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La palabra víctima se ha colado en el vocabulario. Esta mañana a primera hora posee un cambio semántico impresionante. Es decir, ha eliminado otras muchas palabras. Una persona violada, golpeada, internada, exterminada, derrotada, abusada, engañada, asesinada, hoy es una víctima. Hay pocas palabras que hayan triunfado tanto. En el lenguaje, como en la vida, triunfar es que se hable de ti. Y eso es lo que le ha pasado a la palabra víctima frente a otras palabras. Perder palabras es perder grandes matizaciones de la realidad. Lo que es una tragedia. Más si pensamos en el origen del significado actual de la palabra víctima. Es absolutamente noble. Es, incluso, un triunfo lingüístico inesperado.
En su significado actual la palabra nace, o se vuelve sólida, en el juicio a Eichmann, en 1962. Ese juicio iba a ser la pera. Se trataba del primer gran juicio, tras los de Núremberg, en el que se iba a vertebrar el concepto de crímenes contra la humanidad. Fue un juicio costoso e improbable. Tan costoso e improbable que, de hecho, fue en parte un regalo del Fiscal General alemán. Había descubierto a Eichmann en Argentina. Pero también había descubierto que ese juicio no sería posible ya en Europa o en los EE.UU., por lo que, de manera justa, pero ilegal, regaló las pistas al joven Israel. El juicio debía demostrar la sistematización del exterminio. Sus implicaciones políticas y económicas y civiles. Su brutalidad, su cotidianidad. Participaron, como testigos, cientos de personas con un número tatuado en el brazo. Algunos se desmayaron durante su interrogatorio. Jamás habían hablado de sus vivencias. Ni siquiera, en Israel. En lo que es un universal humano, en fin, las personas que han vivido una violencia atroz no suelen hablar de ello.
Ese juicio tenía que cambiar el mundo. Es decir, explicarlo. Una muestra de ese esfuerzo fue su esfuerzo comunicativo. Fue el primer juicio retransmitido a todo el mundo. Cada día, cientos de bobinas de filme recién revelado, viajaba desde Tel-Aviv a todo el planeta, para ser proyectadas en los noticiarios televisivos. El juicio fue observado en el mundo, así, con estupor. Los primeros días. Luego, me dicen, con cierto aburrimiento. Por último, el inicio de la carrera espacial hizo que decreciera su interés. Por lo que sea, la Humanidad sólo puede atender a un gran mensaje a la vez. Y, en ese trance, es preferible que ese mensaje tenga más que ver con la ascensión a los cielos que con el descenso a los infiernos. Si uno lo mira fríamente, décadas después, lo único que aportó el juicio a la cotidianidad humana fue una palabra. La palabra víctima, desprecintada en aquel juicio.
La palabra víctima desde entonces no ha parado de crecer. Se ha colado en el vocabulario del primer mundo. Esta mañana a primera hora, el primer mundo ha eliminado otras muchas palabras. Una persona violada, golpeada, internada, exterminada, derrotada, abusada, engañada, asesinada, hoy es una víctima. Hay pocas palabras que hayan triunfado tanto. O, lo que es lo mismo, jamás han sido derrotadas tantas palabras. Personas violadas, golpeadas, internadas, exterminadas, derrotadas, abusadas, engañadas, asesinadas, hoy son reconocidas, pero también substituidas, por víctimas. Es decir, son sentimentalizadas. Se le respeta su sufrimiento, pero no cualquier otra posibilidad. Como su razón, o su resarcimiento legal. Víctima es un valor sentimental. Por lo que es imposible su reparación.
Jamás, en el Primer Mundo, ha habido tantas víctimas. Jamás menos reparación. Una cosa, supongo, lleva a la otra. Por lo que hablar de una, imposibilita hablar de la otra.
Nos dejan ser víctimas. No ha sido posible más.
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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