Flamenco
Tocando el cielo con Rocío Márquez
Viaja ligera porque lo tiene todo. Desde la coronilla hasta la punta de los dedos de los pies, flota en una ingravidez sujeta como las hojas a un árbol arraigado a la tierra
Alberto Manzano 8/11/2017
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Podéis azotarnos con alambres
Podéis golpearnos con cadenas
Podéis sacar vuestras leyes
Pero no podéis adelantar al tren de la historia
He visto un día glorioso
(Paul Simon, 1972)
No podría escribir sobre Rocío Márquez si no creyera que es una de las cantaoras más cultas, sabias, puras y amablemente heterodoxas que ha dado al flamenco todo el arte --expresión, talento, sensibilidad-- y gloria que se merece una disciplina de tan alta enjundia. Profundidad y vuelo. Gloria que reverbera en las paredes del corazón del buen oyente y surca la sangre como un viento que pasa sin prisa. Rocío viaja ligera porque lo tiene todo. Desde la coronilla hasta la punta de los dedos de los pies, flota en una ingravidez sujeta como las hojas a un árbol arraigado a la tierra. Raíces y alas. La luz juega a magia con las dúctiles hojas danzarinas de sus cuerdas vocales. Y eso es tan fácil como hacerse un lazo anudado con los cordones de los zapatos. Si sabes hacerlo, claro, puedes andar con paso firme por la vida y tocar el cielo. Ahora, la mayoría de criaturas no saben lo que es hacer un lazo con nudo cogiendo con la punta de los dedos índice y pulgar los extremos del cordón. Y sus padres no tienen tiempo para instruirlos. Exige mucha asistencia. Hay cosas más importantes que hacer: footing, running, ir al gimnasio con dos diminutos auriculares embutidos en las orejas y correr sin avanzar por la cinta mecánica. Día tras día, el mismo paisaje de humanos desangelados ejercitando músculos con enclenque espíritu. Es cierto, hay gente que escucha música, lee libros, ve películas, y la vida no les cambia. Ni siquiera el amor les cambia. ¿Qué es eso del amor transformador? Son felices así ¡y basta!
El mercado favorece la dejadez, la desidia, la fácil escucha -easy listening-. Dicen que la acción es enemiga de la reflexión. Y no hay que agacharse ante nada. La cabeza hueca bien alta. No hay tiempo que perder ante la molesta inclinación en aras del enlace y desenlace. De modo que ahora los padres compran las zapatillas, bambas o deportivas plateadas (que ni siquiera son de deporte), sin cordones, sin amarre. O si los tienen, los chavales introducen la punta de los cordones bajo la lengüeta sobre el empeine y a correr. Así andan por la vida. Sin poder ir muy lejos. Y no hablemos del betún. Ni de los pantalones rotos. Pijos y no pijos desafeitados y harapientos emulando a los indigentes. Es la nueva imagen de los tiempos borderline, del retraso mental. El futuro avanza arrollador sin cordones, y tienes que seguir corriendo para no entrar en la carrera. Los mozalbetes ni siquiera son conscientes de la fantasmada que su looksugiere sobre la abolición de clases sociales --¿acaso los indigentes pertenecen a alguna?--. Ignoran que son solidarios, piadosos. Han sido exculpados. Sin saberlo. Semejantes a los pobres. ¡Mama, se me han roto los pantalones rotos! ¿Cuándo ocurrirá eso? ¿Cuándo un nuevo desgarro sentenciará que un pantalón roto está roto? Pues, ni más ni menos, cuando la moda haya pasado de moda. Nadie se se va a entretener en el zurcido. Nadie sabe lo que es aguja e hilo. Pantalones rotos ¿hasta qué punto? Ahora compramos pantalones rotos para no tener que zurcirlos. Pero no voy a seguir por ahí. Podría acabar este artículo sin hablar de Rocío Márquez, y, aún así, haberlo dicho todo. El análisis, el juicio, están reñidos conmigo. La balanza de la justicia ha inclinado un platillo, y ahora la hermosa dama de ojos vendados empuña una espada en su mano izquierda.
Rocío y el árbol
Pero Rocío tiene un árbol del que es fruto. Es como la carne de la ciruela que se adhiere al hueso hasta que la pulpa está madura. En el proceso de nutrición, ha protegido el corazoncillo mientras sus células absorbían todas las substancias necesarias para ser parte absoluta del agua y del sol. Y ahora se desprende del hueso. Suelta al hueso limpio. Está madura. Te invita a dejarse comer. Está dulce. Sabrosa. Es puro alimento. Es puro placer. Se ha soltado del árbol de la sabia naturaleza. ¡Y nos ha hecho mermelada con canela en rama!
Vi a Rocío Márquez así de madura en el concierto que ofreció para presentar su nuevo disco, Firmamento, en el Teatro Kamikaze de Madrid, acompañada por Proyecto Lorca, una formación vanguardista de tres músicos como una gloriosa arboleda. Un percusionista cuyo equipo instrumental ocupaba una tercera parte del escenario: el ‘yunquero sinfónico’ Antonio Moreno. Un hombre a ‘los cuatro vientos metálicos’, clásicamente iconoclasta, que arranca las vestiduras de los maestros: Juan M. Jiménez. Y un pianista disfuncionalmente jazzero, Daniel Borrego Marente, minimalista apasionado. Rocío Márquez es la única flor que crece sin prisa, fortalecida, desde una grieta imperceptible en la roca que sobresale superficialmente en esta orilla del insondable río del flamenco. ¿Qué orilla? Aquella desde la que se practica la ritual rutina centrífuga que gira en torno al ojo cegado en común margarita del centro propio. Aquella donde se extiende la colada al sol interno que calienta la tela de algo más grande y real que uno mismo. La paz que sabe en la frente. Sin desmerecer a otros innovadores: Arcángel, Argentina, Lin Cortés, El Niño de Elche, Juan Pinilla, Rosalía, y el incombustible Jorge Pardo… Pero en Rocío, la magia gobierna, y el corazón le sigue. Firmamento es el mejor disco de flamenco ‘de hierro fundido a golpe de corazón y martillo’ que se ha grabado en demasiados años. Sin guitarras y a ritmo de jazz. Por supuesto, gracias a Pedro Romero y a Raúl Fernández ‘Refree’ --productor de Las Migas, Silvia Pérez Cruz y Christina Rosenvinge--. Esta última ha escrito una letra para el disco de Rocío, Almendrita: “Porque yo quería rodearme de mujeres que añadieran un toque reivindicativo, de denuncia”, explica Rocío. Denuncia ecológica --como el texto de María Salgado, que alarma de los vertidos fosfoyesos en Huelva-- y social, reivindicando la obra de Manuel Gerena o José Menese: “Lo peor de la condena es cogerle gusto a las cadenas”, que escribió la poetisa Isabel Escudero. O el misticismo de “Muero porque no muero” de Santa Teresa de Jesús. Morente, Camarón y Marchena también rompieron moldes. Rocío Márquez nos habla con las mismas palabras, pero con una dicción y tono nuevo. Una inmaculada mujer cantando a la mancha humana:
¿Cómo sería
si cambiaran los papeles
que nos repartió la vida?
Compasión para el opresor
y abundancia para un pueblo
que por miedo se calló.
Voces que no digan nada
callen o aprendan a hablar,
que con la que está cayendo
no hay tiempo pa divagar.
Torres más altas cayeron
desde la sierra a la mar,
con las vueltas que da el mundo
quién adivina el final.
Cantando a la vida
con firme esperanza,
que por más que truene
como llueve, escampa.
Y la casa sin barrer,
antes malo conocido
que bueno por conocer.
En el Nuevo Día, todo señala a Rocío.
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