Crónica Judicial / Gürtel
Sepúlveda, el alcalde florero que iba en Jaguar
El exsenador del PP negó que Correa le pagara sistemáticamente –sí confesó que dejó que le costeara el coche– y que que se hubiera asociado con este, Bárcenas y Merino para repartirse comisiones de la campaña electoral de 2003
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 24/01/2017
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En los matrimonios de la corrupción hay siempre un hombre urraca y una mujer despistada. Luis Bárcenas y Rosalía Iglesias; Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón. De algún modo, esta escenificación resulta rentable de cara a la opinión pública nacional. Ellos picotean y esconden el alpiste mientras ellas campanillean por aquí y por allá, y aletean felices sin oler el fango. En la dupla pepera de Jesús Sepúlveda (exalcalde de Pozuelo) y Ana Mato, ya divorciados, también ella se adelantó y se adjudicó la inopia, asegurando que no se había percatado de que un Jaguar dormía en su garaje. Sin embargo, él, en una apuesta por la igualdad conyugal nunca vista en un político conservador, se declaró amnésico y abúlico: alcalde florero.
Un primer edil trofeo, un top model de la política nacional fichado para la esfera municipal a fin de remontar unas encuestas que arrebataban la mayoría absoluta del Partido Popular en Pozuelo de Alarcón. Esa fue la imagen que ofreció el día 24 de enero ante el tribunal. O sea, que, según contó, prácticamente tomó el sillón del consistorio y delegó todas las competencias. Se quedó apenas con la función de sostener el bastón de mando, con las dos manos, encerrado en su despacho, hora tras hora, tratando de no despistarse, pero perdiendo el hilo a cada tanto, igual que le estaba ocurriendo ahora en la Audiencia Nacional, que meneaba las patillas de las gafas, las plegaba y las desplegaba, y su abogado se las veía negras para encauzarlo, para que no se equivocara tanto, y eso que ordenó y marcó los epígrafes de su interrogatorio como si fuera un libro de primaria.
El defensor se preocupó de modular cada cuestión para que en los gestos y la entonación se descifrara una respuesta automática y obvia
El defensor se preocupó de modular cada cuestión para que en los gestos y la entonación se descifrara una respuesta automática y obvia. Sepúlveda lo escuchaba (ojos separados y mirar disperso de paloma) y respondía, sobre todo, con negativas y evasivas. Tamaño esfuerzo le estrechó la vejiga al letrado. A mitad de intervención se vio obligado a suplicar al juez Hurtado: llevaba quince minutos meándose, con la venia de la sala, y corrió hacia la puerta, enrojecido, mientras todos se reían.
“Agradeciendo inmensamente el detalle…”, dijo al retomar, aliviado.
La vista del martes 24 había empezado con los últimos coletazos de la comparecencia de Iván Yáñez, presunto testaferro de Luis Bárcenas. Antes de la constitución de la sesión, el acusado se dedicó a chacharear en corrillo con el grupo de Paco Correa y Pablo Crespo.
Una de las dos realidades debe ser una farsa: la del vestíbulo de la audiencia o la que se escenifica ante el triunvirato de jueces. Muchas relaciones que, delante del tribunal, se califican de inexistentes o malparadas, luego, en el desahogo del rellano, se ven plácidas, amigables. Una de estas dos mitades miente, o seguramente las dos escondan falsedades intencionadas: en la primera por pura estrategia de defensa y en la segunda, tal vez, por una cortesía y una diplomacia espontáneas que para muchos es el único capital político (y social) que les queda y, en consecuencia, no se permiten renunciar a él: hacerlo significaría aceptar la cárcel, rendirse.
Yáñez siguió achacando sus ganancias a su actividad de asesoría y negando que conociera el origen manchado de los fondos de Luis Bárcenas: “Siempre identifiqué a Luis con los negocios, tenía un apartamento en Baqueira cuando yo no había terminado la universidad”, recordó.
Más tarde, cuando ya Sepúlveda hablaba ante los jueces, Luis (con un pie en Baqueira y otro en San Fernando de Henares) buscó a Yáñez y le guiñó un ojo con una simpatía maquinal que pareció reconfortarle.
El exalcalde de Pozuelo de Alarcón era la estrella del día. Gracias a él, oímos referencias a Ana Mato, exministra de Sanidad, imputada a título lucrativo. Que se repita ese nombre en la sección segunda de la Audiencia Nacional cumple una fantasía: casi tocamos a la cúpula, a Mariano Rajoy; suena como si la justicia fuera a alcanzar la punta del último tentáculo.
Sepúlveda negó que Correa le pagara sistemáticamente. El ministerio fiscal atribuye al exalcalde y exsenador las cantidades del Excel de las empresas gürtelianas destinadas a J. S. “Yo soy Jesús Sepúlveda, no J. S.”, se defendió. Sí confesó, en cambio, que dejó que Correa le pagara el Jaguar. Se encontró con Don Vito cuando se dirigía a dar la entrada para adquirir el vehículo y aquel le acompañó y le ofreció hacerse cargo de la compra: “Así yo podía ahorrarme el IVA y no tenía que estar pagando todos los meses, era un amigo y se lo podía pagar en el momento en que pudiera”, justificó. Correa, al contrario, había insistido en octubre en que le había regalado el coche. Sepúlveda lo negó e insistió en que sólo se lo había financiado. Igual ocurrió con los viajes de Pasadena. El de Pozuelo reconoció el hecho, pero le untó una capa de pintura. “Tengo que reconocer que puede que algún viaje no lo abonara”, aceptó. “Correa me dijo que, por ser agencia, tenía la posibilidad de que (algunos viajes) no le costaran nada”, matizó. “Entiendo que me los regalaba por la amistad que teníamos; nunca me pidió nada a cambio”, intentó esquivar el cohecho.
La defensa se presentía difícil desde los primeros días del juicio. El terreno estaba minado y decidió responder sólo a su defensa. Dos de los arrepentidos, el exconcejal Roberto Fernández y el dueño de Constructora Hispánica Alfonso García-Pozuelo, habían culpado a Sepúlveda de llenarse los bolsillos gracias a sus chanchullos con Correa.
Los valores familiares que rodean estas transmisiones de patrimonio permiten cierta laxitud en la comprobación de cantidades
Para justificar las riadas de billetes el acusado recurrió a un clásico: la herencia de su padre. Las herencias son la llave inglesa del fraude y el blanqueo. Los valores familiares que rodean estas transmisiones de patrimonio permiten cierta laxitud en la comprobación de cantidades y una buena dosis de dejadez en la documentación del reparto. Primero el amor a los tuyos, y después la burocracia. Así, una herencia engorda o adelgaza según el monto que se quiera justificar.
— ¿Se juntó usted con unos 215.000 o 220.000 euros en efectivo?— preguntó el abogado.
Él respondió que sí, y se embarró en un cálculo de porcentajes de casas y fincas que atrajo la atención de la fiscala Concepción Nicolás, que miró al techo y se puso como a bisbisear, haciendo operaciones que no terminaban de cuadrar. A juzgar por la cara del letrado, este fue uno de los momentos que más le aflojó la uretra.
Sepúlveda negó también que se hubiera asociado con Correa, Bárcenas y Merino para repartirse comisiones derivadas de la campaña electoral de 2003. Cogió el capote que le había tirado Bárcenas la semana anterior y lo usó para difuminar su papel en las decisiones de contratación de los actos, a pesar haber ocupado el puesto de secretario nacional del Área Electoral. Especificó que las decisiones del comité se tomaban entre 18 personas “colegiadamente”, usó incluso la misma palabra que el extesorero. A través del pago de las facturas de campaña, se habrían filtrado las compensaciones de empresas por futuras adjudicaciones y tratos de favor. Sepúlveda dijo que nunca supo cómo mediar ni a qué instancias acudir para favorecer a determinadas firmas, por ejemplo, en la adquisición de servicios para el procesamiento de los purines del ganado. “No sabría cómo hacerlo”, recalcó, pronunciando de nuevo pastosamente, moviendo las gafas en la mano, distrayéndose.
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Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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