Análisis
Razones de un feminismo durmiente
Italia, uno de los países que protagonizaron las luchas más intensas y efectivas, está ahora entre los más estáticos y reaccionarios respecto de la lucha de las mujeres
Alessandro Faggiano 26/07/2017
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Hoy en día, hay pocos temas que fomenten tanto el debate público como el feminismo. Un movimiento social que tradujo la voluntad de empoderamiento de la mujer en lo público en una presión contundente sobre el sistema político. Una conciencia que, en primer lugar, se volvió hacia el exterior y que posteriormente se volcó para adentro, abogando por un proceso emancipatorio que se sustentara en una nueva construcción identitaria.
Considerando la lucha feminista en perspectiva diacrónica, se puede observar cómo uno de los países que protagonizaron las luchas más intensas y efectivas está, ahora mismo, entre los más estáticos y reaccionarios. Es el caso de Italia. En este país el movimiento feminista consiguió una serie de importantes logros en el plano normativo. Las victorias de mayor alcance fueron las de los años setenta: al principio de la década se promulgó la primera ley sobre el divorcio (1970), legitimada por referéndum popular en 1974 (tras una campaña antidivorcio de varios grupos católicos, que incluía al mayor partido de la época, la Democracia Cristiana). En segundo lugar, la normativa que legaliza el aborto (1978), respaldada –también en este caso– por un referéndum popular (celebrado en 1984). En los dos casos, las manifestaciones organizadas por el movimiento feminista tuvieron un papel central a la hora de resaltar ante los ojos de la opinión pública la necesidad de avances formales. Finalmente, tras la reglamentación del divorcio y la legalización del aborto, se consiguió derogar la ley que regulaba el “delitto d’onore”. Es decir, un asesinato perpetrado por descubierta infidelidad o por razones que “manchaban” el honor propio y de la familia y que, por lo tanto, se cometía en estado de ira. La normativa que lo sancionaba fue derogada en 1981.
Se considera que el período de máxima actividad del movimiento feminista va de la mitad de los años sesenta hasta los primeros años ochenta. Posteriormente, el movimiento social se verá estancado e incapaz de incidir de manera contundente en la esfera pública. Pero, ¿por qué este estancamiento? ¿De dónde surge y cuál es el estado actual del feminismo en Italia?
La fuerza de la cultura católica choca con los avances feministas
En primer lugar, se evidencia la importancia de la cultura católica en Italia, “promotora” de una sociedad heteropatriarcal. Eso no se debe únicamente a la presencia del Estado Vaticano en el interior de Roma, corazón de la política italiana. La Iglesia Católica siempre ha desempeñado un papel relevante a lo largo de la historia de la península. No sólo desde el punto de vista político – como he mencionado anteriormente – sino también por su impacto social y cultural. Especialmente en el Mezzogiorno (el sur del país), debido a la falta de grandes aglomeraciones urbanas (exceptuando Nápoles y Palermo), la mayoría de las ciudades y pueblos se organizaban – en términos sociales – alrededor una iglesia, el lugar por excelencia de la vida pública local. Debido a ello, la sociedad se regía por las bases implantadas por las instituciones religiosas.
La centralidad del hombre en el seno de la Iglesia (debido también a la imposibilidad de la mujer de alcanzar el sacerdocio) le confiere un mayor peso en la vida pública y política. No sólo: además de la estructura social, la Iglesia ha sido capaz de promulgar códigos culturales resistentes y todavía rocosos, en los cuales se evidencia la diferencia de estatus entre hombre y mujer.
La misma narrativa bíblica legitima esta lógica diferencial de partida. Ahora bien, es evidente que este punto pueda ser genéricamente adoptado por otros países que comparten una cultura católica. Sin embargo, Italia ha sido la cuna del desarrollo de la doctrina católica; los códigos culturales y sociales del catolicismo se han expandido con facilidad a lo largo de la península (especialmente en el sur) lo que conlleva un proceso de retroalimentación positiva para la legitimación de la institución eclesiástica.
Entre el período fascista y la primera República, el catolicismo ha desempeñado el importante papel de unificador de la conciencia colectiva
A pesar de un progresivo alejamiento entre la sociedad civil italiana y las instituciones religiosas (manifestado, en primer lugar, durante las luchas feministas de los años setenta), los dictámenes católicos siguen teniendo un importante papel para la formación de la opinión pública: mucho más que en otros países cercanos y mayoritariamente católicos (como puede ser el caso de España). Finalmente, para “cerrar” el tema genuinamente religioso y abriéndolo a lo político, el catolicismo ha sido uno de los rasgos definitorios de la nacionalidad italiana.
Entre el período fascista y la primera República, el catolicismo ha desempeñado el importante papel de unificador de la conciencia colectiva. Eso se debe a la falta de una historia política compartida, o a valores comunes. El mismo Benito Mussolini no pudo apelar únicamente a un glorioso pasado (el Imperio Romano), sino que tuvo que buscar la bendición de la Iglesia (recibida a cambio de los Pactos de Laterano, todavía inscritos en la Constitución). En definitiva, considerando la centralidad del catolicismo en la construcción de una identidad nacional, se ve cómo esas desigualdades de género se han ido imponiendo y sosteniendo desde la misma unificación de Italia, por entonces todavía en búsqueda de su identidad.
La perspectiva feminista, ausente en los partidos
En la actualidad, la mayoría de los principales partidos políticos italianos no incorpora una perspectiva de género. Y esto, no sólo en la dimensión de la práctica política. Es decir, en la misma narrativa política, el feminismo desempeña un papel definitivamente marginal. El actual partido de gobierno, el Partido Democrático, es liderado por Matteo Renzi, joven democristiano y ya primer ministro entre 2014 y 2016. Su concepción personalista del partido no facilita la introducción de un discurso de género. Los valores de la Democracia Cristiana – el principal partido de la primera República Italiana – se han trasplantado, en buena media, al PD “marca Renzi”. A pesar de ello, es la formación, junto a Forza Italia de Silvio Berlusconi que más cita las cuestiones de género – aunque de manera residual. Estos dos partidos son los principales responsables de pequeños avances en el terreno de la representatividad de la mujer (véase el debate sobre las cuotas de participación de la mujer en los Consejos de Administración y en el sector público).
Tampoco el Movimento 5 Stelle de Beppe Grillo se implica en discursos de género. Su narrativa se funda en la contraposición entre lo nuevo que avanza (el M5S) y la partitocrazia, representada por PD y Forza Italia. Su línea programática se basa en la innovación y la conexión (tanto infraestructural como digital). Las mismas cinco estrellas presentes en el logo del partido representan el agua, el ambiente, la conectividad, el desarrollo y los transportes. El discurso se dirige a la mayoría popular, excluyendo las minorías y marginando la cuestión feminista. En el mismo territorio juega, con ciertas analogías, la Liga Norte (tercer partido de Italia). El partido de Matteo Salvini – llamando “el capitán” por sus electores – aboga por un “choque nacionalista”, haciendo hincapié en el contraste entre italianos y extracomunitarios (especialmente africanos y musulmanes). El discurso estimula la rabia de los ciudadanos y, en términos de política concreta, opera mayoritariamente en esa vertiente. El discurso sobre las mujeres se retoma sólo con fines instrumentales a la hora de criminalizar al extranjero, más que por cuestiones ligadas al empoderamiento de las mismas.
Así pues, los principales partidos (que representan más del 85% de los votantes) evitan comprometerse con las cuestiones de género. Este factor limita la capacidad de introducir el feminismo en la agenda pública y política. En todo esto, no puede obviarse la falta de interés de los principales medios de comunicación en proponer un debate serio y articulado sobre diferencia de género. En definitiva, los principales actores políticos y sociales frenan las instancias feministas, por desinterés y por la falta de un movimiento organizado que sea capaz de captar la atención de medios y partidos. La escasa relevancia electoral del feminismo (por lo menos en Italia) perjudica las posibilidades de generar interés alrededor del tema.
Las prácticas políticas no actúan en el campo social y cultural
A pesar de los avances normativos, es relevante el escaso interés hacia la cuestión de la igualdad en el campo social y cultural. La mayoría de los esfuerzos se han dirigido hacia el incremento de la representatividad de la mujer en las instituciones públicas y en lo político. Las cuotas rosas (de género) han forzado una mayor representación de la mujer, a costa de sacrificar prácticas políticas que tienden a la igualdad. Además, en un país con una tradición cultural patriarcal tan fuerte, dichas medidas pueden ser objeto de rechazo por parte de una gran parte de la sociedad. Siguiendo en el campo de las prácticas políticas y de las políticas públicas, no se ha otorgado gran importancia a la búsqueda de una equidad de género a partir de las bases culturales; es decir, a través de la educación y de la instrucción. La socialización sigue pasando por campos todavía influenciados por la asimetría entre hombre y mujer.
Finalmente, no se puede evitar mencionar la falta de una personalidad fuerte que cristalice las reivindicaciones feministas. No hay ningún personaje público (ni del mundo político, ni social) hoy en día que sea capaz de encarnar las reivindicaciones feministas y obtener un cierto respaldo social. Además, el discurso igualitario se ha centrado, en los últimos años, en el colectivo LGBT, restando importancia y espacio al feminismo.
Incluso en periodos propicios para la sublevación del movimiento (y durante el ventenio berlusconiano hubo muchas ocasiones), las oleadas de indignación contra la cosificación y mercantilización de la mujer se disiparon enseguida, sin dejar rastro de su pasaje. La falta de un movimiento organizado ha impedido aprovechar los momentos críticos y favorables para el resurgimiento de un feminismo ahora latente.
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