MIS CUATRO VIDAS
1. Una paya entre gitanas
Anita Botwin 2/08/2017
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Tengo 11 años y me encuentro rodeada por un grupo de niñas gitanas.
-¡Paya!, ¡payapelota!--gritan.
Entre ellas hacen un círculo y yo estoy en el centro. Para mi desgracia yo no soy una Wonder Woman ni de lejos. Llevo un chándal de Mickey Mouse rosa bastante hortera que tampoco ayuda demasiado a no parecer una presa fácil. Ellas proceden del barrio de al lado, un barrio marginal pegado a Pío XII en Ciudad Real.
Me gustaría explicarles que quería que se sintieran bien en “mi parque”, pero mientras juegan conmigo al pato mareado es algo complicado. Sólo soy un Simba cazado por hienas hambrientas. Todo este malentendido viene porque un crío del parque las ha insultado y yo –embajadora del parque y las causas justas-- me he acercado a ellas para decirles que están en buenas manos y que tengo contactos.
Ojalá pudiera explicarle a la líder que me mira a los ojos fijamente, con cara de muy pocos amigos, y me da un capón en la cabeza. Después deciden marcharse y yo huyo a mi casa como un antílope escacharrado.
20 años después oiré hablar de la sororidad y los privilegios, pero ahora sólo soy una niña cursi con buenas intenciones y las paredes empapeladas con los Backstreet Boys.
Los ideales de justicia y solidaridad fueron cultivados en casa de manera inversamente proporcional al gusto por la ropa. Creo que si hubiera llevado unas Martens y el pelo rapado esto no hubiera ocurrido, pero me gusta Mickey. Me gustan Mickey y los Backstreet Boys. Más adelante cambiaré, pero ahora es lo que hay.
Desde nuestras casas adosadas, que sin ser de ricos tampoco son de pobres, aunque en mi caso somos familia numerosa y cualquiera que lo sea y no sea del Opus Dei sabe lo que eso significa, se nos hablaba del cuidado que debíamos tener en “ese barrio”. En el instituto, que estaba pegado al asentamiento, ocurría lo mismo. Se nos educó en el prejuicio y el miedo a lo distinto. Yo reaccioné con hospitalidad, pero ellas olieron mi miedo, como cualquier animal lo huele a kilómetros. A mí tampoco me gustaría que me tuvieran miedo.
Convivíamos con niños de etnia gitana en el instituto, y no tengo recuerdos negativos en absoluto. Desde la ventana de clase podía verse cómo hacían fuego para calentarse, o cómo los niños más pequeños correteaban tras los animales de granja que tenían. Parecían tan libres al otro lado… que incluso había algo dentro de mí que les envidiaba. También sentía morbo y necesidad de conocerles. Pero no estaba permitido. Era tan peligroso y prohibido como hablar con desconocidos. O como ser del Madrid en una casa del Atleti.
Ellas sí se acercaron a mi barrio y, tal vez, si yo no hubiera tenido miedo, podríamos haber sido amigas. Quizá les gustaban los Backstreet Boys también o podían haberme prestado un cassette de su música, que seguro era mejor que la mía. Podíamos haber intercambiado cintas con nuestras canciones favoritas. Como hacíamos los amigos antes. Una pena que los adultos ya hubieran decidido separarnos.
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Anita Botwin
Gracias a miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.
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