Segundo aniversario de la muerte de Leopoldo María Panero
El poeta que aparentó estar vivo
Manu Pérez Matesanz 2/03/2016
Leopoldo María Panero.
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Se describió como “asesino tímido y psicótico, alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto”. Y decía la verdad. Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas de Gran Canaria, 2014) aparentó estar vivo durante muchos años. Años que le sirvieron para convertirse en uno de los poetas más oscuros y brillantes que ha escrito en nuestro idioma. Y mientras tanto, fumaba, fumaba mucho. Miles de caladas rabiosas al día. Caminaba encorvado, al borde del derrumbe, sin apenas mover los brazos ni las piernas. Su mente, sin embargo, no estaba allí. Su cabeza vivía (o moría) en otro sitio; en el hospital psiquiátrico donde que escupía palabras enfermas. Donde volvía obligado a dormir en una cama real con su cuerpo falso.
Más que tocar fondo, hizo gala de habitar en él. Lo conoció por primera vez cuando, según su hermano Michi, tuvo su primera crisis psicótica en plena adolescencia. Otros, sin embargo, cuentan que fue al entrar en la carrera. Era el año 1968 y Leopoldo había terminado sus estudios de Bachillerato entre cientos de poemas propios almacenados desde los cinco años. Pasó por la cárcel por su militancia antifranquista. En aquella época el joven Panero militaba, por así decirlo, en el Partido Comunista, donde su pose de rebelde y de escritor convulso nunca terminó de encajar. Se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, a la que nunca dedicó especial atención
En estos años Leopoldo se construye y se destruye casi a la vez, entre bares, alcohol, drogas y un amor enfermizo por Ana María Moix. Se mete en peleas, ingresa en López de Hoyos en su primer psiquiátrico. La paranoia se adueña de su poesía, que se hace cada vez más oscura. Años de mejillas hundidas y versos escritos antes de existir. Es entonces cuando conoce a Pere Gimferrer y se hace oficialmente escritor, por así decirlo. Como si hubiese podido no serlo.
No tenemos fe al otro lado de esta vida sólo espera el rock and roll lo dice la calavera que hay entre mis manos
Son versos teñidos por una depresión que le llevó a dos intentos de suicidio. Sus versos parecen escritos desde un mundo que no es el nuestro. Su figura siempre estuvo desdibujada como reflejo de un cristal roto en pedazos.
Acercarse a su familia es acercarse a descifrar al poeta. Primero lo hizo Jaime Chávarri con su película El desencanto y más tarde Ricardo Franco con Después de tantos años. La familia Panero fue heterogénea y ocurrente, con un rastro de drama que ensució siempre la casa de Madrid en la que Michi Panero quiso ser un escritor sin obra. El pequeño de los tres hermanos fue poeta sin serlo. Fue, sobre todas las cosas, compañero de juegos de un Leopoldo cuyos pies empezaban a asomarse a la locura.
Fue esto, y la muerte de su madre, Felicidad Blanc, lo que torció la vida del pequeño Michi. Leopoldo, que siempre tuvo el lenguaje manchado de poesía, hablaba de su hermano como “un ser esquizofrénico encantador, puesto que la esquizofrenia es una cosa preciosa. Su otro hermano, Juan Luis, con quién apenas tuvo relación, no fue más que “un paranoico desagradable”.
La historia de esta familia ya extinta fue poesía y locura gracias (o a pesar) de un padre poeta falangista y alcohólico que nunca estuvo.
Leopoldo se sintió siempre como el chivo expiatorio de la locura que anidaba en los suyos. Volcaron en él lo peor de todos ellos. “La locura no está en la palabra, sino en el gesto” decía con un rostro desencajado y atípico.
Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma lanzando gritos y bromeando acerca de la vida: y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre cómo se balancean los trapecios. Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma contentos de que esté tan vacía.
Cuando su obra alcanzó el respaldo de la crítica ingresó en el Manicomio de Mondragón, donde escribió uno de sus mejores libros. Diez años más tarde se internó de manera voluntaria en La Unidad Psiquiátrica de las Palmas Gran Canarias. Allí pasó sus últimos 20 años persiguiendo el recuerdo de su madre o el calor de una isla que le dejaba caminar anónimo, perdido. Hasta el último día guardó en su cabeza los poemas de Bukowsky y de Cummings entre otros. Hablaba con versos y andaba sin pasos. Murió solo. No tenía quién decidiese qué hacer con su cuerpo. Sus poemas son parte fundamental de nuestra literatura reciente. Parte, también, de ese otro mundo que nos asusta mirar.
Leopoldo María Panero engañó a todos con su pose de poeta loco. Pero no estaba loco. Simplemente no estaba. Se pasó la vida sin estar.
Se describió como “asesino tímido y psicótico, alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto”. Y decía la verdad. Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas de Gran Canaria, 2014) aparentó estar vivo durante muchos años. Años que le sirvieron para convertirse en uno de los poetas más oscuros y...
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Manu Pérez Matesanz
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