Conversaciones CTXT / TARSO GENRO, EXMINISTRO DE JUSTICIA DE BRASIL
“Lula es la única posibilidad de que la izquierda gane las elecciones”
ctxt 23/01/2018
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Tarso Fernandez Henr Genro (São Borja, 1947) es todo un ilustre veterano de la política brasileña. Abogado de estudio y profesión, desde su joven militancia contra la dictadura en los años 60 hasta perder la reelección como Gobernador del Estado de Río Grande del Sur en 2014 por el Partido de los Trabajadores, ha ocupado distintos cargos públicos en su país. Los más importantes, como ministro de Educación y, posteriormente, de Justicia en los Gobiernos de Luiz Inácio Lula Da Silva (2003-2011). De su carrera se suele destacar también el carácter pionero de sus alcaldías en Porto Alegre, donde aplicó modelos participativos a finales de los 80 que fueron referencia en todo el mundo.
Hoy, a los 70 años, no tiene funciones de gobierno pero sigue siendo una figura muy respetada en la izquierda brasileña. Genro se muestra crítico con la dirección actual del PT y la deriva final del Gobierno de Dilma Rousseff, y defiende una renovación profunda de la izquierda. Pese a ello, no duda en defender la inocencia de Lula, al que llama siempre “presidente”, y en apostar por su victoria en las próximas elecciones: “El recuerdo de Lula se mantiene fuerte entre la gente”.
Genro llega puntual y sonriente al cuartel general de CTXT en la calle Príncipe de Vergara. Aquí le esperamos varios miembros del consejo editorial y periodistas del medio. Saluda, uno por uno, a los presentes y posa para las fotos. Se le ve cómodo, sereno, seguro de sí mismo; es un habitual en los medios de comunicación en Brasil (colabora en alguno de ellos y ha sido crítico literario durante 15 años), y, cada vez que visita España, suele conceder entrevistas. Durante una hora, escucha atento las preguntas y se expresa de forma vehemente: su tono delata las turbulencias del momento político en su país.
El 2018 se presenta decisivo en Brasil. ¿En qué situación política se encuentra el país?
En este momento, el Gobierno de Temer y la red articulada que lo apoya --un sector muy representativo de la burguesía brasileña vinculada al capital financiero global-- no saben muy bien qué hacer. Primero, porque el golpe ha fracasado rotundamente. Segundo, porque las elecciones de este año sin una posible presencia de Lula bloquearía la legitimidad del nuevo presidente electo. Como consecuencia, podemos tener una situación de anomalía política y de enfrentamientos impredecibles en la formación del próximo gobierno.
Por otra parte, hay una articulación política de resistencia a las reformas que se han intentado hacer en los últimos tiempos. El Gobierno actual, la parte corrupta del Gobierno de Dilma unida a la parte más corrupta de la oposición, es rehén de estas reformas. Y la prensa, que ha liderado, supuestamente, una campaña contra la corrupción, les apoya porque quiere que se hagan.
El Ejecutivo llevó a cabo dos de las tres reformas que les encargaron. La primera fue una reforma presupuestaria, un bloqueo de gastos públicos para la protección social y el subsidio al desarrollo. En segundo lugar, hicieron una reforma laboral muy agresiva, claramente inconstitucional, pero que pienso que los tribunales finalmente apoyarán. Y la tercera fue la reforma de las pensiones y la seguridad social. Esta reforma está bloqueada en la Cámara, no tiene apoyos suficientes, y el Gobierno está un poco desorientado sobre los pasos a seguir, sepultado por la corrupción. Si consiguen aprobar esta reforma, en febrero mantendrán su mandato hasta el final. Si no lo consiguen, es impredecible lo que va a decidir el poder.
Muchos de nuestros liderazgos han sido absorbidos por labores de Estado, entrando en procesos deformados de oposición política y corrupción
¿Podría el PT capitalizar esta resistencia?
Nuestro partido es el principal partido de la izquierda, pero está muy desgastado, ha perdido mucho de su dimensión utópica, democrática, radical… Muchos de nuestros liderazgos han sido absorbidos por labores de Estado, entrando en procesos deformados de oposición política y corrupción, que es un producto del sistema político pero también de la conciencia de los individuos que operan en el proceso.
El problema principal que tenemos en este campo es el registro o no de la candidatura del presidente Lula, el 24 de enero. El juicio va a ser en Porto Alegre y el tribunal intermediario que va a dictar sentencia, el Tribunal Regional Federal nº4, está totalmente alineado con lo que llamamos “la república de Curitiba”, que es un grupo de procuradores fiscales del Estado que se ocuparon de organizar y gestionar un conjunto de procesos penales, que luego transformaron en una causa nacional, para integrarlo todo en una campaña de desprestigio contra Lula.
No cabe duda entonces de que la figura central del proceso este año es Lula, que tiene un prestigio popular enorme. Esta realidad tiene dos consecuencias. La primera es positiva: hay un liderazgo popular capaz de ganar. La segunda, en cambio, es negativa: todo lo que piensa Lula se vuelve norma en el PT y no al contrario. Hay una cierta relación vertical con el partido que sofoca el debate político, la lucha ideológica y el trabajo de elaboración de concepciones estratégicas y de transición hacia un modelo contrario al neoliberal.
¿Las bases del PT no participan en los procesos de decisión?
No, hay una gran verticalidad actualmente en el partido. Existe una desconexión interna: las bases y distintas corrientes de pensamiento no participan en la toma de decisiones. En este sentido, se ha producido un movimiento importante por parte del presidente Lula. Ha colocado como coordinador de su programa de gobierno al ex alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, compañero que comparte nuestras posiciones. Es un movimiento inteligente para unificar al partido. Inmediatamente, la policía federal ha señalado a Haddad como responsable de una caja B, con la que habría financiado su campaña. Es absurdo, porque el alcalde no trata estas cuestiones, pero lo hicieron para responder a esa iniciativa que tuvo el presidente.
¿El PT es todavía una herramienta útil de transformación?
Para la base militante del PT, el sueño de que se pueden hacer cosas permanece de manera impresionante, no saben hasta qué punto. Pero el aparato ejecutivo del partido está, en mi opinión, paralizado, y es incapaz de dar respuestas teóricas, metodológicas o programáticas para renovar el PT como partido de gobierno. El partido se basó más en las virtudes de Lula como dirigente que en su propia capacidad de creación. No tiene identidad propia como institución. Por otro lado, a nivel ideológico, la clave principal de su desgaste fue el vaciamiento de la utopía democrática y libertaria que representaba. En consecuencia, ahora nos enfrentamos a una época de escepticismo, un tiempo marcado por la aparente imposibilidad de aplicar determinadas propuestas programáticas debido a la dominación del capital financiero sobre el Estado.
¿Es preciso acabar con el PT como partido para que la izquierda se renueve?
No. Yo creo que el PT tiene un papel importantísimo en este proceso para acabar con la hegemonía absoluta y burocrática que tiene el propio partido sobre la izquierda. Esto es una cosa que, cuando la digo, no crea muchas simpatías internas. Yo fui presidente del PT durante 6 meses, cuando la crisis del 'caso Mensalão’, y me propusieron concurrir como candidato a la presidencia representando al grupo dirigente que estaba antes de que yo la asumiera, pero no acepté. Esto supuso una ruptura. Pero no una ruptura personal o una ruptura de naturaleza moral; fue una cuestión política. No estábamos de acuerdo en cómo encaminar las cuestiones del partido y su futuro que, para mí, debe estar implicado en la renovación del conjunto de la izquierda, no solamente del PT.
¿Cómo ve la situación electoral concreta? Parece que la izquierda parte con ventaja con Lula, pero el panorama parece confuso, sin candidato del centro-derecha.
La derecha está probando candidatos. Lo intentaron con Aécio Neves, pero se vio implicado y grabado en asuntos de corrupción, y lo intentaron con João Doria, pero está quemado por su absoluta incompetencia para gestionar las cosas elementales en Sao Paulo: es un empresario aventurero, pretendía presentarse como el Macron de Brasil pero su incompetencia es tan grande que también han acabado descartándolo. Lo intentaron también con Luciano Huck, presentador de TV Globo, una persona vacía, un personaje construido, involucrado en delitos medioambientales; quemado también, aunque lo están intentado recuperar desde los medios. Tienen una bala en la recámara: el actual gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin. Es un hombre que tiene cierta habilidad política, y consiguieron parar todos los procesos judiciales que tenía abiertos en Sao Paolo uniendo a las distintas fiscalías para blindarlo. Esta es una posibilidad.
Por parte de la izquierda, pese a todo lo que han hecho los poderes oligárquicos, no han conseguido hacer desaparecer a Lula de la memoria colectiva y popular. Y eso es complicado: la memoria popular en Brasil es muy inorgánica debido a la fragmentación del mundo del trabajo, de la clase obrera y los asalariados, que ha dispersado a las organizaciones sindicales y sociales. Sin embargo, mantienen el recuerdo de Lula.
La campaña que hicieron contra Lula, sin conseguir ninguna prueba concreta, material, ha revalorizado a Lula ante el pueblo. Las encuestas dicen que Lula puede incluso, si la situación continúa así, ganar en la primera vuelta, así que están intentando neutralizarlo por la vía judicial. Es una lucha política muy concreta dentro del Estado brasileño que parte del poder judicial para completar este bloqueo.
¿Qué importancia tiene Odebrecht en todo esto?
Es víctima del golpe también. Es un gran grupo nacional, internacional, que tiene una fuerza extraordinaria de autogobierno, y que siempre tuvo relaciones con todos los partidos y todos los presidentes y ha financiado, en mayor o menor grado, las campañas de todos los candidatos. Tuvo una relación muy estrecha con el Gobierno del Presidente Lula porque fue un gobierno que retomó las inyecciones de la producción civil pesada, pero tuvo esta relación preferente sin abandonar otras relaciones.
Las financiaciones de las campañas electorales del país siempre fueron con caja B. Ése fue el motivo que han sacado contra Lula. En esta cuestión no hay presidentes inocentes, todos fueron financiados ilegalmente. Incluso el candidato a la presidencia del PSDB, Aécio Neves, fue grabado pidiendo un pago de 500.000 euros y diciendo: “Si hay alguien que tiene que hacer entrega del dinero que sea de mi confianza, porque si fuera necesario lo mato después”. ¡Está grabado! Pues bien, esto no ha tenido ninguna consecuencia. Está suelto y libre, y es senador de la República.
El proceso contra Lula tiene una dirección política, y tiene motivos concretos de suspensión en el caso de la financiación de las campañas electorales. Sé de lo que hablo, porque trabajé diez años con el presidente Lula y pude observar los problemas que heredamos de otros gobiernos y los procedimientos electorales como ministro de Justicia. En las elecciones de mi Estado, tomé el control y la decisión personal de que no hubiese caja B. La acusación en el caso Odebrecht dijo que la única campaña que no pudieron financiar en B fue en la mía.
¿Qué papel ha jugado y está jugando Fernando Henrique Cardoso?
Fue uno de los articuladores del golpe contra Dillma. Tiene una personalidad pobre, políticamente esquizoide. De cara al exterior habla como un socialdemócrata, pero para el país habla como un neoliberal. Incluso ha indicado al candidato para alcalde de Sao Paulo, que es un empresario reaccionario, antipopular, elitista, como presidente de la República. Cardoso tiene un papel muy triste, típico del capitalismo y del golpismo institucional.
¿Son éstas indicaciones parte del manual del FMI?
No creo, más bien parece que procede de instituciones financieras privadas con sus conexiones con las burguesías locales.
Pero esas políticas de las que habla salen del FMI y son las que se imponen…
Sí, incluso aquí en España, pero no creo que el golpe fuera orientado por el FMI, porque Lula pagó la deuda que tenía Brasil con el FMI, no había motivos.
¿Cuál fue entonces el motivo por el que molestaba Dilma?
Hubo dos motivos fundamentales. Con Dilma hubo un aumento exponencial de la deuda externa brasileña y hubo que recurrir a financiación internacional para que siguiera funcionando el Estado. Así que las tasas de crecimiento bajaron, las empresas no tenían recursos para captar capital financiero. Este hecho fue decisivo y evidente en el deterioro del gobierno.
En segundo lugar, Dilma llevó a cabo algunas reformas civiles que fueron aplaudidas por el Banco Mundial pero eran contrarias a las ideas del partido y a las de la izquierda. Cuestiones económicas, políticas, de cómo prever la crisis… todo esto provocó su destitución.
¿La sentencia del día 24 es definitiva o cabe recurso?
Estamos en la segunda instancia de un proceso por el que el presidente fue condenado a diez años de prisión por haber recibido un apartamento de Odebrecht a cambio de favores. Ocurre que ese apartamento no es propiedad de Lula, sino de Odebrecht, y está presentado incluso por la Caixa Ecônomica Federal como garantía de una deuda que Odebrecht tiene con la Caixa. Entonces, lo que puede haber ocurrido son algunos actos preparatorios para hacer el regalo, pero el presidente no tiene ningún vínculo material con el asunto.
Nunca la política y el derecho estuvieron tan mezcladas, tan integradas, como actualmente en Brasil. Hay personas, contra las que existen pruebas muy fuertes, que están presas, y otras que no lo están
La sentencia puede ser recurrida hasta el Tribunal Supremo Federal. Pero en realidad no se trata de una cuestión jurídica. Existen límites reales para que los procesos judiciales en Brasil funcionen hoy con garantías. Las partes del Derecho que están involucradas están subsumidas en un juicio político. Nunca la política y el derecho estuvieron tan mezcladas, tan integradas, como actualmente en Brasil. Hay personas, contra las que existen pruebas muy fuertes, que están presas, y otras que no lo están. Depende de quién escriba el relato, el discurso sobre el juicio y qué miembro del Tribunal Supremo Federal tome la decisión. No hay una predecibilidad como debería haber en una justicia democrática de un Estado de derecho. Asistimos a una mezcla de impunidad y punibilidad selectiva.
¿Lula mantendría su candidatura si es condenado definitivamente?
En ese caso, si no tuviésemos la posibilidad de tener un candidato legal, deberíamos elegir un nuevo candidato que sea capaz de mantener la unidad de las fuerzas de izquierda con perspectiva de futuro. Su sustituto podría ser Jaques Wagner, que fue gobernador de Bahía durante dos mandatos.
Wagner está también implicado en el caso de Petrobras.
De forma justa o injusta, la mayoría tiene algún problema con la justicia. Wagner fue un administrador competente, pero no tiene el carisma, el reconocimiento político de la población joven del país, de las capas populares para tener la misma expectativa de voto. La única posibilidad de que la izquierda gane las elecciones es Lula.
Bueno, en España está de moda presentar candidatos encarcelados.
En Brasil tenemos dos tipos distintos de políticos encarcelados. Un tipo vinculado históricamente a la corrupción en Brasil, que viene de los gobiernos anteriores, y otro tipo involucrado en la financiación ilegal de los partidos. Este último tipo entraba dentro de la perversión original del sistema político brasileño, presente en todos los partidos, y no se percibía como corrupción sino como normalidad hasta hace poco. Los poderes públicos, correctamente, han empezado a tratarlo como ilegal y corrupto. Lo que no es correcto es que se preste una atención especial a una determinada facción política. Es discriminatorio. Va en contra de la igualdad formal, es una violación de la legalidad que debe contener el proceso penal.
¿Hasta qué punto han alejado a la gente de la política todos esos procesos judiciales?
La instancia de la política actualmente es la más desprestigiada de todas en Brasil.
¿Más que el periodismo?
Más que el periodismo. Los medios de derechas, muy organizados y articulados, juegan el papel de ir contra los políticos; van contra los partidos y contra la democracia. Es decir, pintan la democracia como una perversión determinada por la corrupción. Y la gente no quiere vincularse a los partidos, no quiere escuchar a los líderes políticos. Incluso una parte de la población cree que la democracia es esto: que todos son ladrones. Los partidos, a día de hoy, están demonizados. La parte positiva de esto para el PT es que se había quedado en un porcentaje de intención de voto del 12%, y hoy está volviendo a recoger apoyos. Hay una respuesta espontánea que viene del agotamiento del mensaje político contra Lula, contra el PT, contra la política...
¿Ha habido, tanto a izquierda como a derecha, fuerzas políticas que hayan recogido esa desafección hacia la política tradicional, que se presenten como renovadoras?
Sí, a la derecha hay una fuerza política nueva de extrema derecha protofascista que es la que lidera Jair Bolsonaro. Sin embargo, tiene escasisimas posibilidades de llegar a la presidencia, incluso con una posible retirada de Lula. No tiene credibilidad ante la burguesía. Bolsonaro recoge apoyos entre los trabajadores y un electorado despolitizado, pero ese trasvase de votos sería insuficiente para crear una mayoría electoral. A eso hay que añadirle los ataques recientes de los mass media, que ven desproporcionado su crecimiento de popularidad y una posible amenaza a un candidato más consistente como Alckmin. Si quedan en la pelea Bolsonaro y Lula, el expresidente podría ganar en la primera vuelta.
A la izquierda, hay una negociación entre distintas facciones y posiciones de varios partidos que intentan renovarse presentando una propuesta para el futuro con el objetivo de crear una nueva fuerza política que no se subordine a las coaliciones anteriores. Las anteriores eran coaliciones ideológicas, regionalistas y oligárquicas que ofrecían sustento a cualquier gobierno, bastaba que le diesen parte del poder. Esta es una posición que está en gestación, pero no va a tener influencia en estas elecciones, aunque puede proyectarse después. El ciclo del presidente Lula no ha llegado a su fin, y eso marca la pauta y la orientación del campo popular democrático real. Hay que reconocer estas bases para reflexionar sobre el futuro, para no salir de la política, y para no salir del esquema de apoyo al presidente, hoy acosado y cercado.
Usted, en cambio, no participa de la carrera electoral.
No estoy en la carrera por dos motivos fundamentales. Primero porque el candidato jamás podría ser de Río Grande del Sur; la corriente política que yo represento (Mensagem ao Partido), y que domina el Estado con un 90% de apoyo interno, se encuentra en las antípodas políticas de la dirección nacional. El aparato del partido está completamente en contra de nuestras posiciones.
Segundo, porque, en clave más personal, soy una oveja negra dentro del PT en este momento. He criticado duramente a la ejecutiva nacional del partido por lo que comentaba anteriormente: su inepcia, incompetencia e inoperancia. Durante el gobierno de Dilma se subordinaron y plegaron a un tipo de política pragmática que se ha revelado un error. La dirección apoyó el nombramiento de un economista neoliberal (Henrique Meirelles) para ocupar el Ministerio de Hacienda, que luego ha pasado a ser un miembro destacado del nuevo gobierno golpista. Yo no sería un candidato conveniente para que el presidente pudiese unificar el partido. No gusto en Sao Paulo (ciudad donde se encuentra la ejecutiva).
Háblenos de su experiencia de gobierno. ¿De qué manera han funcionado y se pueden desarrollar modelos participativos como los que usted y el Gobierno Lula llevaron a cabo? ¿Qué queda de Portoalegre?
Los proyectos participativos intentados en más de 400 ciudades, muchas de ellas grandes, tuvieron éxito, pero no trascendieron a las regiones y al país como un todo. Con Lula se dieron avances muy positivos, hicimos muchas conferencias nacionales de seguridad pública, salud, educación, y creamos normativas importantes que el Gobierno aplicó.
En mi Gobierno y Estado hicimos una verdadera revolución de la participación popular. Aplicamos cuatro elementos de participación directa: las primarias presenciales regionales, las reuniones del consejo de desarrollo regionales, las reuniones y procesos de conversación y negociación política del consejo de desarrollo económico y social del Estado y la participación en voto directo de la población para establecer las prioridades. Además, impulsamos la ley del gabinete digital que permite la participación permanente en un centro de inteligencia, estableciendo las opiniones de la población. Tuvimos en el último año 1,7 millones de ciudadanos votando en Internet. Compréndase que tenemos 11 millones de electores. O sea, el 15% de la población aceptó el reto de participar de forma directa. Pero en las elecciones vivimos el proceso de aislamiento político del PT, que se transformó en el partido de la corrupción. En mi Estado, en mi Gobierno no hubo ni un caso de corrupción, pero el PT fue identificado en su totalidad como el partido de la corrupción.
¿Cómo influyó la campaña mediática? ¿Qué había de verdad?
Fue una campaña brutal. Por eso la participación popular no nos ha dado un rédito desde el punto de vista electoral. Porque la participación está en la esfera política del Estado y el Estado y la política son mirados por la población como ejemplos de corrupción. Y esto ha funcionado de manera absoluta. Respuesta de la población: hoy emergen movimientos sociales nuevos, en la intelectualidad, en las cuestiones relacionadas con la lucha de las mujeres, de la vivienda, o en las cuestiones rurales. Son movimientos sociales que surgen al margen de los partidos y que no tienen, la mayoría de ellos, una línea política identificada con la izquierda o la derecha; son movimientos antisistema, que es la forma que la población está encontrando para reaccionar contra el vaciamiento de la política.
Ahora algunos de esos movimientos están volviendo a los partidos. Por ejemplo, hubo una reforma de la línea política del PSOL (Partido Socialista y Libertad), que es un partido que tiene una corriente trotskista y otra de cristianos libertarios de la izquierda tradicional y que se formó como un partido minoritario. Ahora el PSOL es una mezcla de influencias porque está llamado a dar respuestas a estas demandas. Incluso el PT también tiene algunas respuestas para ellos y también ha recogido el producto político de estos movimientos. ¿Cuál es la idea de una parte de la izquierda? Conformar, a partir de la inercia de esos movimientos, de pequeños partidos, de fracciones de partidos, un nuevo frente político en la era post Lula, tras las elecciones. El objetivo es crear una alternativa que pueda aportar una reforma política, una reestructuración de los partidos y aventurarse como opción.
Desde el 2010 hasta hoy, la deuda pública en Brasil aumentó del 60% al 80%. ¿Eso quiere decir que el estado social brasileño se construyó a base de deuda?
Sí, se construyó a partir de la deuda pero, sobre todo, a partir del precio de los productos básicos, en la época del Gobierno de Lula. De alguna manera, Estados Unidos entendió lo siguiente: “Estamos financiando países emergentes, como Brasil y otros, y tenemos que bajar el precio de las productos básicos”. Y esa brutal rebaja del precio ha afectado a Brasil y ha destruido Venezuela, por ejemplo, que funcionaba con las reglas del petróleo. En ese momento desarrollamos un modelo socialdemócrata alternativo tímido, pero no creamos una demanda interna capaz de financiar el desarrollo y progresivamente liberarnos de la necesidad del capital extranjero para financiar el Estado. No para financiar empresas, que tuvieron una pequeña parte de esta deuda.
Esa dependencia de la inteligencia financiera es un precio que estamos pagando todos los países, vivamos o no bajo regímenes democráticos. Las democracias tampoco se salvan de esa receta
La emisión de bonos públicos tenían un valor extraordinario en la época y ahora es muy bajo. Brasil recibió una calificación de BBB- por Standard & Poor’s, casi basura. No es recomendable que se hagan inversiones en Brasil. Están mandando un mensaje: “Completen las reformas. Si no lo hacen, acabaremos con ustedes”. Es el mecanismo habitual cuando se quiere acabar con las políticas públicas. Es lo que ocurrió en Europa con la calificación de Grecia, Portugal, Irlanda o España en un momento determinado. Ocurrió prácticamente lo mismo. Esa dependencia de la inteligencia financiera es un precio que estamos pagando todos los países, vivamos o no bajo regímenes democráticos. Las democracias tampoco se salvan de esa receta. Pero Latinoamérica no ha afrontado una reforma fiscal; hay unas dificultades enormes, históricas, que tienen que ver con instituciones, con niveles de desarrollo, y sin reforma fiscal no hay Estado. El sistema tributario ahora es regresivo.
Se está hablando precisamente de un cambio de ciclo político en Latinoamérica, con el cierre de algunos procesos progresistas, provocado tanto por condiciones materiales vinculadas a la crisis económica global como por los propios y contextos políticos concretos de cada país. ¿Es posible que se revierta la tendencia actual?
Lo que está ocurriendo hoy en América Latina forma parte de un proceso de largo recorrido. El capital financiero global necesitaba que no se completaran las reformas progresistas en curso en la zona, y para ello ha hecho una subsunción de los Estados a través del control de la deuda pública. La fuerza normativa de las constituciones de los Estados se está debilitando. Este debilitamiento permite que otra determinación normativa, las necesidades del capital financiero, se coloquen por delante. Estos poderes regulan de qué manera se tiene que comportar el Estado en relación a la deuda.
Tenemos un bloqueo del Estado democrático que puede solventarse en un medio-largo plazo, pero, para ello, tienen que aparecer propuestas alternativas al Estado de Derecho tradicional, que está hoy sometido a unas fuerzas que nada tienen que ver con la soberanía popular. Si ganas las elecciones tienes unas reglas que cumplir ante esta fuerza del capital financiero sobre los Estados. Esto tiene salida, pero hay que tener una gran capacidad de imaginación. En los debates internos y con compañeros de otras corrientes, siempre pregunto: ¿Cuál es la propuesta de transición de este modelo neoliberal, que empezó en el gobierno de Dilma y que se está aplicando hoy, a una inserción productiva, para una economía con una tasa elevada de crecimiento, para nuevas funciones y organizaciones del mundo del trabajo y para la reducción de las desigualdades sociales?. Hicimos algunas correcciones importantes durante el Gobierno de Lula con políticas compensatorias, no con políticas estructurales de reorganización de las relaciones económicas entre las clases.
Pero nadie tiene una idea clara, sino impulsos. "Tenemos que combinar bajas tasas de inflación con un crecimiento económico". Bien. "Tenemos que desarrollar inversiones públicas para acelerar el crecimiento económico". Correcto, pero el Estado está extraordinariamente endeudado y está siendo financiado por la banca internacional y sus mecanismos. ¿Cómo escapar de estas presiones? “Tenemos que tener otra vez fe en la política”. Pero, ¿qué se hace en un país que no tiene centro? Nuestro país no tiene centro. El centro es un conjunto de oportunidades de las oligarquías regionales y no es una posición ideológica, una posición política o una posición programática. Entonces, tenemos que responder a esto. Si no tenemos respuestas para esto, esta crisis puede prolongarse y formarse en Brasil una clásica sociedad de “tres tercios”: un tercio de incluidos, de consumidores; otro tercio en la pobreza, sobreviviendo; y otro tercio fuera de la ley, situándose ya como un problema policial. Esta sociedad se puede formar en el límite de la aplicación de estas reformas en Brasil y esto ha sucedido por una descomposición completa del proyecto democrático que está en la base de la constitución del 88, que no es tan social, que estaba empezando a tener alguna efectividad, y que ahora está sufriendo un retroceso brutal.
Lo que nos ha contado es un esquema muy parecido a lo que ha pasado en Europa. El descrédito de los partidos por un lado, la incapacidad de la socialdemocracia para dar soluciones nuevas, para enfrentarse al pensamiento neoliberal… ¿No le parece que si no tejen ustedes una alianza internacional de una izquierda distinta, nueva, que pueda obligar a los partidos clásicos a renovarse, esto va a ser imposible? Es decir, ¿no es hora de tejer una verdadera alianza internacional que pueda luchar contra eso?
Lo que usted dice está relacionado con la imposibilidad de manutención del sistema socialdemócrata. Las transformaciones tecnológicas que ocurrieron en los últimos años (de producción, de métodos de organización del mundo del trabajo y sus procesos…) han desestructurado completamente la sociedad de clases tradicional. Esta disolución ha acabado por liquidar los sujetos políticos aptos para negociar los pactos socialdemócratas en los países desarrollados. Los pactos socialdemócratas tienen una relación contractual clara: por un lado, la burguesía industrial, por el otro, los obreros organizados. Esta relación dio como resultado, para el conjunto de las sociedades, el Estado del bienestar, algo que tuvo éxito, por lo menos, durante 20 años. Estos sujetos desaparecieron. La burguesía industrial ya no tiene una voluntad política autónoma, y los obreros tradicionales, los de la 2ª Revolución Industrial, están cada vez menos integrados de manera horizontal en sus categorías profesionales, en sus deseos, en sus necesidades...Están cada vez más diferenciados. Como no hay sujetos que negocien los pactos socialdemócratas, esto se refleja también en la organización de los partidos socialdemócratas, que tendían a ir hacia la izquierda durante una época. Ahora eso ya no lo tienen.
Esto pone a la izquierda ante preguntas clave: ¿Cuáles son los sujetos de las transformaciones sociales? ¿Qué pactos son necesarios para crear mayorías políticas? Valen tanto para la ruptura como para la evolución en el terreno de la democracia. Los partidos como el PT tienen que responder a esto, porque si no responden no están haciendo política. La otra dirección es la de la subordinación, y ahí ya se trata de gestionar un poco más o un poco menos de neoliberalismo, no de otro modelo social solidario que reduzca las desigualdades, que acabe con la miseria o que limite al capital financiero. En el plano internacional, se trata no de romper con la globalización, una ruptura que no es posible, pero sí de refutar una relación de dependencia para llegar a una relación de cooperación autodeterminada con la cual se lleve a cabo un nuevo proyecto nacional diferente al de los movimientos de liberación.
¿Cómo se podría realizar esta cooperación con la economía global de la que hablas?
Os pongo un ejemplo: el Banco del Desarrollo del BRICS, la iniciativa más importante del gobierno Lula que está siendo ahora desmantelada. Era un instrumento de incursión en el plano de la economía global que podía agregar un grupo de países y distintos intereses. Este tipo de instrumentos son decisivos. Ya no existen políticas económicas puramente nacionales. Hay una interdependencia de los capitales globales en la economía mundial. La profecía marxista internacionalista ha acabado realizándose a través del capital financiero, no de la unión de los trabajadores. Quien asaltó los cielos acabó siendo la burguesía financiera.
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