Tribuna
El terceto excluido del 1-O: política, democracia y socialismo
La última crisis económica, el desencanto ante la falta de profundidad o celeridad en los proyectos de ruptura, han hecho que mucha gente se haya entregado a la salida nacional, algo que tampoco es nuevo en la historia
Víctor Alonso Rocafort 18/09/2017
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A pocos días del 1 de octubre, la situación en Cataluña se encuentra enquistada por un enfrentamiento de legalidades cuya resolución el Gobierno español está dejando en manos de jueces, fiscales y policías. En ausencia de política, sin ningún tipo todavía de encuentros, diálogos y acuerdos que desatasquen la situación entre los principales contendientes, el choque de trenes sigue siendo la imagen dominante de los desastres por venir. A ello se suma lo que ya es un ataque directo a las libertades fundamentales por parte del Gobierno español, con registros en imprentas, suspensiones en el uso de locales públicos para actos e incautaciones de carteles políticos, con el colofón de las últimas amenazas del presidente del Gobierno de llegar incluso donde no quiere llegar. Ha sido tan irresponsable que en lugar de tranquilizar a la ciudadanía, y tratar así de ahuyentar a los fantasmas del choque, ha buscado acomodar directamente en nuestras imaginaciones lo inimaginable.
El conflicto en Cataluña, es preciso señalarlo, ha estallado en torno a la brecha nacionalista. No ha sido la democrática ni la de clase, no ha sido el 99% frente al 1%. En su lugar se ha erigido una trinchera para enfrentarnos por abajo unos con otros desde la desmesura romántica de las naciones ancestrales, como en tantas ocasiones del pasado siglo XX. La última crisis económica, el desencanto ante la falta de profundidad o celeridad en los proyectos de ruptura democrática y socialista, han hecho que mucha gente se haya entregado a la salida nacional, algo que tampoco es nuevo en la historia.
Por mucha impaciencia o desilusión que haya, no vale cualquier ruptura. Menos aún fiarlo todo al exceso y la improvisación, con la fe en que el caos nos traiga por sí solo algo mejor. Resulta esencial tener un proyecto propio, así como examinar el nacionalista en marcha. Analizar si hay visos de mejorar la vida de la gente o todo lo contrario. En el camino emprendido por los independentistas de momento no se percibe grieta alguna hacia la revolución democrática. Aunque quizá lo que haya que mostrar previamente sean los conceptos de democracia con los que partimos unos y otros. Tampoco hacia el socialismo.
La ley de transitoriedad, surgida en ausencia de participación ciudadana, ha sido criticada por su pobre contenido social al dedicar apenas cuatro líneas a la materia, siendo al mismo tiempo cierto que resulta más garantista que la actual Constitución del 78, lo que no es difícil. Sí parece de momento claro que en este proceso bendecido por la burguesía catalana nadie plantea, no ya la superación del capitalismo, sino un plan económico que inicie un mínimo desafío al marco neoliberal existente.
Parece claro que en este proceso bendecido por la burguesía catalana nadie plantea, no ya la superación del capitalismo, sino un plan económico que inicie un desafío al marco neoliberal
Como era previsible, domina la clave nacional, la provocación gratuita a la reacción y el dar munición a espuertas a una derecha española a la que le ha faltado tiempo de recoger el guante para doblar la apuesta. El 50% contra el 50% en Cataluña, un reforzamiento del Régimen en el resto del Estado y un amago de divisiones de la izquierda. Todo ello bajo una clamorosa incapacidad, de momento, para hacer política por parte de la mayoría.
Ante la progresiva suspensión de la ley aparecen así dos grandes voluntades frente a frente, cada cual con su nación detrás y en desnuda disputa por ser o no ser Estado en Cataluña. El peor de los escenarios.
En un modelo representativo oligárquico como el nuestro, elitista en el mejor de los casos, los que están arriba lo marcan por desgracia casi todo. Ellos fueron los que iniciaron una salida de la crisis económica vinculada al interés de las oligarquías, no de los ciudadanos. Y durante esta crisis nacional, azuzada desde 2006 con el ataque al Estatut, demuestran una vez más su poca altura democrática. El que Rajoy y Puigdemont sean los líderes de los partidos más enfangados por los recortes y la corrupción en España y Cataluña no es un detalle menor, por mucha organización de base que se haya dado en el campo independentista. Realmente no deja de sorprender que tanta gente se haya subido tras ellos.
Política, democracia y socialismo componen una tríada excluida de la actual dialéctica entre ambos nacionalismos. El pensamiento binario más básico suele entregarse a dicotomías que lo ocupan todo, A o B, sin más salidas. El puño cerrado. El tercio excluso era reclamado desde la retórica clásica como una manera de abrir ventanas, de llamar la atención ante una manera mecánica, no humana, de pensar los conflictos entre contrarios. La mano abierta. En este caso, frente al choque de trenes de los nacionalismos A y B existe la posibilidad de urgencia de evitarlo desde la política, así como en el medio plazo la de desarrollar un proyecto de democracia radical y socialismo que resulte ajeno a ambos proyectos nacionalistas.
La política se funda en la palabra, de ahí que sea tan peligrosa para los que gustan tanto de la desnuda voluntad y la fuerza. Como humanos, somos animales de polis, con capacidad de lenguaje y pensamiento a la hora de compartir nuestras visiones de lo político, de llegar a acuerdos y expresar nuestros desacuerdos. La política es de esta manera encuentro y vida, la palabra que reina en ella es la alternativa a los golpes rudos, a los alaridos y gruñidos de la violencia, al silencio agitado que queda tras la muerte.
La democracia implica que seamos capaces de dotarnos desde la palabra, desde la equidad y la libertad política, de leyes comunes. Así podremos tratar de determinar nuestro futuro, ser literalmente autónomos, sabiendo que en esto de adelantar el porvenir y ser soberanos los seres humanos contamos con todo menos con certezas. Finalmente en esto consiste la tan mentada autodeterminación democrática de los pueblos, en decidir entre todos sobre lo que nos afecta a todos, creando nuestras propias leyes, que es lo que las hace legítimas.
Sabernos partícipes de una ley –aunque no salga lo que propusimos– es lo que facilita que la acatemos, que no convirtamos una convivencia conflictual pero pacífica en pura selva, con cada secta esgrimiendo la suya. Las leyes democráticas nunca se conciben como dogmas inamovibles. Al contrario, habrá de cultivarse el buen juicio en cada rincón del país así como una ciudadanía plural habrá de ser crítica para poner a cada rato en cuestión lo establecido. Es de esta manera que las democracias han de contar con mecanismos sencillos de revisión constitucional.
Unos y otros parecen estar olvidando todo esto.
La desobediencia civil pacífica de individuos o grupos organizados consiste en el incumplimiento público y consciente de una ley injusta, asumiendo que habrá sanción, para llamar la atención de la opinión pública. Para tratar de cambiarla. Es diferente, como se viene insistiendo estos días, de la desobediencia de una institución –de sus representantes– frente a otra.
¿Sacar urnas a la calle cuando el Gobierno del Estado mantiene su negativa rotunda hacia el derecho a decidir? De acuerdo, pues resulta incomprensible en democracia que te impidan votar por tierra, mar y aire. Frente al agudizado autoritarismo gubernamental, la desobediencia civil en defensa de la libertad de expresión se convierte en una opción necesaria.
¿Pretender desde la institución que el resultado de la votación del 1-O vincule a toda la sociedad catalana, promulgar leyes propias de tu parroquia que se erijan como superiores a las vigentes y provocar un enfrentamiento en clave nacional? Ahí pasamos a otro escenario que algunos no aceptamos.
Son matices necesarios pero no siempre evidentes, tampoco fáciles de trasladar a la brocha gorda de los medios ni, seguramente, sean compartidos por toda la izquierda rupturista. De ahí la necesidad de un debate a fondo que aclare conceptos y escenarios.
Nuestro siglo XXI está entrando de lleno en la crisis más profunda que se recuerda. El cambio climático, la amenaza nuclear, la expansión de las desigualdades, las miles de muertes en el Mediterráneo, las guerras y el terrorismo global, dibujan un mundo sacudido con fuerza en sus cimientos. Quizá no veíamos algo parecido en Europa desde la época de entreguerras o el derrumbe del periodo barroco. En ambos momentos históricos, especialmente en el segundo, se crearon instituciones radicalmente distintas para salir del impasse, como es el sistema político representativo moderno.
Hoy falta aquella audacia teórica y práctica, falta imaginación. El Estado-nación que hizo de aquella representación su motor político no sirve para enfrentar lo que se nos viene encima en este siglo. Cuanto antes lo entendamos, más posibilidades tendremos de salir airosos de él como especie. Precisamos de una revisión completa de esta forma de comunidad política en clave democrática y de clase, en clave ecologista y feminista. En clave de acogida e inclusión, republicana y federal. La mera reforma territorial, por muy plurinacional que sea, me temo que se queda más que corta. Nótese además que, como queremos dejar atrás precisamente el Estado-nación, lo último que necesitamos es afrontar el monumental desafío de nuestra era desde el nacionalismo.
Precisamos de una revisión completa de esta forma de comunidad política en clave democrática y de clase, en clave ecologista y feminista. En clave de acogida e inclusión, republicana y federal
Un proceso constituyente nos traería esa revisión completa. Para que resulte democrático éste se basa, al menos así lo decíamos hace no tanto, en el diálogo entre distintos, en el aprendizaje con otros a ras de calle para luego decidir. Esa intuición fue que la que nos juntó a tanta gente diversa en las plazas en 2011 a modo de ágora preconstituyente. El juego de mayorías y minorías en una decisión tan importante como lo es delinear el marco fundamental de un país: solo tiene sentido si partimos de unas unas reglas básicas acordadas y de un amplio proceso de encuentros, deliberación y decisiones desde abajo.
En el caso del referéndum catalán, dado el poder que tiene el gobierno estatal para convocarlo e iniciar las reformas constitucionales necesarias, este podría pactarse como condición de emergencia antes de cualquier descarrilamiento. Bienvenida toda iniciativa que de manera creativa facilite esa oportunidad para la política. Si el PP se niega, habría que organizarse ya de cara a un ejecutivo alternativo que asuma este compromiso. Previamente lo ideal sería asegurarlo desde la presión popular, pues esta es históricamente la que suele forzar a los poderes oligárquicos a ceder y no desbarrar.
Política para prevenir lo inimaginable, desobediencia civil frente a la escalada represiva y democracia ante las imposiciones nacionales de unos y otros habrán de conformar, por tanto, los faros de emergencia para la izquierda rupturista en esta crisis. Acelerar un proyecto socialista de democracia radical, republicano y federal, es lo que va a tocar desde el 2-O.
Con reglas comunes para un referéndum pactado se daría entonces la contienda entre opiniones y proyectos, algo propio de una sociedad que se quiere libre y se sabe plural. Es a esto a lo que nos referimos cuando algunos defendemos que toda consulta de esta naturaleza ha de hacerse con garantías.
Si los partidos contrarios a su celebración proclaman que lo vetarán desde un principio, si te saltas el Reglamento del Parlament para aprobar leyes fundamentales en modo exprés sin la presencia de la oposición en la Cámara, a todo el mundo le queda claro que no estás interpelando al conjunto de la población catalana. De nada nos sirve por tanto que un bando se auto-organice para imponer a los otros lo que decidan solo sus fieles.
Ya sabemos que la propuesta de la Generalitat para el 1-O incumple el Código internacional sobre referendos de Venecia, un estándar básico aprobado por el Consejo de Europa en 2007 y que nos puede servir de referencia. Nadie dice que no puedan aceptarlo en una hipotética negociación. El Gobierno español de momento ni se plantea aplicarlo. Se le ve encantado en esta situación pre-caos que implica estar en modo post-Gürtel. Mientras, el PSOE parece no sufrir mucho en su papel de poli bueno, y sin embargo sabe que va a tener que moverse pronto. ¿Escogerá la política o seguirá subido en el tren bala de Rajoy?
Para entender el ímpetu de ambos nacionalismos, el catalán y el español, hacia el enfrentamiento abierto, creo necesario conectarlos con el sustrato romántico que los alimenta. Por supuesto que el mejor disolvente del odio que están sembrando de manera tan irresponsable las élites, la desobediencia más radical, va a consistir en encontrarse con toda vecina, amigo o familiar que no piense como nosotros sobre esta cuestión para hablar tranquilamente con ella y lograr así que se esfumen los muros que se están montando. Política y palabra también más allá de las élites. Y humor, mucho humor para tirar abajo tanta tensión. La teoría por otra parte puede ayudarnos a situarnos mejor en lo que está sucediendo, de ahí que sea preciso rescatar lo más interesante que se ha escrito sobre los nacionalismos. Dejo esta labor para un segundo artículo, no sin antes ofrecer un breve adelanto.
Las teorías del nacionalismo son variadas y es difícil que respondan de la misma manera a las preguntas que los periodistas gustan de lanzar estos días, del tipo ¿Qué es una nación? Pero fue así como tituló justamente Ernest Renan su célebre conferencia de 1882. La pregunta es pertinente porque ante la cuestión de la autodeterminación de los pueblos, hemos de saber cómo se delimitan estos, lo que entronca con el problema del principio de nacionalidades que también abordaré. Quedémonos de momento con la ya clásica respuesta del autor francés, que en parte sigue siendo válida.
Renan sostendría, ante el auditorio parisino de la Sorbona, que la conciencia de una historia común precisaba del olvido y el perdón (amnesia y amnistía) de las divisiones del pasado. Esto, junto a la voluntad cotidiana de sus miembros en definirse como nación, el llamado plebiscito diario, pondría los mimbres de su existencia. Como ejemplo de olvido, Renan aludía a la matanza católica de hugonotes en San Bartolomé (1572). Para el caso catalán podríamos acudir a la entrada en helicóptero de Artur Mas en el Parlament en 2011 o a los recortes de su gobierno en políticas sociales, esa guerra sin balas que tanta tristeza ha dejado en miles de hogares. Algo parecido podemos decir a nivel estatal, donde bajo tanta fobia anticatalana comienzan a perderse en la memoria los responsables de los desahucios, corrupciones, cargas policiales, despidos y congelaciones salariales de esta década perdida. Cuánto olvido, efectivamente, precisa la construcción y defensa de una nación. También, como veremos, cuánta sed de infinito y exclusión.
Existe en otra clave un terceto, el de la política, la democracia radical y el socialismo, que bien armonizados pueden ser los elementos que marquen la salida transformadora de esta crisis del 1-O. Se empieza a gestar un momento político en el que esta tríada va a precisar del apoyo activo de muchos.
Autor >
Víctor Alonso Rocafort
Profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones destaca el libro Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (CEPC, Madrid, 2010).
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4 comentario(s)
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Pepe Grilo
Absolutamente en desacuerdo, no por su contenido, muy bien estructurado, sino por improcedente. No se trata de una revolución nacionalista sino de una impugnación mucho más amplia y radical del régimen del 78. Y debe de estar funcionando, porque el gobierno está actuando como si estuviera reprimiendo la Revolución de Octubre.
Hace 6 años 11 meses
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Elsa
Un precioso artículo con el que podríamos estar todos de acuerdo si creyéramos en los unicornios. Pero pensar que eso es posible es caer en la ingenuidad. Más en un momento en que la gente, desbordada con información manipulada, no se toma la molestia de contrastar realidades y son las minorías las que están dispuestas a luchar. Solo hay que ver el mapa del resultado de las últimas elecciones. ¿Cuanto han tardado el PSOE y el PP en negarse al diálogo para un referendum con garantías propuesto por varios grupos? Quizás ese choque de trenes promovido por las élites sea precisamente lo que necesita este país para que por fin pase algo y el ciudadano pueda tomar parte en ese 2-O y obtener los resultados que anhelamos muchos como tú.
Hace 6 años 11 meses
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Victoria
Estoy de los articulistas "equidistantes" cuando hablamos de David y Goliath hasta los ovarios.
Hace 6 años 11 meses
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Pau
Hay algo que no entiendo como ponéis en la misma balanza: represión contra el que se la salta (como puede)! Siempre salís con lo del referéndum pactado "Con reglas comunes para un referéndum pactado", crees que los independentistas no lo aceptarían? Pero es que quién tiene que proponer ese pacto? El Rey? el Gobierno? No los veo muy por la labor. Finalmente creo que falláis estrepitosamente al señalar que es un movimiento de "las élites", nose si ha podido asistir en alguna de las últimas diadas en cataluña, pero si algo tengo claro es que no están promovidas por las élites... excepto que crea usted que toda esa gente que empuja desde la base (aún sin ser clara mayoría) son borregos con la cabeza comida... si es así me parece una falta de respeto enorme por su parte.
Hace 6 años 11 meses
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