota que vivió San Román en uno de los partidos que jugó de titular. Fue tras un empate a tres con el Sevilla, que marchaba el último en la clasificación, y en el que el propio Miguel lesionó al sevillista Amengual, lo que facilitó que el Atleti remontara tras ir perdiendo por 1-3. Al día siguiente, la directiva reunió a la plantilla y les multó con 10.000 pesetas por falta de combatividad. Al preguntar a los jugadores si alguien tenía algo que decir, El Pechuga respondió: “Sí, yo tengo algo que decir. ¿Falta de combatividad? Yo soy el portero, ¿qué hago? ¿Me doy de cabezazos con los postes?”.
San Román es un ejemplo de cómo se puede ser recordado en el club de tu vida sin haber sido una gran figura dentro del campo. Solamente demostrando amor y compromiso a unos colores. Como expresa su amigo José Antonio Martín Otín Petón, autor del libro Blanco, ni el orujo (Córner), que repasa la vida de San Román, “¿qué futbolista habría aguantado en la actualidad tantas temporadas siendo suplente? Eso sólo lo hizo Miguel porque estaba enamorado del Atleti”. Adelardo explica que “un jugador que no es titular, como fue su caso varios años, puede terminar creando mal ambiente, pero tenía un espíritu de vivir la vida y de saber lo que era un amigo que hacía que fuera de los más queridos por el resto. Era una persona de un carácter alegre que favorecía la unión con los demás”. Una de las personas más cercanas a San Román, Pepe Navarro, que también fue portero del Atleti, define su trayectoria en el Atleti de la siguiente manera: “Fue sobresaliente como portero y matrícula de honor como suplente”.
Dentro de su legado está la enorme labor que hizo al frente de los veteranos del Atlético de Madrid. Adelardo señala: “Como Miguel ya no podía jugar de portero, le hicimos entrenador del equipo. Se ocupaba de llamar a los jugadores, de conseguir los autobuses cuando íbamos fuera de Madrid… Él fue el impulsor de esa rama importante de la asociación, era la persona idónea para ese puesto por su forma de ser. Para nosotros era como el pastor que era capaz de unir a sus ovejas”. Lo cierto es que se entregó en cuerpo y alma a la tarea, se convirtió en una de las caras visibles de los veteranos, y atendió siempre con simpatía a cualquier persona que le llamara para pedirle algo, aunque no le conociera de nada.
Otra de las grandes lecciones que nos ha dejado, otro capítulo de su legado, es que no es incompatible desear que el vecino madridista pierda hasta en los entrenamientos con tener amigos del alma del eterno rival y reconocer sus virtudes. Que sus mejores recuerdos fueran las victorias conseguidas en el Santiago Bernabéu no estaba reñido con su admiración por el estandarte del equipo blanco, Alfredo Di Stefano: "Era el mejor jugador que he visto, era un superdotado, un portento”, comentaba. Fue muy amigo del argentino, igual que de Ignacio Zoco, que, paradojas de la vida, se fue tan sólo mes y medio antes que él. Una prueba de su amistad con este último es que fue el único madridista que estuvo el pasado mes de marzo en la presentación del libro escrito por Petón. San Román era tan amigo de sus amigos, como el propio Ignacio o Luis Aragonés, que pareciera que el destino no les quería tener separados mucho tiempo.
Miguel era cuñado de otro gran rojiblanco, Jesús Glaría, que asimismo tuvo una estrecha relación con Zoco. De hecho, estos dos vivieron juntos muchos años en un piso de la calle General Perón de Madrid. Tanto San Román como Glaría se casaron con hijas del famoso promotor de boxeo Luis Bamala. Y por ahí encaminó sus pasos El Pechuga cuando ya estaba a punto de colgar las botas de fútbol por culpa de una lesión. En aquella época de organizador de combates, tanto de boxeo como de lucha libre, hizo muchos amigos. Afirmaba que se divirtió “como nunca" en su vida. "Además, me hice multirrico”. De hecho, el que hizo el saque de honor en su homenaje fue el famoso púgil Urtain. Después, continuó metido en el mundo de la noche al frente del famoso tablao flamenco Canasteros donde, tras casarse en segundas nupcias con la hija de Manolo Caracol, anterior dueño de la sala, trajo a Madrid a talentos aún desconocidos, como Camarón de la Isla, a Rocío Jurado y otras figuras en ciernes como Los Morancos.
Que una referencia en la historia del Atleti como Fernando Torres escribiera tras el fallecimiento de Miguel San Román que “se nos ha ido un trocito de nuestro escudo” habla de la importancia que le otorgan los que le conocieron en la vida del club. “Deberían hacer una fotocopia, un clon de él, para que le tuviésemos siempre con nosotros. El Pechuga es historia grande del Atlético de Madrid. Si un equipo tiene a alguien como San Román, ese equipo va a triunfar”, confesaba hace unos días en una carta al diario As el mítico Enrique Collar, exjugador rojiblanco y presidente de la fundación del club.
No será lo mismo este año la comida de Navidad de los veteranos sin él. Un acto en el que otorgaba sus inolvidables Premios Soplapollas al veterano que hubiera hecho la mayor tontería de año y que una vez se concedió a sí mismo al bajarse del AVE en Córdoba para fumarse un cigarro: el tren se terminó marchando sin él.
Siempre decía que no quería morirse sin ver al Atleti levantar la Copa de Europa. No pudo ver cumplido ese deseo. Pero sí el de que sus cenizas descansaran, no podía ser de otra manera, en el Vicente Calderón, el mismo sitio donde hace año y medio se le saltaban las lágrimas por su querido Luis Aragonés. Y donde el 28 de noviembre, fecha del próximo partido del equipo en el Calderón, se le rendirá el homenaje que merece alguien “que no entendía la vida sin ser del Atlético de Madrid”.
Es difícil encontrar el caso de un futbolista que habiendo jugado tan poco como Miguel San Román en el Atleti haya terminado siendo una figura tan carismática y tan querida. Eso sólo se consigue siendo muy buena persona. La huella que no pudo dejar sobre el terreno de juego --apenas jugó 70 partidos entre todas...
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Ricardo Uribarri
Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.
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