
Expositor de una tienda especializada en venta de togas.
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A veces se echan de menos discursos sobre la universidad que se libren de la dicotomía entre la enmienda a la totalidad y el ensalzamiento solemne. Ya sé que la equidistancia también es una forma de superioridad moral, pero tomar distancia para analizar fenómenos concretos permite aterrizar en lugares donde es posible saber de qué hablamos exactamente.
Acabo de recibir por correo electrónico un mensaje remitido por la sección de protocolo de la institución universitaria en la que trabajo. Su contenido me ha dejado tan perplejo que no puedo evitar un intento de análisis que oscila entre la risa y el llanto.
Hace pocos meses obtuve una plaza de profesor titular, y por tanto de funcionario. El mensaje se dirige a quienes están en la misma situación, es decir, a los flamantes profesores titulares y catedráticos. Se nos ofrece la posibilidad de participar en un acto de “toma de posesión protocolaria” para el cual debemos elegir padrino o madrina y reservar asiento, con dos acompañantes como máximo. La asistencia exige “traje académico”. Dado que no solemos tener uno en el armario, adjuntan una lista de “casas comerciales” donde encontrarlo. Éstas disponen además de complementos: birrete y muceta. Y me recuerdan a aquel cuplé: “La casa recomienda y da su garantía para estar bien al día”. Por último, en el mensaje se informa de un “ensayo general” al que nos aconsejan acudir.
Como se ve, la dimensión teatral del asunto es clara. La acrecienta un archivo adjunto con instrucciones sobre dónde sentarse, por qué escalera subir, con qué movimiento de cabeza saludar y cosas por el estilo. Pero la traca final aún no ha llegado. Disfrutar de ella exige pinchar en un enlace que lleva al sitio web de la universidad, y concretamente a una página en la cual se nos instruye sobre “la indumentaria que es preceptivo vestir” debajo del traje académico. Allí podemos leer lo siguiente:
“Con el traje académico, los doctores deben llevar:
Pantalón negro (la toga es negra, y cualquier otro color de pantalones hará un contraste pésimo).
Camisa –solo– blanca. Con cuello alto (de esmoquin) si se lleva pajarita, y con cuello normal si se lleva corbata
Pajarita blanca. Si no se dispone de ella, pajarita negra; y, si no se tiene ni una ni otra, corbata negra.
Calzado formal y negro.
Los calcetines han de ser negros.
Guantes blancos (los hay de algodón, muy económicos).
…
Con el traje académico, las doctoras deben llevar:
Falda (nunca minifalda, por si se entreabriera la toga) de estilo formal o pantalones. Una u otros, solo de color negro. (Téngase en cuenta que es mejor evitar los vestidos, los cuales suelen ser incompatibles con la pajarita o corbata que ha de aparecer por el escote de la muceta.)
Camisa –solo– blanca. Con cuello alto (de esmoquin) si se lleva pajarita, y con cuello normal si se lleva corbata.
Pajarita blanca. Si no se dispone de ella, pajarita negra; y, si no se tiene ni una ni otra, corbata negra o una lazada romántica, igualmente negra.
Calzado negro formal.
a) Si se opta por los pantalones, se puede llevar botines o cualquier modelo de calzado formal (ello excluye sandalias de cualquier estilo, que exhiban los pies). Los calcetines (en el caso de los botines o los zapatos estilo 'Oxford') o las medias (con todo estilo de calzado) serán negros también.
b) Si se opta por falda, es preferible un calzado sobrio (ello excluye sandalias de cualquier estilo, que exhiban los pies), de medio tacón no es adecuado desfilar en la comitiva del salón de actos vacilando sobre tacones o plataformas elevados...). Las medias pueden ser color carne, humo o negras. Resultan más elegantes las transparentes que las opacas y las tupidas.
Si se llevan joyas o bisutería (nunca collares y broches sobre la muceta o bien pulseras tintineantes...), no deberían ser elementos ostentosos, distractores de la significación del traje académico.
Guantes blancos (los hay de algodón, muy económicos)”.
De acuerdo, toda esta parafernalia, como decía el personaje de La gran belleza, “es sólo un truco”. El del nombramiento de nuevos funcionarios es simplemente un ritual público sin mayor importancia. La universidad se nutre de rituales, al igual que otras instituciones. Tiene su atrezzo, sus ceremonias, su utillaje... Pero los trucos llevan detrás un dispositivo repleto de significados, que en este caso no son más casposos porque la cuota de caspa ya se había alcanzado.
Lo que sorprende es la naturalidad con que en 2017 se emplea un tono que parece sacado de un antiguo manual de urbanidad. Si fuera en plan de broma estaría genial. Sin embargo, se diría que va en serio.
No es sólo la arrogancia con la que se recomiendan las prendas, propia de una madre superiora. No es sólo la hipernormalización estética que se impone. No son sólo los juicios de valor sobre combinaciones cromáticas, que tratan al lector como a un idiota. Es también el sexismo. Hombres y mujeres deben ataviarse de distinta manera. Ellos han de llevar pantalones. Ellas deberían llevar falda (nunca demasiado corta, no sea que las carnes exciten al personal), aunque en los tiempos que corren no queda más remedio que admitir que algunas díscolas prefieran el pantalón. En todo caso se proscriben las sandalias, propias de hippies, y los tacones altos, propios de cocottes. ¡Así es como se mantienen las formas! Menos mal que, como ya sabían los y las dandis de hace un siglo, la mejor manera de perder la elegancia es seguir las normas al pie de la letra.
Autor >
José Carlos Loredo Narciandi
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