Muestras retrospectivas que solo sirven para apuntalar
Sergio Palomonte 22/06/2016

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Todavía no se han disputado los JJ.OO. de Río de Janeiro, que prometen ser muy jugosos, y ya se puede afirmar que 2016 está siendo un año clave en la lucha contra el dopaje: no tanto en su combate efectivo en aras de minimizar su impacto, sino en cuanto a su visibilidad y presencia en medios. La pena es que la pérfida Rusia es la que está cargando con gran parte de la culpa, en un esquema de los hechos que no desentona nada con el contexto de la Guerra Fría.
El primer caso escabroso se remonta a febrero, cuando en el arco de 12 días murieron los dos últimos responsables de la Agencia Antidopaje Rusa, ambos por ataques cardíacos. Sinev y Kamaev habían quedado muy mal parados por el informe de la Asociación Mundial Antidopaje (AMA) que en noviembre del año pasado había demostrado que en Rusia se seguía practicando el mismo esquema de dopaje de estado que en los tiempos del régimen comunista.
De hecho, Kamaev había dimitido de su cargo a raíz de ese informe, y dicen que estaba embarcado en las escritura de unas memorias cuando le sobrevino la parada cardíaca. Falta un microfilme escondido en el tacón de una bota, o un paraguas con un punzón envenenado, para dar todavía más ambientación a una historia en la que ya, de por sí sola, se combinan demasiados elementos que llevan a la sospecha.
No hace falta irse a Rusia para concluir que el dopaje de Estado sigue siendo una directriz muy arraigada en los poderes políticos, que ven en este espectáculo de masas el catalizador de unidades nacionales soñadas, masas entretenidas mientras en paralelo se sufre la mayor crisis económica en 80 años, y la idealización --por el ensalzamiento y la propaganda-- de roles vitales cuyo mayor mérito es ser hábil físicamente, sin mayor esfuerzo que la repetición mecánica y obsesiva de unos movimientos.
Sin embargo, es Rusia la que sirve de ejemplo aleccionador, mientras en otros países se cierra en falso, y tras 10 años de instrucción torticera, el hallazgo de más de 200 bolsas de sangre para adulterar la competición deportiva. Ojalá hubiese habido un informe Pound --como se conoce el memorándum de la AMA-- sobre las últimas décadas de éxitos deportivos españoles, el país que con el plan ADO pasó de 4 medallas en Seúl 88 a 22 en Barcelona 92, precisamente en los años en que nos decían que el dopaje de Estado había acabado porque había caído el bloque del Este.
No hace falta irse a Rusia para concluir que el dopaje de Estado sigue siendo una directriz muy arraigada en los poderes políticos
En el catálogo de prácticas adjudicadas a Rusia, y de las que nadie duda salvo de su exclusividad, se encuentra avisar a los deportistas del calendario de los controles que tenían que pasar (pérdida del elemento sorpresa), anular positivos a cambio de dinero, destrucción de pruebas en masa sin analizar (y no fue en Rusia, fue en el laboratorio de Lausanne, considerado hasta ahora como muy eficaz) o contaminar muestras con levaduras para que fuesen ilegibles.
Después vino el Meldonium, un escándalo que se hizo tan grande --y tan mediático, gracias al concurso involuntario de Sharapova, una tenista que trasciende las fronteras del deporte-- que al final tanto la AMA como el COI llegaron a un acuerdo en comandita para que no se sancionasen todos los positivos encontrados -más de cuatrocientos- desde que el 1 de enero de este año la sustancia fabricada en Riga entrase en el catálogo de los productos prohibidos.
El país que con el plan ADO pasó de 4 medallas en Seúl 88 a 22 en Barcelona 92
La lógica implacable fue esta: si tienes un par de decenas de positivos, el problema es del deportista, del deporte afectado, o del país; si tienes cuatrocientos, el problema es del deporte en sí mismo, y también de los supuestos reguladores de su limpieza e integridad. Lo mismo que con los bancos: si debes un millón a un banco, tienes un problema; si al banco le deben mil millones, el problema es del banco. La triste lógica de los números, que al final se traduce en que hay que mantener el tinglado.
Y en esas estamos: desactivado de manera artificial el escándalo del Meldonium, tanto la AMA como el COI volvieron a usar un recurso escasamente explotado, por miedo a lo que pueda revelar. Un recurso que, bien aprovechado, podría producir los mismos centenares de positivos, pero que se ha contenido en sí mismo para arrojar solo 32 positivos retrospectivos, porque el recurso no es otro que el análisis de muestras congeladas de antiguos eventos deportivos, singularmente los JJ.OO. de Pekín 2008 y Londres 2012.
A nadie se le escapa las fechas escogidas: a poco más de unas semanas de que empiece el gran circo carioca en torno al legado de Pierre de Coubertin, el recurso a escarbar en el pasado con técnicas que ahora revelan lo que entonces no se pudo, o no se quiso ver, tiene un efecto disuasor para que, ya que no van a ser los Juegos más limpios de la Historia --famoso mantra que había que repetir cada cuatro años--, al menos no sean los Juegos más corruptos deportivamente de la historia, aunque en su propia naturaleza competitiva está lo de romper récords, marcas y expectativas.
El COI decidió reanalizar 454 muestras conservadas de Pekín 2008 y Londres 2012, lo que arrojó un total de 32 positivos a cargo de deportistas de 12 países diferentes, pero concentrados en únicamente 6 deportes de los más de dos decenas que hay en el catálogo olímpico. Una de los primeras identidades que trascendió fue la de la saltadora de altura Chicherova, oro en Londres 2012 --aunque su muestra positiva era de 2008--, donde se tuvo que batir contra la española Ruth Beitia, que sigue mejorando y mejorando con el paso de los años.
De hecho, algunos ya se frotaban las manos con la posibilidad de que la atleta cántabra mejorase su medalla de chocolate --expresión popular para denominar el cuarto puesto-- a costa de la rusa, dando por hecho que no haría como Abraham Olano, que renunció a recoger el bronce de la crono olímpica de Sidney 2000 cuando Armstrong confesó su dopaje. Para disgusto de esos que usan las palmas para eso y para aplaudir -las dos caras de la misma mano-, la muestra de Chicherova de Londres 2012 salió negativa.
El COI decidió reanalizar 454 muestras conservadas de Pekín 2008 y Londres 2012, lo que arrojó un total de 32 positivos a cargo de deportistas de 12 países diferentes
14 de los positivos en muestras retrospectivas correspondían a atletas rusos, y nada menos que cinco a kazajos, todos concentrados en halterofilia, una disciplina en la que la joven república centroasiática logró nada menos que cuatro oros en Londres 2012. Este deporte, marcado desde siempre --esto es, desde México 1968, cuando empiezan los controles-- como un deporte de drogados, no deja de dar argumentos a este respecto, incluyendo delegaciones enteras de un país que se retiran en plena competición, o la pretensión de los organismos dirigentes de excluirlos a priori, porque ya saben lo que pasará.
Esta vez la pedrea del reparto de medallas sí ha beneficiado a una española --hasta siete medallas de halterofilia están entre los dopados--, concretamente a la berciana Lidia Valentín, que había quedado como medalla de chocolate y que pasa a bronce tras el positivo de la campeona de su categoría, Svetlana Podobedova. Nadie se ha planteado excluir la halterofilia de los JJ.OO de Río, cosa que sí se rumoreó con el ciclismo hace unos años.
14 de los positivos en muestras retrospectivas correspondían a atletas rusos, y nada menos que cinco a kazajos
Quien no estará será el atletismo ruso, excluido en su totalidad de la cita carioca. La Federación Internacional, la misma que permite que en Jamaica -los reyes de la velocidad- y Kenia --los reyes del medio fondo-- no haya un control antidopaje digno de tal nombre, ha decidido este veto sin precedente en la historia del deporte, al menos en un deporte con tanto arraigo y aplicado a un país tan poderoso.
A raíz del informe Pound ya se había aplicado una suspensión provisional, susceptible de ser alzada si se cumplían una serie de puntos. Los análisis retrospectivos no han ayudado mucho a esta situación de vigilancia y tutela, en donde los controles a atletas rusos los hacía la agencia antidopaje británica, siempre que pudiese porque ha encontrado múltiples obstáculos.
En Rusia están pagando por un complejo entramado de intereses a nivel muy alto --no hay que olvidar que la investigación contra la FIFA, que otorgó el Mundial 2018 a Rusia, la inicia EE.UU.-- donde se mezcla política y deporte, pero donde tampoco se están inventando las pruebas. El problema que deja todo este asunto, como todo lo que suele rodear el antidopaje, es que hay países, federaciones o deportistas protegidos, y el resto no.
¿Sería posible un análisis retrospectivo de las muestras conservadas por la FIFA de fútbol en sus grandes competiciones? No, porque a pesar de que la AMA incluye en su ordenamiento la posibilidad de sancionar hasta con diez años de atraso respecto a la infracción --por eso se ha conocido ahora el destino de las bolsas de sangre de la Operación Puerto, una vez prescrito todo--, la FIFA solo conserva sus muestras durante tres años, esto es: ni siquiera el tiempo que media entre un Copa del Mundo y otra.
Se llega así a una conclusión muy repetida en esto de la lucha antidopaje: existen los medios y la tecnología para luchar más efectivamente contra esta lacra del deporte, que dice tanto de la sociedad y el tiempo en el que vivimos. Quizás faltan recursos (Sharapova factura en un solo año 30 millones de euros, lo mismo que tiene la AMA como presupuesto), pero lo que falta es voluntad, y ahí da lo mismo que las muestras se conserven hasta 20 o 30 años respecto de su toma. Siempre habrá protegidos y malditos, poderosos y débiles, y Rusia siempre jugará el mismo papel en esta opereta que es el deporte profesional.
Todavía no se han disputado los JJ.OO. de Río de Janeiro, que prometen ser muy jugosos, y ya se puede afirmar que 2016 está siendo un año clave en la lucha contra el dopaje: no tanto en su combate efectivo en aras de minimizar su impacto, sino en cuanto a su visibilidad y presencia en medios. La pena es que la...
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