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Nacido en el seno de una familia de migrantes campesina sin excesivo amor por la literatura, Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) es hoy, gracias a libros como Juegos de la edad tardía, Retrato de un hombre inmaduro y Absolución, uno de los escritores más admirados y seductores de la literatura española, autor de obras entroncadas en la tradición oral, de la que es un maestro narrativo. Profesor vocacional y escritor artesanal, fue galardonado en 1989 con el premio Nacional de Literatura. El encuentro se produce bajo un sol abrasador en una Feria del Libro de Madrid que agoniza tras 17 días de actividad frenética. Landero huye de las estrellas efímeras que cada jornada se han exhibido en esta autopista literaria abierta en El Retiro a intensas sesiones de firmas donde la curiosidad y la vanidad parecen darse la mano obscenamente. Llega con su última novela, La vida negociable (Editorial Tusquets), bajo el brazo dispuesto a contar la historia de un pícaro moderno llamado Hugo Bayo al que presta su voz grave para que narre tantos anhelos y miserias.
Cuando publicó su primera novela ya había alcanzado una cierta madurez
La vida te lleva por donde te lleva. Cada escritor tiene su propio proceso de maduración. Yo empecé a escribir poemas muy pronto, con 14 o 15 años. Así que soy un escritor precoz pero con una vida muy agitada. Anduve, vine y viví intensamente pero nunca dejé de escribir porque es lo que da sentido a mi vida. Cuando un día acabaron mis problemas económicos y encontré mi estabilidad vital como profesor, esa misteriosa monotonía que diría Borges, consideré que el momento de abandonar mi feliz soltería literaria había llegado.
¿Por qué le costó tanto trabajo escribir Juegos de la edad tardía?
Fue un proceso de maduración lenta. Me equivoqué dos veces al escribir las versiones en primera persona y no me funcionaron. Estuve un año sin tocarla porque no encontraba el camino, luego decidí narrarla en tercera persona y la cosa empezó a funcionar mejor. Esa es la historia secreta de una novela que me perseguía desde los 20 años. No hay más.
Anduve, vine y viví intensamente pero nunca dejé de escribir porque es lo que da sentido a mi vida
¿Considera que escribir es una forma de dar sentido a la vida confusa?
Sí, desde luego. La vida está llena de belleza y también de horror. Por eso el ser humano busca siempre algo trascendente. Y lo que da sentido a mi vida es la escritura. En ella he encontrado mi lugar en este mundo. No hay nada más importante para un novelista que tener un mundo interior lleno de historias personales que pugnan por salir al exterior. Y yo siempre he sentido ese bullicio dentro de mí. Pero cuando esto sucede siempre surge el dilema de cómo coño dar voz a ese mundo propio, intransferible y único de una forma concreta; qué proceso utilizar para sacar fuera todas esas historias. En ese sentido, yo me considero un artesano de la literatura.
Alguien dijo una vez que la literatura es el proceso artístico más tortuoso. Más incluso que la pintura o la escultura donde lo abstracto recibe sus dosis de gratitud. ¿Usted qué opina?
Un narrador no se mueve en lo abstracto sino en la soledad. La literatura es una profesión muy solitaria donde uno pasa de la felicidad al desaliento en cuestión de minutos. Quizá, por eso, hace tiempo decidí que lo mejor era no leer a nadie lo que escribo porque lo único que lograba era aumentar mi confusión. La clave está en encontrar el equilibrio personal con la novela, algo que sólo se logra cuando alcanzas una velocidad de crucero. Y luego está la experiencia, claro. Al cabo de los años, caes en la cuenta de que es un buen antídoto defensivo contra esa autocrítica implacable.
¿Y las dudas? Porque al final se escribe con una herencia literaria sobre los hombros
Por supuesto. Mis maestros literarios son muchos. No hay escritor, de los buenos digo, del que no haya aprendido algo. Desde los clásicos españoles y griegos hasta la moderna literatura inglesa, alemana o latinoamericana. Soy muy lector y de todos sigo atrapando todo lo que me conviene. Son como herramientas que se seleccionan de aquí y de allá.
La literatura es una profesión muy solitaria donde uno pasa de la felicidad al desaliento en cuestión de minutos
También de la novela del oeste americano
Sí. Me formé fuera del canon literario porque mi familia era completamente iletrada. Tampoco la gente con la que traté después eran lectores empedernidos. Así que anduve un poco perdido. Con 14 años leía muchas novelas del oeste. Cuando eres joven lo importante es leer. El contenido no es tan decisivo porque todo resulta fascinante y además se interioriza, se personaliza. Por muy mala que fueran aquellas novelas, el pistolero del oeste conectaba con mi atracción por contar historias.
Resulta imposible escribir sin abstraerse de la propia experiencia. ¿Le resulta difícil enmascarar su yo describiendo la vida de otros?
No es difícil porque la historia, sencillamente, surge. Y a veces sin ser consciente. En realidad, los demonios literarios más profundos que habitan en uno son los que brotan para encarnarse en la historia. ¿O alguien cree de verdad que Cervantes era consciente de la trascendencia del Quijote cuando escribió la obra? Seguro que proyectó en ella cantidad de cuentas pendientes y asuntos personales pero probablemente ni sabía ni necesitaba saber la relevancia que llegaría a adquirir El Quijote. La novela nace en lo más profundo del alma o del corazón o como quiera decirse porque es ahí donde habita lo que te inquieta. Se escribe de lo vivido y de lo que se ha visto vivir.
¿Considera que escribe para una audiencia determinada?
La novela nace en lo más profundo del alma o del corazón o como quiera decirse porque es ahí donde habita lo que te inquieta
En absoluto. Es que ni siquiera sé quién es esa audiencia y, aunque lo supiera, no sabría cómo hacerlo. No sé ni qué tipo de lectores tengo. Imagino que les gustan mis libros por las historias que cuento. Creo que un escritor no debe servir a ninguna causa ni a ningún auditorio. Debe escribir lo que realmente le salga de dentro. No hay nada peor en el mundo para no gustar que querer gustar. Quien actúa así, está jodido. Pero todo esto también tiene una doble lectura. Cuando uno se pone a escribir no puede decirle al lector que se vaya, que le deje solo. Es imposible porque uno escribe como lector. Quiero decir que en el proceso creativo, el lector siempre está presente.
Entonces, reconoce que despliega un plan para jugar con los lectores
Eso forma parte del arte de narrar. Hacemos como las abuelas cuando nos contaban cuentos. ¡Creaban expectativas para mantenernos en tensión!
Su última novela, La vida negociable, está narrada en primera persona y no es una historia de éxito sino sobre la infinita capacidad del ser humano para caer y sobrevivir a la miseria y el ridículo. ¿Es lo más cerca que ha estado de su verdadera alma?
Es que todos cargamos con este tipo de situaciones en nuestro fardo existencial. La felicidad no es un tema atractivo para una novela ni siquiera para una película. La felicidad es para vivirla no para contarla porque terminaría siendo terriblemente aburrida.
¿Qué valor concede a la crítica de su obra?
Me gustaría concederle menos valor del que le concedo. Recuerdo que en mis dos primeras novelas vivía en un hilo antes de leer las críticas. Por fortuna, con el tiempo he logrado liberarme un poco de las opiniones ajenas, algo que es muy sano. Pero aún así, el placer que producen nueve críticas buenas no compensa lo que jode una mala crítica. Unos dirán que es vanidad y otros que es orgullo. Yo creo que es inseguridad.
¿Considera que en la actual tesitura económica es posible vivir de la literatura?
Hasta el principio de la crisis se podía vivir de escribir. Más que de la literatura, se vivía de su periferia. De los artículos de prensa, conferencias, mesas redondas, tertulias. Pero todo eso se acabó. Ahora los periódicos pagan mal, los bolos están peor remunerados y cada vez se venden menos libros. Recuerdo un consejo que me dio Gonzalo Torrente Ballester en una conferencia organizada en el Círculo de Bellas Artes por César Antonio Molina para que no dejara mi profesión de profesor de instituto porque de esa manera sería más libre para escribir. Él era un escritor consagrado y yo era un primerizo, y claro, le hice caso hasta que me jubilé. No es que Torrente Ballester me convenciera de nada pero sí reforzó mi convicción de que no debía dejar el instituto si quería seguir viviendo a mi manera. Yo soy más bien una persona solitaria, me encanta leer pero no me gusta hablar de literatura, ni artículos. Tuve ofertas magníficas excelentemente remuneradas pero las rechacé porque no iban con mi manera de ser y estoy plenamente satisfecho de haberlo hecho. El tiempo es muchísimo más importante que el dinero.
¿Es posible escribir sin compromiso social?
No lo sé, la verdad. Cada uno debe escribir lo que le parezca aunque en mis novelas sí hay un compromiso social. ¿Cómo no lo va haber si nací en una familia de emigrantes extremeños que vino a Madrid? Me he movido siempre en un ambiente de clase media baja, de trabajadores, que me empujó a meterme en el barro de la vida. El mundo campesino en el pueblo y el mundo industrial en la urbe. Cuando creas un personaje, el compromiso emana en sí mismo. Pero si a un escritor le sale escribir sobre princesas y dragones, está en su derecho de hacerlo. La escritura es un territorio de libertad. Si empezamos a ponerle puertas a esto, estamos jodidos.
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Sergio Enríquez es fotógrafo. @saenphotos
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Autor >
Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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