TRIBUNA
Para no envejecer tan rápido como crecimos
Podemos debe ser una herramienta de gobierno. Necesitamos Círculos que construyan participación y comunidad con quienes tienen necesidades y conviertan la pasividad en vida y potencia política
Ramón Espinar 16/09/2016
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Los últimos meses de la política española han cambiado el eje del debate público. Donde antes del 20D (las primeras elecciones del ciclo) los vectores en torno a los que pivotaba el debate tenían que ver con la redistribución de la renta y la regeneración democrática, hoy nos encontramos con dos preocupaciones centrales: la gobernabilidad y los acuerdos.
Ha cambiado el eje, el campo semántico y el terreno de disputa de los significantes centrales en la política española. Y a las posibilidades de cambio no les ha ido particularmente bien: estamos en un atasco y no sabemos cómo salir.
Podemos enfrenta ese giro del clima político con varias debilidades estructurales: a) una formación política nacida como un comité de campaña ampliado y b) sin implantación territorial, una dependencia fuerte de la agenda mediática y de las redes sociales hacia las que tenemos una capacidad de influencia menguante pasado el tiempo en que éramos una sorpresa y una cierta pérdida de capacidad de iniciativa en el terreno que nos hizo fuertes: la capacidad de condicionar dónde y cómo se situaban los debates en la esfera pública.
El proceso interno abierto en la Comunidad de Madrid, con un peso sustancial en el conjunto de Podemos, es un momento clave para diagnosticar nuestras debilidades y fortalezas, atender los problemas estructurales que enfrentamos y construir una hoja de ruta a medio y largo plazo en paralelo a la trepidante batalla de los medios de comunicación y las redes sociales. Hay algunas tareas vinculadas a reforzar las fortalezas y resolver las debilidades de Podemos que resultan imprescindibles.
Podemos debe mantener una apuesta por la comunicación política que ha cambiado el panorama político de nuestro país en dos años, pero hay que asumir una cierta tendencia a la normalización una vez pasada la novedad. Hoy no supone ya ninguna sorpresa encontrar nuestros argumentos en las tertulias políticas y, probablemente, la capacidad de seducción de las redes sociales haya tocado techo en su formato actual. La clave para resolver este problema está en otro elemento, algo olvidado en nuestra práctica política: los Círculos.
El hormigón del que está hecho el cambio político, en la política vieja y en la nueva, es la militancia, el esfuerzo generoso de quienes participan políticamente para construir un futuro mejor y entienden que, en el camino, viven su vida en colectivo y eso la hace más hermosa. Los Círculos deben dejar de ser comités de apoyo en barrios y pueblos a los comités electorales y convertirse en actores políticos en los barrios y pueblos. Deben identificar problemáticas y conflictos allá donde operan y ser actores relevantes de la vida social: necesitamos Círculos que construyan participación y comunidad con quienes tienen necesidades (económicas, de servicios públicos, culturales o de construcción de lazos comunitarios) y conviertan la pasividad en vida y potencia política. Solo la presencia y la intervención en los problemas cotidianos para politizarlos nos separan de convertirnos en un partido político más: necesitamos ser hechos concretos y no solo palabras.
Necesitamos Círculos que construyan participación y comunidad con quienes tienen necesidades
Además, Podemos debe (porque lo necesita) reconocer una realidad: el cambio político en este país no es posible sin la gente que lo lleva construyendo años. Es una prioridad política reconocer y premiar las tareas militantes, a quienes han hecho posibles las campañas electorales, los locales y las moradas, las casetas en barrios y pueblos, los actos o las asambleas. No solo por justicia, también porque un enfoque estratégico debe entender que la participación política necesita de incentivos: respeto político y escucha activa de la militancia. La participación política solo funciona allá donde quien participa percibe que su concurso es útil, que sirve. Eso tiene dos consecuencias inmediatas: la primera, financiera. Podemos debe destinar recursos económicos a su extensión e implementación territorial poniendo materiales, locales y formación política al servicio del desarrollo autónomo de los Círculos como nodos de construcción de comunidad en cada localidad. La segunda, en términos de reconocimiento de actores políticos: las candidaturas municipalistas que se presentaron a las pasadas elecciones municipales, en las que Podemos concurrió con otros actores políticos y sociales, deben ser reconocidas y normalizadas como un actor político del terreno del cambio, una forma municipalista de confluencia que debemos normalizar, formalizar y profundizar hacia el futuro.
Hay una tercera tarea sin la que las otras dos carecen de sentido: la de fijar un rumbo para una herramienta política que ha cambiado.
Hoy el objetivo de Podemos no es la irrupción, puesto que esta ya se ha producido y forma parte de una exitosa trayectoria pasada. Mirando hacia el futuro debemos convertirnos en una herramienta doble: de un lado, un movimiento popular capaz de articular demandas ciudadanas convirtiéndolas en políticas públicas que resuelvan problemas o en contestación social a las instituciones que vivan de espaldas a la ciudadanía; de otro lado, Podemos debe ser una herramienta de gobierno. Hoy sabemos que la política democrática, las instituciones representativas, pueden estar al servicio de los intereses de los poderosos, pero también pueden ser una herramienta para mejorar las condiciones de vida de la gente corriente. Y por eso necesitamos definir políticamente y concretar socialmente cómo, con quién y hacia dónde vamos a dirigir nuestros esfuerzos. Esa tensión atraviesa el actual debate en Podemos: convertirnos en fuerza de gobierno puede significar disputar bolsas de electorado con el PSOE o apuntar a la politización de los sectores sociales que hoy viven al margen de una política institucional que no se ocupa de sus problemas y, por tanto, no visualizan como efectiva y/o necesaria. Hacer visible el conflicto es hacer concreta la política. Tenemos la obligación de socializar lo político para que las prácticas políticas sean una herramienta de empoderamiento popular, un instrumento de cambio real, que soluciona los problemas concretos de personas concretas.
Hoy sabemos que la política democrática, las instituciones representativas, pueden estar al servicio de los intereses de los poderosos, pero también pueden ser una herramienta para mejorar las condiciones de vida de la gente corriente
La impugnación social del modelo de la política española que supuso el 15M no buscaba la creación de una fuerza política, sino la posibilidad de convertir el dolor particular, cada sufrimiento individual, en una contestación social colectiva. La potencia política estaba, y sigue estando, ahí: en convertir los problemas particulares de personas aisladas en el motor de los nuevos sujetos políticos. En ser capaces de construir nuestro propio futuro como un sujeto colectivo. La transversalidad del 15M no consistía en descafeinar demandas o reducir los umbrales de incertidumbre de los poderosos para convertir la movilización en más aceptable para los responsables del sufrimiento social.
La apuesta por disputar bolsas de electorado del PSOE a partir de un discurso más "centrado" es legítima, pero representa dos errores: el primero, vuelve a desdibujar el eje de la impugnación democrática para resituarnos en el eje izquierda/derecha y en la necesidad permanente de disputar el protagonismo del “margen izquierdo del tablero” político; el segundo, anula toda posibilidad de construir una nueva dimensión política arrinconándonos como un sujeto político normalizado y no como un proceso popular en construcción y potencialmente capaz de atender todas las demandas en tanto que no representa un "espacio" político o ideológico más, sino una posibilidad de transformación radical de lo real.
Podemos es, o debe ser, un “acontecimiento”, una oportunidad: la oportunidad de la gente corriente de este país para recuperar las riendas de su futuro utilizando para ello las instituciones democráticas y construyendo, por el camino, formas de vida en común que rompan la lógica contemporánea del individualismo competitivo y el aislamiento forzoso. Por eso, necesitamos hechos y no sólo palabras: necesitamos más presencia en los territorios para resolver problemas concretos; necesitamos contar con toda la gente del cambio, resolviendo los problemas de articulación entre actores políticos y sociales; y necesitamos, sobre todo, que quienes hoy no pueden esperar nada de la política tengan herramientas y cauces para hacer política por sí mismos.
No nos interesan los espacios políticos ya construidos, ni las “bolsas de votantes”, ni la volatilidad electoral
No nos interesan los espacios políticos ya construidos, ni las “bolsas de votantes”, ni la volatilidad electoral. Debemos atender, aquí y ahora, la tarea histórica de no perder el pulso de lo que significa construir un pueblo: politizar los problemas individuales, agregar y articular demandas, construir una identidad política que aglutine a la gente corriente de nuestro país y dar solución, en lo concreto, a los problemas y necesidades desde las instituciones, los círculos y la sociedad civil.
La irrupción en el escenario de Podemos como un nuevo actor político ya se ha consumado. Toca mantener el pulso para crecer, para ganar este país y para no envejecer tan rápido como crecimos.
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Ramón Espinar es portavoz de Unidos Podemos en el Senado, diputado en la Asamblea de Madrid e impulsor de la plataforma Podemos Escucha.
Los últimos meses de la política española han cambiado el eje del debate público. Donde antes del 20D (las primeras elecciones del ciclo) los vectores en torno a los que pivotaba el debate tenían que ver con la redistribución de la renta y la regeneración democrática, hoy nos encontramos con dos...
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