Chihuahua, de David Alfaro Siqueiros (1947).
Página web del MNBA de Argentina.En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Salgo de una exposición retrasada durante más de cuarenta años. Debía haber sido inaugurada en Santiago de Chile el 13 de septiembre de 1973, dos días después del golpe de Estado de Augusto Pinochet. Una colección de dibujos y óleos de Rivera, Orozco y Siqueiros, los muralistas mexicanos, probablemente los pintores más interesantes del siglo XX en América Latina. En 1973 daba igual la calidad, bastaba con que fueran artistas, y algo peor, artistas comprometidos; los cuadros tuvieron que embalarse a toda prisa para escapar por la misma ruta clandestina de todos los comprometidos. De hecho, las paredes donde se iban a colgar, las del Museo de Bellas Artes de Santiago, fueron hasta ametralladas; han tenido que esperar hasta 2015 para que los chilenos saldaran la deuda que tenían con ellas.
Ahora esos mismos cuadros están en Buenos Aires. Salgo de la visita con sensaciones contradictorias. Algunas son fáciles de desentrañar. Por ejemplo, el placer de disfrutar con obras que siendo modernas, es decir, siendo objetos, sólidos e independientes, despojados de la alienación de querer significar o evocar nada, son también, sobre todo en el caso de algunas piezas de Orozco, pinturas y dibujos que te interesan por la insobornable observación de la realidad. Orozco se arriesgó como casi nadie, eligió los temas más peligrosos, los de los valores universales —la maternidad, la libertad, la justicia—, hubiera sido muy fácil pintar clichés. Trazos nítidos, precisos, crueles y un lenguaje formal que no describe, sino que expresa —y hace expresables— las experiencias. Orozco sorprende porque él sorprende a quienes dibuja, a quienes pinta; emociona porque capta lo singular, lo único.
Pero esto, reconocer el arte autentico, quizás fuera lo más fácil. Otro asunto es enfrentarse hoy con el arte comprometido, pasear por una exposición de artistas comprometidos y tratar de darle alguna vuelta a ese concepto sin perder de vista la distinción entre el esfuerzo sin talento y el talento de verdad.
Entras en un bar, pides un café y tratas de hacer memoria. Debería ser sencillo recordar, te dices, eres heredero del siglo de Sartre, te has criado en una época en la cual el arte en general y la literatura en particular debían estar puestos al servicio de una causa, promover una ideología. Es decir, comprometidos. Hasta hace relativamente poco (¿el cambio de milenio?), la noción de compromiso continuaba vigente, se escribían artículos y ensayos. Y ahora, ¿dónde ha quedado eso? Dónde están los críticos que manejan la idea de compromiso, los que señalan los aspectos ideológicos de las obras que comentan. ¿Dónde está el engagement más allá de las galerías, las apariencias externas y los platós televisivos? ¿Dónde se enseña lo que has visto reclamar hasta la saciedad?
Espera un poco, acuérdate de las cosas, te dices, por ejemplo, Nicolas Bourriaud, la estética relacional, trataba de borrar los límites entre productor-autor y espectador, cuestionar el concepto de autor, pensar en la producción artística desde la esfera de las relaciones humanas y el contexto social. Sonríes, sin darte cuenta vuelves a recrear las viejas discusiones sobre el arte popular, la subcultura, los antivalores, el pseudoarte. Estás saliendo de una exposición donde se ve bastante clara la diferencia entre el arte militante del buen oficio—buena comunicación—, buenas intenciones y nada más, de aquel otro que supera la envoltura de la realidad para indagar en la naturaleza humana. Lo dice el mismo Nicolas: “Si la autopista permite efectivamente viajar más rápido y con eficacia, también tiene como defecto transformar a sus usuarios en meros consumidores de kilómetros y de sus productos derivados”.
Bueno, lo que pasa es que no estás al tanto de lo que se hace. El problema es el de siempre, eres un espectador poco informado. Levantas la vista, miras a tu alrededor como si fuera posible hallar algo. Sigues viendo casi solo pensamiento único, best sellers y banalidades. Y además, la historia política, entre la saturación informativa y el ruido, con tan poca insurgencia. La indignación transformada a menudo en odio. Recuerdas las sensaciones de los días siguientes a las últimas elecciones —eres extranjero, miras a tu país desde fuera—, la decepción de tantos, el asco por su país de los mismos que lo hubieran calificado de formidable si hubiera triunfado su opción. Recuerdas la mirada certera de El Roto mostrando a un joven sorprendido frente a su teléfono porque las redes sociales no eran la realidad, los tuits despreciativos contra los mayores por chavales a los que imaginas viviendo en casa de sus padres y mientras viras por todo el cóctel, las elecciones americanas, la xenofobia, el Brexit, la polarización, la desigualdad, el odio, los erdoganes y los maduros, los nuevos inquisidores patrios, las palabras que creías proscritas para siempre, ahora reivindicadas, chivato, por ejemplo; si no eres fascista eres proseparatista son corruptos sinvergüenzas eres mayor ignorante ya no te enteras; te levantas y pides una copa.
Sí, sin hielo, un shot, exacto.
Salgo de una exposición retrasada durante más de cuarenta años. Debía haber sido inaugurada en Santiago de Chile el 13 de septiembre de 1973, dos días después del golpe de Estado de Augusto Pinochet. Una colección de dibujos y óleos de
Autor >
Pedro Jesús Fernández
Pedro Jesús Fernández, madrileño de Albacete, vive en Buenos Aires por los mismos azares que antes le hicieron recalar en México DF y Roma. Escribe artículos ligeros en CTXT, El País y otros medios. También, a veces, con constancia pero sin prisa, dedica su tiempo a otros menesteres literarios, y de tarde en tarde, pinta acuarelas.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí