Trump busca ‘seducir’ a las mujeres blancas de Pensilvania
Gran parte de las opciones de éxito del magnate pasan por convencer a la población femenina de los suburbios de clase media. Para ello, recurre a su esposa y a su discurso más conciliador y tradicional
Álvaro Guzmán Bastida Berwyn, Pensilvania , 8/11/2016

Dos mujeres se fotografían con las figuras en cartón de Donald Trump, Ronald Reagan y John Wayne.
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A Kathy Jones se le encendieron los ojos verdes, escondidos tras unas gafas sin montura. Estaba escuchando a Melania Trump, que será primera dama si su marido, Donald, da la sorpresa y gana las elecciones presidenciales. Unas dos mil personas escuchaban a Trump sobre el césped artificial del pabellón deportivo de Berwyn, Pensilvania, cifra nada despreciable para un jueves a las dos de la tarde. Como Jones, la mayoría eran mujeres de clase media de la periferia de Filadelfia, la capital de Pensilvania.
“Tenemos que encontrar la manera de honrar y proteger la bondad de nuestros hijos, en especial en las redes sociales”, había dicho Melania Trump, sonando de pronto mucho más conciliadora y ‘presidenciable’ que su marido en toda la campaña. Jones asintió y hundió la barbilla, ofreciendo su aprobación, al tiempo que su flequillo plateado le frotaba la frente.
“Me he sentido enormemente identificada con su discurso”, explica Jones, un ama de casa de 55 años, antigua supervisora de una planta metalúrgica en Bucks County, Pensilvania. “Nuestros chicos se enfrentan a tantos peligros, no solo en Internet, sino también por ahí fuera, en la calle. Me da miedo el mundo que les estamos dejando”.
Pese a la ansiedad de Jones, las estadísticas son claras: los crímenes violentos llevan descendiendo más de tres décadas en EEUU, en especial en el extrarradio de las ciudades. Pero la campaña de Donald Trump ha agitado el miedo al crimen –y por extensión a las minorías raciales— llevando el asunto al centro del debate político.
En Pensilvania, un Estado que ha votado demócrata en las pasadas seis elecciones, la cita electoral del 8 de noviembre pondrá a prueba si la retórica incendiaria de Trump sirve para devolver un número suficiente de votantes al Partido Republicano. Gran parte de las opciones de éxito de Trump pasan por convencer a gente como Jones, habitantes de los proverbiales suburbs, o suburbios, los barrios de clase media con viviendas unifamiliares en el extrarradio de las ciudades, que a mitad del siglo pasado se convirtieron, previa despoblación del centro de las ciudades por parte de las familias blancas de clase media, en enclaves perfectos para el American way of life. Con las encuestas cada vez más apretadas, la visita inesperada de Melania Trump puede leerse como un apelativo a mujeres como Jones, que componen un segmento del electorado que podría ser decisivo para determinar quién se lleva los veinte votos electorales del Estado.
Pensilvania es un Estado profundamente dividido. Vota demócrata en las elecciones presidenciales, pero tiende a elegir gobernadores y alcaldes republicanos. Aunque la inmensa mayoría de la población blanca en zonas rurales del Estado es decididamente republicana, las dos principales ciudades, Filadelfia y Pittsburgh, votan demócrata por amplios márgenes. Es en los suburbios, con sus jardines bien recortados, sus buzones de correos individuales y su estilo de vida sostenido sobre la gasolina barata, donde podría decantarse la contienda del martes.
“Dos de cada cinco votos emitidos en Pensilvania vienen de los suburbios de Filadelfia”, explica Terry Madonna, experto en demoscopia y director del Centro de Política y Asuntos Públicos en el Franklin and Marshall College.
Madonna añade que los suburbios disfrutan de un nivel más alto que Filadelfia, golpeada por la recesión y un largo proceso de desindustrialización. Además, apunta, son más autónomos económicamente. Cada vez más gente deja de viajar a diario a la ciudad para trabajar, porque lo hace en grandes empresas financieras o farmacéuticas que se han establecido en la zona. Quienes viven en los suburbios tienden a ser blancos, ricos y a estar registrados como votantes republicanos. Pese a eso, eligen a un partido u otro indistintamente, de modo que Madonna los sitúa como el electorado clave al que Trump debe convencer para ganar las elecciones.
Margot McKee corrobora dicho análisis. La octogenaria agente inmobiliaria, de mejillas rosadas y sonrisa fácil creció en Manhattan, pero se mudó a su Chester County natal, a las afueras de Filadelfia, cuando sus padres murieron en los noventa. Ahora se dedica a vender casas a aquellos que buscan cambiar el eclecticismo polvoriento de la ciudad por la vida en los cómodos suburbios. “La gente que se muda aquí lo hace buscando asentarse en una vida de éxito y calma”, dice durante un paseo en coche por el suburbio de Paoli, a una media hora al sur de Filadelfia, el viernes. “Quieren pagar pocos impuestos y que los dejen en paz”.
McKee, registrada en el censo electoral como republicana, votó a Bill Clinton en los noventa. Hoy, sin embargo, dará su apoyo a Donald Trump. Pero su voto viene motivado sobre todo por el rechazo que le genera Hillary Clinton. “Creo que se ha beneficiado del sistema para enriquecerse ella y su familia”, dice en referencia a la candidata demócrata. “Y no la encuentro atractiva. No tiene clase.”
“¡Nos encanta tu cuerpo!” grita a Melania Trump una señora pelirroja, flanqueada por dos moteros, provocando los vítores del público, masculino y femenino, en el mitin de Berwyn.
A la salida del mitin, Lynn Stone también muestra su conexión con el matrimonio Trump. “Donald ha puesto en marcha un verdadero movimiento social”, señala la también ingeniera, que se mudó en su juventud de Nueva York a los suburbios de Long Island, y más tarde, hace dos décadas, al oeste de Pensilvania, donde educó a sus hijos en casa, lejos de la educación comunitaria. Stone lleva meses haciendo de voluntaria para llamar a votantes indecisos en nombre de la campaña de Trump. En su opinión, la pulsión que ha llevado a Trump hasta la nominación republicana tiene sus raíces en Ron Paul, el excongresista y candidato del Partido Libertario a la Presidencia, que para Stone revitalizó el panorama de la derecha estadounidense.
“Vivimos una guerra por el futuro de este país”, indica con sus ojos turquesa fijos sobre su interlocutor y el ceño fruncido. “Nuestra Constitución está siendo vilipendiada. El Estado está fuera de control. Yo lo sé desde hace años, y me alegro de que otra gente se esté despertando a esta realidad por fin. Tenemos que regresar a la Constitución y obedecerla. Y punto”.
En cierta medida, los suburbios de Filadelfia han dejado de ser una extensión rica de la ciudad, para convertirse en una entidad sociológica –y política—propia. A mitad de camino entre la Pensilvania rural, armada hasta los dientes y devota cristiana, por un lado, y de la capital Filadelfia, deprimida y vibrante en lo cultural, por otro, se mantienen relativamente inmunes al prolongado declive económico del Estado que un día vio florecer ciudades mineras. Los suburbios se llenan cada vez menos de obreros venidos a más, y en su lugar abundan en ellos las familias blancas con estudios universitarios, que se ganan la vida en los negocios o las profesiones liberales. Ese segmento –el de blancos acomodados, con estudios secundarios— se viene decantando por Hillary Clinton en las encuestas desde hace meses. Si bien Trump se impone entre los obreros blancos sin estudios universitarios, los trabajadores de clase blanca que sí los tienen, pieza clave en las mayorías republicanas, apoyaron con mucho más fervor a Romney o incluso a McCain hace cuatro y ocho años respectivamente.
Dado este panorama, Trump parece haber hecho una apuesta de última hora por las mujeres suburbanas para achicar la distancia con Clinton, que ronda los tres puntos según las encuestas en Pensilvania.
Madonna, el experto en demoscopia, señala que las mujeres votan en mayor proporción que los hombres en los suburbios. “Ellas son el electorado clave en estas elecciones, especialmente en los suburbios”, apunta.
Media hora al este de Berwyn, donde dio su mitin Melania Trump, Susan Sluk no compra los argumentos de Trump. “No es solo lo que dice sobre las mujeres”, dice, sentada en el salón de yoga que regenta, que también hace las veces de café en la calle principal de la capital del condado. “Ha insultado a casi todos los grupos de esta sociedad”, señala Sluk con cierta vergüenza. “Si el líder de nuestra nación habla así, la gente de la calle se verá refrendada para hacerlo también”.
Sluk, de 48 años, señala que tiene miedo de la imagen que daría EEUU de cara al exterior si elige a Trump. Pero sus preocupaciones van más allá, y tienen que ver con el temor a que Trump nombre, como ha dicho que hará, jueces que desmantelen Planned Parenthood, la agencia estatal de salud reproductiva que proporciona, entre otras cuestiones, ayuda para los abortos de mujeres de bajos recursos. También le sacan de quicio comentarios como los del hijo mayor de Trump, que hace unas semanas sugirió en Twitter que EEUU debería revocar el sufragio femenino a la vista del escaso apoyo con el que contaba su padre entre las mujeres. “Nos quieren llevar atrás cincuenta años”, culmina.
La campaña de Trump pareció desmoronarse después de que emergiera el célebre vídeo de un programa de telerrealidad de hace once años, en el que presumía de haber abusado sexualmente de mujeres, y de las subsiguientes denuncias de una docena de mujeres que contaban cómo Trump se aprovechó de ellas. Pero, a escasos días de las elecciones, en la Filadelfia suburbana a muchas mujeres no parecían importarles demasiado dichos testimonios.
“No les presté ninguna atención”, señala la agente inmobiliaria Margot McKee. “¿Por qué salen a la palestra ahora, con estas acusaciones, 10, 15 o 20 años más tarde? No tiene sentido…”. McKee se frena un momento, como para evaluar si decir o no lo siguiente: “¿Acaso creían que podían sobornarle?”
Fuera del mitin de Melania Trump, Courtney Reed, una espigada veinteañera que luce una pegatina dejando clara su cristiandad junto al nombre del candidato republicano, se deshace en halagos hacia Melania Trump y su apelativo a los valores familiares. “Estoy impresionada con su familia”, señala. Reed, que gestiona junto a su hermana una pequeña empresa de diseño de carcasas de teléfonos móviles, se muestra consternada por el rumbo de la política del país, en especial por los altos costes de la sanidad, la inseguridad ciudadana y la inmigración ilegal. “Donald quiere devolver el imperio de la ley a este país, y hacer que los inmigrantes vengan legalmente o se queden en sus países”, apunta. “Además, quiere devolver el empleo a esta sociedad, y como empresario de gran éxito, puede hacerlo”.
Malka R., contable israelí de ojos saltones, afincada hace décadas en King of Prussia, a escasos diez minutos de Berwyn, está de acuerdo. “Yo soy inmigrante, pero no de los nuevos. Llevo mucho tiempo aquí”, recalca. Malka lleva un pin con la bandera de Israel junto a la estadounidense, no quiere compartir su apellido porque, dice, teme las represalias del fisco estadounidense contra los seguidores de Trump si Hillary Clinton –“¡Dios no lo quiera!”-- se impone en las elecciones. Apoya a Trump para que “nos proteja de Irán y cierre la frontera”. Habló con gran devoción de Trump, a quien comparó con Ronald Reagan, del que, dijo, los medios también se burlaban para impedir que fuera presidente”.
Sobre los comentarios de Trump acerca de sus tocamientos indeseados a mujeres, añade: “No creo que tenga ninguna actitud despectiva hacia las mujeres. Lo que dijo tampoco es para tanto. Tenía dinero, y podía acceder a todas las mujeres que quisiera… No es irrespetuoso con las mujeres. Es lo que llamamos un ‘multimillonario de clase obrera’, y por eso entiende a la gente”.
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Una versión reducida de este reportaje está publicada en Al Jazeera English. El autor la ha traducido y ampliado para CTXT.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas —Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste— en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
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Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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