Tribuna
El PP, el partido anti-régimen
En esta “crisis del sistema de partidos”, el partido liderado por Mariano Rajoy ha reaccionado con mucho menos “sentido de Estado” del que presume. La “renovación” popular está todavía en estado de pruebas
Emmanuel Rodríguez / Isidro López 14/06/2016
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Estamos a pocos días de dar cumplimiento a algo inédito: ¡una “segunda vuelta” en la democracia española! El responsable, no lo duden, no está en esos dos que se repelen como agua y aceite (Podemos y el PSOE), sino en la formación política que lidera los rankings de la estratosférica corrupción española. Y es que según los patrones del turnismo vigente, desgastado el partido de gobierno, este debiera ceder el testigo al partido de oposición. Restauración manda, pero ¿qué ha impedido que el “cambio” se produzca con normalidad en esta ocasión?
Al PP se le reclama una rápida y consciente renovación, al menos si quiere seguir manteniendo su legítima aspiración como el partido de orden que siempre fue. Digamos que algún paso han dado. Consideren esas figuras tan frescas como un anuncio de colonia en la planta joven de El Corte Inglés y que desde hace algunos meses nos dan la matraca en televisión. Paladeen los nombres de los nuevos “vicesecretarios”, Andrea Levy, Javier Maroto y el aznarista Pablo Casado; o también la muy inclusiva y participativa presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. Escudriñen con atención y verán que no es fácil captar las diferencias entre estos jóvenes y los de Ciudadanos. Se exige no superar los 50 tacos y haber mamado desde muy niño los modos y maneras de las verdaderas “clases dirigentes”, y aun así, en ocasiones, no se sabe muy con quién quedarse. Por lo general, sinceramente, parecen los “hallazgos” de la misma empresa de casting.
La cuestión es que la “renovación” popular está todavía en estado de pruebas. En el próximo 26J, como bien sabemos, volveremos a tener como cabeza de lista al mismo experto de un “plato es un plato” y un “alcaldes es”... bueno, no se sabe muy bien qué. El PP ha sido el único de los grandes partidos (lo han hecho PSOE, IU y los magos del transformismo de Convergència) que ha atravesado estos años sin hacer un amago sincero de renovación. Mariano y su equipo continuarán representando al PP y si todo sale como se prevé, llegarán a gobernar, apoyo de Ciudadanos y abstención del PSOE mediante.
De otra parte, sabemos relativamente poco de las múltiples guerras internas que sacuden al PP. Fieles seguidores del clásico principio de la derecha “los trapos sucios se lavan en casa”, los populares han logrado que situaciones de enfrentamiento despiadado entre facciones no salten a la luz pública. No sólo ahora, en lo que evidentemente es la decadencia de su hegemonía, sino antes, cuando gobernaban holgadamente en la esfera política, y no poco en la social, en bastantes puntos del Estado. Sólo sabemos que donde la izquierda política y social ventila sus diferencias a través de artículos y debates, el Partido Popular lo hace utilizando los aparatos del Estado que controlan en buena medida. Cuando hay guerras en el PP, los cargos que las pierden acaban en la cárcel o en procesos judiciales. Desde luego, esta dinámica de resolución drástica del conflicto viene favorecida por la tendencia de las facciones populares a organizar sus peleas por el poder interno en torno a redes clientelares y de corrupción rivales. Algo que se ha visto con claridad en el PP de Madrid con los enfrentamientos entre los afines a las redes de corrupción de Granados frente a los que estaban vinculados al entramado igualmente corrupto de Ignacio González. La demanda popular de justicia en estos casos sirve de parapeto ideal para el ajuste de cuentas entre familias.
Por eso, aunque tras estas elecciones muchos en Génova respirarán tranquilos, pues no hay nada como el poder de Estado para garantizar la paz interna, lo cierto es que estas son muy malas noticias para el régimen, para esa democracia española que tanto defienden Elorza y Savater. En esta “crisis del sistema de partidos”, el PP ha reaccionado con mucho menos “sentido de Estado” del que presume. La lógica de su propia supervivencia se ha antepuesto a lo que a todas luces parecía imprescindible para reformar nuestra democracia, esto es, para mantenerla en su estado original: favorecer la alternancia del PSOE con un Podemos subordinado, mientras se negociaba con Europa un ritmo más lento en la aplicación de los ajustes.
Al fin y al cabo, lo que el PP no ha acabado de integrar es que su propia supervivencia como clase política —ya demasiado enredada en chanchullos varios y corrompida hasta el tuétano por décadas de gobiernos locales y autonómicos— no estaba en garantizar su permanencia en el Gobierno del Estado. Si en próximos meses siguen vigentes las reglas de la gramática política de estos años, el próximo Gobierno será tan frágil y breve como el de Calvo Sotelo. Con una dirección más subordinada a la más elemental inteligencia “democrática”, el PP tendría que haber jugado a largo plazo. Y así, al facilitar un gobierno socialista tan débil como el que ahora se le promete a los conservadores, hubiera dado aire y tiempo a la renovación de su propio partido, tanto como a la de su socio y contraparte necesarios, el PSOE. De hecho, si todavía podemos decir que la crisis política no está siquiera en vías de solución es porque este tipo de contradicciones de los “populares”, estirados entre las urgencias de la dirección del partido (mantenerse en el gobierno) y la lógica del régimen político, van a seguir actuando para deteriorar más y más la posición de la “democracia española”.
Quizás se trate de algo que está inscrito en la particular historia del Partido Popular, en su condición de partido unitario de la “derecha española” y al mismo tiempo heredero del reformismo franquista. Pero es más que probable que la obstinación de Mariano hubiera sido mal vista por el padre político de todos los populares. Manuel, Manolo, Fraga, pasará por ser una tremenda y controvertida figura política, pero desde luego no fue un adán. Adscrito a lo más hondo y tenebroso del franquismo, fue quizás el primero en considerar la necesidad de su “evolución democrática”. Y tan pronto como en 1972 —mucho menos tarde de lo que pudiera parecer— nos lanzó un augurio: el futuro del franquismo estaba en una democracia a lo Cánovas, un turnismo reglado entre un partido conservador y otro de “izquierdas”, “algo así como una socialdemocracia”.
El Desarrollo político no fue protagonizado por Fraga, inflamado cada tanto por su particular hybris cantábrica que le llevaba a imponer sin tino su condición de gigante en ese planeta de enanos que tradicionalmente ha sido la derecha española. Pero lo que Fraga diseñó en líneas generales, Suárez y Torcuato lo realizaron con su Reforma política. La democracia española, la de la Transición, es difícil de concebir sin algún tipo de turnismo elemental, que de cuando en cuando renueva las figuras de gobierno, sanea un poco el deteriorado edificio público y ayuda a mantener la ilusión de la elección democrática.
En la decisión del PP de no dejar al PSOE gobernar, mucho más que en los desatinos infinitos de los socialistas, se encuentra un paradójico regalo a aquellos que están en la radical oposición, esto es, la única real. La solución a la crisis política no está en apuntalar una de las piernas del bipartidismo, con una muleta llamada Ciudadanos, sino en encontrar un apoyo a la “izquierda” que sostenga al actual régimen constitucional en el medio plazo. Seguimos con demasiado caos bajo las estrellas. La situación sigue siendo buena para aquellos que no se conforman con una Restauración restaurada.
Estamos a pocos días de dar cumplimiento a algo inédito: ¡una “segunda vuelta” en la democracia española! El responsable, no lo duden, no está en esos dos que se repelen como agua y aceite (Podemos y el PSOE), sino en la formación política que lidera los rankings de la estratosférica...
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Emmanuel Rodríguez / Isidro López
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y colaborador de la Fundación de los Comunes. Su último libro es ¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978.
Isidro López es diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid.
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