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[De paso por Chile hará cosa de un año, fui invitado a dialogar con los estudiantes de una escuela rural, el Liceo Municipal de Paredones, VI Región, Libertador General Bernardo O'Higgins. He aquí la misiva que les dirigí para abonar nuestro encuentro.]
Barcelona, a 14 de octubre del 2014
Hola.
Quien me convida a ir a visitar tu escuela de la VI Región me anima a que te escriba una carta. Para que nos vayamos conociendo. La verdad es que voy a tu encuentro como a una cita a ciegas. Nada sé de ti. Vaya, ¡ni idea tengo de qué cosa sea la VI Región!
¿De qué podremos hablar?
Mi cielo nocturno es más pobre en destellos y figuras que los constelados cielos australes. Barcelona —la ciudad donde vivo sin poder, aún, llamarla mía— mira hacia otro mar, más manso y más tibio que el tuyo. Soy un hombre del milenio pasado (el milenio de Gutenberg, el de la página impresa), y tu milenio es ya otro, vertiginoso, de flujos de información en perpetua e incierta reconfiguración.
Sin embargo, encima de factores circunstanciales nos reúne y ampara una lengua común, una lengua suntuosa, elástica y exacta, vehemente o tierna, capaz de decirlo todo: el Español, el Español latinoamericano. Gracias a ella nos buscaremos a través del diálogo.
Chile es un país que conozco por sus poetas, por su literatura. Sí, también algo he leído y escuchado de su dolida historia contemporánea, de sus años más negros. Hace tiempo que quería visitarlo. Me place paladear los sonoros nombres de sus pueblos y ciudades: Antofagasta, Chiguayante, Biobío, Temuco, Pichilemu. Nombres magníficos aunque, hoy por hoy, para mí vacíos. Espero un día tener ocasión de nutrirlos de imágenes, fragancias, sabores, texturas, sonidos.
Vengo de un vasto país que el poeta Neruda llamó, con gran clarividencia, florido y espinudo: el dulce y desgarrado México.
A mi país, ya de sí lastrado —¡ay!— por añejas injusticias, lo tiene hoy comprado el dinero de la droga, lo doblega la impunidad. No han pasado ni veinte días de que, en una ciudad llamada Iguala, el Mal Encarnado —un hediondo revoltijo de policías y de sicarios— arrojó jóvenes estudiantes de Magisterio a una fosa en la tierra, los roció con diésel y los quemó vivos. Parece que fueron 43. 43 son los que están ausentes. Hay huesos calcinados, pero nada se saca en claro: el Mexicano es un Estado que se solaza en el secreto y la mentira. Y jamás le ha temblado el pulso a la hora de reprimir.
Doloroso, sí. Aunque verdad es que esas punzantes espinas nunca las he sentido sino como una profunda indignación. Nunca me han arañado el rostro, jamás se han clavado en mi costado. Me tocó en suerte venir al mundo en circunstancias privilegiadas: el momento histórico (1970, en primavera), la geografía (el sur arbolado de la urbe inabarcable), la escala socioeconómica (la clase media ilustrada), una familia 'funcional' y amorosa. ¡El más ligero yerro en cualquier coordenada de aterrizaje y me habría venido a suerte una vida harto mas áspera, harto más cruel! Quizá tendría hoy mucho que contar. Quizá nunca hubiera logrado conjurar los medios para contarlo.
Aun así, con todo a mi favor, he llevado una vida algo confusa. Sólo ahora, en mi cuarta década —me ha tomado más que a otros— comienzo a descubrir quién soy.
Pienso sin mayor nostalgia en los vívidos tiempos en que tuve tu edad. Los quince, dieciséis, los diecisiete... Sería vano echar mano de la retórica barata de escribirme una carta a mí mismo, a un yo mismo de dieciséis años: tú eres tú y tus circunstancias.
A tu edad, fui misántropo (resultado de una boba premura en el acto de juzgar). Se me pasó. A pesar de haber ido acumulando desengaños, sigo siendo romántico: creo, sí, todavía, en la lucha de clases.
Una tarde particularmente sombría, de gran desesperanza y patetismo, miré largamente el rojo fluir de los autos desde un puente peatonal. Como si aquello fuera una salida de emergencia. Demasiado fácil, demasiado teatral.
Poco me importa parecerte cursi. Sospecho que de pretender escandalizarte me tildarías de ñoño. Más me acongojaría sonar paternalista. Pero algo quiero compartir contigo sobre mi adolescencia: en esos tiempos de dudas pensaba en la edad adulta como una edad de certidumbres. Te saco de dudas: uno nunca sale de dudas, sólo aprende a vivir con ellas, a interrogarlas mejor. Si uno se llena de certezas es —sospecho— porque se le han calcificado los prejuicios.
Dejé pronto mi patria. A veces pienso que fue un error. ¿Otra salida de emergencia? Y a veces pienso que fue más bien un acierto, aunque no haya sido nada fácil...
Viví en Francia durante casi dos décadas. Hoy vivo, desde no hace mucho, en Barcelona. Miro con azoro cómo la gente cuelga banderas rayadas en sus balcones. Que ya están hartos de España, dicen. Así empezaron muchos otros pleitos. Ellos sabrán.
Me dedico a escribir. Escribo de esto o aquello para tratar de averiguar, en el proceso mismo, lo que pienso sobre un tema. Busco relaciones, contrastes, simetrías, diferencias. O nada más hilvano palabras que se quieran. Las páginas que surgen a veces las doy a leer, y a veces no. El caso es que sólo me siento capaz de pensar armado de lápiz y papel. Y cuando no brotan las palabras, suele salir algún dibujo —y las más de las veces no representa nada: sólo es.
Dicen quienes más me frecuentan que poseo singulares poderes de observación. Yo nada más opino que he sabido aguzar mi curiosidad. Disfruto de fabricar cosas con las manos. Hice algunas películas —y acaso un día de estos me anime con otra.
Junto toda clase de cosas, medianamente exóticas. Me maravilla cómo se manifiesta el mundo, su variedad de formas. Si vienes a visitarme al barrio del Putxet —la puerta, claro, estará abierta—, verás en mis repisas una imponente vértebra de cachalote al lado del delicado cráneo de un colibrí, prácticamente ingrávido.
Ocurre que despierte en el África, todo picoteado, bajo un mosquitero. Me lleva para allá el trabajo. Y de paso, ya estando ahí, trato taimadamente de correr peligro y de vivir aventuras. Pero eso a mi mujer cada vez le gusta menos, y menos aún ahora que estamos por ser padres. Sí, porque voy a ser padre en breve —responsabilidad que había eludido y postergado—, lo cual me colma de dichas y temores. Tener ese hijo nuestro será sin duda una aventura, que espero libre de adrenalinas. Por su edad, ese hijo aún sin nombre estará más cerca de ti que tú de mí: también él y yo tendremos que buscar juntos, dentro del Español, palabras que nos permitan comprendernos.
Pero ya te dije algunas cosas sobre mí. No quiero alargarme demasiado. Que quede algo de misterio, una pequeña dosis de sorpresa...
Podremos, si te apetece, hablar (y a profundidad) del canto de grillos y cigarras, de ciertas salamandras, del Congo, de libros y canciones —iba a escribir 'libros y discos', pero me detuve de un frenazo ante el riesgo de anacronismo—, de la verticalidad, de la ausencia, de lo opaco--poroso, del sacrificio del carnero en un remoto pueblo de pescadores del norte de Senegal, de una vieja colección de escarabajos y mariposas que se disolvió en polvo: cosas todas que me arroban y en las que me he detenido a pensar.
Podemos también hablar del narcotráfico, del ébola, del mercado libre, del neocolonialismo, cosas todas que me hieren y preocupan.
¿También te hieren? ¿También te preocupan? ¿Qué te duele o te ocupa? ¿Qué te arrebata? ¿Qué problemas pueblan tus desvelos?
Voy a tu encuentro con la mano tendida —la palma un poco húmeda—, expectante, ávido de descubrir quién eres y qué le exiges —y le exigirás— al Mundo.
¡Hasta muy pronto!
Alain-Paul Mallard
[De paso por Chile hará cosa de un año, fui invitado a dialogar con los estudiantes de una escuela rural, el Liceo Municipal de Paredones, VI Región, Libertador General Bernardo O'Higgins. He aquí la misiva que les dirigí para abonar nuestro encuentro.]
Barcelona, a 14 de octubre del 2014
...Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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