En defensa de la moneda social barcelonesa
El dinero de uso local que comenzará a circular en la ciudad a partir de 2017 favorecerá el comercio de proximidad y la economía cooperativa, social y solidaria
Lluís Torrens 22/11/2016
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El pasado 12 de octubre al Ayuntamiento de Barcelona, liderando un consorcio con 6 partners más (IGOP, UPC, The Young Foundation, IESE y Nova-Innovació Social), fue galardonado en Bruselas por un proyecto europeo valorado en más de seis millones de euros para los próximos 3 años. Se trata de una de las dieciocho Urban Innovative Actions concedidas a 18 ciudades europeas por primera vez, entre ellas, 3 españolas más (Bilbao, Madrid y Viladecans).
El proyecto de Barcelona, bajo el nombre de B-Mincome, desarrollará un proyecto de diversas pruebas experimentales para conceder distintos tipos de renta de garantía de ingresos a individuos y familias por debajo del nivel de pobreza. Los tipos de renta irán desde rentas condicionadas y limitadas hasta rentas incondicionadas y sin límites, replicando las usuales políticas de workfare neoliberales y socialdemócratas (que condicionan el cobro de las ayudas a implicarse activamente en realizar actividades de inserción laboral) o políticas universalistas, similares a una renta básica incondicional.
Además, los diferentes tipos de renta se combinarán con la elección o la obligación por parte de los beneficiarios de realizar diferentes políticas de inclusión social (formación-ocupación, empresa social, acciones para la comunidad, reforma de la vivienda para permitir alquilar habitaciones, etc..). Además, se testeará el impacto de que parte de los beneficiarios cobren parte de su renta en una moneda social propia de la ciudad.
Actualmente Barcelona no dispone de una moneda social, aunque en unos pocos días la ciudad vecina de Santa Coloma de Gramenet va a lanzar su propia moneda, también en el marco de un proyecto europeo, el Digipay4growth. Y Viladecans, también en su proyecto europeo, prevé la creación de una moneda propia para recompensar los ahorros energéticos de sus ciudadanos.
La existencia de monedas propias coexistiendo con otras de nivel estatal es antigua, y tuvo un primer momento álgido durante la gran depresión de los años 30 en EE.UU. y Europa
Así pues, la nueva moneda de Barcelona, que iniciará su andadura el año que viene y se espera se implante progresivamente en la ciudad a partir de 2019, se inscribe en el amplio movimiento de monedas locales que se están desarrollando en Europa y Latinoamérica sobre todo en los últimos años, aprovechando los nuevos desarrollos tecnológicos.
La existencia de monedas propias coexistiendo con otras de nivel estatal es antigua, y tuvo un primer momento álgido durante la gran depresión de los años 30 en EE.UU. y Europa. Irving Fisher, economista padre de la teoría económica cuantitativa moderna, ya escribió textos sobre cómo monedas locales podrían ayudar a economías locales deprimidas a reactivarse, ante la escasez de dinero de curso legal. Fisher documentó extensamente el impacto de una moneda local en el pueblo de Wörgl en Austria en esa época. La moneda de esa ciudad funcionaba mediante un cartón calendarizado con cupones (stamp script) y un sistema de oxidación (pérdida continua de su valor de cambio) que incentivaba a sus poseedores a gastar el dinero rápidamente. De esa época también surge el sistema más importante existente en la actualidad, el sistema de la banca cooperativa suiza WIR.
Tras la guerra mundial y ya en nuestra época se han desarrollado miles de monedas sociales en todo el mundo, algunas como extensiones de sistemas de trueque multilateral (que permiten intercambiar bienes o servicios entre múltiples individuos o empresas sin necesitar de intercambios bilaterales), bancos del tiempo (como el que explica el economista Paul Krugman sobre las horas de canguro de niños en la cooperativa Capitol Hill en Washington DC) y otras ligadas a comunidades territoriales o incluso bajo el impulso de las autoridades regionales (como el sistema de crédito Sardex en la isla de Cerdeña) o locales.
Las monedas sociales de uso local han tenido un crecimiento importante entre ciudades medianas y grandes en Europa, siendo las ciudades inglesas (Bristol o el barrio londinense de Brixton) y francesas las más conocidas (como Toulouse o Nantes). Francia ha desarrollado una legislación específica, y las monedas sociales han despertado el interés de las autoridades monetarias como el Banco de Inglaterra o el Banco Central Europeo. En España ya existen muchas monedas locales, basadas la mayoría en sistemas LETS (lo vemos más adelante).
Por cierto, las monedas sociales no tienen nada que ver con las criptomonedas o monedas virtuales (como el bitcoin), que se basan en criterios especulativos en donde quien emite la moneda se embolsa en moneda legal lo que el mercado (los usuarios de la moneda) están dispuestos a pagar por ello, lo cual depende básicamente de su capacidad para permitir transacciones con muy bajos costes y elevada opacidad (se realizan fuera del mercado financiero tradicional, como los bancos, y escapan a cualquier control fiscal) o para especular con ella (como cualquier otro activo financiero, pero con una volatilidad muy alta: empezó a cotizar en 2009 a unos céntimos de $ por bitcoin, alcanzó casi los 1000 $ hace tres años, cayó hasta 231$ el 2015 y ahora está por encima de los 730$). No obstante, la tecnología que usan (conocida como cadena de bloques o blockchain) despierta un creciente interés entre las entidades financieras por su capacidad de permitir transacciones seguras a bajo coste.
Existen muchos modelos de moneda social, pero las podemos clasificar en dos grandes grupos: las monedas basadas en circuitos cerrados de crédito, y las monedas basadas en un soporte en la moneda de curso legal. Además, como resultado de una evolución histórica, debemos distinguir entre las monedas con soporte en papel (billetes, monedas o cupones) y las monedas más recientes con soporte electrónico o llamadas monedas también digitales.
Las monedas sociales no tienen nada que ver con las criptomonedas o monedas virtuales (como el bitcoin), que se basan en criterios especulativos
Las monedas basadas en circuitos cerrados de crédito tienen a su vez dos grupos de usos: los circuitos empresariales de intercambio de bienes y servicios basados inicialmente en los sistemas de trueque multilateral o barter mencionados anteriormente y los sistemas de intercambio local o Local Exchange Trade System – LETS- por los que los usuarios se generan un crédito a su favor frente al sistema de intercambio cuando venden bienes o servicios a otros miembros y reducen ese crédito o incluso se genera un saldo negativo cuando compran bienes o servicios. El saldo negativo está topado (nadie se puede endeudar en exceso contra el sistema) y cuando se entra en el sistema se puede obtener una capacidad inicial de endeudamiento (hasta el tope mencionado) para poder empezar a comprar antes de vender.
Tanto en los sistemas empresariales, como en los sistemas orientados más a individuos, como en los sistemas mixtos (como el sistema RES de Bélgica y de Girona que permite a consumidores finales y a empresas comerciar simultáneamente) la suma de los saldos positivos y negativos se compensa (una compraventa genera un saldo positivo y uno negativo) pero hay una capacidad de endeudamiento (suma de todos los posibles saldos negativos) implícita, que sería el equivalente a una creación monetaria similar a la que genera el sistema monetario actual cuando, como ha reconocido el Banco de Inglaterra, los bancos crean dinero de la nada: concediendo un crédito a un cliente y depositándole el valor del crédito en su cuenta bancaria, de manera que el saldo del banco sigue equilibrado).
El sistema Sardex y algunas experiencias de la red de economía solidaria catalana XES (ambos empresariales) y los diversos sistemas CES funcionan así. No obstante, para facilitar la transparencia en los intercambios, la moneda social o el crédito generado en el sistema se denomina en una divisa con equivalencia 1 a 1 al euro o la moneda de curso legal del país de referencia, aunque normalmente no exista un sistema para intercambiar saldos positivos de la moneda local en euros. Por lo tanto el elemento básico para que funcione un sistema cerrado es que existan individuos o empresas dispuestos a aceptar que otros les paguen en moneda local los bienes o servicios que les entregan, con la confianza de que ellos, a su vez, podrán gastarse su saldo comprando a otros miembros, y así sucesivamente. En tanto estos sistemas sean cerrados, sin intercambios regulados con la moneda legal, están fuera del alcance de la supervisión de las autoridades monetarias, ya que se trata de meros intercambios de crédito comercial, como ocurre corrientemente con las transacciones de bienes y servicios entre empresas. Y obviamente todas las transacciones están sometidas a los impuestos correspondientes (IVA, etc..)
Para incentivar la actividad de estos circuitos los dos instrumentos principales son la ampliación de las capacidades de crédito (saldo negativo máximo) de los miembros (con la confianza de que serán capaces de retornarlo por la vía del suministro de bienes y servicios a otros miembros, o mediante pago en euros procedentes del circuito de pago convencional) y en segundo lugar la implementación de una tasa de oxidación (tasa de interés negativo sobre los saldos positivos que se mantienen en el sistema) que incentiva a gastarse el saldo positivo para no perderlo progresivamente. Obviamente la tasa de oxidación debe ser estimada de manera que no “espante” a los potenciales usuarios del sistema.
Otro elemento importante de estos sistemas para que crezcan en volumen es la profesionalización de la gestión, mediante sistemas informáticos adecuados (el más conocido, el sistema Cyclos de la fundación holandesa Social Trade Organisation --STRO--) y personal que capte usuarios y procure que los poseedores de saldos positivos dispongan de proveedores donde gastárselos cubriendo sus necesidades (llamados brokers).
Las monedas sociales basadas en soporte en el euro u otra moneda de curso legal (como la libra esterlina británica) son las más adecuadas para monedas impulsadas desde los ayuntamientos, por las limitaciones legales a crear endeudamiento y por el principio de precaución al que deben someterse las administraciones locales o regionales. Es el caso de la moneda de Santa Coloma: en su caso el ayuntamiento decide canalizar parte de sus gastos (salarios, compras a proveedores, subvenciones) en moneda local. Para ello deposita una cantidad de euros en una cuenta restringida que sea equivalente a la moneda local que emite y que transfiere a los perceptores de sus fondos (trabajadores municipales, proveedores o entidades subvencionadas) que han aceptado voluntariamente (salarios y pagos a proveedores) u obligadamente (subvenciones) cobrar en moneda social. A su vez el ayuntamiento puede cobrar voluntariamente precios y tasas públicas en moneda social, y los ciudadanos pueden adquirir moneda social previo pago en euros.
Uno de los objetivos es favorecer al comercio de proximidad, la economía cooperativa, social y solidaria, la economía circular y la conocida como kilómetro 0
Con la moneda social en sus manos (o mejor dicho en sus smartphones porque es una moneda digital cuyo saldo se encuentra guardado en el software de los servidores del sistema) los tenedores de saldos positivos (en este sistema nadie tiene saldos negativos) pueden comprar bienes a otros comercios adheridos al sistema. En el caso de Santa Coloma (el más avanzado tecnológicamente hasta hoy) para favorecer la circulación de la moneda en la ciudad se ha fijado un periodo de maduración que fija un número de días mínimos antes de los cuales si se quiere cambiar el saldo de moneda social por euros se debe pagar una penalización (esto no ocurre en Bristol, donde el canje de Bristol Pounds por libras esterlinas se puede hacer inmediatamente). Como ya hemos mencionado, el intercambio de euros siempre esta garantizado y no existe creación monetaria.
De esta manera el principal objetivo es que la moneda social circule entre los comercios de la ciudad y que los comercios practiquen el comercio entre ellos. El objetivo es que cada euro de gasto público o de los ciudadanos de Santa Coloma multiplique su impacto sobre la economía local, en especial sobre el tejido comercial de proximidad, generando más puestos de trabajo, en una ciudad muy acostumbrada a gastarse sus euros en los centros comerciales próximos pero fuera de su municipio. Técnicamente el objetivo es doble: por un lado incrementar la velocidad de circulación de la moneda, las veces que se usa en transacciones (de un valor de 2 veces al año para un euro en promedio hasta valores superiores a 10 veces en monedas sociales con oxidación, como la de población alemana de Chiemgauer) y cuánto impacta en la economía local (medida por ejemplo con el multiplicador local de tres vueltas LM3, que suma el gasto realizado con la moneda local en la cadena de tres compradores consecutivos).
Existen además modelos mixtos en donde por un lado se canjean euros a cambio de moneda local (ya sea en papel como en Bristol o en saldo electrónico como en Santa Coloma) y a la vez disponen de sistema de crédito para facilitar acceso al crédito de pymes y autónomos y que estos créditos o microcréditos concedidos por la banca pública o el propio sistema se inviertan en el territorio. Los sistemas en papel son más atractivos en imagen (por ejemplo Bristol emite billetes con diseños de artistas locales) pero los sistemas digitales permiten implementar fácilmente políticas de marketing o de gestión imposibles de hacer en papel. Por ejemplo penalizar con tasas de oxidación la no circulación, o penalizar los canjes por euros, o , a la inversa, bonificar compras en comercios de determinadas zonas, tipos de comercio o momentos del tiempo, a elección de la entidad que gestione la moneda. La entidad gestora puede ser una entidad creada ad-hoc o se puede delegar en una entidad financiera, habitualmente de la banca cooperativa o pública.
¿Cuáles son los objetivos de Barcelona y qué tipo de moneda debería escoger? Aún se dispone de medio año para decidir el tipo de moneda que se va a implementar en el piloto del proyecto europeo. Las posibilidades son múltiples, pero parece claro que uno de los objetivos es favorecer al comercio de proximidad, en especial todo el que impulse el pequeño comercio de proximidad, la economía cooperativa, social y solidaria, la economía circular y la conocida como kilómetro 0. Además, el pago de las ayudas monetarias en moneda social permitirá hacer un experimento muy innovador de canalización de gasto público social y analizar su impacto en el bienestar de sus perceptores. La moneda social de Barcelona puede tener múltiples aplicaciones en el fomento del cambio de modelo productivo de la ciudad, hacia un sistema socialmente inclusivo y ambientalmente sostenible, mediante aplicaciones sectoriales a cuestiones energéticas, de gestión de residuos, del uso de capacidades ociosas o de fomento de la cultura, entre otras, alineando con todos los actores del ecosistema urbano.
Para ello se contará con el conocimiento experto de los diversos think tanksdel proyecto, de la comunidad de expertos del Instituto de la Moneda Social y de la propia ciudadanía y del tejido comercial y productivo local, que modulará el proyecto para maximizar el bienestar colectivo y del tejido comercial y productivo local, con el objetivo de modular el proyecto y su gestión futura para maximizar el bienestar colectivo.
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Lluís Torrens. Director de Planificación e Innovación. Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Barcelona.
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