Alineación S.S. Lazio en 1974
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El piloto del avión mira fijamente a los dos hombres. El más joven es alto y fuerte, moreno. Se llama Giorgio Chinaglia y es uno de los mejores delanteros del calcio italiano. El otro, Tommaso Maestrelli, observa con tranquilidad la escena, con ese punto de autoridad que le confiere el ser entrenador del equipo. El piloto insiste, no va a dejar que se suban al aparato con todas aquellas armas, ¿es que se han vuelto todos locos? Siguen discutiendo, pero su postura es inflexible. Al final los futbolistas se rinden. Tienen que abandonar sus pistolas durante el vuelo. Chinaglia hace pasar una bolsa de deporte por las manos de todos sus compañeros, y el metal tintinea, sordo, en ella. Al final hay allí casi tantas armas de fuego como jugadores. Cuando aterricen se las devolverán, prometido.
En 1969 Sam Peckinpah había filmado una de las obras capitales del western: The Wild Bunch, aquí traducido como Grupo Salvaje, una mirada descarnada y sin concesiones a un conjunto de maleantes que solamente tenían en común su desprecio por todo lo que les rodeaba y una visión nihilista que daba enorme importancia a la violencia, a la aplicación, exacta y calculada, de la ley del más fuerte. Pues bien, apenas un lustro después ese mismo grupo salvaje tenía un espejo, tan espídico y alocado como peligroso, en nada menos que la Ciudad Eterna. En el fútbol. En la Lazio.
Imaginen un equipo que no es un equipo sino una reunión de personalidades tan complejas como polémicas, tan explosivas como violentas. Imaginen un grupo que no es un grupo, un conjunto de fútbol cuyos componentes están tan enfrentados entre sí, se odian hasta tal extremo, que se cambian en vestuarios diferentes después de cada sesión preparatoria. Imaginen entrenamientos de tal intensidad, de una dureza tan grande, que muchos de los futbolistas utilizan espinilleras en ellos pero no en competición. Partidillos tan fuertes, tan decisivos, que en ocasiones se alargan hasta bien entrada la noche para ver cuál de los dos bandos se lleva la victoria. Imaginen que eso lo hacen, además, sin consentimiento del entrenador, que tiene la suficiente sangre fría como para intentar que cada día de cada semana esas pachangas terminen en empate. Para no provocar incidentes. Para no haya heridos. Porque, a todo esto que acaban ustedes de imaginar, tienen que añadirles las pistolas. Y el fascismo, claro.
Violencia y fascismo. Y fascinación por las armas, y enemistades profundas, y actitud pendenciera. Y fútbol. Porque aquella Lazio de principios de los setenta no era solamente el refugio de un grupo de maleantes, sino también un gran equipo que llegó a vencer en la liga italiana la temporada 1973/1974. Y, pese a todo, pese a ser el primer título liguero del equipo en sus casi tres cuartos de siglo de historia, pese a suponer un momento histórico, felicísimo, para los laziales, apenas ha quedado como un pie de página cuando se habla del conjunto. Porque, realmente, en su caso lo extradeportivo era mucho, mucho mas llamativo.
“Todos llevábamos armas, claro”, dice el portero, Felice Pulici. “Y disparábamos a cualquier cosa, todo el tiempo”, añade Franco Nanni, defensa, en el fantástico libro de John Foot Calcio: a History of Italian Football. El cénit de esta fascinación por las pistolas llegaba en el enorme hotel L'Americana, situado en las afueras de Roma, donde la Lazio se concentraba antes de los partidos de casa. Era la locura. Cubos de basura, pájaros, balones… todo podía ser una diana para alguno de aquellos chiflados. Una vez, recuerda el lateral derecho Sergio Petrelli, apagó la lámpara de su habitación de un balazo por no levantarse de la cama. O también, ahora entre risas, cuando iban donde otro jugador y le disparaban entre las piernas, bien cerquita de los testículos, su broma preferida. Ji, ji, ja, ja. O cuando unos hinchas de la Roma, el acérrimo rival capitalino, fueron hasta L'Americana la noche antes de un derby con la intención de no dejarles dormir, y acabaron huyendo aterrados bajo una lluvia de balas, los laziales en ropa interior descojonándose a lo lejos….
Era un equipo partido, la mitad de los jugadores no se hablaban con la otra mitad. Se cambiaban separados, comían separados, solo en el campo conseguían entenderse. El más belicoso fuera, el más entregado dentro, era Giorgio Chinaglia, un italiano cuya familia emigró a Gales siendo él un niño y que había sido rechazado en un primer momento por el Swansea. “Volveré aquí y me pediréis camisetas con mi autógrafo”, dicen que les dijo a los dirigentes. Ya en Italia fue creciendo cada vez más como jugador, llegando a vestir la azzurra y siendo máximo goleador del Calcio. Y uno de los tipos más polémicos de la época.
“Voy a votar por el Movimento Sociale Italiano”, dice Chinaglia en 1972, y se desata el caos. En esa época el MSI es un partido que se declara si tapujos neofascista y al frente del cual se encuentra la figura de Giorgio Almirante, un antiguo “carnicero” de la República de Saló que había sido declarado responsable de varias matanzas de judíos en el norte del país durante aquellos 120 días de odio y locura. Las palabras de Chinaglia eran, por tanto, extremadamente delicadas en el contexto de los años de plomo, cuando Italia parecía partirse de nuevo en una guerra civil no por soterrada menos cruenta. Y el escándalo se desata. Pasolini lo critica duramente, muchos periódicos omiten de forma deliberada su nombre en las crónicas y algunos comentaristas deportivo se refieren a él de forma despectiva. Pero a Chinaglia nada de eso le importa. Acabará haciendo una larga carrera política primero con el MSI y más tarde con la Democracia Cristiana, antes de huir del país acusado de tener relaciones con la Camorra, y fallecer en Estados Unidos en 2012. Historia, historias.
Con todo, en la Lazio Chinaglia estaba en su salsa. Petrelli, Wilson o Luigi Martini fueron otros de los jugadores que declararon públicamente su amor por la extrema derecha, pero se sospecha que el número era mayor. Otros estaban fascinados por la estética militar, por los paracaidistas de Skorzeny, y lucían orgullosos imaginería al efecto. La propia afición del Lazio ha sido siempre considerada como de tendencias fascistas, y sus radicales, la curva nord, exhibían sin ambages símbolos que dejaban poco a la ambigüedad. No era extraño que algunos goles se celebraran brazo en alto, y el mismo Chinaglia hizo ese gesto de cara a las gradas durante su partido de despedida del club antes de marcharse al Cosmos de Nueva York.
¿Aún no les ha quedado clara la identidad de este grupo salvaje lazial? Bien, veamos. La Copa de la UEFA de 1970 empareja a Lazio y Arsenal. El partido de ida, jugado en Roma, termina con empate a dos goles, las espadas quedan en alto. Tras el encuentro, el club italiano obsequia a cada uno de los jugadores ingleses con una pequeña cartera de cuero, una de esas que tienen asas y llevan a veces los abogados o los ejecutivos. Puro diseño italiano, en suma. Esa noche ambos equipos coinciden cenando en un céntrico restaurante romano, uno de los más glamourosos de la Ciudad Eterna. Ambiente tenso, pero cordial. Bob McNab, jugador del Arsenal, quiere hacerse el gracioso, y grita en mitad del local. “Eh, chicos, la verdad es que esto que nos habéis regalado es un bolso para maricones”. Los ingleses ríen, los laziales sonríen. A los pocos segundos el restaurante es un campo de batalla, vuelan las hostias, suenan disparos, los chicos romanos rompen mesas, quiebran jarrones en cabezas sajonas, patean testículos con precisión de futbolistas profesionales. Cuando todo acaba, con algunos de ellos marchando a comisaria, el lugar parece Stalingrado. Eso era la Lazio.
Una olla a presión, una mezcla de intereses y personalidades explosivas y violentas que solamente pudo funcionar en el campo durante un breve período de tiempo gracias a la habilidad psicológica del entrenador Tommaso Maestrelli, un agudo estratega en eso de remar todos en la misma dirección. Cuando Maestrelli enfermó su delicado invento se vino abajo, y el absurdo final de Luciano Re Cecconi (pero esa es, sí, otra historia, tan trágica como increíble), uno de los engranajes básicos del equipo, terminó por destrozar aquel equilibrio tan inestable. Realmente, mirado con un poco de distancia, fue un auténtico milagro que llegara a funcionar en cualquier momento o en cualquier lugar. Y, sin embargo, lo hizo.
Cosas del fútbol, seguramente.
El piloto del avión mira fijamente a los dos hombres. El más joven es alto y fuerte, moreno. Se llama Giorgio Chinaglia y es uno de los mejores delanteros del calcio italiano. El otro, Tommaso Maestrelli, observa con tranquilidad la escena, con ese punto de autoridad que le confiere el ser entrenador del...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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