Claire Rodier / Jurista y fundadora de Migreurop
“Estamos en una guerra latente contra los migrantes”
Amanda Andrades 5/09/2016
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Más de 300.000 personas han cruzado el Mediterráneo en busca de protección o de una vida mejor en los nueve primeros meses de 2016. Más de 3.000 han muerto o han sido declaradas desaparecidas. Son los últimos datos proporcionados por Acnur, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. En 2015 lograron completar con éxito la arriesgada travesía en torno a un millón de personas. Casi 4.000 murieron ahogadas.
Menos llegadas, pero más muertos. Una constatación a la que hay añadir un dato más para tener una visión completa de la tragedia que se desarrolla en nuestras fronteras y a la que ningún gobernante de la UE parece querer ponerle freno: el año pasado el mercado de la seguridad fronteriza movió 15.000 millones de euros en Europa. En 2022 será casi el doble, 29.000 millones.
Menos llegadas, más seguridad fronteriza, más muertos. Una combinación de elementos que coincide (y valida) con una de las tesis defendidas por la jurista francesa Claire Rodier (La Rochelle, 1956 ): “todas las muertes en las fronteras son la consecuencia directa de las políticas de cierre y externalización”.
Cofundadora de la red euro-africana Migreurop, que reúne a unas cuarenta organizaciones del sur y el norte del Mediterráneo, Rodier publicó, en España, en 2014, El negocio de la xenofobia, un libro en el que denuncia el aumento exponencial desde los años 2000 de los sistemas de vigilancia y control de fronteras en la UE, su ineficacia y los intereses económicos y empresariales que subyacen tras ellos. “Cada vez que cerramos una frontera, no hay en realidad resultados positivos en cuanto al número de entradas en la UE”, argumenta para añadir, con crudeza, que no puede haber una interrupción de la migración, “salvo si decidimos matar a todo el mundo, y hacer una guerra abierta contra los migrantes. Hasta ahora estamos en una guerra latente”.
La tesis central de su libro El negocio de la xenofobia es que la, cada vez, mayor importancia dada a las migraciones y a las fronteras no responde necesariamente a los objetivos declarados de seguridad, control o eliminación de las mafias, sino más bien a la búsqueda de beneficios por parte de ciertos grupos económicos.
No digo que sean, principalmente, criterios económicos los que explican el aumento de la vigilancia de las fronteras y de los dispositivos ligados a las políticas migratorias, pero sí que estos tiene un peso muy, muy, importante. Y esto no es obvio, cuando se intentan analizar los desafíos que determinan estas políticas. No podemos dejar estas cuestiones de lado, porque si no hay muchas cosas que escapan al análisis.
No puede haber una interrupción de la migración, salvo si decidimos matar a todo el mundo, y hacer una guerra abierta contra los migrantes. Estamos en una guerra latente
¿Cómo han logrado tener ese peso los intereses económicos?
Ha habido una convergencia entre los intereses de los responsables políticos y las empresas. Sobre todo, en Europa, desde el inicio de los 2000, que es cuando la Unión Europea comienza a poner en marcha una política común de inmigración y asilo. En esa misma época, sobre todo después del 11S, el mercado de la seguridad comenzó a multiplicarse a nivel mundial. Muchas grandes empresas, particularmente, las de aviación y la industria militar, se introducen en este mercado. En una colaboración muy estrecha con la Comisión Europea y con otros responsables políticos, comienzan a participar en la elaboración de una política de vigilancia de fronteras. Y sus opiniones y orientaciones fueron evidentemente a favor de una mayor securización de las fronteras. Detrás había enormes apuestas económicas para que, en aquel momento, se utilizasen tecnologías modernas y ultrasofisticadas como los radares, las cámaras térmicas, etcéteras. Y luego, otras como drones, satélites, etcétera.
¿Cómo ha evolucionado este mercado?
Siempre evoluciona creciendo. Con la entrada en juego de Frontex en 2005, con dispositivos como Eurosur, encargado de coordinar los medios de comunicación rápida entre los Estados en la frontera sur de Europa o con otros como los smarts borders, con los que están equipados todos los aeropuertos y los pasajes fronterizos. Hay una sucesión de dispositivos para mejorar el control de las fronteras, dispositivos que son grandes consumidores de nuevas tecnologías, que a su vez, van a utilizar materiales fabricados por estas empresas. Es un ámbito en el que los equipos caducan muy rápido. Hay que cambiarlos, mejorarlos continuamente. De hecho, al Parlamento Europeo se le invita muy a menudo a adoptar presupuestos cada vez más elevados.
Después del 11S muchas grandes empresas, particularmente, las de aviación y la industria militar, se introducen en el mercado de la seguridad
Los fondos destinados a Frontex han aumentado en un 67,3% en un sólo año, pasan de 142,6 millones de euros en 2015 a 238,7 millones en 2016. ¿Este incremento tendrá un impacto directo sobre la cuenta de resultados de algunas empresas?
Es bastante oscuro. Frontex no comunica mucho sobre estos temas. Pero, lo que hay que saber es que, desde 2011, Frontex ha visto cómo se ampliaba su mandato para poder comprar su propio material y no utilizar sólo los equipos proporcionados por los Estados. Desde ese momento, hay una apuesta económica muy importante detrás. Ahora bien, pienso que su presupuesto, aprobado todos los años por el Parlamento Europeo, no se dedica principalmente a comprar materiales, de hecho no sería suficiente, sino más bien a su funcionamiento y a la financiación de sus operaciones. Pero hay otra financiación a disposición de Frontex que no es pública, y que le permite desplegarse en sus operaciones con material comprado a grandes empresas. Frontex no es el único que utiliza este tipo de equipos, también lo hacen los Estados miembros. Y ahí es muy difícil identificar los gastos. Cuando intentas trabajar sobre los gastos consagrados al control migratorio, es muy difícil identificar las partidas asignadas a esta parte de la vigilancia.
¿Cómo analiza el acuerdo entre la UE y Turquía? ¿Es posible verlo desde una perspectiva económica?
El registro económico en este caso no es tan importante. Turquía no es un país dependiente de las aportaciones económicas y financieras, como pueden serlo algunos países del Magreb o de África con los que Europa tiene el mismo género de prácticas, es decir deslocalizar, subcontratar el control migratorio. Con Turquía estamos más en una cuestión de orden geopolítico, puesto que uno de los componentes del acuerdo es la supresión de visados para los ciudadanos turcos, y lo que está ahí en juego es mucho mayor que los 3.000 millones de euros de la UE a Turquía, que no los necesita. Estamos ante un equilibrio de fuerzas que se traduce en una suerte de chantaje: le decimos a Turquía que retenga a los migrantes y, a cambio, le damos facilidades a sus ciudadanos. Y es un chantaje que, desde el golpe de Estado, se está convirtiendo en un desafío para la UE. Esta tiene reservas sobre dar visados dadas las críticas al comportamiento de Turquía, pero también necesita a este país para proteger sus fronteras a distancia. Hace pensar en la actitud de la UE con Gadafi hasta 2011, cuando conocía perfectamente los riesgos para los migrantes, pero, al mismo tiempo, quería comprar esa colaboración. No sólo con dinero, sino también con otros elementos que Gadafi necesitaba entonces como el reconocimiento internacional.
Estamos ante un equilibrio de fuerzas que se traduce en una suerte de chantaje: le decimos a Turquía que retenga a los migrantes y, a cambio, le damos facilidades a sus ciudadanos
Dinero, reconocimiento internacional, visados… muchas cosas en juego, ¿no?
A menudo nos encontramos con esta mezcla de aspectos económicos y diplomáticos, que exceden incluso la cuestión migratoria. A veces, los migrantes no son más que un elemento de una negociación. El problema es que aquí lo que está en juego son las vidas de personas. En Libia, estaba muy claro que Europa abandonaba sus responsabilidades en derecho de asilo o la protección de los derechos fundamentales para responder a intereses ideológicos y económicos. Con Turquía estamos en un esquema comparable.
¿En qué consiste la externalización de fronteras de la que habla?
Externalizando se subcontrata a otros países, fronterizos; se les hace responsables de que no se crucen las fronteras de la UE. Es un proceso que viene de hace tiempo y que está incluso inscrito en los fundamentos de la política europea de migraciones y asilo. Se ha desarrollado de diferentes maneras, pero la principal es la negociación con terceros países de acuerdos de readmisión, de gestión concertada o de cooperación. En el caso de los países de África subsahariana es claramente a cambio de dinero. Hay una relación de dependencia, que se inscribe dentro del neocolonialismo, o de un colonialismo que no ha cesado jamás, entre algunos países europeos y algunos del África del Oeste. Son países con poca autonomía financiera que se ven obligados a hacer lo que quiere Europa, como Mauritania. Desde 2014, la UE se ha comprometido con un proceso, el proceso de Jartum, que reproduce este fenómeno de subcontratación y externalización en África Central y del Este. Estos países son considerados ahora como la principal amenaza en materia de inmigración ya que las rutas principales que llevan hacia Europa vienen de África del Este. Este procesos va a conducir a la UE a firmar acuerdos con dictaduras o Estados productores de refugiados, como Eritrea o Sudán o Etiopía.
Las autoridades españoles se enorgullecen de su gestión de la migración, mediante los acuerdos alcanzados con Marruecos, y proponen este modelo para Europa.¿Cuál es su visión?
A veces, los migrantes no son más que un elemento de una negociación. El problema es que aquí lo que está en juego son las vidas de personas
En cierta manera, podríamos decir que España ha tenido más éxito en su política de externalización que la UE, que no consigue hacerlo con el continente africano. España ha tenido relativamente éxito en sus negociaciones con Marruecos, y luego hacia 2005-2006, con países del África Occidental, para impedir la inmigración. Pero no sé si ese modelo se puede transponer, puesto que las causas de la migración en África del Este no son las mismas que en el Oeste. En todo caso, Marruecos, uno de los primeros en colaborar con la política migratoria de la UE, está en una posición muy particular. No es solo el modelo de negociación. Marruecos busca presentarse como una potencia equilibrada en su relación con el mundo occidental, sobre todo, con respecto al islamismo. Además, es un pequeño país que quiere tener un lugar central en el plano político entre el mundo occidental y el Magreb y África central. La cuestión migratoria es uno de los elementos de un paisaje más general que describe las relaciones entre Marruecos y Europa. No podremos obtener lo mismo, por ejemplo, de Argelia.
El modelo español ha sido un éxito en eficacia, ¿pero desde el punto de vista de los derechos humanos?
Cuando hablamos de un modelo que funciona significa que funciona en relación a los objetivos fijados por los Estados, pero, evidentemente, esta política de externalización tiene consecuencias extremadamente graves para los derechos humanos. Cuando Europa subcontrata su política migratoria o de asilo, sabe también que se deshace de un problema y que renuncia a sus obligaciones. Si se negocia con un país como Eritrea, una dictadura desde hace más de veinte años, donde se encarcela y mata, se renuncia a aplicar las normas internacionales de derechos humanos. Y además todas las muertes en las fronteras son la consecuencia directa de las políticas de cierre y externalización.
Más allá de la violación de los derechos humanos, usted cuestiona además la eficacia de las políticas europeas de control migratorio.
Cuando se mira a escala europea, uno se da cuenta de que todos los dispositivos instalados para cerrar las fronteras, no hacen otra cosa que desplazar las rutas migratorias. Cada vez que cerramos una frontera, no hay en realidad resultados positivos en cuanto al número de entradas en la UE. El número de entradas irregulares en la UE no para de aumentar. En 2015 se habló de un millón de personas, mucho más que en 2014. Y en 2016 va a ser superior. Ya no pasa por España, se desvió primero hacia Lampedusa y Sicilia, vía Libia. En 2009 y 2010 se cerró este camino y las rutas migratorias se desplazaron hacia Grecia. Cerramos Grecia, y volvieron a Lampedusa. Luego, Turquía, luego, los Balcanes. No puede haber una interrupción de la migración, salvo si decidimos matar a todo el mundo, y hacer una guerra abierta contra los migrantes. Hasta ahora estamos en una guerra latente.
Cuando Europa subcontrata su política migratoria o de asilo, sabe también que se deshace de un problema y que renuncia a sus obligaciones
Si todas estas políticas de la UE no han sido eficaces, ¿por qué se mantienen y se desarrollan cada vez más?
No son la razón principal, pero las empresas interesadas en que haya más control están muy presentes y son muy poderosas. También en el plano económico, hay otra razón, nadie tiene realmente interés en que no haya más inmigración. Todos los estudios económicos de organizaciones internacionales o consultorías independientes muestran que la inmigración juega un papel muy importante en el desarrollo y en el crecimiento económico, uno de los objetivos de los Estados industrializados. Pero los gobiernos, aunque lo saben, van a instrumentalizar la migración por razones, a menudo, electorales. Van a utilizar las imágenes, bastante aterradoras, de lo que pasa en el Mediterráneo, la amenaza de la guerra, del terrorismo, para alimentar el miedo a la inmigración y poder así instalar y asentar un modo de gobernanza incoherente en el plano sociológico, económico e histórico, sabemos que las migraciones no pararán jamás, pero que responde a finalidades inmediatas y muy electoralistas de gestión de su propia población. Cuando las cosas van mal en un país, es más fácil acusar al extranjero que intentar encontrar soluciones. Cuando se habla de crisis, en lugar de trabajar sobre las razones auténticas de la misma, en lugar de hacer políticas susceptibles de mejorar la situación de la población, dicen que los extranjeros son responsables. Y esto justifica todas esas políticas y dispositivos hostiles a los extranjeros, incluso, si en realidad, la mayor parte de los gobiernos no creen que esto sea una solución.
En este sentido, en su libro, hablaba de la necesidad de los migrantes como mano de obra barata, pero ¿sigue siendo así con la precarización del mercado de trabajo que se ha llevado a cabo en Europa, con las reformas laborales, la devaluación salarial?
Sabemos, por ejemplo, que Alemania necesita aún mano de obra, pero me parece que estos son enfoques puntuales, coyunturales. La necesidad de inmigración, de sangre nueva, no está solo basada en la necesidad de mano de obra hoy en día. Ahora es menos necesaria la mano de obra precaria porque ya está presente en todos los países de Europa, pero hablamos de equilibrios demográficos, por ejemplo. Los trabajos de los economistas sobre estas cuestiones van más allá en el tiempo, muestran que no podemos imaginar sociedades que no integren nuevas fuerzas de trabajo a largo plazo. El rol de los responsables políticos debería ser no contentarse con gestionar la situación ahora, sino tener una visión de futuro. Y para tenerla, la historia sirve mucho. Incluso en periodos de crisis económicas, la piel de los inmigrantes acaba siempre constituyendo un valor agregado. Incluso si al principio puede ser percibido como una manera de empobrecer todavía más a la población autóctona. No puede darse una respuesta policial a un fenómeno sociológico inscrito en la historia de la mundialización.
Cuando las cosas van mal en un país, es más fácil acusar al extranjero que intentar encontrar soluciones
¿Y entonces?
No podemos reflexionar en materia de inmigración a corto plazo. Estamos obligados a hacerlo a medio o largo plazo, reflexionando, por ejemplo, sobre cambios medioambientales como la desertificación, la elevación del nivel del mar, las sequías, que tienen ya una gran influencia, y que será cada vez mayor, sobre la emigración. Esto no está para nada integrado en las reflexiones de aquellos que construyen las políticas migratorias. Sabemos ya que habrá movimientos muy grandes de población en 30 o 50 años, pero no se tiene en cuenta cuando hablan de poner otra barrera más para impedir a los migrantes que pasen. Hay una gran desconexión de los responsables políticos con cómo marcha el mundo.
Desde la famosa foto de Aylan ahogado en una playa turca, más de 4.000 personas han muerto o desaparecido en un Mediterráneo, donde desde los 2000 se han desplegado múltiples sistemas y mecanismos de vigilancia. ¿No es posible evitarlas?
Es absurdo. Cuantos más mecanismos de vigilancia se instalan, incluso cuando dicen que estos van a servir para salvar vidas, más muertes hay. Lo que hace falta es impedir que se ahoguen. Hay que impedir que se vean obligados a coger embarcaciones peligrosas. No se trata de ir a salvarlos cuando ya se han subido a ellas, sino antes. Y la única solución para esto es dejarles pasar libremente. Es absurdo. Es como si alguien fuese golpeado de manera permanente a bastonazos y luego el mismo que le golpea viniese a ponerle tiritas para curarle. Los dispositivos de securización de las fronteras no hacen más que aumentar la mortalidad. Lo muestran las cifras. No se trata de ideología o de propaganda. Solo hay que mirar al mismo tiempo las curvas de gastos en materia de seguridad y las de mortalidad migratoria en el Mediterráneo. Se ve que hay una correlación estrecha entre todos esos dispositivos y la pérdida de vidas humanas.
Frente a esto hay un discurso cada vez más extendido que afirma que no podemos permitir que toda esta gente venga a Europa, que hay terroristas entre ellos, que su cultura no es compatible...
Sí, sé que esta es la respuesta, pero una vez más, no es coherente, con la historia, con la duración de la inmigración. No puede imaginarse un mundo que se construya sobre un modelo de apartheid, con una parte de la población mundial aislada en una isla de prosperidad, protegida por barricadas, y del otro lado, el resto del mundo en la pobreza total, en la guerra. Obligatoriamente, en algún momento, habría desbordamientos y como la vigilancia de las fronteras no puede ser eficaz, desembocaría en conflictos mucho más violentos que los que conocemos hoy en día.
Cuantos más mecanismos de vigilancia se instalan, incluso cuando dicen que estos van a servir para salvar vidas, más muertes hay
¿Y qué hacer?
La auténtica pregunta es cómo llegar a un mundo que no empuje a la gente hacia la emigración obligada. Es un desafío que nos concierne a todos y que no tiene tanta relación con la gestión migratoria como con la visión que tenemos de nuestro futuro. ¿Qué queremos hacer con este mundo? ¿Estamos dispuestos a imaginar otro modo de reparto de las riquezas que tendría como efecto no empujar sistemáticamente a la gente hacia el exilio con los riesgos enormes que se ven obligados a asumir? ¿Queremos continuar con un sistema de comercio mundial que no beneficia más que a los países industrializados y que conlleva la ruina de los agricultores africanos o latinoamericanos? Son cuestiones que van mucho más allá de la migración y que, otra vez más, obligan a reflexionar. Y esto es, a menudo, lo que les falta a los responsables políticos. Prefieren actuar y hacer cosas que se ven, incluso si son inútiles, antes que reflexionar sobre asuntos complicados que tendrían que explicar a la población. Y, sin embargo, este es su papel.
En algunas de sus intervenciones, usted explica que prefiere utilizar el término migrante de manera global en lugar de distinguir entre inmigrante y refugiado, ¿por qué?
Porque, a menudo, la distinción entre uno y otro es instrumentalizada. Hay una diferencia en el plano jurídico. Migrante es un término muy general que cubre todos los modos de desplazamiento de un país a otro. Y refugiado es una referencia jurídica, un estatus protector por la aplicación de una convención internacional. Se instrumentaliza la oposición entre el migrante económico, que no tendría derecho a circular, y el migrante obligado, el refugiado, al que habría que acoger, mientras que, en la práctica, esta distinción es utilizada para reprimir, para rechazar a todo el mundo. Me parece más claro utilizar fórmulas más neutras. Así utilizo a menudo migrante. También hablo mucho de exiliados. Este último término no tiene connotación jurídica y evoca la idea de alguien que está obligado a huir de su casa, sea la que sea la causa.
Más de 300.000 personas han cruzado el Mediterráneo en busca de protección o de una vida mejor en los nueve primeros meses de 2016. Más de 3.000 han muerto o han sido declaradas desaparecidas. Son los últimos datos proporcionados por Acnur, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. En 2015 lograron...
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Amanda Andrades
De Lebrija. Estudió periodismo, pero trabajó durante 10 años en cooperación internacional. En 2013 retomó su vocación inicial. Ha publicado el libro de relatos 'La mujer que quiso saltar una valla de seis metros' (Cear Euskadi, 2020), basado en las vidas de cinco mujeres que vencieron fronteras.
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