CARTA A ASCENSIÓN MENDIETA
“Mi familia pudo cerrar sus heridas. A vosotros se os acusa de querer abrirlas”
Juanita Narboni 26/07/2017
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Querida Ascensión, soy uno más de los españoles que estos días se han alegrado contigo de que, por fin, hayas encontrado los restos de tu padre y hayas podido darles la sepultura que deseabas. Ochenta años de búsqueda y desprecio institucional son muchos años, toda una vida. ¡Toda tu vida!
El motivo de esta carta es contarte que mi familia comparte drama personal con la tuya: mi abuelo fue sacado de su casa en otoño del 36 y nunca volvió. “A tu abuelo lo mataron los rojos”, me decían, una frase que pasó a formar parte de la historia familiar.
Mi padre, como tú, era un niño entonces. “A tu abuelo lo mataron los rojos”, y ya está. No he podido obtener más que retazos de información cuando he preguntado y querido tener más datos ¿Cómo llegaron, cuántos eran, qué hora era, qué dijeron, dónde estabais vosotros, qué hicisteis, qué dijo él…? Mi abuela apenas contaba algo y a través de mi padre tampoco he podido saber mucho más. Recuerdos vagos, detalles difuminados por el tiempo, solo una constante: vinieron a casa y se lo llevaron, “lo mataron los rojos”.
A él lo mataron unos meses después del golpe de estado. A tu padre cuando ya había acabado la guerra civil y empezaba la brutal represión posterior. Pero no es solo eso lo que hace distintas las historias: el cadáver de mi abuelo fue localizado al día siguiente y al otro lo enterraron. Después vino la victoria y con ella las esquelas a los ‘caídos’, los reconocimientos, las ayudas económicas (en sobres anónimos durante la guerra, dice mi padre), la pensión y una concesión administrativa como medio de vida, ya con el franquismo en el poder. Con el tiempo crecieron, estudiaron (becados como huérfanos), formaron nuevas familias y el recuerdo de mi abuelo fue parte de una historia pasada. Habían completado su duelo. No han tenido que buscarlo durante años, no han tenido que mantener grabada la instantánea de un dramático momento que se repita en su recuerdo una y otra vez, para que su asesinato no sea olvidado.
Recuperaron y enterraron a sus muertos, pero no enterraron su odio. Odio de clase que percibo cada vez que los que consideran los suyos pierden el poder. Un poder que creen les pertenece por ley natural y divina. O por la fuerza.
Tú no has podido enterrar a tu padre hasta ahora, sin embargo enterraste tus odios. Por eso tu historia, y la de tantos que aún siguen buscando y reclamando justicia, emociona a la vez que indigna y ofende. Emocionan tu razón, tu tesón, tu humanidad, tu valentía y tu coraje; e indignan y ofenden la indiferencia, el menosprecio y el maltrato de las instituciones de un Estado que se dice democrático pero no respeta el derecho a la verdad y la reparación. Porque esa indiferencia y ese desprecio siguen siendo parte de la victoria. Los asesinados del llamado bando derrotado siguen en las cunetas, para que no se olvide quién ganó la guerra civil.
Mi familia pudo recuperar a su muerto y cerrar sus heridas. A vosotros se os acusa de querer abrirlas. De remover el pasado. De buscar subvenciones... Estas acusaciones apenas pueden esconder por qué una parte de la sociedad os ataca con tanta inquina: porque en realidad os enfrentáis a esa victoria, la cuestionáis frente a ocho décadas de silencio culpable o cómplice.
Quiero también disculparme porque esta carta sea anónima, pero sé de la incomprensión, el rechazo y la animadversión que me generarían, miradas acusadoras de traición, comentarios ofensivos, silencios cargados de reproches. Aunque nada comparado con lo que he oído sobre cómo las familias de los represaliados se enfrentaron durante mucho tiempo a las consecuencias de una animadversión mucho más despiadada: al miedo constante; a ver sus vidas controladas e intervenidas; a los impedimentos para ejercer trabajos; a no poder hablar salvo en casa, con las ventanas bien cerradas y en voz baja; a tener que ocultar el dolor; al aislamiento y reprobación de una sociedad acobardada; a la humillación y culpabilización por unos delitos inexistentes. No, no es cierto, la violencia no se ejerció igual por ambos bandos.
Nuestras familias sufrieron mucho, sin duda, como tantas otras, pero mientras la mía pudo superarlo después de tiempo y contó con el apoyo y el consuelo oficial, la tuya ha tenido que recurrir a un país extranjero para cumplir un legítimo deseo que no se le niega a nadie, excepto por un sentimiento de venganza insaciable. Sentimiento que se manifiesta cuando el presidente Rajoy presume de ‘no gastar un euro’ en la Ley de Memoria Histórica o el Ayuntamiento de Guadalajara reclama más de dos mil euros en tasas por una exhumación que debía haber costeado la administración. A mi abuelo lo mataron en otoño de 1936, a todos los que siguen perdidos en las cunetas los siguen matando a día de hoy.
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La autora de esta carta ha pedido firmar con seudónimo alegando razones personales. CTXT, atendiendo al interés y la calidad del texto, ha decidido publicarlo así.
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Juanita Narboni
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