HUMOR ELECTORAL
Elogio (y refutación) del cuñao
Luis Felipe Torrente Madrid , 30/11/2015
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[Aviso a lectores amantes de las cuestiones de género y de los matices: El siguiente texto habla del cuñao, una palabra cuyos matices superan con creces esa cuestión de género que la diferencia de la palabra cuñada, cuyos matices, ajenos a esta reflexión, son también multitud. Profundizando en los matices, por tercera vez en un par de líneas, el cuñao al que nos referimos es el carnal, no el político, ni el concuñao, siendo las consecuencias descendentes del primero, si las hubiere, de carácter consanguíneo, a diferencia de las de los segundos y últimos, si las hubiere].
Si hay una institución infravalorada en nuestra sociedad hiperconectada es la del cuñao, esa ramificación sobrevenida del árbol genealógico que, a modo de núcleo irradiador, plasma en sentencias tajantes el flujo caótico de informaciones que nos bombardea a cada instante.
El consenso del día a día, toda la literatura cotidiana, la prosa de la conversación continua que producimos y padecemos a través de las redes sociales concluyen, unánimes, que el cuñao es un tontolaba cuyas sentencias no merecen más que mofa: La risión, que diría El Langui. Y tampoco es eso.
Porque el cuñao no es más que una terminal del sistema arrellanada en lo más mullido de cada hogar. Desde el sofá, con la mano izquierda subrayando cada sentencia y con la derecha convertida en posavasos, marca oralmente los hitos sobre los que se configura nuestra percepción del entorno. El cuñao, siempre en vanguardia, rompe el viento con su pose erguida, protege a la manada frente a la incertidumbre, frente al incierto devenir de esas vidas nuestras que irán a dar a las urnas, que son el votar. Con su mirada tendida al infinito por encima del hombro del interlocutor, habla. Y cada vez que lo hace resume el mundo.
Incluso en China, que de organización social sabe lo suyo, acaban de reintegrar al cuñao, tras décadas de destierro, en su jerarquía familiar, aunque no se percibirá hasta dentro de una generación. Se entiende que la política del hijo único no funcionaba. ¿Por qué? Precisamente porque imposibilitaba la figura del cuñao, pilar de cualquier sociedad, incluso esa que aspira a la perfecta amalgama entre paleocomunismo y ultraliberalismo, ese algo indefinible que tiene China, similar a un gobierno C,s + Podemos, por lo visto.
Porque el cuñao es como el prisma de aquella carátula de Pink Floyd, que refracta, refleja y descompone la luz de la actualidad: se interpone entre la realidad y su entorno, se ofrece, filántropo, a pecho descubierto, para dejarse asaetear por los venablos de tertulianos, vineros, giferos, tuiteros, memeros y demás productores de ideas fuerza, esas unidades de información sociopolíticocultural que caben resumidas en un titular o un tuit.
Actualmente, en plena campaña electoral, todo prismático cuñao que se precie se está esmerando en procesar la ristra de los sintagmas programáticos elaborados por los diversos contendientes, y los refleja, convertidos en arco iris, en el haz de colores que, cumplida su función, formará el arco parlamentario tras el 20D.
Hablando de elecciones: tenemos un problema de cuñaos del tipo carnal. Sánchez, Iglesias y Rivera no tienen. Un drama. El primero, en todo caso, siendo fieles a la ortodoxia de la familia española, tendría cuñada, que no es lo mismo. Los dos candidatos alevines son hijos únicos, solos ante el peligro. Sin cuñaos, carecen de referentes. Otro drama. “¿Y el cuarto en discordia?”, preguntará el lector avezado haciendo de menos a los candidatos de UP, UPyD, etcétera. El cuarto en discordia es cuñao y tiene cuñaos. Carnales y políticos. Es la quintaesencia del cuñao, vaya. Un dramón.
Llegados a este punto, y después del anterior párrafo, el lector pensará que qué tontería y qué perdida de tiempo esto de defender al cuñao. Que él tiene uno, o varios, y que no, que no tienen defensa posible. Se aparecen en casa, en la cola del supermercado, en la comida de empresa, junto al perro que olisquea a la perra, en el ascensor, en la reunión del AMPA, en la radio, en la tele, en el periódico --vegetal o digital--, en el plasma, en el móvil, en misa, siempre repicando. Y no. Un no rotundo. El cuñao no tiene defensa posible, sostendrá el lector. Y puede que sea cierto, sí.
[Aviso a lectores amantes de las cuestiones de género y de los matices: El siguiente texto habla del cuñao, una palabra cuyos matices superan con creces esa cuestión de género que la diferencia de la palabra cuñada, cuyos matices, ajenos a esta reflexión,...
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Luis Felipe Torrente
Nacido en Albany (EE. UU.) pero criado entre Galicia, Salamanca y Madrid, donde vive. Es guionista del programa Ochéntame otra vez de RTVE. Antes trabajó en Canal +, CNN+, Telemadrid y Cuatro. Ha hecho varias películas documentales con su socio Daniel Suberviola, entre otras, el libro+documental Manuel Chaves Nogales: El hombre que estaba allí, finalista de los Goya en 2014.
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