Erika Kaneza/ Refugiada y mediadora
“El dolor de la inmigración siempre va contigo”
Alexandre Mato Bruselas , 15/05/2017
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Hablar con Erika Kaneza (Bujumbura, Burundi, 1976) supone abordar la migración, el exilio, desde una perspectiva íntima --muy diferente a la institucional--, la de cómo superar el conflicto, el dolor, tras escapar de la muerte y afrontar el desarraigo. Kaneza abandonó su país y llegó a Bélgica en 1996. Tres años antes, un golpe de Estado contra el primer presidente elegido en unos comicios democráticos desde la independencia del país en 1962 desató una guerra civil de 12 años que asoló el país y causó 300.000 muertos.
A diferencia del bloqueo administrativo y el rechazo institucional que sufren ahora los miles de refugiados que intentan llegar a Europa, Kaneza, integrante de la etnia tutsi, consiguió en tan solo tres meses un visado para permanecer en Bélgica y poco después un trabajo que le permitió acceder a la residencia. Superar la tragedia, cuenta, le ha llevado dos décadas.
Tras trabajar durante casi cinco años como asistente de dos de los magistrados en el Tribunal Penal Internacional de La Haya para los crímenes de la ex Yugoslavia, Kaneza fundó en 2012 Dare Authenticity, una empresa especializada en la mediación de conflictos, en el coaching y desde la que orienta a profesionales que trabajan con refugiados. “Ayudo a los que ayudan”, explica. Un ejemplo que las autoridades europeas deberían tener en cuenta a la hora de plantear las políticas de asilo e integración para los miles de refugiados que buscan una nueva vida.
En 1993 un golpe de Estado derrocó al presidente democrático de Burundi cuando apenas llevaba tres meses en el poder. ¿Cómo le afectó a usted y a su familia?
Yo tenía 17 años y para mí lo cambió todo. Durante muchos meses nos habían explicado la importancia de esas elecciones democráticas. Yo la había asumido, estábamos implicados. Por primera vez en la historia teníamos un presidente hutu. Con el golpe, todo cambió. Al principio hubo unos meses de shock, pasamos cuatro meses en casa por la inseguridad creciente. Nada volvió a ser tranquilo. En 1993 ya empezaron los asesinatos de tutsis. Mi familia materna, mi abuela, mis cuatro tíos, primos, etc., estuvieron en un campo de refugiados durante tres años hasta que los mataron en 1996. No sobrevivió ninguno de mis primos, excepto uno que estaba en el ejército y una prima que se había casado y no estaba allí. Nuestro espacio de seguridad cambió, incluso en nuestra casa teníamos acogidas a personas. A nivel psicológico me traumatizó, aunque entonces no me di cuenta. Lo que entendí en aquel momento fue que no podía volver a confiar en el ejército, porque nadie estaba seguro, ni siquiera el presidente o el presidente del Congreso. Desde ese día me convertí en una espectadora, amenazada por la violencia, ante la imposibilidad de cambiar las cosas...
Me llevó casi tres meses conseguir el visado, entonces no costaba tanto como ahora. Tres años después de llegar a Bélgica ya tenía la tarjeta de residencia porque estaba trabajando
Y así fue como llegó a Europa, como refugiada escapando del genocidio entre hutus y tutsis. ¿Cuándo fue eso?
Llegué en octubre de 1996 a Bélgica y solicité un visado para asegurarme de que estaba haciendo lo correcto. Mi caso fue muy sencillo, mi madre había aparecido en la CNN, el lugar de donde veníamos en Burundi era conocido porque se habían producido asesinatos, tenía pruebas de mi situación... Me llevó casi tres meses conseguir el visado, entonces no costaba tanto como ahora. Tres años después de llegar a Bélgica ya tenía la tarjeta de residencia porque estaba trabajando. En aquel momento, había mucha gente en las oficinas de extranjería pidiendo asilo, pero creo que no eran tanta como ahora. Recuerdo estar sentada allí y que hubiese mucha mucha gente. Todas las habitaciones estaban llenas. Cuando intento pensar en la situación actual, sinceramente no me lo puedo imaginar.
¿Cree que el proceso entonces para conseguir la protección como refugiado era más fácil que hoy en día?
Sí. Primero, porque los funcionarios tenían más tiempo para trabajar con las personas que llegaban, para analizar mejor los expedientes.
¿Se han vuelto los países europeos más inflexibles con los inmigrantes que vienen a Europa?
En aquella época, a pesar de que también debía ser estresante para ellos, los funcionarios podían trabajar de acuerdo a las reglas y seguir el proceso indicado. Pero ahora los gobiernos piensan que hubo demasiada apertura. La crisis migratoria es más importante, más grande, con lo que está pasando en Siria, en Libia, en todas partes... El electoralismo está jugando su papel, los gobiernos creen que deben ser más duros.
Estas reflexiones sobre su tragedia familiar, su recorrido personal y la relación con la crisis migratoria actual son recientes. Hace apenas unas semanas decidió compartirlas en Bruselas en una conferencia junto a otros refugiados. ¿Qué ha cambiado tras dos décadas?
Lo compartía con amigos, en una cena, en confianza, pero no había reflexionado sobre ese viaje desde una perspectiva migratoria. Estaba lidiando con un conflicto personal, el venir de Burundi, vivir en Bélgica, estar siempre pensando en volver... Es el conflicto de alguien que no se da cuenta de cuántas oportunidades recibió. Con la crisis migratoria, a partir de 2013, cuando veía en televisión lo que sucedía en Lampedusa, a la gente haciendo todo lo posible por llegar, fue cuando pensé que eso es duro. Reflexioné además acerca de qué estaría haciendo la gente de Lampedusa, de Italia, cómo verían esas llegadas. Así empecé a analizar mi historia como emigrante. Fue un chispazo en mi cabeza, que no había ocurrido en 17 años.
Y abandonó su empleo en La Haya en el Tribunal Penal Internacional para los crímenes de la antigua Yugoslavia. Ese puesto también le ponía delante del genocidio y de crímenes de guerra...
Sí, pero era como estar viendo el mundo con los ojos de otra persona. Lo que sí supuso [este empleo] fue que empecé a buscar alternativas para la mediación y resolución de conflictos, complementarias al sistema judicial, al sistema clásico. En aquel momento empecé a conectar la situación del mundo con la crisis migratoria, con las consecuencias de las guerras. Había visto en televisión las imágenes del asesinato de Gadafi. Y mi corazón africano había emergido diciéndome que eso no estaba bien. Gadafi no era una buen persona, pero un presidente no puede morir así, es estúpido. Vi un vídeo suyo en YouTube en el que dice que él era el único en acoger a gente de los países de África occidental. “Si dejase de hacerlo, el mar Mediterráneo estaría inundado de jóvenes africanos”, decía. Esa era la conexión con la crisis migratoria, y las cosas se iban a poner difíciles. Y muy pronto lo empezamos a ver, tanta gente en el Mediterráneo. Fue cuando realmente empecé a estar interesada en la situación migratoria y en la mediación, en la labor preventiva, en cómo empoderar a la gente. Vi que ya no tenía nada que hacer en el Tribunal Internacional.
Me preguntan, por ejemplo, cómo enfocar una conversación con un refugiado. Yo entiendo esas situaciones, primero por la distancia que tomo, segundo por mi experiencia personal
¿Y cómo es ese trabajo de mediación que usted hace?
Me reúno con las personas involucradas, en charlas de una hora. Se trata, principalmente, de empoderar a las dos partes en el conflicto, para que ellos encuentren la solución. Hablamos de conflictos personales, entre vecinos, de un cliente con su proveedor. Además doy conferencias sobre integración, participó en debates públicos... No trabajo directamente con refugiados, pero sí con personas que trabajan con ellos. Muchos no saben ni cómo hablarles. Muchas veces es la primera vez que tienen que lidiar con problemas así. Ayudo a aquellos que ayudan y que también necesitan ayuda. Me preguntan, por ejemplo, cómo enfocar una conversación con un refugiado. Yo entiendo esas situaciones, primero por la distancia que tomo, segundo por mi experiencia personal, utilizo mi historia. Me gusta este trabajo porque no me involucro en las emociones, me ayuda a mantener mi calma. Todavía debo trabajar en la repercusión emocional de haber perdido tu país, de estar en otro nuevo...
Entonces, ¿después de 20 años todavía tiene que lidiar con esa herencia dolorosa?
Eso va contigo, siempre. La inmigración dolorosa. En los últimos tres años yo he decidido estar aquí, pero durante 17 años no recordaba, a veces, si estaba en Burundi, o en algún sitio intermedio. Mentalmente no había trabajado esa parte. Es doloroso, no sabes que estás sufriendo por no estar en tu hogar. La palabra hogar conlleva mucho equipaje. Hay que redefinir el hogar, crear uno nuevo. Es algo que se debe trabajar. Un consejo que doy a cualquier emigrante es que se asegure de que sus hijos tengan un modelo. No pueden verte sólo como un emigrante, tienen que verte como alguien activo, integrado en la comunidad.
¿Los protagonistas de la crisis actual, los refugiados, pueden vivir una experiencia similar a la suya, de tantos años, hasta asumir su nueva vida?
Se sufre según lo que se ha vivido o visto. Hay que trabajar el aspecto psicológico. Las autoridades deben hacerlo, deben ayudar con una integración económica, social y política rápida. Pero aun así es hay una aflicción, una pena, que lleva más o menos tiempo; o incluso para siempre. Los jóvenes son más flexibles. Hay un campus universitario en Alemania donde en cada habitación ponen a un refugiado con un alemán, lo que facilita una conexión rápida. Esta es la próxima generación, la que servirá para crear más cohesión. Las personas mayores, como mi madre, de 65 años, es difícil que conecten con el país que les acoge. El mensaje que doy a las personas que trabajan con refugiados es que les den la posibilidad de centrarse en lo que ocurre aquí, que entiendan cómo funcionan las cosas. Tratar de afrontar los que has visto, lo que dejaste atrás, es un gran conflicto.
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Espacio de información realizado con la colaboración del Observatorio Social de “la Caixa”.