Antonio J. Rodríguez / Novelista y editor de ‘Playground’
“Respecto al capitalismo no nos sentimos ni tan bien ni tan mal como decimos”
El autor de 'Vidas perfectas' habla sobre su novela, su trabajo y sobre qué significa ahora mismo tener una “carrera literaria”
Pablo Muñoz 9/08/2017
Antonio J. Rodríguez
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Antonio J. Rodríguez (1987) acaba de publicar su segunda novela, Vidas perfectas. Cuenta la historia de un profesor de filosofía de una escuela pija llamado Xavier que, en medio de lo que llamamos “crisis vital”, decide investigar la súbita muerte de unos amigos suyos, una pareja ideal y triunfadora. La hija adolescente y superviviente de la pareja, Mika, le ayuda a resolver qué ha sucedido realmente. Antonio ejerce de editor de la revista digital Playground. Semanas atrás estuvo en Francia entrevistando a personas de a pie y a expertos mientras un candidato liberal llamado Macron se enfrentaba a la ultraconservadora Marine LePen.
Hola, Antonio. Me gustaría preguntarte algo bastante sencillo: ¿Cómo se te ocurrió Vidas Perfectas? ¿Qué disparó tu interés o tu imaginación?
Fue a la vuelta de un viaje a Japón. Tras una serie de imágenes, experiencias y lecturas posteriores –manga japonés, sobre todo–, surgió una trama y una primera versión del libro muy rápida. Fue un fogonazo bastante poético, pese a que creo que se trata de un libro bastante narrativo, con una trama y una estructura muy definidas. Terminé la primera versión en poco más de un mes. Mi trabajo diario en la redacción me ha ayudado a desarrollar un método: me he acostumbrado a no tener miedo al folio en blanco, me ha dado cierta agilidad.
Tú y yo compartimos algunas cosas al empezar a leer y al meternos en esto que llamamos en el mundo “literario”. En su día escuchamos unos discursos excitantes y revulsivos sobre los medios de comunicación y su relación con la novela. Digamos que se extendió la idea de que Internet cambiaría las novelas porque previamente había transformado nuestra conciencia y todo se desplazaría a lo fragmentario. Nada de esto aparece en tu novela. En su primera (y significativa) página se cita Instagram, pero no para mostrar que es el vehículo de una especie de nueva percepción, sino para señalar que el narrador hace una cosa y piensa otra distinta.
Una cosa que he defendido siempre es un cierto uso ortodoxo del lenguaje. Una tecnología puede cambiar cosas, pero los lenguajes, sean literarios o audiovisuales, son ya bastante perfectos. Es como si de pronto yo empezase a introducir palabras en ruso, alemán o hindú en esta conversación: es posible que haya conceptos que solo puedan expresarse en un determinado idioma, pero por lo general uno puede articular buenas narraciones sin tener que abandonar los límites naturales de su propia lengua. La tecnología ha cambiado algunas cosas, claro, como la atención, es algo que he aprendido en mi trabajo. Hay un montón de estímulos, te enfrentas al desafío continuo de ganar la atención del lector en beneficio de tu propia historia. Esto influye mucho en la manera de narrar: si tú coges un periódico del XIX y lo comparas con uno actual puedes percibir esas transformaciones, aunque el lenguaje siga siendo parecido. Mi apuesta es total y radical por el lenguaje literario, pero de alguna forma estoy empapado por estos hábitos laborales, y por la vida y el ocio del capitalismo, y por su velocidad. Hablabas de las hipocresías de Instagram; para mí, eso es lo que hace que el libro sea contemporáneo: mostrar como la tecnología influye en nuestras vidas, y no el mezclar fotos con textos.
Incluso un tipo tan distinguido como el crítico James Wood decía en una entrevista que incumple sus fechas de entrega porque se distrae en YouTube. Viendo, por ejemplo, a Hitchens destruyendo a un evangelista.
Cuando publiqué mi primera novela, Fresy Cool, era un universitario con mucho tiempo libre, podía leer mucho. Ahora ya no.
En Fresy Cool (Literatura Mondadori, 2012), el protagonista consigue el trabajo de sus sueños. El narrador de Vidas perfectas se pregunta si tal expectativa es razonable. Está claro que no tiene el trabajo de sus sueños.
No había pensado en este contraste, me parece muy interesante. En Vidas perfectas no hay una sola y única visión respecto al trabajo. Los propios personajes experimentan contradicciones. Xavier desempeña un trabajo que no le convence mucho pero le permite unas condiciones óptimas. Gael y Vera ocupan puestos que se ajustan a sus expectativas, pero tienen otros problemas. El tema del trabajo está presente pero expresado con sensibilidades y puntos de vista distintos.
Una cosa muy interesante de la novela es que trata la tecnología digital como dispositivos narrativos. Xavier observa todo el tiempo cómo sus amigos se “narran” en diversos contextos: frente al público espectral de sus redes sociales, las confidencias de los correos electrónicos…
Nuestro día a día está plagado de mensajes en distintas redes, correos y demás cada uno con su lenguaje particular. Igual esto viene a ser un poco semiótica barata, pero el éxito de Snpachat frente a Instagram es que mientras que Instagram publicaba la postal idealizada, las snaps tienen un punto más guarro, más cutre y más realista. Cada red social desarrolla sus propias narrativas, sus propias emociones y sus propias formas de comunicación. Facebook se ha convertido en el departamento de relaciones públicas de cada uno de nosotros, muy institucional. Los correos de trabajo tienen un lenguaje particular y lo mismo pasa con los mensajes intercambiados entre amigos, o con los correos privados dentro de la pareja, que tienen también su propio idioma. Su confluencia ayuda a configurar una visión panorámica de todos los rostros que somos.
En Nunca fue más hermosa la basura (Galaxia Gutenberg, 2010), decía José Luis Pardo que el trabajo no se puede narrar, al menos el trabajo mecánico. Descubrí la idea citada al final de La mano invisible de Isaac Rosa, una novela que hemos leído ambos. En tu novela, quizás porque nadie tiene un trabajo “de fábrica”, el trabajo importa mucho. La única manera que encuentran Xavier y Mika de reconstruir a Gael y Vera pasa por narrar sus vidas laborales.
Digamos que nuestras vidas tienen tres esferas: ocio, trabajo y cuidados. Es verdad que me he centrado en el tipo de relaciones que se producen en el trabajo y no en las partes mecánicas de esos trabajos. Digamos que no me pareció necesario ponerme a describir los entrenamientos de waterpolo de Gael.
No sé si decir que la tuya es una “novela postcrisis”, pero tu protagonista está asqueado en el curro…
Una de las grandes preguntas que sigo sin poder resolver sobre la crisis es: ¿cuándo sabes si perteneces al 1% o al 99%? Normalmente, los imaginarios mediáticos suelen tener una representación bastante caricaturesca de quién es rico y quién es pobre; de cómo es la clase trabajadora y cómo es la élite dominante. Sin embargo, en medio hay una serie de grises que no sabes muy bien dónde situar y que también tienen una serie de problemas y contradicciones en su relación con el capitalismo. El otro día, entrevistando a Frédéric Beigbeder, me hablaba de la conciencia social de los publicistas. Es una cosa que ha cambiado respecto a su época. El publicitario suele caricaturizarse como un individuo de clase media sin problemas estructurales, etc. Pero los publicitarios no viven de espaldas al mundo, y dado que trabajan para el capitalismo, saben bien cómo funciona. Y no solo eso, también tienen sus problemas laborales. Hay una cosa que me dijo Claudio [López de Lamadrid, editor de la novela] que a mí me hace bastante gracia: los personajes son y no son unos pijos.
Los dos sabemos que no se gana mucho dinero en la literatura, que Vidas perfectas no será tu principal fuente de ingresos. ¿Lo tenías presente al empezar? ¿Qué lugar ocupa la literatura para ti? ¿Es una vocación malpagá y maravillosa? ¿Una testarudez?
No sé si podría dedicarle el cien por cien de mi día a escribir ficción. Al cabo de un mes igual estaría muerto de aburrimiento. No lo sé. Para mí, las dos cosas están relacionadas. La no ficción te descubre cosas a las que con la ficción no puedes llegar, y viceversa. Y luego hay toda una serie de cosas que desde el periodismo y la no ficción puedes hacer mejor. Creo que para mí tanto la ficción como la no ficción son igual de vocacionales
De una novela a otra tu trabajo también ha cambiado. Cuando escribiste Fresy Cool –si mal no recuerdo– eras crítico literario, traductor, llevabas redes sociales. Ahora eres editor y periodista en Playground.
Estudié periodismo, es algo que me ha interesado siempre. Se da la circunstancia de que mi trabajo ha terminado por ajustarse a las previsiones que tenía. Es extraño porque uno rara vez dice: quiero ser editor; pero editar también es una forma de escribir. Las expectativas se han cumplido por un camino muy distinto al que esperaba. Como escritor, lo que ha cambiado es básicamente mi relación con el mundo. Antes tenía tiempo, y ahora no. No es lo mismo una conversación cuando estás en la universidad, con todo el tiempo del mundo para hacer digresiones, que en la vida adulta, donde a veces todo va tan deprisa que uno se oye a sí mismo hablando como si rapease. Ésta forma rápida y económica, efectiva, es algo que ha empapado mi escritura de ficción y no ficción.
En la novela se aprecia un interés por el papel que la suerte desempeña en la conducta, pienso por ejemplo en la inquietud que Mika siente al final de la novela.
Sí, totalmente. La base del iceberg de la novela se asienta en que alguien tiene suerte y alguien no. Lo que ocurre es que tanto los afortunados como los desafortunados sufren un poco por igual. De manera que el plano moral que se genera es bastante pesimista. Aunque hay una diferencia: la ostentación; los afortunados pueden permitirse contar un relato más favorable.
Hiciste la tesina sobre David Foster Wallace. Tu narrador parece tener algunos rasgos en común con los suyos, quizás venga de él este pesimismo…
No sé si sabría aclararte mi relación respecto al pesimismo existencial de Foster Wallace. A mí, por encima de la forma, lo que más me ha interesado de él son sus análisis sobre el capitalismo y sus reflexiones sobre la masculinidad. Cómo nos sentimos respecto al capitalismo (que nunca es todo lo bien ni todo lo mal que decimos) y todo lo que tiene que ver con la construcción de género.
En Vidas perfectas hay un renacimiento espiritual. Una posibilidad de cambio. Un poco especialita, claro. Me sentí interpelado (profundamente interpelado) por el final de la novela: esa posibilidad íntima (que no privada) que sugiere la novela pasa por entender un poco más a los demás.
No tengo ningún punto de vista moral filosóficamente predeterminado sobre el optimismo o el pesimismo, ni tampoco sé si es bueno que todas las narraciones deben tener un final feliz o final trágico en función de una visión filosófica. Una narración consiste en lo que sucede entre dos polos: principio y fin. En función de dónde sitúes los dos extremos te saldrá una narración más trágica o más cómica. Si hubiese desplazado algo más el final quizás tendríamos una tragedia, pero la novela termina ahí, en un punto desde donde puedes hacer una lectura más positiva de las cosas. Esto nos pasa en el día a día, hay momentos donde decimos “todo está bien”, y hay momentos en que sentimos todo lo contrario, pero todo tiene que ver con el segmento de tiempo que hemos elegido contar. El final de la novela estaba condicionado por el principio: el arranque es tan trágico que me parecía aburrido terminar con un final también trágico. No había ninguna voluntad de dar cuenta sobre si la vida está bien o está mal, porque no tengo una visión al respecto.
¿Qué ha pasado entre Fresy Cool, publicada a principios de 2012, y esta novela de comienzos de 2017? ¿Por qué tanto tiempo entre una y otra?
Digamos que estaba saliendo de un mundo y entrando en otro. Y aprendiendo cómo funciona ese otro.
Antonio J. Rodríguez (1987) acaba de publicar su segunda novela, Vidas perfectas. Cuenta la historia de un profesor de filosofía de una escuela pija llamado Xavier que, en medio de lo que llamamos “crisis vital”, decide investigar la súbita muerte de unos amigos suyos, una pareja ideal y triunfadora. La...
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Pablo Muñoz
(Mataró, 1988) Ha escrito sobre cine para Blog de cine y El Español. Ha publicado 'Padres ausentes' (Alpha Decay, 2011) y ha participado en libros colectivos como 'CT o la Cultura de la Transición' (Debolsillo, 2013).
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