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Análisis

Trump en Chimérica

Mientras EE.UU gira hacia el proteccionismo, la mucho menos rica economía china se ha declarado a favor de los abiertos mercados globales

Albino Prada 17/05/2017

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Para contestar a esas preguntas sostendré en este análisis que a un observador atento no debiera cogerle por sorpresa la ruptura electoral y social que ha emergido en las últimas elecciones a la Casa Blanca. Ya en el año 1990, hace pues casi treinta años, un privilegiado observador y analista de aquel país resumía así el origen de esa ruptura: “Las presiones generadas por el cambio mundial han fragmentado el electorado de los Estados Unidos; los trabajadores de la producción y de los servicios personales se sienten desplazados por la mano de obra barata del sudeste asiático y América Latina, que han heredado gran parte de los puestos de la producción de rutina”.

Quien esto escribía en un hoy olvidado ensayo titulado El trabajo de las naciones es Robert B. Reich, un economista que llegaría a ocupar nada menos que la cartera de Trabajo en el Gobierno de Bill Clinton del año 1992.

El prolongado declive de las clases medias trabajadoras

De manera que llevaríamos casi tres décadas anotando una paulatina caída de los empleos de producción material, empleos que se estarían deslocalizando hacia otras áreas del Pacífico (China, México, etc.) con el consiguiente deterioro de las otrora clases medias y trabajadoras que fabricaban esos productos para el mercado interno y para la exportación. Sin duda será ese un importante sector social que se irá sintiendo paulatinamente perdedor del proceso de globalización. Era una época en la que los Estados Unidos anotaban superávit comercial y exportador, mientras que hoy –como analizaremos al final-- su déficit es multimillonario.

Otro sector social que verá deteriorarse sus condiciones laborales será el de los servicios personales de todo tipo (desde restauración, ocio, cuidados a niños, mayores, mantenimiento, distribución, etc.) convertidos en empleos temporales o a tiempo parcial en los que competirá a la baja una ingente inmigración (legal o permitida) con la población local que venía desempeñándolos.

Para Reich, ya en el año 1990, ambos colectivos de ciudadanos norteamericanos, mayoritarios socialmente, percibirían la galopante globalización auspiciada por los grandes grupos financieros de Wall Street como una amenaza para su bienestar social; y es así que su alejamiento de los procesos electorales irá en aumento al considerar tanto a republicanos como demócratas cómplices activos del proceso globalizador que les retiraba el suelo bajos sus pies. No pocos empezarán a prestar atención a quienquiera que les prometa un regreso a la ciudad de su infancia.

Los ganadores de la globalización posfordista

Pero a todo esto, ¿quiénes estaban siendo los ganadores del proceso de globalización?. Ya en aquel momento se trataría de trabajadores altamente cualificados (analistas simbólicos los rotula Reich, y a ellos dedica la tercera parte de su ensayo) que en las finanzas, la ingeniería, las tecnologías de la información y la comunicación, la logística, la formación, el entretenimiento, el diseño industrial, la asesoría jurídica, el sector público, etc. conformarían un veinte por ciento de la población ocupada y para los que Reich vaticina que treinta años más tarde (es decir en el ya cercano 2020) controlarían el 60% del ingreso nacional.

Son actividades que convivirían perfectamente con la deslocalización hacia el millonario ejército de reserva asiático de producción material, y no menos perfectamente con la entrada masiva de inmigrantes poco cualificados que abaratasen los múltiples servicios personales que se pueden permitir disfrutar este ejército de analistas simbólicos. Por ambas vías serán muy cosmopolitas.

Y será de este colectivo emergente, y en general muy bien remunerado, que se nutran los lobbies que cabildean con los dos principales partidos de Gobierno y que irán así imponiendo en la agenda política sus intereses. Hasta hacer indistinguibles, para el resto de la población, las opciones políticas de unos y de otros.

Una galopante desigualdad social

De interés central para esa élite laboral va a ser, obviamente, la progresiva reducción de la presión fiscal para las rentas más altas. Se pasará así de unos tipos marginales máximos en torno al 80% en los años 50 (conviene recordar que por esa razón el 1% más rico en EE.UU. pasó de controlar el 20% de la renta en el año 1929 a solo el 8% en 1946) a niveles actuales muy por debajo del 50% (por eso en 2007 aquel 1% controla el 35% de la renta y el 50% del patrimonio nacional), evitando que se plantee ninguna reclamación significativa para retornar a un régimen tributario más progresivo.

Eso tendrá como consecuencia un abandono creciente de los servicios públicos de acceso universal, en paralelo a una paulatina provisión de servicios de primer nivel para aquellos que se los puedan pagar, o en aquellas áreas residenciales donde residen dichos cosmopolitas analistas simbólicos.

De esta manera se rompe la cohesión social entre la minoría que se beneficia de la globalización y aquella parte que está siendo laminada por ella. En una deserción silenciosa, los ricos viven aparte, se genera desigualdad espacial, no asumen redistribución apenas. Cuando no evaden a paraísos fiscales al tiempo que reclaman un estado mínimo. Ellos, sus empresas y sus lobbies solo financian la agenda de políticas no redistributivas y de fiscalidad regresiva. Mientras tanto los perdedores se alejan de la participación política y, en no pocos casos, no reivindican aquella cohesión en la idea (o sueño) de también beneficiarse ellos de toda su riqueza cuando les toque.

Los cosmopolitas autistas y apátridas

Para ese veinte por ciento de trabajadores de élite sus intereses estarán crecientemente vinculados a lo que suceda con el exterior, y es así cómo habrían ido perdiendo su antigua solidaridad con sectores a los que ahora consideran perdedores y culpables de su propio destino. Para ellos no tendrá sentido la comunidad nacional, ejercerán un cosmopolitismo autista y apátrida: “Serán ciudadanos del mundo pero sin aceptar y ni siquiera reconocer ninguna de las obligaciones que representa la ciudadanía”.

La conclusión de Reich en 1990 es demoledora, pues llega a preguntarse: “¿Constituimos todavía una sociedad aun cuando no tengamos una economía nacional?”. Para ese veinte por ciento “ya no tiene sentido algo semejante a una compañía o una industria norteamericana”, y, en consecuencia, “en los próximos años ya nadie exigirá proteger a la industria norteamericana de los bajos costes de la mano de obra de los competidores extranjeros”.

Llegados a este punto la posición de Reich no es poco confusa pues si, por un lado, llega a proponer el objetivo de convertir todos los empleos que se pierden (en los sectores de producción material deslocalizados y de servicios personales por inmigrantes) en empleos de analistas trabajadores de élite (lo que no deja de ser un brindis al sol), por otro no ignora lo que denomina lado oscuro del cosmopolitismo de estas élites. Es decir, su insolidaridad fiscal, social y nacional con el resto de la población.

Final: la redefinición del internacionalismo

Así las cosas vaticina la progresiva emergencia de un peligroso nacionalismo que, al tiempo que alienta la retórica del sacrificio mutuo dentro de la nación, será agresivo (en lo comercial y para la inmigración) con todo elemento extranjero. Será según él una amenaza política imbatible de no abrirse camino un nacionalismo, que denomina positivo, que unifique a la nación sin generar brechas, fronteras o barreras con el exterior.

No parece que el partido demócrata haya sido capaz de resolver tal puzle en estas últimas décadas (si bien el propio Reich formó parte del consejo asesor de transición de Obama en 2008) a la vista de los últimos resultados de H. Clinton frente a D. Trump. Un puzle que pasaría inexcusablemente por una reforma tributaria que retrotraiga el tratamiento de las rentas de esa élite laboral, ganadora de la globalización, a la situación de Roosevelt tras la Gran Depresión, con renovados controles de capital y del hipercapitalismo financiero.

Lo que reclamaría una profunda reforma institucional global (del FMI, Banco Mundial y la OMC) que abriese espacio a un inter-nacionalismo de orientación keynesiana, hacia “una mayor medida de autosuficiencia nacional y de aislamiento económico” según escribió en su día el propio J.M.Keynes (citado por Skidelsky, R. El regreso de Keynes, Editorial Crítica, 2009:215).

Un capitalismo con más finanzas nacionales y más bienes hechos en casa, ya que solo así: “El pleno empleo en el propio país por medio de la inversión y la redistribución de la renta quitaría presión al comercio exterior, disminuiría el ritmo de la globalización y suavizaría las tensiones sociales que surgiesen por su causa” (Skidelsky op. cit. p. 219). Y que condujese, entre otras muchas cosas, a reequilibrar o drenar los saldos externos con ajustes de los tipos de cambio (asunto del que nos ocuparemos en una adenda final).

En ausencia de un revival actualizado de estas medidas, y a causa del malestar de la globalización dentro de la sociedad norteamericana que acabamos de repasar, se ha abierto camino hacia la Casa Blanca un telepredicador, demagogo y xenófobo, que concentra toda su artillería unificadora, patriótica y nacionalista en la inmigración (que robaría empleos internos) y en los competidores comerciales (que los robarían fuera).

Obviando embridar a los cosmopolitas internos. Como se ha dado prisa en poner de manifiesto con sus nombramientos de la élite de J.P. Morgan o G. Sachs para el gobierno federal, con su agenda fiscal o en sus aproximaciones a la élite de Silicon Valley buscando un pacto que apenas reserve el mercado interno para la producción nacional.

En ausencia de aquel inter-nacionalismo inclusivo asistiremos a un equilibrio entre comercio global y proteccionismo selectivo; lo que provocará crecientes conflictos sociales internos, un deterioro aún mayor de la inclusión y de la desigualdad social. Además de una incertidumbre de alto riesgo en relación a su mayor acreedor, inversor y socio comercial: China.

Sobre el desequilibrio comercial en Chimérica

De forma que el giro proteccionista de la nueva administración norteamericana, frente a China o Alemania, podría interpretarse como la reacción de un imperio sobre endeudado y en el que, como acabamos de ver, sus gigantes de Wall Street y Silicon Valley han mutado en patriotas … de sus paraísos fiscales.

Cuando una economía nacional produce más de lo que consume solo por medio de las exportaciones puede sostener sus empleos internos. En las sucesivas oleadas de globalización de los mercados siempre los campeones de las exportaciones aseguraron así su empleo y bienestar social interno a costa de vecinos que incurrían en déficits externos.

A la vista de la evolución que recogemos en un primer gráfico, sobre el saldo exterior en los últimos veinte años, no resulta extraño que en EE.UU. se estén planteando muy en serio como evitar que China y Alemania sigan acumulando crecientes superávits externos (con los que se han convertido en acreedores globales) mientras los EE.UU. o el Reino Unido arrastran un déficit externo crónico que solo pueden enfrentar como crecientes deudores de los primeros.

Nótese como solo entre 2006 y 2009 los Estados Unidos corrigen claramente su tendencia negativa para, desde la irrupción de la crisis hasta la actualidad, volver a anotar un progresivo deterioro.

Mientras eso sucedía, Alemania de forma constante e ininterrumpida y China desde el 2011 recuperando niveles previos a la crisis no han cesado de incrementar su saldo externo positivo. Es así que los niveles de déficit externo norteamericano se asemeja a la suma de los que China y Alemania anotan con saldo positivo.

Para estos dos últimos países, como dejó escrito Keynes ya en 1936, el comercio internacional estaría siendo “un expediente desesperado para mantener la ocupación en el interior … desplazando el problema de la ocupación hacia el vecino” (citado por Skidelsky, R. El regreso de Keynes, Editorial Crítica (2009), página 216). Un problema que en los Estados Unidos (y en Reino Unido o Francia) se traduce, como hemos visto, en destrucción de la clase media industrial y en empobrecimiento de amplios sectores de ocupados.

Fuente: elaboración propia con datos del Banco Mundial

¿Cómo corregir el desequilibrio?

Para el propio análisis keynesiano una forma de corregir, o al menos paliar, esta situación habría consistido (además de levantar barreras arancelarias) en que el euro o el yuan se revaluasen respecto al dólar (o que este se devaluase respecto de esas divisas), pero ¿está sucediendo tal cosa?.

Lo cierto es que para el caso euro/dólar en vez de una revaluación estamos asistiendo desde el año 2008, como se observa en el segundo gráfico, a una progresiva devaluación que favorece las exportaciones alemanas (y del resto de la eurozona) y, por tanto, incentiva aún más las importaciones que puedan realizarse desde los Estados Unidos.

Al mismo tiempo las exportaciones realizadas desde EE.UU. a Alemania se encarecen y dificultan. En suma: mayor superávit alemán y déficit estadounidense. El lector haría bien en volver a reparar en el primer gráfico desde el año 2008 para Alemania y Estados Unidos. Una depreciación que favoreciera la reducción del saldo negativo de esa economía hubiera reclamado que el cambio euro/dólar se hubiera elevado por encima de los 1,5 dólares (hacia un cambio de un euro por dos dólares). Justo lo contrario de lo sucedido en la realidad.

CAMBIO DEL EURO RESPECTO AL DÓLAR

Fuente: Banco Central Europeo

Para el caso del dólar y el yuan si el cambio en 2008 era de un dólar por siete yuane (aquí), lo cierto es que en el 2016 la cotización relativa sigue en el mismo nivel después de una ligera apreciación en 2014 (un dólar seis yuanes). En definitiva: una estabilidad que no favorece la corrección del gigantesco desequilibrio en favor de China y en detrimento de EE.UU.

En este caso la necesaria revaluación del yuan para embridar el superávit exterior chino hubiera reclamado una caída del cambio dólar/yuan (hacia los 3 yuanes), pues así se encarecerían los productos chinos que entran en Estados Unidos. Otra cosa es que a las corporaciones globales (no pocas norteamericanas) que fabrican en China les interese una revaluación del yuan, como está empezando a visualizarse en sus reacciones ante las declaraciones de las nuevas autoridades comerciales de la administración Trump en relación al yuan o al euro.

Proteccionismo o devaluación interna

Porque en una situación en la que los acreedores que gozan de elevados saldos externos positivos no revalúan su moneda, una economía deudora que quisiera dejar de serlo, como es el caso de los Estados Unidos, se verá obligada a definir una política proteccionista que reduzca su saldo exterior negativo.

Si no se quiere que “China esté robando puestos de trabajo de otra gente” por medio de una “política de debilitamiento de su moneda” como sostenía un hoy poco sospechoso trumpista Paul Krugman en el diario El País del 1 de noviembre de 2009. Soportando tensiones sociales que enfrentan el gigantesco ejército industrial de reserva chino a la precarización del empleo y la pobreza laboral en los Estados Unidos. Con millonarios flujos migratorios gestionados por el hipercapitalismo global. Una devaluación interna como la que tan bien conocemos en España dentro de la eurozona.

En la perspectiva del análisis que acabamos de hacer, el actual reto para los Estados Unidos o para el Reino Unido del Brexit (y muy pronto para Francia), en relación a las catarsis sociales internas que está provocando su inserción en la globalización de las últimas décadas, es si esas economías serán capaces de recuperar aquella autosuficiencia y suavizar esas tensiones sociales.

El hecho de que tales retos acaben siendo gestionados, ante el autismo de la izquierda, por liderazgos de marcado carácter derechista no es un buen presagio, menos aún si no perdemos de vista que las corporaciones globales de ambos países (desde Silicon Valley a la City de Londres pasando por Wall Street) harán todo lo posible para continuar con lo que Antón Costas denomina la globalización de los cosmopolitas dogmáticos. Porque en ausencia de una opción de izquierdas es casi seguro que todo esto desemboque en un equilibrio, inestable, entre comercio global y cierto proteccionismo selectivo gestionado por J.P. Morgan, G. Sachs o Blackrock.

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Albino Prada. Ensayista y doctor en Economía

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