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“Y los hombres, como peces voraces, se devorarían los unos a los otros”
Traducimos al castellano el monólogo con el que Shakespeare lamentó, ya en el Renacimiento, la insolidaridad hacia la inmigración
William Shakespeare / Traducción: Víctor Rico 4/05/2016
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La guerra, la persecución religiosa, el hambre, la miseria, la falta de esperanza en un futuro y otras muchas razones empujaron a algo más de un millón de personas a las puertas de Europa en 2015. Una cifra muy pequeña si tiene en cuenta que ese mismo año casi 60 millones tuvieron que huir de sus hogares en todo el mundo. Y a pesar de ello el pasado 8 de marzo la UE cerró aún más sus fronteras. Aprobó la deportación a Turquía de todos aquellos que entraran en su territorio a través de Grecia.
Hace unos cinco siglos, miles de hugonotes huían de Francia, ante la persecución que el protestantismo sufría en esta tierra, para pedir refugio en Inglaterra. No fueron bien recibidos. Muchos les negaron un hogar o los desdeñanaron como a perros. Contra esto clamó William Shakespeare. Escribió un monólogo imaginario para un personaje real, Tomás Moro. En boca del filósofo puso una amarga imprecación contra aquellos que rechazaban a los perseguidos de entonces.
Este monólogo, una de las pocas partes que ha podido rescatarse del manuscrito original, escrito a mano por Shakespeare, se ha digitalizado para su exhibición en la página web de la British Library. Ofrecemos una traducción de estas palabras imaginarias de Moro. Juzguen ustedes su actualidad.
Mirad, aquello que os ofende es lo que reclamáis,
es decir, la paz. Ninguno de los presentes,
si hubieran vivido hombres así cuando erais niños,
que hubieran recortado la paz, como pretendéis vosotros ahora,
la paz en la que habéis crecido hasta hoy,
os hubiera sido arrebatada, y los tiempos sangrientos
no os hubieran permitido convertiros en hombres,
ay, pobres infelices, ¿qué es lo que habríais logrado,
aunque os hubiésemos concedido aquello que buscabais?
Conseguid que se los lleven, y conseguiréis que este clamor vuestro
haya arrebatado toda la majestuosidad de Inglaterra;
Imaginad que veis a los desdichados forasteros,
con sus hijos a la espalda y su equipaje humilde,
arrastrándose a los puertos y costas para ser deportados,
y vosotros, sentados como reyes sobre vuestros deseos,
la autoridad silenciada por vuestra trifulca,
y vosotros, ataviados con vuestras opiniones,
¿qué habríais conseguido? Yo os lo diré. Habríais probado
que la insolencia y la mano dura prevalecen,
que el orden es reprimido; y en ese escenario,
ninguno de vosotros llegaría a viejo,
ya que otros rufianes, a su antojo,
con la misma mano, las mismas razones y el mismo derecho,
os depredarían, y los hombres, como peces voraces,
se devorarían los unos a los otros.
Permitidme plantear ante vosotros, amigos,
un supuesto; y si lo tenéis en cuenta,
entenderéis la horrible forma
que ha adquirido vuestra innovación. Primero, es un pecado
del que, a menudo, nos advirtió el apóstol,
apremiándonos a obedecer la autoridad;
Y no sería un error si os dijera a todos
que os habéis levantado en armas contra el mismo Dios.
Claro que lo habéis hecho;
ya que Dios otorgó al rey su oficio
de temor, de justicia, poder y mando,
le ofreció el control, y quiso que vosotros obedecierais;
y para añadir una mayor majestuosidad,
no solo le entregó al rey su figura,
su trono y espada, sino que también le dio su propio nombre,
y le llama dios en la Tierra. ¿Qué hacéis, pues,
rebelándoos contra aquel al que el mismo Dios ha elegido,
sino rebelaros contra Dios? ¿Qué les hacéis a vuestras almas
al hacer esto? ¡Oh, desesperados como estáis,
lavad vuestras sucias mentes con lágrimas, y las mismas manos
que, como rebeldes, levantáis contra la paz,
levantadlas por la paz, y vuestras irreverentes rodillas,
haced de ellas vuestros pies! Arrodillarse para ser perdonados
es una guerra más segura que cualquiera que podáis librar,
en la que la disciplina sea la revuelta.,
¡Ceded, ceded a la obediencia! Que ni siquiera vuestro levantamiento
puede triunfar, sino con obediencia.
Decidme solo esto. ¿Qué capitán rebelde,
cuando se produce un motín, con su solo nombre
podría calmar a la masa? ¿Quién obedecerá a un traidor?
¿O cómo puede sonar bien esa proclamación
si no hay otro honor que un rebelde
nombrando a un rebelde? Humillaréis a los forasteros,
los mataréis, les cortaréis el cuello, os adueñaréis de sus casas,
teniendo la grandeza de la ley bajo control,
para desatarla como a un perro de caza. Digamos ahora que el rey,
que es clemente si el delincuente se arrepiente,
se quedara tan corto ante vuestra gran infracción
como para desterraros solamente. ¿Adónde os marcharíais?
¿Qué país, dado vuestro error, os daría asilo? Marchaos a Francia
o Flandes, a alguna provincia alemana, a España o Portugal,
a cualquier parte que no esté en alianza con Inglaterra,
donde no podréis ser sino extranjeros. ¿Os agradaría
encontrar una nación con un temperamento tan bárbaro
que, estallando con una violencia espantosa,
no os proporcionase un hogar en sus dominios,
afilase sus abominables cuchillos contra vuestras gargantas,
os desdeñara como a perros, como si Dios
no fuera vuestro dueño ni os hubiera creado, como si los elementos
no fueran en absoluto apropiados para vuestro bienestar,
sino un privilegio reservado a ellos? ¿Qué pensaríais
si se os usara de esa manera? Este es el caso de los extranjeros
y tal es vuestra monumental falta de humanidad.
La guerra, la persecución religiosa, el hambre, la miseria, la falta de esperanza en un futuro y otras muchas razones empujaron a algo más de un millón de personas a las puertas de Europa en 2015. Una cifra muy pequeña si tiene en cuenta que ese mismo año casi 60 millones tuvieron que huir de sus...
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