1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Radiografías de la 'recuperación' (V)

Gobernar la digitalización en favor de la mayoría

El proceso no va a tener lugar espontáneamente, requiere políticas públicas activas para promoverlo y no debemos dar por sentado que el propio mercado asegure un buen resultado

Jorge Uxó / Nacho Álvarez 21/02/2018

<p>Estado de bienestar en ruinas</p>

Estado de bienestar en ruinas

Malagón

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Aporta aquí

Más allá del debate –relevante– de cuál es el origen de la recuperación del crecimiento económico que está registrando España desde 2014, en esta serie de artículos nos ha preocupado sobre todo el tipo de crecimiento que se está desarrollando. Y hemos llegado a dos conclusiones: el crecimiento actual no está resolviendo los problemas sociales y económicos que la crisis nos dejó –cronificándose una fuerte precariedad y desigualdad–, al tiempo que la retórica de las “reformas estructurales” orientadas al mercado no se ha traducido en un cambio productivo real. 

Es necesario por ello un cambio de estrategia. Junto a medidas específicas dirigidas a corregir la precariedad laboral y la inequidad en el reparto de la renta y la riqueza, nuestra economía necesita una nueva política industrial más audaz, focalizada y proactiva. Esta nueva estrategia industrial debe ser capaz, involucrando al sector público junto al sector privado, de impulsar un crecimiento sostenible en términos medioambientales (verde), que asegure la igualdad de género (morado), y que mejore la productividad, entre otras vías a través del desarrollo del proceso de digitalización1.

El debate sobre los efectos de la digitalización está muy polarizado. Siguiendo a Dani Rodrick podríamos distinguir, por un lado, a los “tecno-optimistas”, que piensan que estamos en la antesala de una época en la que será posible observar grandes crecimientos de la productividad que permitirán un aumento de los niveles de vida sin precedentes. Normalmente, también piensan que los incentivos para que esta ola de progreso se produzca vendrán del funcionamiento de mercados desregulados y de la competencia, que son a la vez garantía de que la mejora del bienestar acabe beneficiando a la mayoría. En otro extremo, los “tecno-pesimistas” afirman que la digitalización no está produciendo los aumentos de productividad que se le atribuyen, y que es difícil que acabe ocurriendo, salvo en sectores muy específicos. Por último, los “tecno-preocupados” coinciden en que el efecto de las nuevas tecnologías sobre la productividad será de gran escala, pero piensan que, precisamente por eso y por sus características, acabarán provocando grandes pérdidas de empleo y de bienestar para una parte importante de la población.

Nuestro enfoque no se reconoce en ninguna de estas tres posiciones. Aunque aún está por ver su dimensión exacta, es previsible que este tipo de innovación acelere la productividad en los próximos años, y esta es una razón por la que España no puede quedarse atrás. Por otro lado, pensamos que no es inevitable la aparición de un desempleo tecnológico generalizado, aunque es imprescindible adoptar medidas para prevenir tal posibilidad. Finalmente, sí creemos que existe un alto riesgo de que el proceso afecte de manera desigual a los distintos grupos sociales, evidenciando la responsabilidad colectiva (y no estrictamente individual) de intervenir desde la esfera de lo público para que no aumente la polarización y las desigualdades.

En definitiva, pretendemos abordar la digitalización desde la perspectiva de la economía política, discutiendo cómo “gobernar el proceso” para asegurar no sólo que la productividad crece, sino que este aumento se reparte equitativamente a favor de la mayoría.

¿Qué efectos tendrá la digitalización sobre la productividad?

La digitalización es el resultado del abaratamiento y mejora en las tecnologías que obtienen y procesan información, y da lugar a dos grandes efectos complementarios. Por un lado, la automatización de la producción permite generar sistemas capaces de trabajar de forma autónoma y organizarse a sí mismos, reduciendo errores, actuando con más rapidez y recortando costes operativos. Esto se logra combinando tecnologías ya existentes (como los robots industriales) con la inteligencia artificial, que aporta la capacidad de interactuar en entornos cambiantes. Por otro lado, la computerización permite gestionar grandes volúmenes de datos, gracias a la mejora en la captura, tratamiento y análisis de la información digital a través de herramientas como la nube y el “Big Data”.

Aunque inicialmente parece que este tipo de procesos serían relevantes sobre todo para las manufacturas, su importancia radica precisamente en que pueden tener implicaciones en muchos sectores productivos. Por eso, se plantea en ocasiones que, como antes lo fueron la máquina de vapor y la electricidad, se trata de una nueva “tecnología de uso generalizado” (General Purpose Technology)2.

Consecuentemente, el efecto esperado es que, conforme se vaya generalizando este uso transversal y se exploten todas sus posibilidades “combinatorias”, la digitalización acabe dando lugar a una aceleración de la productividad media agregada.

La Figura 1 recoge el crecimiento de la productividad en Estados Unidos desde los años 50 (para cada año representamos la media de los últimos 10). Las líneas horizontales son las medias en los periodos 1950-1975 (2,6%), 1976-1995 (1,5%) y 1996-2008 (2,5%), y vemos que el crecimiento de la productividad se recuperó en los 15 años anteriores a la Gran Recesión, volviendo a registrar crecimientos anuales medios similares a los registrados en la “edad de oro” de las postguerra, pero sin llegar a superarlos (al menos por ahora). Después de la crisis, el crecimiento anual medio de la productividad ha vuelto a reducirse (desde 2011 no ha superado el 1%) aunque es pronto para saber si es algo más que el efecto de la propia desaceleración económica. 

Los datos desagregados ofrecidos por la OCDE muestran que el crecimiento de la productividad después de la crisis no se ha ralentizado para las empresas que se encuentran en la frontera tecnológica, pero sí que lo ha hecho en aquellas que están menos avanzadas tecnológicamente (generalmente más pequeñas) y en el sector servicios. Esto apunta más bien a una menor difusión, y a la falta de demanda agregada, y no a un estancamiento de los efectos de la tecnología sobre la productividad.

Figura 1: Crecimiento de la productividad en Estados Unidos (media últimos 10 años)

 Fuente: Federal Reserve Economic Data.

Si estos efectos de la digitalización sobre la productividad se confirman (recuérdese la “paradoja de la productividad” señalada por Robert Solow a finales del siglo XX, cuando pronunció la célebre frase de que “vemos ordenadores por todas partes, menos en las estadísticas de productividad”) estaríamos ante una oportunidad de la que podrían desprenderse efectos globales positivos: sería posible aumentar la producción con las mismas horas de trabajo (con lo que crecería la renta per cápita) o podríamos garantizar niveles similares de renta per cápita con jornadas laborales más cortas (alternativa que podría ser preferida socialmente, dada la aparición de límites ecológicos, entre otras posibles razones). También es posible, obviamente, una combinación entre ambos extremos.

Ahora bien, de este fenómeno también se derivan algunas amenazas que hay que abordar, como las que tienen que ver con los efectos sobre el empleo y la polarización social: cómo se distribuyen los crecimientos de la productividad, y cuál puede ser el efecto concreto sobre diferentes grupos sociales.

¿Qué efectos puede tener sobre el empleo?

Una idea que se ha popularizado en algunos ámbitos es que la digitalización puede suponer la sustitución a gran escala de horas de trabajo humano dedicado a determinadas tareas –que un robot podría ejecutar más eficientemente. Consecuentemente, el volumen total de empleo se reduciría, quedando una parte importante de la población sin ingresos.

En realidad, esta no es una idea nueva. Podemos recordar a los “luditas”, artesanos que a principios del siglo XIX destruían los telares industriales porque les hacían perder sus empleos o, más recientemente, el título escogido -¡en 1961!- por la revista Time para una crónica sobre el aumento del paro, The automation jobless. También Jeremy Rifkin –en 1995– eligió un título tan elocuente como desacertado para su famoso libro: El fin del trabajo.

En nuestra opinión, mientras una creciente robotización es probable, no tiene por qué producirse una destrucción masiva de empleo. De hecho, la experiencia histórica ha mostrado ya que las innovaciones tecnológicas que han tenido efectos sustanciales sobre la productividad no han supuesto a la vez una pérdida generalizada de empleo, sino lo contrario.

Sin ir más lejos, entre la Segunda Guerra Mundial y la crisis de los años 70, los países desarrollados vivieron años de crecimiento elevado de la productividad, pleno empleo y aumentos de los salarios reales. En la Figura 2 recogemos la evolución temporal del empleo agregado desde 1950, para la economía de Estados Unidos, y se confirma que este crecimiento de la productividad fue compatible durante 50 años (volveremos después sobre los últimos años) con un crecimiento muy similar del empleo, y sin que la tasa de paro haya seguido una tendencia creciente en este periodo.

Figura 2: Productividad y empleo (1950 = 100) y tasa de paro en Estados Unidos 

 

Fuente: Federal Reserve Economic Data.

Hay dos razones principales para explicar esta “compatibilidad” entre desarrollo de la productividad y crecimiento del empleo. La primera es que el número de empleos depende no sólo del volumen de la producción, sino también de la duración de la jornada laboral media, y ésta se ha ido reduciendo conforme iba creciendo la productividad. La segunda de las razones tiene que ver con el nivel general de demanda de la economía. 

En el caso de España, por ejemplo, la jornada laboral suponía unas 2.800 horas de trabajo al año a principios del siglo XX, y actualmente está ligeramente por debajo de las 1.700 horas. Vemos en la Figura 3, sin embargo, que si bien entre 1970 y 1990 hubo un intenso proceso de reducción del número de horas anuales de trabajo (casi un 13%), esta tendencia se detuvo entonces, y hoy la jornada anual es sólo un 3% más baja que hace 30 años. De hecho, en España se trabaja de media 118 horas más al año que en el conjunto de la UE-15. Hay buenas razones para recuperar esta tendencia a la reducción de la jornada laboral, y más aún si se materializan los efectos del proceso de digitalización sobre la productividad.

Figura 3: Horas anuales por persona empleada en España

 

Fuente: AMECO.

Aparte de lo que ocurra con la jornada laboral, en segundo lugar, la posibilidad de obtener la misma producción con menos horas de trabajo no tiene por qué suponer que el número total de horas de trabajo se reduzca… si tiene lugar simultáneamente un aumento de la demanda, y por tanto de la actividad económica. Este aumento de la demanda estaría explicado porque un aumento de la productividad también supone un aumento de los ingresos de los que “puede” (subrayamos esta palabra) originarse esta mayor demanda. Además, aparecen nuevas actividades, relacionadas con estas tecnologías (crear, programar y mantener las nuevas máquinas) o con nuevos bienes y servicios. La cuestión, claro, es que ni esto es un proceso automático –requiere políticas económicas adecuadas–, ni necesariamente tiene por qué “vaciarse el mercado”, ni dará lugar a la creación de empleos iguales a los que se destruyen –serán ocupaciones diferentes y posiblemente en sectores y lugares también distintos–, como veremos después.

En la Figura 2 anterior se puede ver no obstante un punto de inflexión en la “compatibilidad” entre desarrollo de la productividad y crecimiento del empleo. Desde principio de este siglo se ha producido, por primera vez, un desacoplamiento entre el crecimiento de ambas variables. La cuestión, sin embargo, es si esto se debe al carácter específico de las actuales innovaciones tecnológicas o si, por el contrario, obedece más bien a las políticas deflacionistas aplicadas durante la crisis, así como a una pérdida de peso de los salarios que provocan escasez de demanda agregada. Nosotros nos inclinamos por lo segundo3.

En resumen, con una adecuada combinación de políticas para impulsar la reducción de la jornada laboral y asegurar un crecimiento suficiente de la demanda, los aumentos de la productividad que pueden producirse en un futuro próximo como consecuencia de la digitalización no son una mala noticia para los trabajadores y trabajadoras, ni es inevitable un aumento del “desempleo tecnológico” a nivel agregado.

¿Puede dar lugar a una mayor polarización social?

Que la digitalización no suponga necesariamente un aumento de la tasa de desempleo no significa que no haya grupos concretos de personas que hoy tienen un empleo, y que sí se verán afectadas negativamente. Es muy posible que este fenómeno haga desaparecer determinadas ocupaciones. Sin embargo, es difícil anticipar exactamente cuáles.

El trabajo más citado en este sentido es el de C. Frey y M. Osborne, en el que se señala que el 47% de las ocupaciones están en riesgo de ser sustituidas por un proceso de automatización. Según este trabajo, los empleos relacionados con el transporte, la logística y la administración tienen mayor riesgo de ser sustituidos. Sin embargo, otros trabajos como el de M. Arnzt, T. Gregory y U. Zierahnet, ofrecen estimaciones mucho más bajas del volumen de empleo en riesgo: un 9% para el conjunto de la OCDE, un 12% para España. 

En cualquier caso, estos estudios sólo se limitan a calcular las ocupaciones que están en riesgo de ser sustituidas, pero no son capaces de estimar el efecto final sobre el empleo considerando que haya efectos de compensación en otros sectores. Y por citar solo otro de los trabajos más conocidos, D. Autor y otros sostienen que la automatización se aplicará más probablemente para sustituir los puestos intermedios de los estratos laborales, provocando una mayor polarización entre actividades de menor cualificación y coste laboral (para las que la inversión requerida probablemente no sería rentable), y otras ocupaciones de un elevado nivel de cualificación que requieren una cierta “creatividad”, que quedarían “a salvo” del proceso de automatización4.

Pero además de esta forma de polarización, la digitalización está teniendo ya importantes efectos sobre las condiciones laborales, como se está poniendo de manifiesto en el caso de los trabajadores de la “gig-economy”. Esta expresión se utiliza para definir, por ejemplo, la situación de personas que son “llamadas” para realizar puntualmente una tarea concreta, aportando incluso los medios necesarios para ello (la bicicleta del “rider” de reparto), y sin que se establezca legalmente una relación estrictamente laboral con la empresa “mediadora” con el cliente final5. Evidentemente, esta es una forma buscada por las empresas para trasladar a los trabajadores y trabajadoras una parte importante de su “riesgo empresarial” y privarles de sus derechos.

Como ejemplo, De Stefano recoge la declaración de un alto ejecutivo de una empresa de este tipo: “Antes de Internet, hubiera sido realmente difícil encontrar a alguien, sentarlo diez minutos para que trabajara para ti, y despedirle después. Pero con esta tecnología, sí puedes encontrarlos, pagarles una pequeña cantidad y deshacerte de ellos cuando ya no los necesitas”.

Este deterioro de las condiciones laborales se está produciendo también a través de vías como el fissured workplace (aumento de la distancia entre quienes realizan el trabajo y la empresa, mediante la separación y externalización de tareas que se realizan desde casa, dando lugar generalmente a un deterioro de la capacidad de los trabajadores de organizarse y a menores salarios). Otras vías, como el hierarchical outsourcing, permiten la conversión de parte de los trabajadores de la empresa en autónomos, con unas condiciones laborales similares a las de la plantilla, pero soportando gran parte del riesgo empresarial, y sin un salario fijado por convenio. La digitalización está permitiendo una suerte de retorno a las relaciones laborales individualizadas y desprotegidas, propias del siglo XIX.

Si estos problemas no son abordados con medidas económicas y regulaciones adecuadas, veremos cómo los efectos globalmente positivos de los aumentos de la productividad no se repartirán de forma justa, dando lugar a la aparición, por un lado, de personas cuyos empleos han sido desplazados por las nuevas tecnologías sin posibilidad de seguir obteniendo ingresos del trabajo. Además, por otro lado, veremos a otros grupos sociales que, aun conservando “algún” empleo, vivirán estructuralmente en condiciones precarias y con bajos ingresos. Ahora bien, esto último no es una consecuencia inevitable de la tecnología, sino el resultado de decisiones políticas, y por lo tanto perfectamente evitable.

¿Por qué es necesario “gobernar la digitalización”?

Utilizamos el término “gobernar la digitalización” en dos sentidos. En primer lugar, porque creemos que es importante para España participar activamente en un proceso de innovación tecnológica que va a influir –lo está haciendo ya– en la economía global, y que puede tener como resultado aumentos de productividad que, globalmente considerados, serían positivos. Pero este proceso, sin embargo, no va a tener lugar espontáneamente, y requiere políticas públicas activas para promoverlo. 

En segundo lugar, también es necesario gobernar la digitalización para asegurar que este proceso sea realmente beneficioso para la mayoría de la población, y no genere aumentos de la desigualdad o polarización social. Como muestra el ejemplo de la globalización, no debemos dar por sentado que el propio mercado asegura este resultado.

Podemos citar, en concreto, cinco propuestas que nos parecen especialmente significativas:

1. Como se señalaba recientemente en un interesante artículo de V. Alsina, E. González de Molina y D. Vila, frente a la retórica de que los mayores procesos de innovación se han producido con un papel pasivo y secundario del Estado (limitado a favorecer las condiciones adecuadas), la realidad nos muestra que “el Estado ha sido un emprendedor de ‘primera instancia’, dinámico, creador de mercados nuevos y de innovaciones radicales que han transformado el conjunto de la economía, como la invención de Internet, la biotecnología, la nanotecnología”. En definitiva, las administraciones públicas han asumido en muchas ocasiones el liderazgo de la innovación, y creemos que deben volver hacerlo para asegurar que España cambia su patrón de especialización internacional y abandona la estrategia de competir en sectores de bajos salarios. Esto implica organismos donde el sector público colabore activamente con el privado, y también mantener los niveles de inversión pública y gasto en I+D y educación.
2. Si la digitalización se traduce en incrementos significativos de la productividad se abre una oportunidad para retomar el proceso de reducción de jornada, que se ha interrumpido en los últimos 30 años. Esto permitiría evitar la aparición de elevados niveles de desempleo de una forma más compatible con la sostenibilidad del planeta; favorecería para la mayoría el disfrute del ocio y otras actividades no relacionadas con el trabajo asalariado; mejoraría la conciliación entre la vida laboral y los cuidados, contribuyendo a un reparto equitativo entre géneros de estos trabajos que el que resulta de la actual organización del trabajo; y en definitiva podría utilizarse también como una forma de compensación de la pérdida de peso de los salarios en la renta que se ha producido en las últimas décadas (siempre y cuando la reducción de jornada se produzca sin reducción salarial, claro).
3. Adicionalmente, para evitar la pérdida de puestos de trabajo es necesario abandonar las políticas deflacionistas y asegurar una gestión activa de la demanda agregada para asegurar que el nivel de actividad es suficiente. Especialmente, esto debería hacerse promoviendo –de forma simultánea– tanto el desarrollo de sectores donde la automatización es elevada como otros más intensivos en empleo (sanidad, educación, dependencia, servicios de atención personal).
4. El deterioro de las condiciones laborales y el aumento de la desigualdad no es una consecuencia inevitable de la tecnología, sino fundamentalmente el resultado de decisiones políticas concretas. Para asegurar que los aumentos de la productividad se reparten de forma equitativa es necesario restituir el equilibrio en la negociación colectiva, reforzando un marco de pre-distribución más favorable a las rentas del trabajo, y volver a conectar el crecimiento de los salarios respecto a la productividad, de forma que se cierre el “gap” que viene produciéndose hace décadas entre ambas macromagnitudes. Esto exige igualmente reforzar las políticas redistributivas y adaptar la legislación laboral para terminar con la generalización de la precariedad de quienes trabajan en los sectores más afectados por los recientes desarrollos de la tecnología digital, como el empleo a través de las plataformas.
5. A pesar de estas políticas, es probable que algunos grupos se vean afectadas negativamente por los procesos de automatización, por ejemplo por su formación o porque algunas ocupaciones se vean especialmente comprometidas. Debemos asumir la responsabilidad colectiva de establecer un sistema de Renta Garantizada que convierta ésta en un derecho ciudadano.

  1. ---------------------------------------------------

Notas 

1. Los aumentos de la productividad que requiere la economía española deben ser el resultado de un conjunto amplio de medidas, que pasan por ejemplo por una auténtica política de innovación científica, revirtiendo primero los recortes en I+D+i derivados de las políticas de austeridad, para converger después con los demás países europeos; la recuperación de la inversión pública y  educativa; o medidas para propiciar un aumento del tamaño medio de las empresas, un menor peso de los oligopolios y una mejora en la gerencia empresarial. Centrar la atención aquí en la digitalización no significa ignorar todos estos factores.

2. En cambio, Robert J. Gordon piensa que las actuales innovaciones tecnológicas no tienen la potencia que tuvieron la máquina de vapor y la electricidad para generar cambios estructurales en los patrones de vida.

3. Dean Baker analiza este fenómeno con más detalle.

4. Tampoco esto está completamente garantizado cuando se habla de la automatización de determinadas intervenciones médicas o de evaluación técnica (por ejemplo en el campo de los seguros). La automatización no se circunscribe a tareas puramente manuales.

5. La “gig-economy” incluye dos formas de trabajo: el “crowdwork” y el “work on-demand via apps”. Ambas son consecuencia de la digitalización y sobre todo de la aparición de Internet. El “crowdwork” hace referencia a las tareas que se realizan a través de una plataforma online, mientras que el “work on-demand via apps” afecta a actividades más tradicionales como el transporte, la limpieza y los recados, en las que el contacto entre empleador, trabajador y cliente se hace a través de una aplicación.

CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Jorge Uxó /

Autor >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí