Estrella Morente / Cantaora
“Omega’ fue un trabajo mágico que cambió mi panorámica y la de muchas generaciones”
Esteban Ordóñez 18/09/2016
Estrella Morente.
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La niña Estrella abandonó por un momento su carricoche de juguete en el estudio de grabación. La muñeca a la que todavía cuidaba y daba el biberón como si fuera real se quedó esperando. El maestro Sabicas preparaba el instrumento para acompañar a Enrique Morente por tarantas y ella se acercó y se arrancó a cantar. Dicen que encandiló a Sabicas y que éste le devolvió el amago y le cantó también. El prodigio quedó grabado. “Cuando escucho esa taranta me enternezco mucho, no es la mejor que una niña haya cantado, ni mucho menos, pero sí estaban claros los sentimientos, ahí veo que, aunque sólo jugaba a ser cantaora, ya quería serlo de verdad”, cuenta.
Estrella Morente (Granada, 1980) se acuerda de cosas como el olor de las naranjas recién abiertas que su padre le acercaba a la nariz para hacerle entender la vida. Enrique aprendió de las palabras que Miguel Hernández dedicó a Sijé que la mejor manera de querer a los suyos era querer con ellos, y así dejó un rastro compartido en todo lo que merecía la pena observar o disfrutar. Decía, por ejemplo: “No mandéis callar a los niños, callarse vosotros”. Dejó un mapa sensorial, emocional. “Todo lo que tocaba lo convertía en oro”, dice una Estrella Morente que en cualquier explicación, en cualquier idea, recorre el camino de vuelta que le lleva a aquel olor cítrico y familiar.
Sin embargo, Estrella encontró rápido su medida en el cante. Debutó en la grabación de Omega y ha ido conquistando plazas: discos, el cine de Almodóvar y, ahora, el teatro, con el papel protagonista en la Lisístrata póstuma de Miguel Narros. Es de esas cantaoras que usan las manos y que bailan, que hace oles a los palmeros y que lo mismo sonríe que pone ceño y ojos de acecho: el cante, si miramos a la Morente, nos parece una fiera que necesita domar, que está domando.
Estrella es de palabra fácil, desprendida, pero también consciente. Se nota que ha pasado tiempo recordando, buscando el camino exacto que le ha llevado adonde está.
Empecemos por Granada, ¿qué es lo primero que recuerda de su Granada infantil?
Lo primero que se me viene es el sonido del agua. Es la ciudad del agua. Yo bebía en todas las fuentes que me encontraba, me gustaba andar por encima de las acequias del Albaicín, en zigzag. El agua para mí significa muchas cosas. El curso del río, cómo yo salía de la Vereda de Enmedio y bajaba por la Cuesta del Chapiz y por el aljibe de Trillo y por el Paseo de los tristes hasta llegar a Plaza nueva… Cruzar la laderita del río Darro y terminar, abajo, en el puente del río Genil. El agua atraviesa Granada entera. Y, para mí, mi padre es el agua fresca de mi vida. Seguir ese curso de las acequias… Es el sonido constante que suena mientras cantaban las gitanas del Sacromonte: la Cuqui, la Loles del Cerro, Rocío la Salvaora… Me encantaba también estar con ellas desde que me levantaba hasta que me acostaba. Lo que pasa es que tenía que ir al colegio.
Con el colegio se acabaría lo flamenco, claro.
Pues mi colegio era el más bonito del mundo, estaba debajo de la Alhambra, desde la ventana se veían las laderas a lo largo del curso del río que bordean el camino del monte. Entonces, estabas en clase y escuchabas las castañuelas de la Carmen que iba vendiéndole a los guiris. O escuchabas: “¡Niñaaas, que hay danzaaa!”, y te escapabas en un momento.
¿Se escapaba del colegio?
Tengo la suerte de haber nacido en la casa de un genio que nos ha puesto la literatura cerca, la poesía, la pintura y el teatro
Yo no he vivido esos tiempos antiguos donde los niños iban a las zambras y no a clase, pero sí he vivido los rescoldillos. En el colegio había un boquete abierto y me metía por ahí para subirme a la cueva de la Rocío y ponerme una falda y una flor y formar parte de la zambra de allí. Decían: “¡Niñaaas, que hay danzaa!”. No llamaban a nadie en concreto, eso quería decir que subías, te ponías la falda, y a bailar de un tirón conforme llegaras. Te incorporabas a lo que había, tangos, bulerías, fandangos del Albaicín. Todo eso no se me olvida nunca. Tampoco las voces de mi madre: “¡Estrellaa, Enriquee, Soleaa, a comeeer!”. Y esas migas o ese perol de garbanzos que hacía.
Hay una canción, Zambra, en la que habla del perol.
Sí, sí. “Tiene mi madre un perol que cada vez que le daba al resorte, salen granitos de arroz”. Pero tengo otra ahora en la que lo he sacado: “Arribita en los salones, mi mamá Pelota, haciendo garbanzos en los peroles”.
Háblenos del clan, de la estirpe flamenca antes de Enrique.
En mi familia todos se han ganado el pan con el oficio flamenco. Mi tatarabuelo por parte de mi madre, Antonio, era un gitano mayor, iba cargado con un carro con los niños de la familia por los caminos y con una guitarra para sobrevivir. Luego vinieron mi abuelo Montoyita y una serie de diez o doce hermanos, todos cantaores, bailaores… Montoyita, de hecho, fue guitarrista, cantaor y bailaor. Empezó bailando, iba en la compañía de Concha Piquer, pero le gustaba el cante y empezó con él, luego le falló el pecho y cuando se puso malo y estaba en el hospital, Pepe Blanco le compró una guitarra, y así acabó tocando para los mejores: Marchena, Lola Flores, Caracol, Farina, Valderrama.
Y de él nació Aurora Carbonell.
Mi padre decía que fue cantaor porque su madre lo parió mirando a la Torre de la Vela
Mi madre, Aurora La Pelota, bailaora. Mi padre se enamoró de ella en el Café de Chinitas viéndola bailar. Se casaron y, claro, crearon una sinergia y una fuerza; la mezcla perfecta para que saliéramos todos artistas… Tenemos una filóloga en la familia, Soleá Morente, los demás, desde mi tatarabuelo hasta mis primillos jóvenes, no tenemos otro oficio que el flamenco.
¿Qué fuerza hay en el flamenco que tiene esa facilidad para crear dinastías, o sea, para que todos los hijos quieran dedicarse a lo mismo?
El corazón, los sentimientos. Uno se fragua el alma de lo que le rodea. En mi casa no solamente nos rodeaba la cultura del flamenco, que era el pan de la familia y nuestra columna, también estaba la pintura. Tengo la suerte de haber nacido en la casa de un genio que nos ha puesto la literatura cerca, la poesía, la pintura y el teatro.
¿Cómo surgió el amor de Enrique Morente por la lectura?
Decía que empezó a leer tebeos y cosas de publicidad que le caían en las manos. Los niños de la postguerra no tenían acceso a los libros ni la universidad, pero tenían la poesía viva. Él nació frente a la Alhambra, en la cuesta de San Gregorio. Decía que fue cantaor porque su madre lo parió mirando a la Torre de la Vela… Y esa necesidad de acercarse a la poesía a través de los ojos y el corazón lo llevó a la curiosidad por aprender a leer y a escribir, y no sólo eso, sino también seleccionar, saber lo que le gustaba y lo que no. En eso, era raro que se equivocara.
Pepe Habichuela nos contaba que el maestro tenía una capacidad de resistencia y una confianza muy fuertes… porque cuando salió Omega estaban los puristas tirándose de los pelos y él seguía convencido de su idea.
Lo recuerdo muy respetuoso y libre. Era muy sensible, por supuesto, le dañaban algunas cosas, pero tenía tal capacidad de trabajo…
Mi padre era el cantaor de la premonición. Tenía una capacidad tremenda para tocar Lorca y que al año siguiente todo el mundo se volviese loco por Lorca, también le pasaba con Alberti o con Leonard Cohen. Yo lo recuerdo muy respetuoso y libre. Era muy sensible, por supuesto, le dañaban algunas cosas, pero tenía tal capacidad de trabajo… Estábamos en casa comiendo y hablaba solo de lo que estaba haciendo, pero no como los locos, sino que su cabeza trabajaba continuamente, no desconectaba.
Y por su parte, ¿lo de seguir la estela artística de la familia fue por instinto?
Desde el principio tenía claro que quería dedicarme a la música, a pesar de que mi padre siempre nos puso delante muchas opciones y nos dejó libertad. De muy pequeña he tenido una devoción exagerada por los cantes clásicos. Luego, con 14 o 15 añitos, le preguntaban a mi padre interesados en contratarme. Él, viendo mi obsesión con el flamenco, me ofreció la posibilidad de ser parte de Omega. Ahí estuve yo cantando con los rockeros. Aquello era muy divertido y vanguardista, era algo dirigido a las masas. Era muy goloso para una joven de pronto entrar a lo moderno y, en cambio, lo que hizo fue afianzarme en mi idea de ser cantaora flamenca.
Omega sí que fue otro cantar…
Era muy goloso para una joven de pronto entrar a lo moderno y, en cambio, Omega lo que hizo fue afianzarme en mi idea de ser cantaora flamenca
Fue un trabajo mágico y único que cambió mi panorámica y la de muchas personas y generaciones: a los anteriores les hizo pensar, a nosotros nos movió mucho, y también a los que vinieron después. Y los que vengan entenderán que Leonard Cohen, Lorca, Poeta en Nueva York, que los rockeros, la literatura y la grandeza del arte tiene que ver toda entre sí, que está toda unida.
Y todo desde la raíz…
Ese sosiego y esa mirada que él dedicaba siempre a los clásicos era la que le catapultaba al futuro, a la vanguardia.
¿Y qué hay de la más clásica? ¿Qué significaba para usted Pastora Pavón, La Niña de los Peines?
Una especie de reina, una diosa, alguien a quien yo rezaba por las noches como el Ave María. Mi padre me pedía mucho que la escuchase. Es la mejor de todos los tiempos: ésa es. Ha sido la cantaora (tanto en masculino como en femenino) que más palos ha grabado. Le echó cara a su tiempo y a su sociedad, y con dos pantalones, nunca mejor dicho, hizo así, tiró para adelante y se metió en un mundo que pertenecía al hombre. Ella se quedó como la que llegó y plantó la bandera de la mujer en el flamenco. Hizo del cante femenino un oficio, sacó a la mujer de los bautizos, de las bodas, de las reuniones familiares y de los colmados y la llevó al teatro, al estudio de grabación. No es la primera que grabó, pero sí la que más trabajo hizo. Aunque también quiero decir que otro referente importantísimo para mí es Aurora Carbonell La Pelota, mi madre. Mi padre siempre me dijo que a mí el metal de voz me venía de ella, y mucha gente nos confunde hablando.
Háblenos de su proceso creativo, ¿cómo sucede el acercamiento a cada nuevo proyecto?
Cada trabajo reclama sus necesidades y sus pautas. Depende. Trabajo de muchas formas, pero la inspiración debe pillarme trabajando. Lo que importa es invertir muchas horas de trabajo, da igual si has empezado escuchando una música y sobre ella construyes la letra, o si has encontrado un poema de San Juan de la Cruz, como me ocurrió, y lo guardas dentro de ti durante años y, de repente, te topas con una pieza de Michael Nyman, que lleva 30 años grabada y que encaja perfectamente. Eso surgió y sólo había que grabarlo. Luego, al mismo tiempo, el cante tiene mucha improvisación. Lo importante es escuchar, aprender, investigar…
¿En esa exploración dedica mucho tiempo a la lectura?
Pastora Pavón era una especie de reina, una diosa, alguien a quien yo rezaba por las noches como el Ave María. Es la mejor de todos los tiempos
El que me pide, ¿no? No conozco a nadie más inconstante que yo. Eso mi padre me lo echaba en cara. No sé si es un defecto o una virtud. Yo adoro el arte y siempre estoy rodeada de arte y de pinturas. Hay veces que leo más y veces que menos. Simplemente, me acompañan, me gusta llevar el bolso lleno de libros, llevo dos o tres a mitad, pero no te voy a ronear, no voy a presumir de gran lectora. Primero, porque cada vez que tengo un momento, no sé cómo lo hago, pero se lo dedico a mis hijos.
Viene de ser protagonista de la obra La guerra de las mujeres (Lisístrata). ¿Cómo se fraguó ese encuentro con el teatro?
Eso no lo había soñado nunca. Ha sido un junio y un julio de muchísimo trabajo, pero con un resultado maravilloso que ha vuelto loca a la gente. Para mí ha sido como ir a la universidad. Era un reto. Desde el equipo de Miguel Narros, Celestino Aranda y José Carlos Plaza me dijeron que tenían la obra póstuma de Narros, una tragicomedia griega de Aristófanes, y que me querían a mí en el personaje protagonista que era una mujer del pueblo. Miguel dejó un guion maravilloso, con mucho humor, ya te puedes imaginar, Aristófanes pasado por Narros, la bomba, ¿no?
La batalla de la mujer sigue de plena actualidad, es un papel de tintes reivindicativos…
No conozco a nadie más inconstante que yo. Eso mi padre me lo echaba en cara. No sé si es un defecto o una virtud
Para mí es muy importante haber interpretado un personaje que me ha permitido levantar la voz contra las injusticias y a favor de los derechos de la mujer, y no sólo eso, también es una queja contra la sumisión absurda que tanto retraso nos ha provocado. Y ha sido un honor, además, hacerlo a través de una Lisístrata flamenca.
Saliéndonos un poco de lo jondo, por último, ¿qué han aportado personajes como Nina Simone, Frank Sinatra, Cohen o Mozart a los quejíos de Estrella Morente?
No me planteo mucho qué me han aportado como cantaora. Soy ser humano antes que cantaora. Yo recuerdo a mi madre haciendo un café por la mañana y unas tostadas frente a la Alhambra y escuchando el Ne me quitte pas de Nina Simone. Lo oíamos una y otra vez en el desayuno porque nos volvía locas. Lo recuerdo como si lo viviera ahora. Mi padre me preguntó si no me apetecía cantarlo, y mi madre: “Mira, mira qué bien lo hace”, me hacía fijarme, regocijarme en los bajos, en las paradas, en la sensación de las palabras de Nina. Nina es una cantera de melismas, de aromas, del sentir la afinación y la vocalización. Me encanta. Como Leonard Cohen, por ejemplo. Esos artistas han sido las bandas sonoras de nuestros coches cuando éramos niños. Los Beatles, Sinatra… han formado parte de nuestras vidas, no sólo de nuestra obra. No sé qué me habrán aportado como artista, pero recordar a mi padre interpretando a Billie Holiday en inglés siendo cantaor flamenco… Ese para mí es el resultado.
La niña Estrella abandonó por un momento su carricoche de juguete en el estudio de grabación. La muñeca a la que todavía cuidaba y daba el biberón como si fuera real se quedó esperando. El maestro Sabicas preparaba el instrumento para acompañar a Enrique Morente por tarantas y ella se acercó y se arrancó a...
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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