Tribuna
Españas contra Españas
Los resultados del 20D reflejan una correlación de fuerzas radicalmente nueva en nuestro país. Lo que llamamos “ingobernabilidad” es la feliz reactivación de la política y sus batallas democráticas
Santiago Alba Rico 24/12/2015
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Hay un abuso lingüístico de uso corriente, la sinécdoque, sin el cual sería casi imposible elaborar ningún titular de periódico pero que asienta visiones engañosas de la realidad. La sinécdoque consiste en nombrar la parte por el todo, como cuando hablamos de EE.UU. para referirnos a su gobierno (“EE.UU. veta la resolución del Consejo de Seguridad”) o disolvemos la variedad de un fenómeno en una unidad tramposa y manejable (“El islam lapida a las mujeres”). La sinécdoque forma parte vinculante de la ficción democrática en la medida en que la voluntad parcial de una mayoría relativa acaba determinando la política entera de un país: “Francia se escora a la derecha”. Ahora bien, si nos referimos a las elecciones del pasado 20D, y si aceptamos las rutinas de este tropo lingüístico, tan legítimo es declarar que “España sostiene el bipartidismo” como, al contrario, que “España apuesta por el cambio”. En definitiva, no es España sino cada español el que vota y cada uno de ellos vota un partido y una opción desde su voluntad particular, que sólo funge como “general” si logra sumar más votos que sus rivales. Siempre es así, pero mucho más en el caso de los últimos comicios: los resultados no reflejan “la voluntad de España” sino la correlación de fuerzas entre muchas Españas enfrentadas y a menudo irreconciliables. Esta correlación de fuerzas es radicalmente nueva en nuestro país.
En virtud de una convergencia de elementos --una ley electoral injusta, el control de los medios de comunicación, la ilusión de crecimiento económico y la torpeza de la izquierda clásica-- algunas de estas Españas han estado durante décadas disminuidas e infrarrepresentadas. El 15M primero y Podemos después han sacado a la luz, y robustecido, algunas de estas Españas que se habían resignado a la oscuridad, la abstención y la derrota. Lo que llamamos “ingobernabilidad” tras el 20D es la feliz reactivación de la política y sus batallas democráticas y la no menos feliz reaparición de una gavilla de Españas --tan diferentes entre sí como de la España hasta ahora dominante-. sumergidas en el régimen del 78. Por primera vez en 80 años --si exceptuamos el brevísimo paréntesis entre la muerte de Franco y la aprobación de la Constitución-- en nuestro país se vuelve a hacer política. Esa es una transformación tanto más decisiva y espectacular cuanto que la propia Constitución, junto con sus herramientas electorales, fueron concebidas para reprimir todo conflicto político real en el seno del bipartidismo, ahora quebrado o al menos deshilachado. Es imposible ignorar o menospreciar este cambio; y es imposible no percatarse de que se ha impuesto hasta tal punto contra el tinglado cuidadosamente montado por los mercados, la casta y la “gobernanza” europea, que el bipartidismo, amenazado, sólo puede reaccionar como “régimen”, ya sin velos ni disimulos, mediante un pacto PP-PSOE que al menos para el PSOE será un suicidio.
¿Pero qué Españas, cuántas Españas se disputan esta nueva y feliz “ingobernabilidad”? Empecemos por las Españas que han dado esa victoria pírrica al bipartidismo, que pierde en cualquier caso un 25% de apoyos. Hay una España vieja, caciquil, rural, despoblada y miedosa que --como me decían en un pueblo de Ávila-- ha votado siempre “a los que mandan”. Hay una España cortimirante e interesada que prevarica en favor de los que roban a partir del desesperado y degradante principio de que en nuestro país ser honesto no es útil. Hay una España ideológica e identitaria que considera a los ladrones “los suyos” y les vota con consciente y hasta orgullosa complicidad. Hay una España más joven, rural o urbana, prisionera del imaginario de consumo, que se aferra a las esperanzas de recuperación y vota, en todo caso, en favor del mercado, aunque esté excluido de sus ventajas. Todas estas Españas se concentran en el centro y en el sur, feudos del PP y del PSOE, y oponen una resistencia pasiva a cualquier cambio. En estos territorios, físicos y sociales, sólo se puede intervenir con paciencia geológica, a sabiendas de que imponen límites casi “naturales” a la victoria rápida de cualquier alternativa y de que constituyen algo así como la “reserva” guerracivilista de la oligarquía, la Banca Central alemana y el Ibex 35. Recordemos, en todo caso, para evitar la desesperación, que en estos territorios perdidos de antemano (Castilla y León o Extremadura) Podemos ha crecido más durante la campaña que en otros donde estaba ya más asentado, si comparamos los datos de la última encuesta del CIS con los resultados electorales. La “remontada” ha sido posible gracias al empuje relativo de las Españas más conservadoras.
Frente a estas Españas, o en paralelo, hay otras muy diferentes. Hay una España intelectual y militante que aflora a la superficie tras años de desierto y ninguneo. Hay una España joven, crecida a espaldas de la vieja izquierda e inabsorbible en el mercado, que busca al mismo tiempo un trabajo digno y una democracia real. Hay una España indignada, promiscua y transversal, que conserva suficientes principios como para no ser conservadora. Hay una España rural y urbana, compuesta de parados, trabajadores precarios y pequeños empresarios, que cree menos en la mano invisible del mercado que en la mano soberana de una política contra la “austeridad” neoliberal. Todas estas Españas se concentran más bien en la periferia geográfica, donde precisamente se cuestiona, junto al bipartidismo y sus políticas de austeridad, la construcción misma de España. Por una paradoja inquietante y estimulante, la España que yo quiero se encuentra sobre todo allí donde la idea de España es más endeble y la España que no quiero alienta en eso que seguimos llamando solemnemente España --como rígida continuidad histórica en los territorios “centrales”--. Uno de los grandes méritos de Podemos es sin duda el de haber replanteado la construcción de España a partir de su dependencia democrática de los territorios “periféricos”. Va a ser la periferia “nacionalista” la que va a salvar al centro “españolista” si el bipartidismo y los mercados no se cruzan en el camino de la sensatez y la democracia. Vamos a reconstruir España desde Catalunya, Valencia, Galicia y el País Vasco.
Si tengo que hacer un balance sumarísimo del 20D, diría que Podemos ha conseguido, como muchos deseábamos, “meter el pie” y mantener la puerta abierta. Dada la actual correlación de fuerzas, no va a ser fácil volver a cerrarla. Es una transformación inaudita y casi “catastrófica”, en su sentido griego original. De entrada, digamos, la urgencia no está ya del lado de las candidaturas del cambio. Tras dos años vertiginosos en que había que “correr atándose los zapatos”, ahora es el bipartidismo el que tiene que apresurarse. Cualquiera que sea la decisión del nuevo bipartidismo de tres (PP, PSOE y C’s), cristalice en nuevas elecciones, en un gobierno débil o --lo más probable-- en un pacto de los dos mayoritarios, puede darse por terminado el régimen del 78. Vuelve la política. Podemos y las otras fuerzas afines deberían tomarse unos días para reflexionar en común y desarrollar una estrategia, institucional y popular, que integre todas estas Españas democráticas junto a las diferentes organizaciones a las que han votado. La “confluencia”, la “remontada” y el “desborde” comienzan ahora, en un marco mucho más favorable, pero también mucho más peligroso. Basta acordarse del gesto de Angela Merkel cuando Rajoy nombró a Podemos para acabar el año 2015 con alegría y prudencia.
Santiago Alba Rico es escritor, ensayista y filósofo. El 20D ha sido candidato al Senado en la lista de Podemos por Ávila.
Hay un abuso lingüístico de uso corriente, la sinécdoque, sin el cual sería casi imposible elaborar ningún titular de periódico pero que asienta visiones engañosas de la realidad. La sinécdoque consiste en nombrar la parte por el todo, como cuando hablamos de EE.UU. para referirnos a su gobierno (“EE.UU. veta la...
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Santiago Alba Rico
Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".
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