Lectura
Cómo hacer ahora ‘La Antorcha’
Prólogo de ‘En esta gran época. De cómo la prensa liberal engendra una guerra mundial’, de Karl Kraus
Joaquín Estefanía 27/09/2017
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Es muy conocido el papel que los socialistas jugaron en la Primera Guerra Mundial y las contradicciones a que dio lugar. Dos años antes de iniciarse la conflagración, en 1912, se reunió la Internacional Socialista con el objeto de analizar la brutal carrera armamentista que se había apoderado de muchos países y que parecía conducir irremediablemente al estallido de una crisis bélica. Los principales líderes socialistas se comprometieron a denunciar cualquier política agresiva de sus gobiernos y a que, llegado el momento, se pronunciarían en contra de los créditos de guerra: prevalecería en ellos una perspectiva de clase (defender al proletariado) frente a una perspectiva patriótica (defender a los países). Cuando llegó el momento, en agosto de 1914, se olvidaron de sus promesas, dominó en ellos el ardor guerrero, ayudaron a aprobar los créditos de guerra, no convocaron ninguna “huelga revolucionaria internacional contra la guerra”, y acompañaron los fuegos fatuos patrióticos que se multiplicaron en una parte amplia y enloquecida de la ciudadanía de aquel momento. El resultado fue nefasto también en términos partidistas: la socialdemocracia se dividió y algunos de sus mejores líderes, lo que más se opusieron a la guerra (Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Jean Jaurés,…) fueron asesinados por los partidarios de la reacción.
Karl Kraus es el gran debelador de su tiempo contra el periodismo que se pone al servicio de la oscuridad y apoya la confrontación bélica desde la comodidad de sus despachos
Mucho menos conocido por el público en general –aunque también haya sido objeto de abundante estudio por parte de los historiadores-- es el papel de la prensa liberal en ese conflicto, en una buena parte protagonista de un idéntico entusiasmo bélico que arrastró a las masas hacia la violencia. Aquí es donde aparece la figura del periodista austriaco Karl Kraus (1874-1936), uno de los grandes escritores satíricos de todos los tiempos en lengua alemana y, como se dice en la presentación del editor de este libro, uno de los modelos más armados del “periodista de opinión”. Karl Kraus es el gran debelador de su tiempo contra el periodismo que se pone al servicio de la oscuridad y apoya la confrontación bélica desde la comodidad de sus despachos (“esos decoradores del hundimiento, esos recomendadores de campos de cadáveres, esos miserables lameculos que preparan editoriales y textos de décima mano”). Odiaba tanto a los malos periodistas (que para él eran casi todos) que le preocupaban menos los criminales que asesinaban a la gente o los políticos venales que vendían a la población, que los periodistas que se alineaban acríticamente con sus amos y que utilizaban un lenguaje podrido que vaciaba la imaginación y excluía la percepción crítica.
Kraus, que utiliza para su labor todos los géneros –compilaciones, conferencias, manifiestos, poemas, panfletos, piezas de teatro…, aunque sobresale, sobre todo, en el artículo periodístico y en el aforismo--, desarrolla la sátira mediante el absurdo, la parodia, la exageración, el humor, la saña y la confrontación de sus oponentes dialécticos con sus propios escritos, en un contexto diferente. En determinadas circunstancias piensa que, mejor que denunciar o difamar a sus adversarios, lo mejor es reproducir sus artículos sin comentario alguno. El principal arma de combate de Kraus es, asimismo, su gran obra: la revista La Antorcha, un objeto periodístico inclasificable, en la que durante 37 años y casi mil números ajusticia a sus contrincantes. El blanco inicial de sus sátiras y sus iras es, como hemos dicho, el lenguaje corrompido y la prensa adulterada, aunque poco a poco va refinando los contenidos de la revista y en su morral caen la justicia, el ejército, la burocracia, la iglesia, los partidos políticos, las universidades, la policía, la cultura, la Administración, la banca, los ferrocarriles, etcétera, considerados en tantas ocasiones venales e incompetentes. Nadie se escapa de esa crítica brutal y muchas veces desaforada.
Las innumerables piezas escritas de Kraus aparecen previamente en La Antorcha (aunque luego se conviertan en libros), una publicación sin periodicidad de la que fue propietario, director, único redactor y publicista. Nacida para evitar el amordazamiento al que se sentía atenazado por parte de los directores del resto de los periódicos de la Viena de entre siglos, La Antorcha fue un enorme éxito para la época. Kraus, que empezó en la prensa como crítico teatral, llegó a la conclusión de que era necesario convertirse en su propio periódico si quería hablar de lo que sucedía alrededor con voz independiente. Su acomodado padre estuvo en condiciones de correr con los gastos de salida y del primer número. Luego, las ventas le aseguraron esa independencia económica (en sus mejores momentos vendió unos 30.000 ejemplares –más que algunos diarios de la capital austriaca-- y nunca bajó de los 7.000 ejemplares) y, en momentos de debilidad, pudo echar mano de la herencia de su antecesor, muerto en el año 1900. En cuanto a la independencia ideológica o partidista, el ideal de este hombre orquesta era el “de un escritor sin ideas personales” que observa su entorno sin antiorejeras de los partidos; evitaba toda afiliación ideológica (liberalismo, socialdemocracia, clericalismo, sionismo, antisemitismo –era judío--, pangermanismo, socialismo igualitarista o capitalismo rapaz, etcétera); lo cual no significa que sus textos no destilen determinadas simpatías políticas subyacentes que, por cierto, varían a lo largo del tiempo.
Kraus es un periodista que odia a los periodistas, culpables de los males de su tiempo más que los políticos o los banqueros. Es tal su obsesión que Walter Benjamin, que publicó en 1931 un ensayo titulado Karl Kraus aparecido por entregas en el periódico alemán Frankfurter Zeitung, escribe: “El odio que Kraus siente por los periodistas (…) ha de tener raíces en su propio ser”. No en vano define Kraus al periodista con la siguiente antinomia: “Aquel que no tiene una idea pero puede expresarla”.
En cuanto a la independencia ideológica o partidista, el ideal de este hombre orquesta era el “de un escritor sin ideas personales” que observa su entorno sin antiorejeras de los partidos; evitaba toda afiliación ideológica
El mundo vive entonces la primera era de la globalización, que dura hasta la Primera Guerra Mundial. Una globalización que es muy profunda. Stefan Zweig, que también es objeto de las diatribas del director de La Antorcha, describe en sus fantásticas memorias de un europeocuál era el espíritu de la época: “Antes de 1914, la Tierra era de todos. Todo el mundo iba donde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento que antes de 1914 viajé a la India y a América sin pasaportes y que, en realidad, jamás en mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y los barcos sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de papeles que se exigen hoy en día (…) Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a trastornar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia, el odio, o por lo menos el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes se los excluía. Todas las humillaciones que se habían inventado antaño sólo para los criminales, ahora se infligían a todos los viajeros, antes y después del viaje…[1]”.
Los periódicos diarios estaban viviendo un momento de esplendor por la acumulación de diferentes factores: los inventos tecnológicos (las rotativas y linotipias compuestas), la mejora de las comunicaciones (el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono…), el aumento de la alfabetización de una parte de la ciudadanía que es la consumidora de esos medios de comunicación, etcétera. Los propietarios de esos periódicos tenían la suficiente influencia para presionar a los gobernantes y que éstos adoptasen políticas de conveniencia para ellos en lugar de afianzar las políticas del interés general. Tanto como para determinar la guerra y la paz. Se ha contado muchas veces el papel del imperio periodístico Hearst en la guerra hispano-americana de 1898, empujando al presidente McKinley a declarar la guerra a España tras el hundimiento de un buque, el Maine, en el puerto de La Habana, y creando artificialmente un clima de histeria popular. La crítica de Kraus a la prensa se resume en los versos que escribió para una obra de teatro titulada Literatura, y que decían: “Al principio era la prensa y después vino el mundo”, o “La vida es sólo la forma impresa de la prensa”. En 1912 publicó un texto titulado Hundimiento del mundo por obra de la magia negra, calificado como el mayor manifiesto antiperiodístico de su generación: el periodismo engendra guerras para lucrarse con su cobertura, y asesina la imaginación del lector complaciente. Hundimiento… es una pieza muy vienesa, difícil de comprender y de contextualizar para el lector de hoy, pero su intención se manifiesta desde el propio titular. Muchos textos de Kraus abundan en parecido hermetismo.
El enfurecimiento de Karl Kraus hacia los periódicos, los periodistas y el lenguaje (“corrupto”) que utilizan alcanza su cenit con la Primera Guerra Mundial. Cuando estalla, pasa cinco meses en silencio, pero en diciembre de 1914 reaparece en La Antorcha con toda la fuerza de la indignación, mediante el artículo En esta gran época (pieza monográfica del número), una corrosiva denuncia, otra vez, sobre la alianza que se ha establecido entre la prensa y la guerra. Dentro de los miles de textos que publica La Antorcha, éste es el más citado y reconocido de su autor, y conduce, casi naturalmente, a la obra mayor de Kraus, un drama titulado Los últimos días de la humanidad, en el que la gangrena de la guerra se esparce párrafo a párrafo. En ambos textos, el artículo y el drama, hay un encarnizamiento con los periódicos y más en extenso, con la escritura y los intelectuales que la representan, que también en un buen número creen irremediable la carnicería que se extendió por Europa entre los años 1914 y 1918. Una especie de mal menor. La euforia patriótica de las naciones beligerantes contagió a muchos intelectuales de renombre que pusieron su pluma al servicio de las causas nacionales. De las patrias, no de las personas. Kraus se adelanta muchos años a “la traición de los intelectuales”, de Julian Benda (1927), que describe “la organización intelectual de los odios políticos”. Presumía de que muchas de sus profecías se hacían realidad tarde o temprano. Lamentablemente.
La crítica de Kraus a la prensa se resume en los versos que escribió para una obra de teatro titulada ‘Literatura’: “Al principio era la prensa y después vino el mundo”, o “La vida es sólo la forma impresa de la prensa”
Así pues, del silencio comedido cuando estallan los combates en las trincheras al antibelicismo radical posterior, expuesto una y otra vez en La Antorcha. Hasta el gran Rilke, junto a bastantes escritores mayores y muchos menores, perdió la cabeza por un tiempo en agosto de 1914 y celebró al “Dios de la guerra” y al “Dios de la batalla” en el primero de los Cinco cantos publicados meses después. Cuando se declara la guerra, Kraus permanece estupefacto, paralizado, como cargándose de razón, hasta que unos meses después lanza la granada de En esta gran época y pasa a ser un pacifista militante.
Se subrayaba el refinamiento de Kraus en la crítica a sus contemporáneos periodistas. Uno de los métodos más efectivos utilizados es el de las dos columnas antagónicas. Adan Kovacsics, gran estudioso de la vida y obra del director de La Antorcha, lo relata de su texto Karl Kraus en los últimos días de la humanidad[2]. En una columna de 1916 se refleja la historia de una hilera de refugiados en la nieve: “Al borde del camino, un caballo que había muerto extenuado, allí un buey con las tripas al aire, más abajo un hombre con el cráneo destrozado… Una cantidad de animales quedó atrás. Permanecían inmóviles, y sólo nos seguían sus miradas mortalmente tristes…”. Y en la columna paralela, Kraus reproduce un artículo de prensa que narra un viaje en tren rumbo a Serbia de un grupo de reporteros, a los que se suma el escritor Ganghofer. “Sus palabras ensalzan una y otra vez la belleza de la guerra”; este es el único comentario de La Antorcha.
Otro ejemplo de Kovacsics: en Dietario, un texto censurado en octubre de 1916 y publicado un año después, alguien, un soldado, yace muerto, con la masa encefálica despachurrada. Esta masa encefálica es la materia traumática de la guerra, igual que el niño que avanza en la fila de los refugiados, pide pan y muere finalmente de hambre. Esta criatura y los cráneos destrozados, las cabezas reventadas, los cerebros convertidos en papillas acompañan a quienes pueblan la mayoría de los textos y son sus blancos: los hombres de Estado y “las hienas de la prensa prestas a abalanzarse sobre los moribundos para transmitir sus últimas sensaciones, los productores de un lenguaje falaz hasta la médula, los propagandistas de la catástrofe, los frívolos estraperlistas. Y el niño al que se niega el florecer y la masa encefálica esparcida anuncian la oscuridad del futuro, sin vida ni espíritu”.
Así pues, la prensa aparece en las páginas de La Antorcha como un recurso bélico que apenas viene detrás del submarino, el zepelín y el victorioso obús.
No hay que engañar al lector. Los textos de Kraus son muchas veces difíciles y de dificultosa comprensión. Su drama Los últimos días de la humanidad apenas ha sido presentado en teatro alguno, aunque en él quede clara, como en ninguna otra parte, la complicada deriva ideológica de nuestro protagonista. Según Edward Timms[3], al final de su vida tenía marcadas simpatías socialistas. Arrancó Los últimos días de… en posiciones conservadoras y acaba cerca del socialismo; como resultado de los horribles acontecimientos de la guerra, Kraus se había desplazado de un extremo del espectro político hasta el contrario. Su orientación ideológica fue un proceso lento y penoso pero, según Timms, su nueva posición obedecía más al impulso de un conservador desilusionado que a un compromiso incondicional con una política igualitarista; estaba cargado de contradicciones no resueltas que habrían de volver a aflorar una década más tarde, cuando la república austriaca se vio a su vez amenazada con la destrucción. El apoyo de Kraus al régimen autoritario del canciller Dollfus confirmaría la verdad esencial de que se había “desplazado”, más que repudiado el conservadurismo.
Kraus fue representante de una “radical indignación”, en palabra de Elias Canetti, pero, como sabemos, la radicalidad no es una ideología: se puede ser radical de un polo o del contrario. A fuerza de desmesura se puede estar equivocado o ser injusto. Cuando murió, Hitler ya estaba haciendo travesuras (otra profecía cumplida). Esta dificultad objetiva a la hora de leer a Kraus (textos difíciles) se acentúa por el hecho de que la Viena del fin de siècle y aledaños es su único mundo (contexto pequeño). Es muy poco cosmopolita. No tuvo tiempo para serlo (siempre trabajando), pero ello sesga su visión del mundo. Sus textos son un reflejo muy apreciable de una época, pero es difícil compartir las tesis de quienes opinan que los mismos sirven para entender la realidad actual. Aquel mundo de periódicos de papel y de periodistas sobrecogedores ha cambiado mucho. Para bien y para mal. Lo que sucede hoy es muy diferente. Las técnicas de manipulación, distintas. No sólo por el dominio creciente que en las últimas décadas han tenido los medios audiovisuales o por el cambio en la propiedad de los mismos (de propietarios familiares a conglomerados corporativos), sino también por la formidable transformación tecnológica que ha hecho que estemos viviendo otra revolución industrial, la digital. ¿Qué pensaría el desmesurado Kraus de las desmesuradas redes sociales?, ¿las utilizaría?, ¿para qué?, ¿cómo? ¿No identificaría la posverdad con sus denuncias de hace más de un siglo? ¿Qué hay de nuevo en la posverdad que permita distinguirla de la mentira de siempre, de la propaganda, de la manipulación, de las verdades a medias y de las cortinas de humo? ¿Quién es hoy el Karl Kraus satírico de esas redes sociales que tanto utiliza el presidente de la mayor superpotencia mundial? Y sobre todo, ¿cómo hacemos ahora La Antorcha?
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Bibliografía
1.- ZWEIG, Stefan, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Barcelona, Acantilado, 2001.
2.- KOVACSICS, Adan, Karl Kraus en los últimos días de la humanidad, Barcelona, Acantilado, 2015.
3.- TIMMS, Edward, Karl Kraus, satírico apocalíptico. Cultura y catástrofe en la Viena de los Habsburgo, Madrid, La Bolsa de la Medusa, Visor, 1990.
En esta gran época. De cómo la prensa liberal engendra una guerra mundial. Karl Kraus. Prólogo de Joaquín Estefanía. Los Libros de la Catarata, 2017.
Autor >
Joaquín Estefanía
Fue director de El País entre 1988 y 1993. Su último libro es Estos años bárbaros (Galaxia Gutenberg)
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1 comentario(s)
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Maria Jose
No se hasta que punto la lectura del Antiguo Testamento especialmente, en el mito de Babel y la historia de las primeras civilizaciones mesopotámicas nos puede dar una aproximación de lo que ocurre y ha ocurrido en nuestra época contemporánea. El porqué de como la aparición del excente (decía mi abuela todo lo que sobra mantiene) ha creado una clase de élite y poder que no ha abandonado su estatus. Es perfectamente compacta porque sabe lo que quiere. Ha utilizado los medios más convenientes para sus propósitos, mientras que los hijos de Caín, hemos vagado por el mundo mendigando su plato de lentejas. Nunca estos han tenido sentimiento de unidad porque la élite ha usado el "divide y vencerás". Somos como corderos en busca del pan.
Hace 7 años 1 mes
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