REPORTAJE
No hay nada que curar, su hijo es transexual
En Latinoamérica y el Caribe las personas trans viven de media entre 35 y 41 años, frente a los 70 y 80 del resto de la población. Argentina y Uruguay no escapan a esa realidad, pero la creación de leyes y otros avances auguran un futuro más esperanzador
María García Arenales Montevideo , 20/12/2017
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En sus ocho de años de formación como médico, a Daniel Márquez nunca se le pasó por la cabeza que una camilla ginecológica “pudiera servir también para un varón”. Eso fue algo que aprendió con el tiempo. Reconoce que la primera vez que atendió a una persona trans lo único que le pudo brindar fue un buen trato, porque no estaba capacitado para dar más información. Lejos de olvidarse del tema, y ante la llegada de más pacientes con las mismas necesidades al turno de noche en el que trabajaba, comprendió que él y su equipo necesitaban formarse para ayudar a este colectivo. Así fue como hace tres años nació la Unidad Docente Asistencial en el Hospital Saint Bois, de carácter público, que atiende a personas trans y realiza terapia hormonal, único servicio de esas características en Uruguay. La transexualidad aún es motivo de discriminación en este país de 3,3 millones de habitantes, especialmente cuando se trata de menores de edad, pese a los avances sociales por los que se distingue tanto en América Latina como en el mundo.
Esa misma confusión que vivió al principio el doctor Márquez es la que atraviesan los padres y madres que acuden por primera vez a su consulta acompañando a sus hijos e hijas trans. “Ya se le va a pasar”, dicen al doctor con una mezcla de miedo, incertidumbre y desconocimiento, como si se tratara de una enfermedad o un capricho pasajero. En la mayoría de los casos, al comprobar que “todavía no se curó”, regresan a la consulta, desorientados y con los mismos prejuicios, pero también más dispuestos a escuchar y a entender que la transexualidad es una condición.
Una de las madres que acudió en busca de ayuda al Saint Bois es Claudia, cuyo hijo Lucas de 17 años se define como un varón transgénero heterosexual. Fue en esta consulta donde por primera vez les informaron sobre el proceso de hormonización que puede llevar a cabo y, para su sorpresa, ni ella ni su hijo fueron cuestionados. Claudia asegura que el simple hecho de que en la sala de espera haya personas trans o de que llamen al paciente por el nombre con el que siente identificado, y no con el que nació, ya es una gran diferencia con respecto a lo que se encontraron en su mutualista, una de las muchas entidades privadas que gestionan la salud en Uruguay.
“En una consulta médica se da por hecho que uno es varón o mujer y no tendría que ser así. Antes de ir al Saint Bois, la persona que atendió a mi hijo le dijo: ‘¿Vos estás seguro de que querés esto?’, no tenían ni idea sobre cómo tratar el tema y le hicieron sentir muy incómodo”, asegura Claudia.
La modesta unidad del Saint Bois se encuentra a las afueras de Montevideo. Allí trabaja “a pulmón” un equipo joven y “concienciado” formado por psicólogos, médicos de familia, una enfermera, un endocrinólogo, un fonoaudiólogo y pasantes de diferentes países, entre otros profesionales. El objetivo es acompañar con respeto a sus pacientes, que por primera vez sienten que pueden tener un plan de vida, de futuro, si bien saben que no será un camino fácil. La situación, además, se complica en el caso de menores de edad, porque es habitual que los padres “presionen para promover el estereotipo de varón o mujer, obligándoles, por ejemplo, a vestir de cierta manera o practicar determinados deportes y eso genera mucho sufrimiento en la persona”, explica Márquez, docente de medicina familiar y comunitaria de la Universidad de la República (Udelar) y responsable de la atención de personas trans en esta unidad “multidisciplinar” que pretende despojar esta cuestión de una carga patológica y que ya está empezando a ampliar sus servicios en los departamentos de Paysandú (oeste) y Canelones (sur).
Un temor recurrente entre los padres es que sus hijos sean demasiado jóvenes como para tomar una decisión de este calibre, pero, tal y como explica la psicóloga argentina Valeria Pavan, los niños y niñas asumen y aceptan su identidad mucho más rápido que los adultos, “porque no tienen esos prejuicios”, y aunque se toma conciencia en diferentes momentos, “la identidad es una construcción muy temprana”.
“El problema (con los menores de edad trans) es que es más complicado socialmente por toda esa mirada que hay sobre la infancia, porque parece que el niño es pura bondad e inocencia y aunque por supuesto lo es la identidad se construye muy pronto. Tal vez no puedan abrir una empresa, pero pueden decir quiénes sienten que son”, explica esta psicóloga, que trabaja en la asociación CHA (Comunidad Homosexual Argentina), una organización no gubernamental que lucha por la defensa de los derechos de la población LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales) y brinda asesoramiento legal y psicológico.
En los últimos años Pavan ha acompañado más de 300 casos de menores de edad y por ello destaca la importancia del apoyo de la familia, pues suele ser en este ámbito donde se da el primer y más doloroso rechazo, seguido del educativo, el laboral y el sanitario. En Argentina, explica, “la tasa de suicidio entre las personas trans es del 40%”, con una importante incidencia entre los adolescentes, dado que los porcentajes de acoso y malestar son muy altos, recuerda esta psicóloga.
Según un estudio de la Red Latinoamericana y del Caribe de personas trans (REDLACTRANS), en esta región una persona trans vive de promedio entre 35 y 41 años, datos que contrastan con la esperanza de vida del resto de la población, que se sitúa entre los 70 y los 80 años, dependiendo del país. La diferencia es debida al rechazo, la estigmatización y la violencia social e institucional, incluyendo homicidios, que sufre el colectivo.
De hecho, muchos de los padres que acuden a la consulta del doctor Márquez llegan angustiados diciendo: “Yo no quiero que mi hijo se muera a los 35 años”, y hay que hacerles entender, explica, que “nadie muere por el hecho de ser transexual”. “Independientemente de la edad de la persona trans, con los padres hay mucho trabajo por hacer porque se sienten culpables de que se dé esa situación”.
También Claudia, la madre uruguaya, pasó por esa fase de negación y ahora lamenta profundamente no haber sido capaz de apoyar a su hijo Lucas (antes Lucía) desde el principio, cuando con tan solo 10 años trató de transmitirle que no se identificaba con el sexo que había nacido.
Pensó entonces que se trataba de un capricho “porque era muy joven” y no conocía ningún otro caso similar al de su hijo. Para Claudia, de 48 años y criada en un entorno mucho más intolerante donde solo existían “gais, tortilleras, travestis y maricones”, no es fácil asumir un cambio tan profundo. Por eso siempre pide a Lucas que tenga paciencia: “Me empecé a informar sobre qué era la transexualidad desde que me lo dijo. Su padre –del que está separada– tardó más en asumirlo, pero ahora ambos le apoyamos en todo”, añade mientras muestra orgullosa una foto de su hijo en el móvil.
Lucas acaba de cumplir 17 años y durante los últimos siete su familia y amigos han comprendido que pese al cambio sigue siendo “Lu”. No importa si viste con ropa más ancha, si tiene el pelo corto o si le gustan las chicas. Lo fundamental ahora es que los ataques de pánico que sufría en la escuela y en casa han desaparecido y que se siente más feliz, pese a dificultades como las que sufrió en su antiguo colegio, donde se negaron a llamarle por el nombre de varón que había elegido.
Afortunadamente, en su nuevo liceo, el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (conocido como el IAVA), Lucas no ha sufrido discriminación y sí pudo registrarse con el nombre con el que se identifica sin importar que no hubiera realizado aún el trámite de cambio de identidad. Situado en pleno centro de Montevideo, este instituto de enseñanza secundaria tiene fama de progresista y es conocido por la implicación de sus alumnos. Por ejemplo, en septiembre, mes de la diversidad en Uruguay, se manifestaron para reclamar baños sin distinción de género y exigir un cambio en las normas de vestimenta dado que las bermudas están prohibidas, pero no las faldas. Las imágenes de decenas de alumnos acudiendo a clase vestidos con faldas fueron noticia en muchos medios del país.
Vulneración de derechos
En los últimos tres años, más de 200 pacientes trans han pasado por la clínica del Saint Bois y el doctor Márquez no recuerda ni un solo caso de este colectivo que no haya tenido una trayectoria de odio y discriminación en algún momento: “Es una población muy vulnerada y con muy poco acceso a sus derechos”, asegura, y las estadísticas le dan la razón.
Los datos del primer censo de población trans en Uruguay, elaborado por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en 2016, revelan que de las 853 personas que declaran ser trans en el país el 90% se identifica como mujeres y que la mayoría ha realizado alguna vez o se dedica actualmente al trabajo sexual para poder vivir. También señala que el 46% tiene menos de 29 años y que la mayoría ha abandonado su hogar a los 18 años. En cuanto a la educación, el 60% no terminó la enseñanza media básica y sufren discriminación tanto por parte de sus profesores como del alumnado. Esta situación se repite en su propio hogar, pues el 58 % dijo haber sido discriminado por algún miembro de su familia. En el ámbito laboral el panorama tampoco es esperanzador, ya que el 19% aseguró haber sufrido discriminación por su jefe y un 64% por parte de un compañero.
Como contraste, desde 2009 Uruguay cuenta con la Ley 18.620, que reconoce que “toda persona tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad conforme a su propia identidad de género, con independencia de cuál sea su sexo biológico, genético, anatómico, morfológico, hormonal, de asignación u otro”, incluyendo el cambio de nombre y sexo en documentos de identidad, electorales, de viaje u otros.
En Uruguay la población trans sufrió especialmente bajo la dictadura militar que se extendió de 1973 a 1985. Para intentar paliar sus efectos, el poder Ejecutivo incluyó en el proyecto de Ley Integral para Personas Trans, presentado ante el Parlamento en mayo, un “régimen reparatorio para las personas nacidas antes del 31 de diciembre de 1975 que por causas relacionadas a su identidad de género fueron víctimas de violencia institucional”. Entre otras disposiciones, la norma señala que el 1% de los trabajos públicos deberá estar reservado a personas trans.
El propio Parlamento fue testigo, el pasado octubre, de un acontecimiento histórico: la toma de posesión de la primera senadora trans, la abogada Michelle Suárez, quien también fue impulsora de la Ley de Matrimonio Igualitario en el país. Apenas dos meses después del nombramiento, Suárez se ha visto obligada a renunciar a su acta tras ser investigada por falsificar firmas en documentos de un caso en el que estaba involucrada como letrada.
Más allá de las leyes
En Argentina, un país mucho más grande y complejo que Uruguay, los contrastes son mayores. Por un lado, este colectivo sigue sufriendo gran discriminación y violencia. A lo largo de este año se han registrado al menos seis asesinatos de personas trans, crímenes que se suman a doce más ocurridos en 2016, según datos del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT. Es más, el país ni siquiera cuenta con cifras oficiales sobre esta población.
Un informe del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y otras agrupaciones reveló que seis de cada diez mujeres trans ejercen la prostitución para poder vivir, mientras que el Centro de Estudios para el Desarrollo Nacional (Atenea) añade que solo el 32% de las personas trans consultadas finalizaron estudios secundarios. En cuanto a salud, la tasa de prevalencia del VIH afecta al 34% de esta población, cuando en el resto es solo del 0,3%.
Por otro lado, Argentina ha sido capaz de aprobar una de las leyes más avanzadas del mundo en la materia, cuyo objetivo es despatologizar la condición trans. En vigor desde 2012, la ley 26.743, establece que “toda persona podrá solicitar la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e imagen” sin necesidad de una “intervención quirúrgica por reasignación genital total o parcial, ni terapias hormonales u otro tratamiento psicológico o médico”. También permite a las personas trans acceder a operaciones y tratamientos hormonales sin una autorización judicial o administrativa. Según datos del Registro Nacional de las Personas, en el país se han producido 5.600 cambios registrales entre 2012 y 2016.
Pese a la existencia de esa ley, el acceso a ciertos servicios sigue siendo complicado para esta población. Es algo que conocen bien Mauro y Susana, un matrimonio que reside en la ciudad argentina de La Plata y a cuyo hijo Gonzalo, un adolescente trans de 13 años de edad, negaron recientemente el tratamiento hormonal en el Hospital de Niños de esa localidad.
Si bien Gonzalo contó con el apoyo total de sus padres cuando les contó hace menos de un año que no se identificaba con el género que había nacido y en su colegio tampoco hubo problemas, los primeros obstáculos los encontró en el ámbito sanitario.
“Se negaron en primera instancia a cambiar el nombre de la historia clínica, mientras que el trámite del documento se demoró un mes, cuando (en teoría) son cuestiones administrativas que no deberían causar problemas; hemos comprobado que la gente no conoce bien la ley. Gonza estaba por empezar un tratamiento de inhibidores de hormonas y una médica lo frenó porque no quiso asumir la responsabilidad y la ley dice que basta con el consentimiento de la persona y de sus padres”, porque en este caso es menor de edad, explica Mauro.
Tras esta experiencia enviaron indignados una carta a medios de comunicación argentinos explicando su situación y gracias a la repercusión que tuvo, el Hospital de Niños les convocó a una reunión el pasado mes de octubre.
“Fue una reunión dura, de dos horas, donde participaron abogados, personal del centro médico y del Ministerio de Salud. Recibimos disculpas y se comprometieron a realizar jornadas de capacitación para médicos y administrativos para que las personas trans tengan una admisión más amable, para registrar en el sistema el nombre autopercibido más allá de lo que diga el documento, ya que así consta en la ley”, recuerda.
Tanto Mauro, informático de 45 años, como Susana, docente de 37, aseguran que pese a considerarse personas abiertas y progresistas, la transexualidad “es algo bastante ajeno” a su generación y admiten que desde que su hijo les comunicó que era trans “se pusieron a estudiar” y a pensar en cuál era la mejor manera de ayudarlo, si bien aseguran que aún hay muchas cosas simples que cuestan, como es el hecho de abrir el album de fotos familiar porque “los recuerdos no se pueden borrar”, explican.
“Nos dimos cuenta de que teníamos que deconstruirnos para entender y después empezar a construir de nuevo. Solo así podíamos tomar mejores decisiones para su felicidad”, dice Mauro, quien tiene un perfil muy activo en redes sociales desde que decidió contar cómo es su nuevo día a día: “Me viene naciendo un hijo de 12 años”, fue su manera de expresarlo en Twitter.
Susana bebe un trago de mate mientras cuenta que dentro del shock que les generó el miedo a que su hijo pueda sufrir, lo cierto es que a medida que han ido pasando estos últimos meses se dieron cuenta de que el sufrimiento estaba antes, no ahora: “Está más alegre, más relajado, pasó a ser otro pibe”, y ese algo contenido que le produjo problemas de salud se fue esfumando, cuenta ahora más aliviada.
Saben que el camino no va a ser fácil, pero también confían en que, amparados por la ley, las personas trans puedan participar en la sociedad en igualdad de condiciones. Ejemplos como el de Gonzalo o el de Lucas ponen de manifiesto que el paradigma tradicional sobre el sexo y el género están cambiando y resulta esperanzador pensar que es para convertirlo en uno mucho más amplio e inclusivo.
En sus ocho de años de formación como médico, a Daniel Márquez nunca se le pasó por la cabeza que una camilla ginecológica “pudiera servir también para un varón”. Eso fue algo que aprendió con el tiempo. Reconoce que la primera vez que atendió a una persona trans lo único que le pudo brindar fue un...
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María García Arenales
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