Editorial
Europa, un lugar cada vez más peligroso
19/02/2016
Entrar y moverse por Europa promete ser más restrictivo y menos anónimo
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Son horas decisivas para la Unión Europea. Quizás no seamos lo suficientemente conscientes porque el escenario no parece a primera vista tan dramático como cuando ocurrió la crisis griega, pero la realidad es que en estos días y semanas se ha venido juntado un conjunto de problemas que ha colocado la señal de peligro a la vista de todos.
Por un lado, analistas europeos y norteamericanos llevan días advirtiendo de que la economía mundial puede estar cayendo en un agujero de deflación y bajo crecimiento, y denunciando que los gobiernos de los países europeos están “coqueteando locamente con la idea de una nueva Gran recesión”. Hasta The Economist ha descubierto ahora que todo es una cuestión política, no estrictamente económica, y que los políticos siempre han tenido varias opciones en su mano. Resulta que después de tanta austeridad como única salida, sí existen otras alternativas. Cosas de las que estaba casi prohibido hablar, de repente aparecen en los editoriales de los diarios más conservadores: la deuda soberana es demasiado alta, hay que lanzar un plan europeo de grandes inversiones públicas (dándole a la maquinita del euro), ha llegado el momento de subir los salarios....
Los responsables de este nuevo ataque a la estabilidad del sistema ya no somos solo los PIGS, los países del Sur, corruptos y descuidados con nuestras finanzas, sino la banca alemana y su gran joya, el Deutsche Bank, “too big to fail”. Europa nunca se rompió por los extremos, sino por el centro, y es en Centroeuropa donde ya no está casi nada claro. Es en el centro donde se empiezan a ver ataques de pánico, algunos casi ridículos: Austria cierra sus fronteras y se plantea incluir en su Constitución la defensa del dinero “cash”, no vaya a ser que tengan finalmente razón quienes aventuran la necesidad de que Europa impida los pagos en efectivo.
Por otro lado, se está produciendo un peligroso aumento de la tensión entre Turquía y Rusia a propósito de los bombardeos en Siria. Centenares de miles de personas huyen de Alepo, una ciudad con más de 2,5 millones de habitantes que está siendo sometida a una feroz lluvia de bombas rusas, y se terminan agolpando en la frontera turca. La canciller alemana, Angela Merkel, pide que se les deje entrar y se compromete a ir organizando la salida progresiva de unos 200.000 o 300.000 refugiados al año para acogerlos, de manera ordenada, en los 28 países de la Unión. Pero la señora Merkel, la única que ha sido capaz de recordar la obligación internacional, la obligación legal, de responder a la crisis de refugiados, no parece capaz de imponer su criterio. Las autoridades polacas aseguran que sus ciudadanos “no pueden convivir con gente que llegan de Oriente Proximo", y los cuatro de Visegrado (República Checa, Hungría, Eslovaquia y la propia Polonia) acuden al Tribunal de Justicia de la UE para que Alemania deje de imponer cuotas de refugiados a todo el mundo. (En marzo se conocerá la sentencia).
La situación se hace todavía más compleja porque coincide con la operación para salvar a David Cameron de su propia política y para impedir que los británicos voten en un inmediato referéndum su salida de la Unión Europea. “Si se quieren ir, que se vayan”, dijo muy razonablemente Pablo Iglesias en la sesión del Congreso previa a la cumbre de Bruselas (18-19 febrero). Allá ellos con las consecuencias, parece pensar el líder de Podemos. El problema, evidentemente, no es tan sencillo; detrás de Gran Bretaña se irían, quizás, otros de los países que no pertenecen a la zona euro y nos dejarían a todos los que andamos a trancas y barrancas con la moneda única más bien temblando de frío. Así que hacemos frente a una negociación que puede acabar cambiando la Unión, como siempre, sin que los ciudadanos tengamos ni la menor idea de los riesgos que eso supone. Una negociación que no tiene por objetivo mejorar las cosas para todos, sino dar satisfacción a los que más quieren ir por libre, es decir no solo a Gran Bretaña sino a la mayoría de los países del llamado Este de Europa.
¿Y España? Quizás hubiera sido el gran momento de reaparecer en la escena europea, apoyar totalmente a la señora Merkel en su política sobre los refugiados, asumiendo nuestras responsabilidades internacionales. Quizás hubiera sido el gran momento para estudiar con el primer ministro italiano y los colegas portugueses, por ejemplo, cuáles son esas otras alternativas de las que ya habla todo el mundo. Cómo serían y dónde se producirían esas grandes inversiones públicas europeas, cómo se puede llegar, con calma y todos juntos, a una conferencia que estudie el problemas de las deudas aplastantes…. Quizás. Pero resulta que nuestro representante en la cumbre es un primer ministro en funciones y además ese semi-primer ministro es, precisamente, Mariano Rajoy, un político que parece sonado, groggy, ko. Incapacitado para pensar y proponer algo, porque no tiene fuerzas más que para repetir un mantra que quizás se entiende en España pero que en Europa no tiene sentido: “Yo no he sido”, “yo no tengo nada que ver con lo que está sucediendo en España”. Y mientras tanto, las señales de peligro parpadean cada hora más fuerte.
Son horas decisivas para la Unión Europea. Quizás no seamos lo suficientemente conscientes porque el escenario no parece a primera vista tan dramático como cuando ocurrió la crisis griega, pero la realidad es que en estos días y semanas se ha venido juntado un conjunto de problemas que ha colocado la...
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