Tribuna
Brexit: Europa ya ha cambiado
Nuevas familias políticas proponen hoy nuevas visiones sobre la integración europea, o contra ella
Pablo Castillo 22/06/2016
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En unas pocas horas los británicos estarán decidiendo sobre la pertenencia de su país a la Unión Europea. La decisión que adopten en realidad tendrá un impacto más allá de sus fronteras, y sus consecuencias se harán sentir como mínimo en el conjunto del continente. La paradoja es, sin embargo, que el referéndum por el cual Reino Unido puede decidir salir de la Unión Europea tiene unos rasgos bastante menos idiosincráticos de lo que a primera vista pudiera parecer. El euroescepticismo es cada vez algo más frecuente en todo el continente. La amalgama de populismo de derechas y discurso antiinmigración que tanta presencia ha tenido en el referéndum británico no es patrimonio exclusivo de UKIP o los tabloids de Reino Unido. A su manera, Marine Le Pen ha cultivado también esa inquietante y peligrosa forma de hacer política. La polarización de la sociedad entre nacionalistas y aperturistas tampoco es algo que ocurra sólo en Reino Unido, y las recientes elecciones presidenciales austriacas fueron un dramático ejemplo de ello.
En cierta manera, el referéndum británico pone en primer plano una tendencia más profunda que parece estar recorriendo Europa. El proceso de construcción europeo se asentó en gran medida sobre el consenso entre las dos principales fuerzas que dominaron la política de la Europa occidental de posguerra: socialdemócratas y demócrata-cristianos. Ahora, la hegemonía de esas dos fuerzas parece estar erosionándose. La integración europea ya no es algo que se dé por hecho, sino que se cuestiona políticamente. En Reino Unido, este cuestionamiento venía en realidad de antiguo. Pero ahora la Europa continental parece haberse britanizado en ese sentido. De una parte, una amplia gama de partidos de derecha radical gana terreno con agendas que tienen que ver con el escepticismo sobre la integración europea en general, con particular énfasis en el rechazo a la libre circulación de ciudadanos por el continente. De otra parte, desde la izquierda surgen voces críticas con el statu-quo de la integración que reclaman una orientación más social de la Unión Europea y, en ocasiones, transformaciones en su edificio político-jurídico.
Aunque la integración europea avanza de muchas maneras, uno de sus principales mecanismos es el de los procesos de reforma de los tratados constitutivos de la Unión, como el Tratado de Lisboa, por citar el más reciente. Estos procesos son importantes porque dan forma jurídica al diseño de la Unión Europea, reforman sus principales instituciones, deciden sus competencias y establecen los procedimientos para ejercerlas. Los procesos de reforma de los tratados de la Unión tienen un carácter marcadamente intergubernamental: son esencialmente los gobiernos los que negocian los contenidos, y posteriormente son los gobiernos los que deben obtener la ratificación del texto acordado siguiendo los procedimientos previstos en la Constitución de cada país, que normalmente involucra al parlamento. Por eso es tan importante saber qué gobiernos están sentados a la mesa de negociaciones, y cuál es su color político. A día de hoy no hay reformas inmediatas de los tratados a la vista. Pero en algún momento estas llegarán. Y las incertidumbres al respecto son absolutas. No sabemos si los gobiernos que las negocien pertenecerán a las dos familias políticas tradicionales del continente, o si habrá otras fuerzas políticas que alteren los equilibrios. Si los equilibrios se alteran, no sabemos en qué dirección será. Y no sabemos si el gobierno británico formará parte de las negociaciones, y si lo hace con qué posición.
En caso de que en el próximo referéndum triunfe la opción por la permanencia, tendremos seguramente veintiocho gobiernos negociando la próxima reforma de tratados, puesto que la adhesión de nuevos socios es improbable. Sentado a la mesa de negociaciones, un gobierno británico encabezado por el laborista Corbyn podría contribuir a priorizar la agenda social en la integración, haciendo de puente entre la familia socialdemócrata y la nueva izquierda europea. Sin embargo, de momento los conservadores siguen en el poder en Reino Unido, y pese a su guerra interna a cuenta del referéndum, las encuestas siguen otorgándoles una posición de liderazgo en la arena electoral. Un gobierno conservador británico, incluso en caso de victoria de la permanencia, probablemente apostaría por la opción de menos Europa, insistiendo en su visión de una Unión centrada en el mercado interior, con menos ‘burocracia de Bruselas’ y un respeto escrupuloso a las competencias de los países o, al menos, de Reino Unido.
En el caso de un Brexit, las cosas serían aún más difíciles. Podría pensarse que la salida de Reino Unido, que siempre ha sido celoso de la soberanía de los Estados Miembros, permitiría ahora un salto adelante en la integración. Por ejemplo, mejorando la cooperación en materia de defensa o construyendo una unión fiscal fuerte para los países del Euro. Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. El presidente del Consejo Europeo Donald Tusk recientemente afirmó, con el referéndum británico en el horizonte, que tal vez “más Europa” no sea siempre la solución a los problemas del continente. Es sintomático que uno de los líderes de las instituciones europeas adopte esta posición. Es más, Francia y Alemania, los llamados motores de la integración, celebran elecciones en 2017. Una victoria del Brexit podría ser utilizada como munición por los euroescépticos de derechas de esos países, que lo enmarcarían como una victoria indirecta y una legitimación de sus propias preferencias. Pese a que lo más probable es que en Alemania e incluso Francia veamos ejecutivos europeístas después de 2017, la pujanza de los euroescépticos de derechas puede hacer que sus líderes se lo piensen dos veces antes de dar un paso adelante en la integración, dado que dicha maniobra podría ser fácilmente explotado por sus oponentes.
El día 23 los ciudadanos británicos tomarán una decisión de importancia capital. Pero tal vez lo más importante venga justo después. Antaño la integración europea parecía avanzar entre una mezcla de optimismo e indiferencia por parte de los ciudadanos del continente. Este ya no es el caso. Hoy, la Unión Europea es sometida a un cada vez mayor escrutinio público. El cuestionamiento del proceso de integración que está haciendo la sociedad británica parece ser parte de una tendencia más general en Europa. El consenso europeísta de demócrata-cristianos y socialdemócratas está hoy debilitado. Nuevas familias políticas proponen hoy nuevas visiones sobre la integración europea, o contra ella. Pase lo que pase en el referéndum británico, Europa ya ha cambiado.
Pablo Castillo es profesor de Derecho Constitucional Europeo en University of Sheffield (Reino Unido).
En unas pocas horas los británicos estarán decidiendo sobre la pertenencia de su país a la Unión Europea. La decisión que adopten en realidad tendrá un impacto más allá de sus fronteras, y sus consecuencias se harán sentir como mínimo en el conjunto del continente. La paradoja es, sin embargo, que el referéndum...
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