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Cuando las guerras eran lentas, a arma blanca, las personas tardaban en morir. Por lo común morían desangradas, en una agonía de horas. Por eso, cuando acababa una batalla, casi todos los cuerpos yacían boca abajo. Los cuerpos moribundos, cuando intuían la epifanía de la muerte, tenían tiempo de comprenderlo y de girarse, de manera que ningún ser vivo pudiera verles la cara. Lo hacían en busca de dignidad. En busca de dignidad, las personas buscaban no ser vistas en el momento de la muerte, y morir para sí solas.
Es común ver los cuerpos así, tras un accidente de tráfico o un atentado. Debe de ser un instinto en verdad fuerte y antiguo, pues eso --evitar las otras miradas-- fue el último movimiento de César, y es el último instinto de los animales gravemente heridos. Desde la descripciones de las batallas de la Antigüedad hasta las matanzas pausadas de la I Guerra Mundial, los primeros instantes de una carnicería, ya nadie lo recuerda, consistían en ver un campo extenso de cuerpos boca abajo, preservando su dignidad. La dignidad, por otra parte, duraba poco. Hasta el saqueo. El saqueo era el sentido de la batalla. Tras el saqueo, los cuerpos, desprovistos de dignidad --la dignidad sólo se busca en el instante de la muerte; es decir, durante la vida; no importa tras la muerte, parece ser--, ya yacían boca arriba, desprovistos de su armadura aquea o griega.
Hemingway explica que en la I Guerra Mundial todos los cuerpos saqueados estaban boca arriba, rodeados de infinitud de papeles --fotos, cartas, notas-- despreciados en el saqueo. Sólo los austriacos yacían boca abajo, pues en el uniforme austriaco el bolsillo estaba en el culo del pantalón. Si Wittgenstein hubiera muerto en la I Guerra Mundial, su cuerpo, por tanto, hubiera sido descubierto boca abajo, pero aun así sin dignidad, saqueado, con su Tractatus, escrito en las trincheras y que guardaba en el bolsillo posterior de su uniforme, desperdigado en varios metros a su alrededor.
Nadie muere con dignidad, precisamente porque no existe la muerte digna. El concepto de muerte digna es propagandístico. Es decir, pornográfico. Una fantasía que goza de un éxito veloz y eléctrico. Lo más cercano a la dignidad en la muerte es, al parecer, rehusar ser visto. Evitar un saqueo, que empieza con la mirada de los otros, y que indefectiblemente llega, como hemos visto este agosto, instantes después de que un cuerpo vivo, utilizando toda la vida que le queda, se gire para no ser saqueado por otros ojos.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).
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