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(Dramatización basada en un caso real) Un quisquilloso funcionario del Departamento de Salud de los EE.UU. a finales de los cincuenta, ojea aburridas estadísticas epidemiológicas. No se podía decir que los estadounidenses fueran un pueblo muy sano, la obesidad, la alimentación hipercalórica, el estrés y sus consecuencias producían una alarmante tasa de mortalidad antes de los 65 años por trastornos cardiovasculares. Los datos por Estados diferían poco. Por ciudades, mejor ni mirar. El eficiente funcionario ya iba a levantarse a almorzar una rica y grasienta hamburguesa en el restaurante de la esquina cuando de reojo vio un dato increíble que le quitó el hambre azuzando su curiosidad. Llamó entonces al estadístico por si era un error. Pero no, no era un error, en la parte oriental de Pennsylvania había un pueblo llamado Roseto que debía de tener firmado un pacto con el diablo o poseer en el municipio la secreta fuente de la eterna juventud. Allí nadie fallecía de enfermedades cardiovasculares antes de los 65. Incluso a esas edades presentaba un índice que no llegaba ni a la mitad del promedio estadounidense.
Roseto…Roseto… llamó por teléfono al equipo de estadística y les ordenó viajar al quinto pino, perdón, a Roseto, para indagar el porqué de esa envidiable salud. Los estadísticos llegaron, revisaron los datos del ayuntamiento y de los hospitales y volvieron a ver al jefe.
-Era cierto jefe, los datos no mienten, los de Roseto no se mueren de infarto, ni de trombosis, ni de cáncer, ahí tiene usted las tablas desagregadas por edad y sexo.
-…Sí, sí, eso ya lo sé, pero ¿por qué?
-Jefe, pregunte usted a los médicos, eso no es cosa nuestra.
El funcionario eficiente mandó a un equipo de médicos expertos en genética y nutrición. Existía el rumor, más que la hipótesis, de que el pueblo estaba lleno de italianos y ya comenzaba a conocerse el rollo ese de la dieta mediterránea, aunque todavía no se usaba para vender comida rápida disfrazada. Mad Men aún no había abierto su agencia.
Fue, estudió y volvió el equipo de matasanos.
-Nada jefe, que sí, que son de origen italiano casi todos, como tantos otros pueblos de ese Estado, pero llevan una vida bastante malsana, comen más hamburguesas que usted y no hacen las frituras con aceite de oliva como suponíamos sino aggg con manteca de cerdo, una mierda de comida jefe, tengo una peste en la ropa. Los genetistas tampoco han encontrado ningún gen de la eterna juventud y son igual de feos que usted o yo solo algo más morenos y bajitos.
-Sí, ¿pero por qué no se mueren?
-Jefe, eso pregúnteselo a los de la CIA que tienen aparatos muy sofisticados para escucharlo todo y medirlo todo. A lo mejor es cosa de los marcianos y del área 59.
El eficiente funcionario llamó a la CIA.
-Emergencia nacional. Si descubrimos la causa tendremos un arma secreta decisiva contra los rusos.
Y para allá fueron los de la CIA con sus equipos de medir el viento, el sol, lo que leía la gente o no leía, la radiactividad, los rastros alienígenas, las corrientes de aguas milagrosas o los detectores de LSD recién comprados. Trincaron a algún vagabundo despistado y le torturaron a conciencia, pero nada.
-No sabemos jefe. Le dejamos ahí encima el dossier de 5.000 páginas sobre Roseto. Nos ha costado el trabajo trescientos mil dólares que le pasaremos a su departamento como “gastos diversos”. Pero ándese con ojo, ese sitio es peligroso, seguro que hay algunos comunistas infiltrados. A mí me huele mucho a fritanga y eso es muy de comunistas.
-Ya, ustedes siempre viendo comunistas y marcianos por todas partes. Yo sólo quiero saber qué pasa en Roseto, por qué viven tanto.
-¡Ah!, y yo saber si la Luna es de queso…pregunte usted a otros. Nosotros vamos a salvar la patria a otro sitio, Vietnam por ejemplo.
Entonces el funcionario recordó que en su departamento habían contratado a dos… cómo se dice… sociólogos, que debía ser un oficio parecido a astrólogos, ¿no?…
-¡Estos del departamento de personal es que no saben ya en qué gastarse el dinero!
-A ver, vosotros… ¿qué estáis fumando que huele tan raro?... bueno, da igual, tenéis que ir a Roseto y descubrir por qué la gente de allí no se muere de infartos ni esas cosas como todo el mundo en América.
Los chicos, él y ella, recién salidos de la universidad y aburridos de meter tarjetas perforadas en una máquina infernal, vieron el cielo abierto. Aún no había PC y Steve Jobs tenía sólo 2 añitos…
-A la orden, jefe. Roseto. Ir. Averiguar por qué la gente vive más. Oído cocina.
Los sociólogos llegaron a Roseto y no hicieron nada, alquilaron una casita cerca del centro, se tomaban sus cervezas en el bar de Moes, hablaban del tiempo con las viejas, se sentaban en el parque a mirar el panorama y salían de marcha los sábados con un viejo Ford de quinta mano. El sociólogo de gafas confraternizó alguna noche con el objeto de estudio, la que fumaba algo que no era tabaco solía ir a la barbería y a la tienda de Claire a charlar con los parroquianos y parroquianas de todo y de nada. Todas las semanas el jefe les llamaba.
-¿Qué?
-Nada jefe, estamos realizando la investigación.
-¿Pero qué?, ¿ya sabéis algo?
-Sí, algo, pero poco, mejor seguimos un poco más investigando…
Cualquier cosa mejor que volver al despacho con el computador y la mierda esa de las tarjetas perforadas. Pasaron tres meses más, el sociólogo de gafas seguía confraternizando con cuanto objeto de estudio se dejaba seducir, la que fumaba eso-que-no-era-tabaco se estaba acostumbrando a las ricas fritangas autóctonas y había ganado varias copas en los campeonatos de la bolera.
-A ver, chicos, ya está bien, volved a la oficina, traed las facturas y el informe.
-A la orden, jefe.
En el pueblo de Roseto, Pennsylvania, les hicieron una gran fiesta de despedida.
-¿Ya saben por qué están tan sanos?
-Sí, jefe, tenemos varias hipótesis y alguna teoría, pero muchas dudas. Mejor que nos mande a investigar otro poco.
-Y una mierda, lleváis gastados mil dólares del contribuyente (¡qué poco!, pensó el eficiente funcionario)
-¿Por qué no se mueren de infarto los ciudadanos de Roseto?
-Si alguien le ha sugerido el rollo ese de la dieta mediterránea me temo que no es por eso jefe, porque comen unas fritangas que te mueres de ricas, pero engordan un poco, mire mi barriga.
-Eso ya lo sé.
-Bueno, le diré por qué, pero prométanos que nos sacará del cuarto de la computadora esa.
-¡Ya está bien!¡decidme por quéeeeee!, gritó el eficiente funcionario del departamento de Salud Pública del Estado Federal perdiendo la paciencia.
-Por la cohesión social, jefe, es por eso.
-¡Pero qué cojones es eso de la cohesión social! Que yo también he ido a la universidad y nunca he oído hablar de eso de la co-he-si-ón so-ci-al, ¡que soy todos unos comunistas y unos drogadictos!
-La cohesión social, jefe, está todo escrito en el informe este de diez páginas, pero si es muy largo de leer para usted yo se lo cuento. La gente de allí son descendientes de diversos clanes de Apulia, una región de Italia, casi todas las familias emigraron aquí por las mismas fechas y han conservado sus ritos, sus rutinas, sus manías, salen a pasear por la tarde, echan la partidita en la taberna, hacen procesiones de esas con una figurita con forma de mujer por la calle… No hacen ostentación de la riqueza porque creen que la envidia puede destruir la comunidad, aunque hay gente rica no podría diferenciarla usted de otra gente menos rica ni por su vivienda, ni por su coche, ni por su ropa. Además, la familia suele vivir toda junta, abuelos, padres y nietos, ya sabe, jefe. No hay delincuencia. Nadie se mata a trabajar, ni por ser más que el vecino, nadie por lo tanto es juzgado por lo que tiene o no tiene. Nadie pone en duda la valía de los demás, ni se angustia al ver que unos triunfan y ganan pasta y ellos no. Además, todos se ayudan y apoyan, si te arruinas o te haces viejo no te quedas sin nada, el apoyo comunitario funciona. Ya le digo, jefe: cohesión social, por eso están sanos y no se mueren de infarto. Todos saben que en caso de apuro no te vas a quedar desamparado, además de no haber infartos, también hay baja incidencia de cáncer, de estrés y de enfermedades psíquicas. La gente no se deprime, jefe, confía, pasa la vida, hace fiestas, no se agobia, se quiere, pero tampoco es demasiado plasta con eso. Ya le digo, jefe, esa es la causa de la buena vida de Roseto. Cohesión social. Se lo explico mejor en el informe, con más detalles y variables. Deberíamos explicar el tema a toda la gente. Imagine lo que mejoraría América.
-¡Comunistas, drogadictos, inútiles!, ¡a quién queréis engañar con esa jerga!, ¡cohesión social!, ¡idos a meter tarjetas perforadas a la IBM!
Los dos sociólogos se encogieron de hombros y se despidieron del departamento. Ya estaban hartos. Se les estaba poniendo cara de funcionario en ese cuarto. Se fueron a trabajar a la agencia de publicidad Sterling Cooper, en la Avenida Madison, Nueva York. Hacían estudios de mercado para marcas de sopicaldos, lavadoras y otros muchos chismes. Despegaba a lo bestia el boom del consumo en América y en todo el mundo… Muchos años después, en la época en la que los Bee Gees martirizaban al personal con sus trinos, picados por la curiosidad, los dos sociólogos volvieron un verano de vacaciones a Roseto. Antes miraron los indicadores de salud pública y descubrieron que en nada les distinguía al resto del país. ¿Qué había pasado? También lo descubrieron enseguida. A partir de los setenta los ciudadanos comenzaron a medrar, muchos jóvenes habían estudiado fuera y volvieron con otras ideas, se compraron coches caros, los que se hicieron ricos se construyeron casas grandes con piscinas preciosas, pusieron verjas en los jardines, llegó el estrés, la competitividad, fueron desapareciendo los lazos de solidaridad y ayuda mutua, se acabó el bienestar social para dar cabida al bienestar material… y poco a poco esa cohesión social fue desapareciendo a la vez que los indicadores de morbilidad y mortalidad que les distinguían se esfumaban. Los sociólogos habían hecho bien su trabajo. Su antiguo jefe, ya jubilado, les reconoció el mérito.
-El informe era brillante y certero, lo reconozco. Pero un poco “comunistillas” sí que erais…
Como dicen las pelis malas: esta historia está basado en un hecho real. El factor distribución de la riqueza, sentido de la solidaridad, la existencia de intereses comunes son factores de salud pública física y psíquica hoy muy estudiados y reconocidos en todo el mundo. Solo los sociólogos, entonces, supieron desentrañar la incógnita Roseto. Para que luego digan que sólo servimos para hacer malas encuestas electorales.
Unas referencias sobre el tema, pero sin empachar:
Egolf, B. The Roseto effect: a 50 year comparision of mortality rates, American Journal of Public Health, 82, 1992.
Berkman, L. Health and Ways of living: Findings from the Alameda Country Study, NY 1983.
Kleim, Stefan. La fórmula de la felicidad. Ediciones Urano. 2004.
Ortí, Mario. ¿Medidas de la realidad social? Algunas reflexiones para un (potencial) uso crítico de los indicadores sociales de bienestar. CIP Ecosocial. 2010.
(Dramatización basada en un caso real) Un quisquilloso funcionario del Departamento de Salud de los EE.UU. a finales de los cincuenta, ojea aburridas estadísticas epidemiológicas. No se podía decir que los estadounidenses fueran un pueblo muy sano, la obesidad, la alimentación hipercalórica, el estrés y sus...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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