Trump comienza a vestirse la piel de cordero
El magnate, ganador del supermartes republicano, confirma que domina el timing político y que va en serio. Se ha colocado el traje de "salvador" del partido y comienza girar al centro, un gesto inequívoco de que ve cercana la nominación
Diego E. Barros 2/03/2016
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Lo que hace unos meses parecía impensable está a punto de convertirse en realidad. Donald Trump, el showman, el bufón, el multimillonario, el “hombre hecho a sí mismo”, el empresario arruinado y resurgido de sus cenizas; el charlatán y el demagogo, el sátiro que ofende a las mujeres a las que dice “amar” con fruición, el racista que “adora” a inmigrantes y musulmanes a los que quiere deportar (en el caso de los indocumentados) y prohibirles la entrada al país, respectivamente; el candidato de la lengua viperina está a un paso de hacer historia (si es que esta palabra se ajusta a la complicada situación a la que se enfrenta el Partido Republicano) y de hacerse con la candidatura del Great Old Party a las presidenciales del próximo noviembre, previsiblemente frente a la exsecretaria de Estado Hillary Clinton.
Las encuestas de las últimas semanas que auguraban una amplia victoria del magnate se hicieron realidad y Trump se alzó como ganador del tradicional supermartes estadounidense al conseguir siete de los 11 Estados que celebran simultáneamente primarias y caucus.
Las miradas de todo el país estaban puestas en Alabama (50 delegados en juego), Arkansas (40), Georgia (76), Massachusetts (42), Minnesota (38), Oklahoma (43), Tennessee (58), Texas (155), Vermont (16), Virginia (49) y Alaska (28). El espectáculo, porque en EE.UU. toda elección es un espectáculo, no defraudó.
Si el supermartes dejó alguna noticia, además de un reparto de delegados (un total de 595) muy favorable a los intereses del multimillonario, fue confirmar que éste ya se ve como ganador por lo que ha empezado a moderar su discurso. Trump comenzaba la noche con 82 delegados en el bolsillo y la acabó con 316 superando la barrera psicológica de los 300. Le siguió Ted Cruz, quien con su victoria en Oklahoma, Alaska y Texas (su Estado natal) sumó 209 que le sirven para colocarse con 226 en segundo lugar y, lo más importante, por delante del candidato del establishment, Marco Rubio.
El senador de origen cubano, desde su Florida natal, protagonizó la escena más incomprensible de la noche. Tal y como ya hiciera en Iowa, donde fue tercero, optó por dar un discurso de victoria habiendo sólo ganado en Minnesota para acabar la jornada con 90 delegados a sumar a un total de 106. Más allá del moderado Estado del norte, Rubio solo consiguió ser segundo en Virginia lo que no le impidió presentarse ante los suyos como el único capaz de evitar que Trump --al que llamó “embustero” en tres ocasiones-- avergüence al partido y entregue la presidencia a los demócratas.
Las encuestas de las últimas semanas que auguraban una amplia victoria del magnate se hicieron realidad y Trump se alzó como ganador del tradicional supermartes estadounidense al conseguir siete de los 11 Estados
Con todas las esperanzas puestas en las primarias de su propio Estado, el próximo día 15, y en el que según las encuestas ni siquiera conseguiría vencer a Trump, el cubano-americano sigue diciendo cosas con tanto sentido como la declaración que, con las urnas todavía calientes, ofreció a la NBC: “Si un par de personas no estuvieran todavía en la carrera (sic), habríamos ganado Virginia y algún que otro Estado también”. Es cierto que en Virginia, Rubio se quedó a tres puntos de Trump (35%). Se trataba de disparar sobre Kasich quien, prácticamente sin opciones, parece decidido a continuar al menos hasta que la carrera llegue al medio Oeste y su Ohio natal. La teoría de Cruz puede ser cierta pero no lo es más que decir que si él fuera el único candidato habría ganado ya 16 Estados. Es decir, una obviedad que no pasa de simple opinión personal de alguien que se resiste a negar la evidencia: su casillero de victorias es pírrico. Y lo peor es que ni siquiera Florida parece querer remediar esta dura realidad para las aspiraciones del conocido como “Marco-Bot”. En la propia FOX se apresuraban el martes por la noche a desconfiar del “optimismo patológico de Rubio con estos pobres resultados”.
La triste realidad es que en Estados netamente conservadores como la mayoría de los que se jugaban ayer se necesitaba un mínimo del 20% para hacerse con algún delegado. Rubio, autodenominado candidato del aparato, solo superó esa marca en seis, el peor resultado para un hombre del establishment desde 1932.
El Partido Republicano está al borde de la esquizofrenia, su vieja guardia está todavía preguntándose cómo han llegado hasta aquí y si todavía es posible pararle los pies a Trump. Los cuadros y comentaristas afines siguen intentando hacer de tripas corazón al ver cómo Trump se encuentra a un paso de cruzar el Rubicón, situado en los 1.237 necesarios para garantizarse la nominación en la Convención Nacional Republicana que tendrá lugar entre el 18 y el 21 de julio próximos en Cleveland (Ohio). Con los números en la mano es posible, pero cada día que pasa se antoja más difícil evitar que el magnate se plante en Roma.
Sólo el histriónico senador por Texas, Ted Cruz, pudo reclamar cierta gloria. Se hizo con su Estado natal, precisamente donde el 69% de los republicanos apoya la construcción del muro en la frontera mexicana, una de las promesas estrellas de Trump. También y contra todo pronóstico venció en Oklahoma y en Alaska, ambos Estados que en las encuestas situaban como favorito al magnate de la construcción. Especialmente llamativa resultó la victoria de Cruz en Alaska, habida cuenta de que su exgobernadora y candidata a la vicepresidencia en 2008, Sarah Palin, mostró un apoyo temprano a Donald Trump.
El Partido Republicano está al borde de la esquizofrenia, su vieja guardia está todavía preguntándose cómo han llegado hasta aquí y si todavía es posible pararle los pies a Trump
Cruz quiso situarse como única alternativa al multimillonario recordando que de los 16 Estados que han celebrado ya primarias o caucus, solo él y Trump habían podido llamarse vencedores. Se olvidó Cruz de recordar que, en ese mismo cómputo, Trump le gana por goleada: 12 Estados a 4 que se traducen antes de la siguiente cita en dos semanas en Florida (que se antoja definitiva) en una ventaja de 90 delegados.
Lo cierto es que poco importa lo que diga Cruz o cómo pretenda presentarse ante sus seguidores a los que advirtió de que “América no debería tener un presidente cuyas palabras, si fueran repetidas por nuestros hijos, harían que nos avergonzáramos”. En saco roto caerá su llamamiento “a aquellos que todavía no han conseguido un número significativo de delegados” para que se unan a él frente a quien calificó de “profano y vulgar”. Su problema es que si Trump causa ardor de estómago en el partido, Cruz provoca directamente arcadas. Poca gente es fuente de tanto rechazo, dentro y fuera del GOP, como el senador de Texas, que además tiene una diferencia fundamental con Trump: si éste es una inquietante incógnita, Cruz es un peligro ya que a diferencia de aquel, el senador sí se cree todo lo que dice y sí que está situado a la derecha de la derecha en cuestiones tanto económicas como sociales. Tanto es así que en un supuesto enfrentamiento Hillary-Cruz, y pese a lo que hoy digan las encuestas, no pocos miembros del establishment republicano y buena parte de su base moderada tendrían dudas acerca de apoyar abiertamente a la odiada exsecretaria de Estado.
Esa es precisamente una de las muchas paradojas que están caracterizando esta campaña. Otra es la confirmación de que lo de Trump va muy en serio. Es sorprendente que un candidato que se presenta con postulados ultras y a la vez muy heterodoxos como Trump coseche estupendos resultados en Estados ideológicamente tan dispares como Carolina de Sur y Vermont o Massachusetts, situados en el extremo opuesto ideológico. Precisamente los datos son especialmente llamativos en este último Estado donde, según un sondeo elaborado por MSNBC, el 69% de los votantes republicanos había decidido dar su apoyo a Trump hace más de un mes. De ellos, el 62% carece de estudios universitarios, un 60% se declaraba “furioso con Washington” y el 52% es mayor de 65 años. Lo cierto es que Trump ha ampliado su base votante y ya no se puede hablar exclusivamente de blancos de clase trabajadora y sin educación superior (“amo a la gente sin estudios”, repite en una frase que sus enemigos quieren usar como arma en su contra). Como demostró el martes es capaz de ganar en cualquier sitio.
Así, mientras que sus principales rivales se dedicaron a dar discursos de campaña, también desde el Estado del sol, Trump volvió a demostrar que domina el timing como nadie y aún con la noche a medio decidir dio una comparecencia de prensa que siguieron en directo todas las televisiones y en la que ofreció su cara más conciliadora y hasta moderada.
Pese a que el multimillonario deslenguado volvió a tirar de su retórica habitual (China, muro en la frontera, “nuestros líderes no son suficientemente inteligentes”…), se colocó a sí mismo el traje de “salvador” del partido. “De hecho, nuestra candidatura ha hecho más fuerte al partido”, dijo Trump en un tono tranquilo y alejado de las estridencias de otras ocasiones. “Soy un factor de unidad”, repitió para acto seguido lanzarle un dardo a Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes y uno de los líderes conservadores que esta semana más ha criticado a Trump ―“tendrá que vérselas conmigo”, comentó en tono irónico--.
Con siete Estados en el bolsillo, Trump comenzó a girar al centro, un gesto inequívoco de que ve cercana la nominación. Es verdad que volvió a repetir que “México pagará el muro” pero también trató de tranquilizar, supongo que a extraños, al decir que iba a “ser bueno con el mundo”. Y lo hizo demostrando una vez más su principal característica, ser Jekyll y Hyde sin avisar previamente de a quién nos vamos a encontrar cada vez que decide ponerse ante un micrófono, lo que ocurre bastante a menudo.
Con siete Estados en el bolsillo, Trump comenzó a girar al centro, un gesto inequívoco de que ve cercana la nominación
Acompañado por el gobernador de New Jersey (y excandidato) Chris Christie, quien se convirtió en protagonista involuntario de la noche y al que hasta seis periódicos de su propio Estado han pedido en un editorial conjunto que renuncie a apoyar a Trump, el magnate dio una vuelta a sus ataques de las últimas semanas para centrarse en la economía. Y lo hizo desde una perspectiva que bien podría firmar Bernie Sanders desde la izquierda del Partido Demócrata: el estancamiento del poder adquisitivo de las clases medias. “¿Por qué no han hecho nada para combatir esto?”, se preguntó. Trump, como buen demagogo, sabe exactamente qué teclas pulsar en todo momento. Si primero había que conquistar a las bases ultramontanas, el próximo objetivo es situarse en el centro del problema: la fortaleza de la economía estadounidense y la recuperación de la era Obama no le ha servido de mucho al trabajador de clase media, la inmensa mayoría del país.
Y cuidado con este argumento porque en torno a él girará buena parte de la campaña que está por llegar. El demagogo lo sabe. Si en 2012 Mitt Romney evitó atacar a Obama desde la izquierda, todo hace indicar que Trump colocará en ese flanco buena parte de su artillería. Y es ahí donde está el verdadero peligro para Clinton aunque se trate de algo que las encuestas aún no son capaces de reflejar.
Si en los últimos días el fuego ha arreciado sobre Trump (la investigación sobre Trump University por supuesto fraude y su negativa a desmarcarse del apoyo del jefe del Ku Klux Klan), el magnate evitó el martes granjearse más enemigos e incluso hizo guiños a los medios de comunicación a los que ha despreciado hasta el momento. Sabe mejor que nadie que la cosa se pone seria.
Por eso ya nadie se acuerda del neurocirujano Ben Carson, el mismo que en el último debate pidió “por favor” que alguien lo “atacara”. Carson sigue en la carrera básicamente para ganar dinero puesto que la presidencia, en realidad, siempre le dio un poco igual.
John Kasich, el moderado (comparado con el resto de candidatos republicanos) gobernador de Ohio, solo cosechó un segundo puesto en Vermont uno de los Estados más liberales de EE.UU. que, al igual que su vecino Massachusetts, acabó cayendo del lado de Trump. Las posibilidades de Kasich son ya remotas en este Partido Republicano, tan enloquecido, que ha sido capaz de quemar a un peso pesado como Jeb Bush, a quien todos daban como favorito hace tan solo unos meses, y que ahora ve imposible librarse de un monstruo que, como sugería un editorial de The New York Times, él mismo y durante los últimos cuatro años se ha ocupado de alimentar.
Ahora el monstruo está más cerca que nunca de fagocitar a su sorprendido huésped.
Lo que hace unos meses parecía impensable está a punto de convertirse en realidad. Donald Trump, el showman, el bufón, el multimillonario, el “hombre hecho a sí mismo”, el empresario arruinado y resurgido de sus cenizas; el charlatán y el demagogo, el sátiro que ofende a las mujeres a las que dice...
Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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