MEMORIA / LUCHA OBRERA
De cuando Reinosa quiso vivir
Hace 30 años, el municipio cántabro fue sitiado por la Guardia Civil que se empleó con fuerza contra los trabajadores que resistían a la reconversión industrial. Aquel Jueves Santo terminó con un obrero muerto y una treintena de heridos
Marcos Pereda Santander , 29/08/2017
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Reinosa es una pequeña localidad situada al sur de Cantabria, en Campoo, allí donde el verde empieza a ser amarillo, las nubes se quedan remoloneando en las cumbres y el clima resulta más duro. Porque Reinosa es frío, es nieve, pero también es, fue, fábricas, industria. Hasta 14.000 habitantes a mediados de los años ochenta. Hoy apenas supera los 9.000.
El 5 de diciembre de 1986 los trabajadores de la fábrica de Cenemesa, en Reinosa, se encierran durante 24 horas en la planta. Es el primer acto de una historia mucho más larga, que hunde sus raíces en la mal llamada reconversión industrial que afrontó el sector en los años ochenta. Mal llamada porque apenas a nadie pudo reconvertir, y en realidad encubría despidos. O expedientes de regulación de empleo, si prefieren.
En el caso de Cenemesa, la situación era crítica. Fundada el 18 de junio de 1930, la empresa había alcanzado su pico de trabajadores en 1975, con 575 personas. En 1986 eran 457, y la dirección anunciaba una regulación de plantilla dramática. Habría 180 despidos, 76 suspensiones temporales sin fecha límite. Es decir, más de la mitad de la plantilla se encontraría sin trabajo.
Así que aquel 5 de diciembre de 1986 los obreros se encerraron en la fábrica en una huelga que duró 24 horas. Fue el primer acto. Casi el prólogo.
El 5 de diciembre, aún en 1986, los obreros impidieron que el Talgo saliese de la estación de Reinosa hasta que no terminaron con su protesta. Pintadas en los laterales donde explicaban sus problemas, “para que lo sepan en Madrid”
Reinosa es una ciudad fría. Pueblo de calles en piedra que se retuercen sobre sí mismas creando mil sombras, guardando en cada recoveco vahos de escarcha y nieve. El crujir de la sal bajo las ruedas, eso es aquí el invierno. El horizonte blanco del Pico Tres Mares. El Ebro, apenas recién nacido, con sus orillas espejeando cristales, eso son aquí los muchos meses que traen temblores.
Eso y el olor a café por las mañanas, los cuellos de los abrigos bien subidos, las bufandas, los gorros. El silencioso alborear de bares y estancos, conversaciones en voz baja, apenas susurradas. La gente habla en sonidos quedos, midiendo las palabras, extremando la educación. Es una forma de ser, una ética aprendida tras generaciones de mirar al cielo temiendo el granizo, tras décadas de madrugar antes de que suene la sirena de la fábrica.
Uno de los símbolos de la región es el Talgo, el tren que diariamente comunica Santander con Madrid, que pasa por Reinosa, por Mataporquera, por Lantueno o Pujayo. Un ferrocarril lento, moroso, un reducto de otros tiempos. El que fue primer tren en hollar tierras de Cantabria, el que supuso toda una revolución para su época, es hoy un viejo achacoso, casi olvidado.
Quizá por eso fue utilizado desde el primer momento de las movilizaciones. El 5 de diciembre, aún en 1986, los obreros impidieron que el Talgo saliese de la estación de Reinosa hasta que no terminaron con su protesta. Pintadas en los laterales donde explicaban sus problemas, “para que lo sepan en Madrid”. Dentro, algunos representantes iban exponiendo a los pasajeros la situación, pidiendo disculpas, rogando que entendiesen.
El día 22 de diciembre de 1986 Reinosa vive una jornada de huelga general, un paro absoluto y silencioso que, en el fondo, grita la protesta de un pueblo asfixiado por políticas que no entiende. Aquel día, bajo una fuerte nevada, algunos trabajadores de Cenemesa se acercan hasta Corconte, a una veintena de kilómetros. Su intención es levantar barricadas, cortar la circulación, hacerse ver, que todos escuchen. La Guardia Civil interviene. Es el primer choque. Pelotas de goma, gritos, golpes. Tres heridos leves.
La otra gran factoría de la zona es la que tiene allí la Sociedad Española de Construcción Naval. Abierta en 1920 y conocida desde siempre como la “Naval”, ha llegado a contar con más de 2.000 trabajadores. La mejor herencia que puedes dejar a tu hijo, dirán entonces en el pueblo, es que entre a trabajar en la Naval. En 1987 la fábrica se denomina Forjas y Aceros de Reinosa S. A., o FOARSA. No importa, todos la siguen llamando la “Naval”.
Y en la Naval también está delicada la situación. A principios de 1987 se anuncian 463 despidos. En 1982 trabajaban allí 2.417 personas, en 1989 está previsto que lo hagan solo 1.250. Sumados los datos a los de las otras empresas vemos cómo en menos de una década Reinosa y la comarca habrán perdido más de 2.500 empleos directos. Una situación auténticamente insostenible, una defunción apenas controlada.
El encargado de ir regulando esta asfixia en FOARSA será Enrique Antolín, director en 1987. Hombre bien situado, socialista de carnet, tecnócrata frío y distante, adquiere adhesiones dentro de la plantilla mediante prebendas, pero sin juntarse nunca con el obrero de a pie. Dos horas antes de anunciar el expediente de regulación de empleo, Antolín había prometido a Fernando Fuertes, presidente del Comité de Empresa de la Naval, que no iba a haber ninguna reducción de plantilla.
Tan ascendente era la estrella de Antolín que en mitad de estos ajustes le ofrecen el cargo de Consejero de Obras Públicas del Gobierno Vasco. Uno de esos que no es posible rechazar. Así que abandona su puesto en Reinosa casi sin previo aviso, dejando atrás una situación explosiva con la que tendrá que lidiar el sucesor. O eso parece.
Entre 1983 y 1990 se produjeron reajustes en la siderurgia, en la metalurgia, en los astilleros, en las minas. Según las cuentas del gobierno socialista esta reconversión iba a eliminar casi 75.000 puestos de trabajo
El 11 de marzo, Antolín aparece por su despacho de la Naval con la intención de coger sus cosas, cerrar con llave e irse para siempre lejos de aquel lugar donde hace tanto frío y la gente está cada vez más triste. Lo que ocurre después es complicado de entender desde la óptica actual, pero no resultaba tan extraño en el contexto de los años ochenta. Incluso Antonio Gutiérrez, secretario general de Comisiones Obreras, llegará a definir esta práctica como “una manifestación más de la negociación sindical”. El comité de empresa y los propios trabajadores de la fábrica rodean a su, aún, director, y lo dirigen a la fuerza a un espacio denominado el Búnker, situado a unos cientos de metros de las oficinas pero aun dentro del perímetro de FOARSA. Allí se sentarán, con toda la calma posible, a hablar. Daniel Ruiz Palacio, capitán de la Guardia Civil, se traslada esa misma tarde desde Torrelavega hasta Reinosa para afrontar la operación de liberar al director y logra dialogar con Enrique Antolín por teléfono. Éste le tranquiliza, no tiene ningún problema en permanecer allí, negociando, hasta el día siguiente. Ruiz Palacio suspende la operación. Durante casi un día Antolín estará retenido contra su voluntad en aquel lugar. Aquella noche, dicen quienes la vivieron, multitud de personas paseaban por el interior de la fábrica de la Naval. Los más, trabajadores que buscaban acomodarse en los lugares más inverosímiles para dormitar un rato. Pero también había vecinos, habitantes del pueblo, que estaban allí apoyando la acción. Todos contemplaban, asustados, cómo se comenzaban a levantar algunas barricadas. Había miedo a las consecuencias de los actos.
Debemos situarnos en un contexto muy concreto. En algo que se llamó en su día “reconversión industrial”. Nada más llegar al poder en 1982, Felipe González definió el deterioro del tejido industrial español como “necrosis”. Y en esos años ochenta se actuó con rapidez. Entre 1983 y 1990 se produjeron reajustes en la siderurgia, en la metalurgia, en los astilleros, en las minas. Según las cuentas del gobierno socialista esta reconversión iba a eliminar casi 75.000 puestos de trabajo. A la hora de la verdad fueron muchos más, y afectaron de manera dramática a algunos espacios geográficos que dependían casi por completo de sus fábricas. No eran, no solo, los obreros los que iban a quedar en el paro. Había que multiplicar esa cifra contando la actividad que indirectamente generaban las plantas. El final de una forma de vida.
Cerró la mítica planta de Sagunto. Se modificaron condiciones y plantilla en Ensidesa, en Altos Hornos de Vizcaya, en las navieras de Vigo, o de Ferrol, o de Avilés, o de Cádiz. Se produjeron grandes manifestaciones, huelgas casi absolutas, muestras de adhesión. Y violencia, claro, en algunos casos. La llamada Batalla de Euskalduna (por los astilleros bilbaínos de Euskalduna) muestra imágenes dantescas a finales del año 1984, con la policía llegando a utilizar fuego real.
La historia de Reinosa es, en aquel 1987, la historia de Avilés. O la de La Felguera, los pueblos de la Ría de Vigo, Getafe, Basauri y Matagorda. Es la de todos ellos.
La operación para liberar a Antolín tiene lugar el día 12 de marzo de 1987, y comienza a las 8:30 de la mañana. En ese momento más de 300 guardias civiles, algunos desplazados desde Logroño o Vitoria, derriban a golpes de hacha la puerta, y entran arrasando con todo. Hay un centenar de heridos (un agente presenta hundido el cráneo, un trabajador perderá un ojo), pero logran completar la misión. Ese mismo día Enrique Antolín jura su cargo como consejero de Obras Públicas del Gobierno Vasco.
Pero los disturbios no han terminado. Primero hay golpes, carreras, botes de humo en el recinto de la Naval, luego se extienden a todo el pueblo. La sirena de la fábrica, ese sonido tan familiar para todos en Campoo, suena a solicitud de ayuda. Las dos radios que emiten desde Reinosa (Radio 3 Mares y Radio Reinosa) animan a la gente a salir a la calle, denunciando la brutalidad con la que se emplea la Guardia Civil. Una de esas radios, dicen, es de derechas; la otra de izquierdas. Ambas cuentan, ese día, lo mismo.
Hasta ocho guardias civiles son acorralados por los manifestantes junto al parque de Cupido. Les tiran piedras, les van acorralando, ellos responden con fuego de pelotas de goma. Hasta que se acaban
Los enfrentamientos son durísimos, cruentos. Pero algo extraño empieza a suceder. Porque cuando la Guardia Civil empiece a acusar la falta de botes de humo (llevan más de dos horas usándolos entre carreras, entre caos) va a comenzar a retirarse. A recular. Hasta ocho guardias civiles son acorralados por los manifestantes junto al parque de Cupido. Les tiran piedras, les van acorralando, ellos responden con fuego de pelotas de goma. Hasta que se acaban. Ángel Colina, un joven fotógrafo cántabro, toma una instantánea que será identificada siempre con esos días. Una estampa de otro tiempo, una imagen que va a avergonzar al Cuerpo, el remedo de una España que se consideraba superada.
Al final los agentes acorralados sacarán un pañuelo blanco. Los guardias civiles se rinden y entregan sus armas. “Os las devolveremos cuando abandonéis Reinosa”, le dicen a uno. “Aquellos guardias civiles se portaron muy bien”, dirá años más tarde Colina, “si a alguno se le cruza un cable no sé qué hubiera podido pasar”. Al día siguiente aparece en la prensa la fotografía de unos adolescentes posando junto a un chaleco protector de la guardia civil roto por la mitad. En la puerta del instituto hay, ese 13 de marzo, un cetme atado con cuerda, junto con una pintada que reza “Poli RIP”. Un tricornio amanece colgando de las ramas más altas de un árbol.
El 30 de marzo de 1987 el semanario Época dejará una portada ridícula para el recuerdo, con un actor disfrazado de agente, tricornio incluido, rodeado de cuerdas y lazos, y el texto “Han atado a la Guardia Civil”. En las páginas interiores se puede leer la opinión relativa a la pérdida de influencia de la Benemérita, a la “tibieza” que debe regir en sus actuaciones con el gobierno socialista…en definitiva, se da a entender que “lo” de Reinosa es, sobre todo, falta de mano dura…
Las reacciones en la prensa son casi igual de virulentas. En general todos los medios de comunicación no dudan en responsabilizar únicamente a los trabajadores de Reinosa. Las razones son de tipo político. Los medios considerados de “izquierdas” se alinean con la explicación gubernamental, incardinada en aquel tiempo en el PSOE. Los de “derechas” no podían jalear lo que consideraba una muestra de anarquía y barbarie, además de un ataque directo frente a un cuerpo como la Guardia civil. En medio, los trabajadores de Reinosa quedaban prácticamente, también en la tormenta mediática, desamparados. Paradójicamente la repercusión mediática de las protestas había sido, hasta el incidente con Antolín, casi nula. Después no…después Reinosa se convertirá en el tema de moda en la España de 1987.
Uno de los primeros enfrentamientos se produce en una radio nacional, y tiene como protagonistas a Manuel Chaves, ministro socialista de Trabajo y Seguridad Social, y a Juan Hormaechea, alcalde de Santander, elegido como independiente dentro de la Coalición Popular, que acusa al primero de no haber movido un dedo para intentar arreglar el conflicto en FOARSA. Hormaechea está ya en campaña electoral, y no duda en usar los sucesos de Campoo en su propio beneficio. “Reinosa fue invadida por la guardia civil”, afirma. En esos días filtra de manera interesada multitud de informaciones a Pilar Urbano, de Ya. Juan Hormaechea llegará a la presidencia de Cantabria en 1987 representando a la todavía Alianza Popular. No es el único que busca sacar rédito del dolor. El Alcázar, como no podía ser de otra forma, dice que España está “a merced de la anarquía”, y es presa de un “proceso revolucionario como el de medio siglo atrás”, dando a entender que quizá la mejor solución fuera repetir lo de medio siglo atrás. Cambio 16 define como “bárbaros” a quienes acorralaron a la guardia civil, y lleva a portada un concluyente “El bochorno de Reinosa”. Un diputado regionalista de nombre Miguel Ángel Revilla publica una columna en la prensa cántabra en la que declara sentirse “orgulloso del comportamiento de la población de Reinosa (…) porque quiere seguir existiendo”. “Reinosa se ha ulsterizado”, se lee en los diarios, “Reinosa como Beirut”. También rotativos internacionales se hacen eco de los sucesos de Reinosa. The Sunday Times habla de “orgía de protestas” en España, incluso el Pravda recoge la noticia. Hay, además, declaraciones del director general de la Guardia Civil en las que niega que se haya abierto fuego real en Reinosa. ¿Casquillos? De balas de fogueo. Pilar Urbano y Nativel Preciado hacen un par de entrevistas, extremadamente amables, al personaje, en las que se defiende la legitimación que hubiese tenido la guardia civil para abrir fuego real contra los manifestantes. “No quiero pasar a la historia como el hombre de Reinosa”, dirá más adelante. No lo hará. A la sazón el tipo se llama Luis Roldán.
En la mañana del 16 de abril, Jueves Santo, una sospecha enrarece el despertar de Reinosa. El día anterior, dicen algunos, los guardias civiles han ido advirtiendo desde la tanqueta que patrullaba las calles. “Mañana os vais a enterar”, cuentan que oyeron
Después de esa jornada dantesca un numeroso efectivo de la Guardia Civil queda acuartelado en Campoo, con el fin de “garantizar el adecuado funcionamiento de los servicios públicos”. A tal efecto llegarán a estar desplazados en el perímetro de Reinosa dos helicópteros, 18 tanquetas, y más de 1.700 agentes. Intervienen casi cada día, en casi cada manifestación. Porque continúa habiendo problemas, protestas. Nadie tiene ya paciencia para seguir callado. El 4 de abril habrá 22 heridos, al día siguiente se suman 15 más.
A estas alturas Reinosa es un pueblo sitiado. Los comerciantes deciden no arreglar las lunas rotas de sus tiendas, para qué, y las sustituyen por cartones hasta que pase el conflicto. Los muros están cubiertos de todo tipo de pintadas. Algunas ingeniosas, las más reivindicativas. También un puñado de ellas realmente agresivas. El pleno del ayuntamiento ha solicitado, por unanimidad, la retirada de la Guardia Civil del pueblo. Los miembros del consistorio pertenecientes a Alianza Popular acabarán dimitiendo, al considerar que Reinosa está controlada por el Cuerpo, lo que supone “una ficción democrática”. Todos en el pueblo recuerdan que los guardias civiles estaban aislados, que apenas salían del cuartel. Representantes de Amnistía Internacional se desplazan hasta Campoo para vigilar las denuncias por tortura que irán apareciendo en esas fechas. Joaquín Ruíz-Giménez, el primer defensor del pueblo de la democracia española, dice que las imágenes que ha podido ver en un video son “impresionantes”. Se referirá a un documento grabado en la infausta jornada del Jueves Santo de 1987. La más trágica en Reinosa desde la Guerra Civil…
En la mañana del 16 de abril, Jueves Santo, una sospecha enrarece el despertar de Reinosa. El día anterior, dicen algunos, los guardias civiles han ido advirtiendo desde la tanqueta que patrullaba las calles. “Mañana os vais a enterar”, cuentan que oyeron, “os vais a acordar de nosotros”. Otros se inquietan al ver ese jueves una pintada sobre otra tanqueta. “Ramiro, te vengamos”, pone. Y todos hablan. Que ese Ramiro es uno de los guardias civiles desarmados un mes antes. Que hay ánimo de venganza. Que nada ha terminado. Que todo está por empezar.
El pueblo de Reinosa casi se había acostumbrado a la presencia de los uniformados en sus calles. Cada día, mientras los guardias civiles se encaminan a la estación de tren para garantizar que la línea del Talgo funcione adecuadamente, los niños se entretienen llevándoles el paso. “Izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda”, cantan. Es la normalidad de los lugares que viven sumidos en lo no habitual. La vida que se sigue viviendo.
Pablo Monge, teniente coronel de la Guardia Civil al mando, ha planteado la jornada con meticuloso pulso. Tras gritos de “al ataque” o “a la carga”, guardias civiles cortan accesos, ocupan callejas, se mueven como un solo hombre
Pero aquel Jueves Santo iba a ser distinto. El conflicto se inicia en Matamorosa, un pueblo perteneciente al municipio de Campoo de Enmedio que dista apenas unos cientos de metros de Reinosa. Allí, muy cerca de la fábrica de FOARSA, están concentrados los manifestantes. Y la tanqueta de la guardia civil carga. Con violencia. En los enfrentamientos que se sucedan ese día participarán más de 3.000 personas en diferentes puntos de conflicto.
El inicio lo marca el pitido del Talgo. Pablo Monge, teniente coronel de la Guardia Civil al mando, ha planteado la jornada con meticuloso pulso. Tras gritos de “al ataque” o “a la carga”, guardias civiles cortan accesos, ocupan callejas, se mueven como un solo hombre. Se pretende congestionar las calles principales, cerrar posibles vías de escape y descargar toda la virulencia en una zona concreta, que coincide con la que tiene un mayor número de bares. Todos se dan cuenta de que asisten a algo planificado, detalladamente planteado sobre un mapa de la población. El jefe de la Policía Municipal de Reinosa, Javier Mantilla, se lamentará días después, “me arrepiento de haberles dado los planos de la ciudad”.
Comienza, dijimos, en Matamorosa. Solo allí, más de treinta heridos. Y un muerto. Se llama Gonzalo Ruíz y es trabajador de la Naval. Recibe el impacto de una pelota de goma en el rostro. Su nariz cruje, rota. Con la ayuda de un compañero alcanza, junto a otras personas, un garaje a modo de refugio. Pronto los botes de humo llena aquel pequeño espacio. Cuando salen, bocas tosiendo, ojos llorosos, la situación es tan grave que la propia guardia civil decide llevar al trabajador al ambulatorio. Pero jamás concluirán ese traslado. El herido queda abandonado en mitad de la Calle Mayor de Reinosa. Los agentes declaran que se han visto “acorralados” y que ha sido imposible continuar. Ahora hay una persona tendida en las calles de la ciudad. Tiene 33 años. Fallecerá días después, en la madrugada del cinco al seis de mayo.
Nadie puede pensar en ello en ese momento, el caos se ha apoderado de Reinosa. Los agentes fuerzan hasta en dos ocasiones las puertas de la iglesia de San Sebastián, no hay posibilidad de acogerse a sagrado. Las campanas suenan por más de quince minutos, intentando romper con ese toque ancestral la locura que se está viviendo. El párroco se confesaba más tarde a la prensa. “La Guardia Civil masacró por puro espíritu de venganza (…) yo tengo familia en el País Vasco y ni allí vi jamás tanta violencia”.
Venganza. Esa es la impresión en la ciudadanía de Reinosa. Que han sido el objeto de una venganza, de una deuda contraída que algunos anhelaban cobrarse. De las ansias por recuperar el honor perdido. Muchos se ven víctimas de aquella foto legendaria, de aquellos momentos bizarros con los uniformados escondiéndose tras los árboles y sacando un pañuelo blanco para rendirse. Nadie sabe muy bien qué esperar. Los periodistas informan con dificultades, días después la Asociación de Prensa de Cantabria interpondrá una protesta por los intentos de entorpecer la libertad informativa por parte de la Guardia Civil.
En el ambulatorio de Reinosa se suceden las carreras, los gritos, el terror. Joaquín Durán, un médico, dirá después a los periódicos que la Guardia Civil entró dos veces. Que en la primera subieron hasta la planta superior del edificio, deteniendo a varios manifestantes que se habían refugiado allí. Que la segunda fue distinta, que llegaron amenazando, mofándose, repartiendo culatazos aquí y allá. Que amagan cargas por los pasillos. Que una mujer de 73 años sufre un ataque de pánico y pasan sobre ella, como si no la viesen. Javier Fernández, celador en el mismo centro, denuncia agresiones. Dice que cuando iba a urgencias para ayudar a los heridos fue capturado por agentes, que lo llevaron a una tanqueta, que le dispararon un pelotazo de goma en el pecho, casi a bocajarro, que lo golpean, lo amenazan, le dicen que no saldrá vivo de allí. Al final del día tiene fracturado el hueso propio de la nariz. Dolorido, magullado, todo el cuerpo. Su testimonio será uno más en la prensa de aquellas fechas.
La muerte de Gonzalo Ruíz trajo el golpe definitivo. El 6 de mayo de 1987, cuando se conoce la noticia de la muerte, una pancarta aparece en el lugar donde se produjeron los hechos. “Aquí han asesinado a Gonzalo”, reza
O la imagen icónica. Una funeraria ardiendo por culpa de los botes de humo. Un puñado de ataúdes en mitad de la calle, consumidos por las llamas.
Al final del día los detenidos ascienden a 63. Los heridos suman más de 100. Solamente las denuncias por daños materiales contra la Guardia Civil se cuentan por encima de 200.
Después de la sangrienta jornada del Jueves Santo los ánimos parecen haber desaparecido en Reinosa. Hay concentraciones, claro, hay aún deseo de luchar por lo que se considera un medio de vida. Pero todo resulta mucho más atenuado. Demasiada sangre, demasiado dolor. El 1 de mayo de 1987 la Brigada Móvil de la Guardia Civil abandona Reinosa y vuelve a Logroño. El 14 de mayo habrá todavía barricadas e incluso se quemará un vagón de tren por parte de los manifestantes. Pero las fuerzas no intervienen. El pueblo intenta olvidar una pesadilla. No lo va a conseguir.
La muerte de Gonzalo Ruíz trajo el golpe definitivo. El 6 de mayo de 1987, cuando se conoce la noticia de la muerte, una pancarta aparece en el lugar donde se produjeron los hechos. “Aquí han asesinado a Gonzalo”, reza. Y, a su alrededor, cientos, miles de flores. Al día siguiente El País titula en portada "Los sindicatos convocan paro general en Reinosa por la muerte de un obrero”. La fotografía que adorna esta información es espeluznante, con dos mujeres sobre sus bicicletas, pedaleando, mientras a su espalda un vagón de tren arde espectacularmente. Todo un impacto visual, uno más en Reinosa.
Al entierro del trabajador de la Naval acudirán más de 10.000 personas, y dejará para la historia otra foto legendaria, esta de Dominique Mollard, que va a aparecer en toda la prensa europea.
¿Muerte provocada? Así lo dirá la autopsia que se realiza en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en Santander. La causa del deceso fue el humo de los botes lanzados por la guardia civil el que ocasionó daños irreversibles en los pulmones. La adecuada praxis dice que esos botes solo pueden usarse en espacios abiertos, por su peligrosidad. En aquel pequeño garaje de apenas veinte metros cuadrados se tiraron tres…
El único que niega este diagnóstico es Luis Roldán, enfangado ya en una cruzada de infamias en la cual llega a afirmar que Gonzalo Ruíz tenía un tumor de carácter maligno en el riñón “que pudo influir” en el fatal resultado. A esa teoría se suman, entre otros, el diario ABC, que recoge la información con fervor en una de sus portadas. La autopsia es clara: el tumor era benigno, al fallecimiento se produce a causa de los botes de humo. Los servicios médicos del hospital de Valdecilla acusan a Roldán de “irresponsable” por esas palabras…
El 22 de mayo de 1987 los trabajadores de FOARSA se concentran frente al Congreso.Algunos portan una pancarta premonitoria. Decía “Roldán-Barrionuevo. Del sillón a la prisión”
El 22 de mayo de 1987, Luis Roldán comparece ante el Congreso para defender la actuación del cuerpo que dirige. Llegará a declarar que para provocar una muerte como la de Gonzalo Ruíz hubiesen hecho falta “30 botes de humo” en ese espacio cerrado. Nuevamente los médicos lo tachan de inconsciente, de ignorante, de manipulador. Algunos diputados y la Asamblea Ciudadana solicitan que en el Congreso se vea el vídeo del que hablaba el defensor del pueblo, el que lo había impactado, el que había hecho temblar su conciencia. Pero la propuesta no prospera. Esas imágenes quedarán en el anonimato, solamente frescas en el remembrar de quienes las contemplaron, de quienes vivieron aquellos momentos…
Aquel día trabajadores de FOARSA se concentran ante el Congreso. Llevan camisetas con una leyenda muy clara: Reinosa quiere vivir. También algunos portan una pancarta. Una que es premonitoria, que encierra, en aquel instante, todo el dolor de un pueblo, una comarca, un mundo. La pancarta decía “Roldán-Barrionuevo. Del sillón a la prisión”.
“Todo fue inútil”, declara un trabajador de FOARSA un año después de los incidentes. “No sacamos nada, solo golpes y heridos”. El 9 de septiembre de 1987 se aprobaba por el comité de empresa de la Naval un expediente de regulación de empleo que contemplaba el excedente de 436 puestos en la fábrica. De ellos 222 fueron dados de baja vía prejubilación. Casi las mismas cifras que se habían manejado desde el principio del conflicto.
Ya solo queda el epílogo judicial. Los primeros que encuentran sentencia son, claro, los miembros del comité de empresa de FOARSA, acusados de un delito de privación de libertad en la persona de Enrique Antolín. Aducen que intentaban asegurar la protección del político, custodiarlo, alejarlo de las iras de los trabajadores. El juez no se lo cree. Cada uno de ellos deberá pagar una multa de 70.000 pesetas.
En relación a la jornada de Jueves Santo serán procesados el teniente general de la Guardia Civil Pablo José Monge, el capitán de la Guardia Civil Álvaro Gutiérrez Cantón y seis agentes. Dos de esos agentes, a solicitud del Ministerio Fiscal, harán frente a diversos cargos relacionados con la muerte de Gonzalo Ruíz. Solo ellos serán sentenciados, por un delito de imprudencia temeraria con resultado de muerte, lesiones y daños. Seis meses y un día de prisión, así como el deber de indemnizar a la viuda e hija* de Gonzalo Ruíz. La sentencia lleva fecha del 18 de febrero de 1992.
Hoy Reinosa es una población muy diferente a aquella de 1987. Donde había 14.000 habitantes ahora quedan poco más de 9.000. Pero el cambio principal ha sido económico, con un motor industrial casi desaparecido. El ejemplo más claro es el de la Naval, esa fábrica que tantas veces ha aparecido en nuestro relato. La que llegó a tener 2.500 trabajadores. La que despidió a casi 500 en aquel desgraciado 1987. La que en 2017 busca a toda costa mantener sus 640 empleos actuales. La que vive hoy otro nuevo expediente de regulación temporal de empleo que afecta al 75% de la jornada laboral. Todo un símbolo, una metáfora. Hoy Reinosa mira más al turismo, a la nieve de la cercana Estación de Alto Campoo, a las escapadas rurales de fin de semana, a la posibilidad de explotar deportivamente el Pantano del Ebro. También recuerda, claro.
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* En una versión anterior aparecía que Gonzalo Ruíz tenía un hijo.
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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5 comentario(s)
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Jose
Realmente tremendo el relato. Me cogió niño, solo 12 años, y recuerdo las noticias en TVE sobre el tema, manipuladas seguramente, antes había lo que había, no disponíamos de Internet para conocer el otro lado. Por eso este relato era necesario y esencial para que muchos conozcan lo que fue y es el PSOE. Un partido al servicio de intereses extranjeros, que vendió y saqueó la industria española, sin reconvertir nada, simplemente destruyéndola y poniendo los cimientos del actual sistema productivo, basado en ladrillo y turismo, precario y vendido. Los votantes de ese partido deberían sentir vergüenza eterna por lo que hicieron con su voto, dar capacidad a Felipe González y su cuadrilla de cuatreros para vender el país a Alemania y la UE en general. Luego llegaron los de siempre, los hijos y nietos de la dictadura, a completar la acción, y así estamos ahora. Conmovedor ver como en España los obreros han luchado hasta la muerte, todo lo contrario de ahora, donde tristemente, son gente de clase baja, de clase obrera, la que más machaca a los que intentan luchar y tener algo de dignidad. Por relatos como éste, doy por bien hecha mi suscripción a esta revista.
Hace 7 años 1 mes
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Uno
Y luego nos miran mal a los que llamamos subnormales a los que sienten simpatía por la guardia civil.
Hace 7 años 1 mes
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Juan Carlos I el otro.
Los Socialistas siempre han sido anti-sociales, no se han cortado un pelo y han tenido la suerte de que una mayoría de la gente de este país era/es analfabeta política y les dieron sus votos aunque fuese como mal menor. En Reinosa, la Guardia Civil, aprovechando que no estaban en Euskadi y que los manifestantes no tenían armas ni explosivos, masacraron sin contemplaciones y con su mejor espíritu franquista y asesino, el algodón no engaña, la cobardía sale a relucir inmediatamente. Y, por último, paradojas de la vida (tonta), los reinosanos, no han aprendido nada de nada y siguen apoyando con sus votos a un partido peor que el que les hundió en la miseria. Conclusión, éste país es una mierda.
Hace 7 años 1 mes
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Fernando Gómez
El primer triunfo del neoliberalismo fue la palabra. Ni hubo ni se pretendía que hubiera "reconversión industrial", Se planificó el desmantelamiento de nuestra industria como condición sine qua non de Alemani, Francia e Italia para permitirnos entrar en la CEE. En esos años el tejido industrial de España era equiparable al que tenía Corea del Sur.... igual que ahora, vamos.
Hace 7 años 1 mes
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Ramon Crespo del Río
Otra muestra más del despotismo de Felipe Gonzalez y su gobierno al servicio de los ricos contra los trabajadores. Pequeños grandes crimenes contra la humanidad y la dignidad de los seres humanos. Y por ahi todavia anda el sr gonzalez rebuznando su ingeniosa maldad. Un malvado disimulado, nacido para engañar a su pueblo.
Hace 7 años 1 mes
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