Tribuna
Pero ¿de qué se quejan los aficionados?
Los tradicionales hinchas se ven sustituidos por clases más acomodadas que pueblan los palcos VIP
Emilio Abejón 17/02/2016
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El 27 de junio de 1992, tres días antes de que la inmensa mayoría de los clubes de fútbol profesionales de nuestro país fueran obligados a convertirse en sociedades anónimas deportivas, se celebró la final de la Copa del Rey de aquella temporada en el Santiago Bernabéu entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid. La entrada más barata para ver el partido costó 500 pesetas (tres euros). El 13 de mayo de 2013, 21 años después, se repitió esa misma final, en ese mismo escenario y con el mismo organizador, la Real Federación Española de Fútbol. En esta ocasión el precio de la entrada más barata fue de 50 euros, casi diecisiete veces más que en 1992. La media de los precios en ese mismo periodo según el Instituto Nacional de Estadística, encargado de calcular el IPC en nuestro país, se multiplicó tan solo por 1,86.
Los precios en muchos estadios están echando del fútbol a los tradicionales hinchas que se ven sustituidos por clases más acomodadas que pueblan los palcos VIP y por turistas de todo el mundo ávidos por hacerse un selfie detrás de cualquier megaestrella futbolística. Este proceso de gentrificación está cambiando la composición social de nuestras gradas, al menos las de los clubes más poderosos y mediáticos y contribuye a eliminar la diversidad en uno de los pocos espectáculos socialmente transversales que teníamos.
Pero no sólo los precios han cambiado desde aquel ya lejano 1992. De hecho casi lo único que sigue igual es que la presidencia de la RFEF la sigue ocupando Ángel María Villar. Para los aficionados que nos gusta disfrutar de los partidos de nuestro equipo en la grada han cambiado otras muchas cosas. En algunos aspectos ha habido mejoras de la experiencia en el estadio, sin embargo en otros muchos aspectos las cosas han ido a peor.
La supremacía de las televisiones desde finales de los 90 ha ido dispersando los horarios de los partidos cada vez más alejándolos del tradicional de domingo por la tarde. Para esta temporada 2015/2016 los partidos de liga de primera división se juegan en diez horarios distintos entre el viernes y el lunes. Varios de esos horarios son impracticables para las aficiones visitantes por celebrarse los partidos en días laborables (viernes a las 20.30 y lunes a las 20.30) o en víspera de laborable a una hora que dificulta sobremanera la vuelta a casa de los desplazados (domingo a las 20.30). Otros horarios son imposibles para niños (sábado a las 22.05) o incluso imposibilitan hasta a la hinchada local usar medios de transporte público para volver a sus hogares en ciudades grandes debido a las horas en que terminan los partidos (sábado a las 22.05). Esta misma temporada, seis de los diez partidos de la jornada 17 del campeonato de liga se celebraron el 30 o el 31 de diciembre en horario habitual de trabajo para la mayoría de los aficionados, lo que hizo imposible su presencia en las gradas. Además, pese a que desde hace relativamente poco se anuncian las fechas y horarios de los partidos con una antelación de entre dos y cuatro semanas, lo que es una indudable mejora con respecto a hace sólo unos años, no es infrecuente que haya cambios de fecha y hora después de su anuncio y una vez que los aficionados visitantes ya tienen reservados sus viajes, con los consiguientes gastos y molestias.
Los aficionados que vamos a los estadios padecemos además una legislación en materia de orden público precursora de la reciente Ley Mordaza. Es habitual que, amparados en la alta discrecionalidad que la legislación contra la violencia en el deporte les permite, los clubes a través de sus empleados de seguridad y en muchas ocasiones también los agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado vulneren derechos fundamentales de los aficionados, en especial el derecho a la libertad expresión y crítica. Esto que hace que nos movamos en un mar de inseguridad jurídica. Son numerosos los casos documentados de aficionados que ven que lemas de pancartas que no contravienen la legislación son prohibidos en unos estadios y en otros no, o en algunas ocasiones sí y en otras no, o incluso en el mismo estadio se permiten a unos aficionados sí y a otros no. Llegándose a situaciones como que se prohíba el acceso a aficionados visitantes con prendas distintivas de sus equipos, como en el encuentro entre el Deportivo de la Coruña y el Sporting de Gijón de la cuarta jornada del presente campeonato, o se prohíban pancartas con lemas como “Carbayones” (gentilicio de Oviedo) a los aficionados del Real Oviedo en el partido que disputaron en Gijón contra el Sporting de Gijón B de la pasada campaña, o “Quini 7 pichichis” y bufandas con el lema “Fernández vete ya” (accionista mayoritario del club) en el partido entre Sabadell y Sporting también de la temporada pasada. Son asimismo de dominio público las persecuciones y sanciones internas a las que se ven sometidos los aficionados del Real Madrid que expresan su disconformidad con la gestión de su presidente Florentino Pérez en las gradas del Santiago Bernabéu. Estos son solo unos pocos casos de los cientos que se producen cada temporada y que ponen de manifiesto la suspensión de algunos aspectos del estado de derecho en nuestros estadios.
Al igual que en con la Ley Mordaza, el régimen sancionador de nuestro deporte traslada al ámbito administrativo hechos sancionables de tipo penal hurtando al acusado de las garantías básicas que sí le asisten en ese orden. Se dan multitud de casos en los que se sanciona con cantidades cuyo coste es más de tres veces el salario medio de los españoles, en base únicamente al acta levantada por los agentes de la autoridad, a veces sólo en base a testimonios de agentes de seguridad privada sobre los que ni siquiera existe presunción de veracidad, que describen hechos sancionables inverosímiles. Además se aplican sanciones indiscriminadas que no distinguen entre infractor y no infractor, algo que va contra las nociones más elementales de justicia. Por ejemplo se contemplan cierres de gradas o estadios, sancionando así a decenas de miles de aficionados que no sólo no participan del hecho sancionable sino que pueden ser ellos mismos víctimas. Hasta la UNESCO en un reciente informe demanda el fin de las sanciones indiscriminadas que considera “contraproducentes e incompatibles con los estándares éticos de la democracia liberal”.
Llegados a este punto es sorprendente que las asistencias a los estadios no hayan declinado significativamente en los últimos años, aunque permanecen estancadas en torno a los 13,5 millones de espectadores entre la primera y la segunda división, lo que supone en torno a un 70% de ocupación media de los estadios de primera y 44% en los de segunda. En cualquier industria un trato así al cliente haría disminuir notablemente la cifra de negocio ¿por qué en el fútbol no? Aparte de la sustitución de hinchas tradicionales que ya no pueden permitirse pagar su entrada por un público más pudiente, algo bastante evidente en algún campo, la razón más importante es que, por mucho que se empeñen algunos, la relación entre aficionado y club es muy diferente a la que mantienen clientes y proveedores por lo que, mientras se lo pueda permitir, un hincha tiende a seguir a su club contra viento y marea. Un aficionado siente a su club como parte importante de su vida en comunidad. Los clubes son medios socializadores muy relevantes, sobre todo para la juventud, generan sentido de pertenencia y sirven como vehículo de integración social. Por esta razón la experiencia del partido es un bien sin sustitutivos. Nadie se cambia de club por muy mal que le trate. En este sentido un club de fútbol es un monopolio de lo que mucha gente entiende como una parte muy importante de su vida y, como monopolio no regulado, se presta a explotar a sus bases, que es lo que estamos experimentando.
Para evitar este estado de explotación de las aficiones es imprescindible un cambio en la gobernanza del fútbol. Es prioritario crear canales formales y estructurados para que las aficiones participen en esta gobernanza y equilibren los comportamientos excesivamente mercantiles que llevan a disminuir el potencial del fútbol para crear valor social, no sólo monetario. En ese sentido trabajamos muchos aficionados no sólo en España sino en Europa. En nuestro país contamos además con el ejemplo del movimiento del fútbol popular, formado por clubes creados por aficionados desencantados con el modelo de fútbol que se les quiere imponer y que, partiendo desde la última categoría, están logrando muchos de ellos compatibilizar el éxito deportivo, la inclusión social y la preservación de la cultura de grada tradicional. Podríamos hablar mucho de esto, pero ya es tema para otra tribuna.
Emilio Abejón es miembro de la asociación de aficionados del Atlético de Madrid Señales de Humo, y actualmente es secretario y tesorero de la Federación de Accionistas y Socios del Fútbol Español (FASFE)
El 27 de junio de 1992, tres días antes de que la inmensa mayoría de los clubes de fútbol profesionales de nuestro país fueran obligados a convertirse en sociedades anónimas deportivas, se celebró la final de la Copa del Rey de aquella...
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