Efluvios atómicos con sabor a Irak
Ante la escalada de tensión entre EEUU y Corea del Norte, los hombres fuertes de la Administración Trump insisten en la diplomacia. Nadie en Occidente tiene ni idea de lo que piensa Kim Jong-Un
Barbara Celis Taiwan , 3/10/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU. Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
Es tentador limitarse al análisis superficial en lo que se refiere al enfrentamiento que hoy mantiene en vilo al planeta: dos locos desatados como Donald Trump y Kim Jong-Un insultándose en público y con acceso al botón nuclear amenazan con meternos a todos en la tercera guerra mundial. Esa parece ser la percepción popular, sobre todo tras el paso de Trump por la Asamblea General de la ONU, donde el presidente estadounidense dejó caer la enésima bomba diplomática: “El hombre-cohete está embarcado en una misión suicida.[…] Si nos obligan a defendernos no tendremos más remedio que destruir Corea del Norte”.
La contestación de Kim Jong-Un, calificando a Trump de “viejo chocho” --utilizando para ello una palabra inglesa, “dotard” salida de los libros de Shakespearey que la mayoría de los estadounidenses desconocían--, estuvo a la altura de la tensión que marca la relación entre ambos: “Ahora que Trump nos ha insultado a mí y a mi país frente a los ojos del mundo y ha hecho la más feroz declaración de guerra en la historia diciendo que destruirá la República Popular de Corea, consideraremos con seriedad responder en la línea dura de la historia. […] Sus palabras, lejos de asustarme, me demuestran que he elegido el camino correcto y que es el que tendré que seguir hasta el final [...]. Domesticaré con fuego al viejo chocho estadounidense mentalmente desquiciado”. Nada nuevo bajo el sol: poesía atómica norcoreana, de consumo indiscriminado desde hace décadas, eso sí, quizás más crispada de lo habitual. El rifi-rafe ha continuado a lo largo de las últimas dos semanas con declaraciones variadas en las que intervienen ministros de exteriores coreanos o jefas de prensa estadounidenses, y llevan en stand-by desde que Trump lanzó un par de tuits ‘quasi-terroristas’ el 1 de octubre en los que alude a su secretario de Estado, Rex Tillerson, y le dice: “Estás perdiendo el tiempo intentando negociar con el pequeño hombre-cohete, ahorra energía Rex, haremos lo que haya que hacer”.
Pero en el escenario secundario del gran teatro de la política, el que realmente cuenta, Trump anunció a finales de septiembre sanciones económicas extremas contra Pyongyang: Estados Unidos castigará a todo país o empresa que haga negocios con Corea del Norte e investigará y vetará a los bancos que permitan mover dinero a los norcoreanos, algo que toca de cerca a China. Este país dejaba claro (¡por fin!) que cumpliría con las sanciones de la ONU cortándole su línea de créditos a Kim Jong-Un, bloqueando las importaciones textiles y de hierro (esenciales para su economía) y recortando la entrega de gas y petróleo de las que depende Pyongyang.
Tras la sexta prueba nuclear realizada el pasado 3 de septiembre por el dictador, la presión internacional para tratar de aislar económicamente a este país de 25 millones de personas se ha disparado. Pero lejos de amedrentarse, el desafío verbal, unido al espectáculo que supone detonar bombas nucleares y lanzar misiles, sigue definiendo el comportamiento norcoreano. Y las macarradas de Trump sólo contribuyen a multiplicar la tensión.
Pero no podemos quedarnos en la superficie, por mucho que la batalla dialéctica entre dos políticos que el mundo no se merece acapare los titulares de prensa. ¿Qué se esconde detrás? Para empezar hay que recordar que Corea del Norte es el único lugar del planeta en el que la guerra fría no ha terminado. Es más, técnicamente Estados Unidos y ese país siguen en guerra puesto que en 1953 nunca se firmó un tratado de paz, sino un armisticio que suspendía las hostilidades militares entre el sur, aliado de los norteamericanos, y el norte, apoyado por los soviéticos. La división de la península se produjo tras serle arrebatada a los japoneses, que la habían ocupado durante la primera mitad del siglo XX. Después de que los ganadores de la II Guerra Mundial se la repartieran, el norte quiso comerse al sur, o viceversa --según quien cuente la historia--, y estalló la guerra de Corea, que fue brutal para los norcoreanos: imagínense un Dresde a nivel país. Cayeron más bombas en Corea del Norte en tres años que en todo el Pacífico durante la II Guerra Mundial –más de 600.000-- y la feroz dictadura impuesta por Kim Il-Sung, el abuelo de Kim Jong-Un, acabó de rematar años después a otros muchos norcoreanos. A eso añadámosle hambrunas salvajes tras la caída del bloque soviético que aniquilaron al menos a medio millón de personas --otras cifras hablan de 3 millones-- y llegamos a la cifra de hoy, 25 millones de norcoreanos.
No obstante, fue la masacre provocada por la guerra –murió un cuarto de la población-- sobre la que se construyó el mito que aún permite que este régimen sobreviva: el enemigo americano quiere destruirnos y hay que armarse hasta los dientes para garantizar nuestra supervivencia. Así podría resumirse parte de la ideología ‘juche’ en la que se apoya un país cuyo culto al líder --y su idea de supremacismo racial--, lejos de mostrar fisuras, parece reforzarse con cada nueva amenaza de Trump: supuestamente tres millones de personas se presentaron voluntarias para entrar en el ejército en agosto tras un exabrupto de Trump que siguió al lanzamiento de un misil sobre cielo japonés, según publicó el periódico del régimen Rodong Sinmun. Pero dado el aislamiento del país es difícil saber la verdad y, según el Daily NK, editado en Seúl, la realidad es que el régimen está obligando a los adolescentes a alistarse.
“Los mensajes de Twitter o las declaraciones oficiales norcoreanas no son tan importantes como las acciones sustantivas que cada parte está tomando”, asegura a CTXT el consultor Ross Darren Feingold, que trabaja analizando el riesgo político en Asia para clientes diversos. Para él, las palabras son bastante secundarias y lo único que cuenta son los hechos. En su opinión, la Administración Trump está reaccionando correctamente. “Sanciones más estrictas que las que impuso Obama, mayor cooperación con China y las Naciones Unidas, despliegue del escudo antimisiles THAAD pese a un presidente de Corea del Sur reacio y una firme relación con el primer ministro japonés Abe. Todo esto es el producto de lo que parece un gobierno responsable dispuesto a trabajar con otros países”.
Ningún político de los que han tenido que lidiar con Corea del Norte cree que Kim Jong-Un sería el primero en apretar el botón --¿para qué?-- pero sí temen que lo hiciera si EE.UU decidiera lanzar un ataque preventivo
El análisis no se aleja de lo que muchos han identificado como la pauta de toda su presidencia: las barbaridades que salen de la boca de Trump tienen demasiado protagonismo y distraen de lo que hace en el mundo real, tanto para lo malo (casi todo) como para lo bueno (las sanciones tomadas contra Pyongyang).
“Kim Jong-Un, como su padre y su abuelo, utilizan las respuestas americanas como un instrumento de propaganda para manipular a la población en apoyo del régimen y justificar la inversión de la mayoría de su presupuesto en defensa militar”, explica Feingold. “Desgraciadamente no tenemos la certeza de que Kim no vaya a utilizar armas nucleares o convencionales contra sus vecinos. El problema además es que los test recientes, unidos a las respuestas militares por tierra mar y aire de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón, aumentan el riesgo de que se produzca un accidente militar”. Y sin duda eso es lo que más se teme, un descuido y… ¿qué podría pasar?
Según estimaciones del Pentágono, si empieza una guerra con armas convencionales contra Corea del Norte los principales perdedores serían los surcoreanos: morirían unos 20.000 al día de media puesto que el poderoso ejército de Kim Jong-Un tiene ese país a distancia de gatillo y su artillería es la mayor del planeta en número. No es de extrañar entonces que el presidente surcoreano, Moon Jae-in, pese a la cercanía física entre Pyongyang y Seúl, esté siendo el menos agresivo contra los norcoreanos y el que insista en recuperar el diálogo para la inmediata desnuclearización de la zona.
El escenario nuclear es mejor ni planteárselo porque en ese caso las consecuencias sin duda no son predecibles. Pero, ¿existe la posibilidad de que lleguemos a ese extremo? Ningún político de los que han tenido que lidiar con Corea del Norte a lo largo de las últimas décadas cree que Kim Jong-Un sería el primero en apretar el botón --¿para qué?-- pero sí temen que lo hiciera si Estados Unidos decidiera lanzar un ataque preventivo para derrocarle. Susan Rice, que trabajó como consejera de Seguridad Nacional para Obama, escribió en agosto en el New York Times: “En la Administración Obama estudiamos con cuidado los efectos de un ataque preventivo: habría cientos de miles, sino millones de muertos (no sólo en Corea del Sur). Seúl, con 25 millones de personas, está a solo 35 millas de la frontera, al alcance de la artillería y los misiles. Hay 200.000 estadounidenses viviendo en Corea del Sur. Japón y las 40.000 tropas que hay allí también estarían en el fuego cruzado. El riesgo para el territorio americano tampoco se puede descartar ni la perspectiva de que se arrastrara a China a una guerra con Estados Unidos”. Para eliminar la amenaza, concluía Rice, “la guerra preventiva no es necesaria […] La historia nos demuestra que podemos, si tenemos que hacerlo, tolerar las armas nucleares de Corea del Norte igual que toleramos una amenaza mucho mayor durante la Guerra Fría de miles de armas nucleares soviéticas. Hay que ser pragmáticos”.
La prensa del planeta se ha llenado estos días de expertos que analizan los posibles escenarios de una nueva guerra de Corea, aunque los hombres fuertes de la Administración Trump insisten en que el mensaje, pese a las palabras de su presidente, no es beligerante. El general James Mattis, secretario de Defensa, declaró el martes durante una visita oficial a la India que “Estados Unidos mantiene la capacidad de disuadir las más peligrosas amenazas pero también apoya a sus diplomáticos de forma que sea posible mantener este asunto en la esfera diplomática. El objetivo de Washington es resolver esto por la vía diplomática”. Su secretario de Defensa, Rex Tillerson, se ha expresado continuamente en los mismos términos.
Y aunque el presidente Trump se volviera completamente loco y emulara a Peter Sellers en la película de Kubrick Dr Strangelove, aún tendría que pedirle permiso al Congreso para lanzar una guerra preventiva contra Corea del Norte. Kim Jong-Un, en cambio, no necesita el permiso de nadie pero en realidad no parece que su aspiración sea vivir el resto de su vida metido en un búnker antinuclear, donde su pasión por el baloncesto, el tabaco y el Johnny Walker se complicarían. Lo que quiere, sospecha la inteligencia americana desde hace años, es tener una bomba atómica capaz de alcanzar a Estados Unidos –según los expertos podría conseguirlo en un año-- para forzar a ese país a abandonar a Corea del Sur a su suerte y poder reunificar la península, el gran sueño nacionalista de la familia Kim.
La prensa del planeta se ha llenado estos días de expertos que analizan los posibles escenarios de una nueva guerra de Corea, aunque los hombres fuertes de la Administración Trump insisten en que el mensaje, pese a las palabras de su presidente, no es beligerante
¿Abandonaría Estados Unidos a Seúl para salvar Seattle o Los Ángeles? Es un escenario más que posible. Pero no el único, aunque de momento todo son cábalas y suposiciones porque en realidad nadie en Occidente sabe lo suficiente sobre el régimen norcoreano. Y quizás eso sea lo único que tenga que asustarnos. El periodista Evan Osnos, del New Yorker, uno de los pocos reporteros estadounidenses que han pisado Corea del Norte, publicó este mes un extenso reportaje tras visitar ese país y hablar con diplomáticos y oficiales de ambos lados del mapa. Sus conclusiones podrían resumirse en una frase: no tenemos ni idea de lo que piensa Kim Jong-Un y por lo tanto es difícil saber si se está arriesgando para cumplir un sueño de familia o para evitar acabar como Gadafi. El reportero cerraba su reportaje con una advertencia: antes de tomar medidas radicales en Asia, deberíamos estar seguros de no cometer la misma equivocación que con Irak, “que nos enseñó el precio de ir a una guerra contra un enemigo que no comprendemos plenamente”.
Epílogo
Mientras el culebrón continúa, en la tercera división de la realidad internacional ocurren cosas que no llegan a las portadas de la prensa pero que, dada la situación, no está de más mencionar, por si sirvieran para cambiar el futuro. Mientras Trump y Kim se enzarzaban con las palabras, el pasado 20 de septiembre comenzaba el proceso de ratificación del Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares, votado en julio por 122 países de la ONU. Obviamente ninguno de los nueve países con armamento nuclear (Rusia, China, Pakistán, India, Israel, Corea del Norte, Estados Unidos, Francia y Reino Unido) votó que sí. Es más, los tres últimos firmaron una declaración conjunta diciendo: “No vamos a firmar, ratificar o tomar parte jamás en ese tratado”.
La Campaña Internacional para abolir las Armas Nucleares [ganadora del premio Nobel de la Paz, 2017] que estas algún día sean consideradas moralmente reprensibles. Algo así como lo que se intentó con la Convención de Ottawa contra las minas antipersona, firmada en 1990. Estados Unidos, China o Rusia aún no la han firmado pero no importa porque según los defensores de aquel tratado, hoy las minas tienen ya tan mala prensa que cualquier país que las utilizara sería duramente reprendido, aunque… ahí está Myanmar para probar lo contrario. No obstante, en esto de los tratados internacionales la maquinaria es lenta. “Por primera vez desde 1945 hemos conseguido la prohibición de las armas nucleares” declaraba tras su firma Tytti Erästö, del Ploughshares Fund, una organización que busca desde hace 35 años la desnuclearización del planeta y que ha hecho lobby durante años para conseguir este tratado. Sin duda no las eliminará en el corto plazo pero “a largo plazo, se espera que el Tratado siga deslegitimizando las armas nucleares, fortaleciendo los esfuerzos para detener su propagación y lograr un mundo libre de armas nucleares”. Esperemos que lleguen a tiempo.
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí
Artículos relacionados >
Deja un comentario