David Bowie, en un fotograma del vídeo musical Blackstar, perteneciente al álbum publicado solo tres días antes de su muerte.
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Un puto genio. Perdonen el exabrupto pero ¿cómo decir otra cosa tras ver los vídeos de Lazarus y Blackstar? Preparar al milímetro la propia muerte no es igual que preparar tu último disco. Pero hacer que tu último disco hable de tu propia muerte, ponerle imágenes y morirte a los tres días de hacerlo público sólo es posible si además de tener talento y mucho coraje perteneces a una galaxia especial: la que el mundo conoció como David Bowie y los afortunados como David Jones. Imposible conseguir una despedida más elegante. Ni más moderna. Ni más comercial. Maestro del espectáculo hasta la caída definitiva del telón. Las letras, como siempre desde que nos llevó a la luna con Space Oddity, cumplen perfectamente su cometido: palabras que se clavan y retumban en la epidermis, caricias dolorosas, porque duele saberle escribiéndolas y peor aún, cantándolas frente a su propia muerte. Y las imágenes, imprescindibles en el siglo XXI, completan la obra de arte. Nada de frivolidades como las que poblaron sus años de glam y purpurina: Ziggy Stardust moría en las fauces de una jauría de fans, su Blackstar muere ejecutado y sin saber por qué, contra su propia voluntad. La muerte, parece claro, le apetecía bien poco. Y aún así supo ‘camaleonizarla’. Apuesto a que el lunes mucho adolescente vio estos dos vídeos y se quedó clavado con los ojos en una pantalla en la que no había sexo, ni cuerpos estridentes, sólo arrugas, dolor y muy buena música. Por eso son vídeos hipnóticos.
Es curioso porque en 2003 Bowie ya había renunciado al mundo del videoclip: “Son parte de la publicidad, y como en ésta lo que prima es el sexo, en los vídeos sólo se vende sexo, desesperadamente. Se ha degradado terriblemente. La libertad sexual que se está viviendo ahora ha sido fagocitada por la publicidad, y de ahí ha saltado a todos los medios de comunicación” me dijo en una entrevista de la que aún hoy me siento afortunada. Pero el que fuera maestro del videoclip en los ochenta lo retomó en 2013 con la inestimable ayuda de Tilda Swinton y todos volvimos a aplaudirle, incluidos los jóvenes, esos que ayer escribían en Twitter “¿y quién es David Bowie?” (hay cosas que ya sería hora que enseñaran en las escuelas).
No me gusta enterrar gente y últimamente no sólo se mueren mis mitos sino muchos de los que tuve la suerte de entrevistar. A Lou Reed le enterré en chándal, a Pete Seeger con cariño, de Lemmy (de Motorhead), el primer rockero al que entrevisté en mi vida, recuerdo su cerradísimo inglés británico, mis sudores de becaria tratando de entenderle mientras me contaba que existían los ovnis y la inestimable ayuda de mi amiga Jessica evitando con su traducción impecable que mi carrera en El País acabará antes de comenzar. Ahora, pensando en Bowie y releyendo la entrevista que tuve la suerte de hacerle, pienso en lo extraña que es la mitomanía.
Me temblaban las piernas y estaba nerviosísima. Temía que mis hormonas de 29 años sufrirían un shock al estrecharle la mano que me impediría vocalizar. Y resultó que físicamente fue un fiasco: mi amor platónico se vino abajo, atractivo ninguno, aunque esos ojos asimétricos y de colores se te quedan grabados para siempre. Pero la groupie enamorada de un rostro dejó de serlo en el acto. Me pareció un señor mayor al que pese a su adictiva conversación, no habría tocado ni con una rama (spoiler: las mujeres periodistas también tenemos nuestros mitos y también pensamos si un entrevistado es atractivo o no lo es, la frivolidad y el sexo no es sólo cosa de hombres). Y eso facilitó mucho el poder mantener una conversación coherente que, por supuesto, me supo a poco porque escucharle hablar sí era un placer.
Por aquel entonces, Bowie, que abandonó voluntariamente los escenarios un año después tras un infarto, ya vaticinaba varias cosas que se hicieron realidad. Aún no existían Spotify, ni el Iphone, ni Instagram: “Las discográficas no podrán evitar que la música sea gratuita, adquirirá el mismo estatus que el agua o la electricidad, algo que complementa y que es parte de tu vida diaria, pero que no es una pieza de información preciada como podía serlo hace treinta años. Se percibe de forma diferente. Es como la fotografía: cuando nació era algo especial, las familias se reunían una vez al año para fotografiarse, tenía un carácter de ritual que se ha ido perdiendo, y ahora… ¡las cámaras son de usar y tirar! Eso mismo va a ocurrir con la música. Hasta la noción de lo que se hace con ella -cortar, pegar y remezclar en casa- es completamente distinta. Por eso creo que lo que se van a revalorizar son los directos. Quizá por eso haya este revival de viejos grupos tomando los escenarios, porque sabemos qué darle al espectador, no hay nada que pueda reemplazar la experiencia catalizadora de un concierto".
Siempre pareció que vivía diez años por delante del resto de la humanidad pero quizás no fuera él viviendo en el futuro sino nosotros en el pasado: “Sospecho que el problema es que hay demasiada gente que vive con diez años de retraso respecto a la realidad".
Tras su muerte, mientras docenas de famosos decían cosas sobre él y Lady Gaga, a la que todos insisten en compararla con él, se llevaba un globo de Oro un día antes, a mí me volvía a la mente esta frase: “Mira a Britney Spears, mira a Beyoncé, la forma en que cantan, en que se mueven… todo estudiado y coreografiado por otras personas. Es aterrador. Para poder escribir con algo de calidad, tengo que mantenerme al margen de todo eso, al margen de la industria".
Y así lo hizo entre 2003 y 2013. Se convirtió en ermitaño, vivió su vida en privado y fue tan elegante que ni siquiera se dejó caer por el V & A Museum de Londres para la inauguración de la retrospectiva que se le dedicó en 2013, aunque eso sí, hizo coincidir su regreso musical, The Next Day, tras diez años en el limbo, con esa exposición. Siempre fue un maestro del marketing, incluso antes de que aquella palabra adquiriera el poder que hoy tiene. Por algo fue también el primer artista en entender el potencial de salir a bolsa: “Fue un golpe impresionante. Gané millones. Obtuve por adelantado el dinero que debería ganar después de muerto con los derechos de mis canciones. Y sigo siendo el propietario de mis temas. En 2007 vuelven a mis manos. Aunque quizá debería haber esperado a estar muerto, porque uno no sabe adónde va cuando esto se acaba, y teniendo en cuenta los precios que hay ahora en la Tierra…”. Me lo dijo con mucha sorna, aunque conociendo su currículum y su capacidad para controlar hasta el último detalle de su obra, seguro que no emprendió su último viaje sin su tarjeta de crédito. Era un tipo previsor. Un puto genio.
Un puto genio. Perdonen el exabrupto pero ¿cómo decir otra cosa tras ver los vídeos de Lazarus y Blackstar? Preparar al milímetro la propia muerte no es igual que preparar tu último disco. Pero hacer que tu último disco hable de tu propia muerte, ponerle imágenes y morirte a los tres...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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