NOVELA POR ENTREGAS
García contra la España zombi (II)
Capítulo 2, en el que García conoce al Capitán Estedella y, por el mismo precio, es mordido por un Secretario General
Guillem Martínez 2/08/2016
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Resumen de lo publicado: En 1970, Nixon y Kissinger informan a lo que queda de Franco y al Príncipe, uno de los QI que más impresionaron a la Europa de su época, que un niño de padre extraterrestre está a punto de nacer en España. Pero 46 años después, eso le da igual a todo el mundo, incluido a García, periodista del montón que hoy debe de ir a cubrir un Comité FederalZzzzzz del PSOE, en la Calle Ferraz. O, tal vez, en la Calle del Gato.
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Fui a la calle Ferraz a pie. El Señor Jabugo me había dado 20 pepinos para un taxi, pero decidí gastármelos en tabaco. La ciudad me brindaba un momento de paz --no lo sabía, pero sería el último, tal vez, de mi vida--, que yo a su vez le devolvía a través de aros de humo de tabaco perfectos. Era feliz. Era feliz. De esos 20 pepinos ya habían salido dos marlboros y, en breve, lo haría un menú cutre, todo un lujo en mi ulterior estilo de vida, que en el siglo XV entraría de pleno en la figura del carpe diem, pero que, en el siglo XXI, menos bucólico, se definiría como puta miseria. Todo, en fin, parecía encajar momentáneamente. Tenía trabajo, tenía tabaco, tenía dos piernas, y el Madrid agostal me brindaba su sonrisa. Las ciudades sonríen poco pero, cuando lo hacen, su sonrisa es descomunal. Consiste en permitirte ver cómo su polvo flota a través de los rayos del sol. Unos rayos de sol, por otra parte, inclementes. En mi periplo hasta Ferraz, dos niños cayeron al suelo abrasador y se quedaron estériles. Dos viejas murieron y quedaron momificadas con una diferencia, entre los dos estados, de dos segundos. Me crucé con 345 pobres sentados frente a carteles en los que, en vez de pedir pasta para 8 ninios, pedían, por caridad, que les tiraran un huevo en la frente, para luego comérselo frito. No se podía respirar, literalmente. El calor era tan radical que sólo conservaban el decoro, y aún así, precariamente, las adolescentes. Iban con unos shorts que vendían como rosquillas en el Bershka, tan minúsculos que, como en el cartel de promoción se aseguraba, te podían hacer la prueba del Papanicolau sin quitártelos, o te devolvían la pasta. El Presidente de Bershka, por cierto, era portada del día de El País --"No hemos realizado ninguna devolución en este ejercicio"--, junto con una encuesta realizada en la planta de neonatos de La Paz: "El 80% de los sietemesinos españoles abogan por que Sánchez acceda a votar a Rajoy".
Cuando llegué a Ferraz y abrí la puerta me vino una oleada de aire gélido. Era el aire acondicionado a toda leche, sello en España de los locales regios. El récord mundial de temperatura gélida, por cierto, lo detentaban las sedes del IBEX. La NASA había publicado recientemente un estudio en el que demostraba que, siempre que no saliera de su sede acondicionada, un ejecutivo del IBEX podía llegar a vivir 275 años. Entre la profesión se comentaba, en ese sentido, que varios pensionistas que habían entrado al Banco de Sabadell a pedir un calendario, habían sido crionizados antes de llegar al mostrador. Para no ir a juicio, la entidad bancaria hizo pasar a los pensionistas por estatuas Lladró, que regaló por imposiciones a plazo fijo superiores a 7.500 euros. El TAE era, en verdad, atractivo, y nadie hizo preguntas. Se decía que Joaquín Sabina tenía 20 de esas estatuas en su salón.
Bueno. Ferraz. PSOE. No había nadie en seguridad ni en recepción. Era raro. Pero era agosto. También, por otra parte, supuse que en algún momento de la vida del Titanic había pasado eso. Me fui a la sala de prensa, desde la que podía ver, a través de un plasma, las evoluciones del Comité Federal en el Salón Ramón Rubial. Eran, por otra parte, evoluciones con tan poco juego evolutivo que, si Darwin las hubiera estudiado, hubiera apostado por el creacionismo. En la sala de prensa, y esto sí que entraba, de cuatro patas, dentro de la normalidad de agosto, tampoco había nadie. Todos los diarios pillarían la info de EFE, y el de EFE cogería los 20 euros del taxi, se los gastaría en tabaco y en un menú y, luego, se bajaría la cosa Comité Federal de Google. Sólo estábamos los periodistas pringuis de Madrid. Es decir, yo. Me senté, empecé a mirar el plasma y no tardé en quedarme ceporro. Como Franco frente a Nixon. Zzzzzz. No sé cuánto tiempo estuve dormido. Minutos. Media hora. Una hora. Me despertó el saber que frente a mí había una presencia inquietante. Tal vez, no humana. En efecto. Era el Capitán Estadella.
--Joven, ¿sabe si esto durará mucho?
A lo que yo contesté, con mi boca pastosa:
--Ahdhlkb cjkdhkl.
Mientras emitía fonemas, intenté organizar la nueva situación a la que había accedido tras el sueño profundo.Tenía frente a mí, ni más ni menos, que al Gran Capitán Estadella. Lo que el Señor Jabugo denominaba una leyenda del periodismo patrio. Y que, tal vez, lo fuera. Lo había visto en infinidad de ocasiones. En el Congreso, en Moncloa, en Zarzuela. Siempre en la pomada, pero separado del grupo del común de periodistas, como abandonado a su propio tiempo, y contemplándolo todo desde otra época. La suya. Jamás hablaba con nadie, y miraba a todos con desprecio. Sus orígenes son oscuros, de tan profundos en el tiempo. Algunos lo ubican como jefe de prensa en la Hermandad de Caballeros Excombatientes y Mutilados de guerra. Otros van más atrás y lo ubican en la heroica defensa del Alcázar de Toledo. Otros van más lejos y sitúan al frente de una partida carlista en la guerra de 1835. Sea como fuere, su primer paso hacia la fama y al reconocimiento público fue la recopilación de sus artículos publicados en Arriba, bajo el título de Aún matamos poco, premio Doktor Goebbels de periodismo literario, otorgado en 1973 por el entonces Ministerio de Información, Turismo y Crepados. De 1977 data su histórico Mi resistencia sumamente silenciosa al franquismo, vencedor por aclamación del Premio Walt Whitman del ya Ministerio de Cultura. Tras sus recopilatorios La OTAN es una ONG, Expulsar a los vascos al mar, o su Reyman contra Electrotejero, los premios le llegaron a espuertas. Después de recibir el Premio Príncipe de Asturias, fue necesario crear el Premio Cuñado del Príncipe de Asturias para poder seguir premiándole. Sus polémicos Fue titadine, estúpido; España se resquebraja cada día a la misma hora, Nóos somos todos, El Régimen del 78 como aparición mariana, o A los de Podemos les daría por el culo con una caña rota, le supusieron otra catarata de premios, que culminaron en el recién creado Premio Vecino Psicokiller del Príncipe de Asturias.
Polemista, articulista, tertuliano y académico de la RAE --su discurso de ingreso: José Antonio y el problema del género--, siempre estaba allá donde miraras, en el canal que conectaras, o en la radio del taxi al que entraras. Al menos, antes de que me empezara a gastar la pasta de los taxis en tabaco y grasa y fécula. El Capitán Estadella era, en fin, 40 años de periodismo vivo. O, según como se mirara, 4.000.
Vamos, que cuando abrí los ojos de la cara y le vi, me cagué.
--Deje de apollardarse, y dígame, ¿cree que esto durará mucho?
--N-no. No lo creo.
--Entonces, apostemos. Yo voy con la andaluza. Mire qué biceps. Un Miura humano.
El Capitán Estadella se sentó a mi lado y empezó a mirar el plasma como quién ve un Barça-Madrid. Estaba tan apasionado que, de hecho, parecía que observara un Madrid-Madrid. Sacó un paquete de Marlboro, el sello del periodista español, y se encendió un pito. Lentamente, volví a la realidad. Observé la situación. Salvo Estadella y yo, no había nadie en la sala. Por el plasma proseguía el Comité Federal. Sólo que no había Comité Federal. En el plasma se veía cómo hacía bastante que el orden del día del Comité Federal había sido superado. Es más, se veía cómo la gran mayoría del Comité Federal yacía muerto en sus sillas o por el suelo. En mitad de la pantalla se observaba, también, algo curioso. Edu Madina, Pedro Sánchez y Susana Díaz se estaban dando de leches. Pero lo curioso no era eso --eso, hasta cierto punto era, de hecho, normal--, sino que su aspecto no era humano. Eran zombis. Edu Madina era un zombi de catálogo, y le mordía la pantorrilla a Pedro Sánchez, otro zombi con el ISO 9000, que a su vez mordía la garganta a Susana Díaz que, curiosamente, aún tenía aspecto humano. Díaz intentaba morder a Madina, pero la separación de sus palatales le impedía pillar cacho.
--¿Qué le parece, joven? --dijo el Capitán.
--Me parece --intenté buscar un adjetivo que no dejara impertérrito a una leyenda viva del periodismo español--... Un marrón --sí; ole mis huevos--. ¿Usted qué cree?
--Yo lo veo clarísimo. Es un Apocalipsis Zombie. Hablaba de ello en mi último libro sobre el Procés catalán de los cojones, y todo el mundo se reía.
--¿Q-qué hacemos?
El Capitán Estadella, sin pronunciar palabra, se levantó. Apuró su pito --un periodista español no tira su cigarrillo hasta que tenga gusto a neumático quemado--, lo arrojó al suelo, como un rocker, y lo pisó. Se fue directo hasta el set contra incendios. Le pegó una patada, rompió el cristal. Apartó una manguera enrollada y sacó dos hachas.
--¿Qué qué hacemos? ¡Limpiar España de zombis! ¡No pueden salir de aquí, o será el caos!
Como un solo hombre --como era, por otra parte, el caso--, salió de la sala de prensa rumbo al Salón Ramón Rubial. Instintivamente le seguí, agarrado a mi hacha. Cuando entré, vi al Capitán dándole con el hacha, pero bien, a Madina, mientras Díaz y Sánchez huían, en modo zombi, por una puerta posterior. Observé cómo trabajaba Estadella. Muy fino. Ese tío tenía experiencia en decapitar zombis. O, glups, socialistas.
--¿Dónde han ido aquellos dos?
--No sé. Han salido por esa puerta.
--Han ido a la parte noble. Están heridos. Y un político herido siempre tira hacia su despacho. Vamos, joven.
Lentamente fuimos ascendiendo por el edificio. Accedimos a la Sala Pablo Iglesias. Allí vimos dos zombies del Comité Pro Despedida de Soltero de Olof Palme. Estadella los facturó en un plis-plas. En el Salón Endesa cayeron tres de la sectorial Bosnia Nunca Será del Emperador de Austro-Hungría. En el pasillo con la Sala Gas Natural, cuatro vocales del Comité Contra El Kaiser. En el Salón Mercado Continuo de Sydney, cinco del Comité pro-Spartakista. Sí, era evidente que, con tales nomenclaturas y organigrama, el partido necesitaba cierto aggiornamento. Pero no estaba seguro de que la doctrina Estadella fuera la más indicada. En eso recordé que eran zombis, y me tranquilicé un tanto. Subimos a las plantas nobles. Del despacho de Felipe González salió un zombi con aspecto de Felipe González, directo a la garganta de Estadella. Estadella, esta vez, trató al zombi con consideración a su cargo. Estadella el Gris golpeó con la base del hacha el suelo y exclamó, solemne y autoritario:
--No. Puedes. Pasar.
El zombie González, como era de prever, fue hacia Estadella como quien va hacia un filete. Estadella solventó el encuentro, con efectividad y con la suerte del volapié. No se podía negar que el pollo era castizo.
--Rápido. Ve al despacho de Sánchez, que yo voy al de la Díaz-- me dijo.
Temblando, abrazado al hacha, me encaminé al despacho de Sánchez. Por el camino me iba encontrando con la obra de Sánchez. Medio partido devorado. Literalmente. Cuando accedí a la puerta, dí un par de golpes con los nudillos. Un gruñido de ultratumba me autorizó a entrar en el despacho. Allí, sentado, frente a su mesa vi a Sánchez, que me miraba sin verme, pensando tan solo en mi peso, como un ser humano normal mira la carne en Mercadona.
Sé que mi deber era darle matarile. Pero tenía otro deber superior, que era sobrevivir, ganar 50 euros por un artículo de mierda que el Señor Jabugo me había encargado. Así que, haciendo de tripas corazón, levanté el hacha amenazante, y exclamé:
--Señor Sánchez, ¿sigue siendo de la opinión de que el PSOE optará por el no en la primera vuelta de votaciones?
Sánchez se levantó de su sillón y se abalanzó contra mí. Un simple movimiento de brazos hubiera bastado para solucionar ese problema. Pero no lo hice.
Cuando desperté, tenía el cuerpo de Sánchez encima mío. A mi derecha, su cabeza. Y a mi izquierda, Estadella.
--Joven, malas noticias. Todo el comité ha quedado pajarito. Pero no encuentro ni a Díaz, ni a Iceta. En otro orden de cosas…
Estadella, leyenda viva del periodismo patrio, no encontraba las palabras. Hasta que las encontró:
--... En otro orden de cosas tienes... como tu dirías, un marrón. Sánchez te ha mordido. En las pelis de zombis esto es lo más.
Sabía que Estadella estaba valorando cortarme la cabeza. Se había llegado a la ventana, frente a la cual me daba su espalda. Miraba la calle Ferraz mientras apretaba, cada vez con más fuerza, su hacha. Buscaba la voluntad para acabar conmigo de un golpe certero. No le costaría mucho encontrarla.
--Bueno, hombre, las pelis son pelis. Recuerde Chiti-chiti-bang-bang.
Afortunadamente, vio algo más importante que mi muerte, cruzando la calle Ferraz.
--¡Rayos! ¡Susana Díaz ha accedido a la calle! ¡Hay que neutralizarla! ¡Vamos joven!
Salí pitando, sin ser consciente de que, técnicamente, yo ya era carne zombi. Fue precisamente Susana Díaz quién llenó mi alma de esperanza y quien evitó que el Capitán Estadella acabara conmigo.
Pero eso se lo explico mañana. No les dejaré sin ofrecerles antes un spoiler. Al día siguiente, la portada de El País rezaba: "Desaparecen las reticencias del Comité Federal del PSOE para votar a Rajoy".
Resumen de lo publicado: En 1970, Nixon y Kissinger informan a lo que queda de Franco y al Príncipe, uno de los QI que más impresionaron a la Europa de su época, que un niño de padre extraterrestre está a punto de nacer en España. Pero 46 años después, eso le da igual a todo el mundo,...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).
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